Escrito por Rubio de Orellana-Pizarro, Rosario
A la vista de cuantas historias, relaciones y narraciones que de la
conquista de América se han hecho cabe preguntarse si en ella hubo
realmente presencia femenina, como efectivamente así fue. La mujer
estuvo, y muy presente, en aquél gran acontecimiento del siglo XVI,
participando en muchas y variadas acciones propias de aquella gesta,
ignorando o burlando muchas veces la norma que prohibiera su
intervención directa y activa.
La presencia femenina en la conquista no fue exclusiva de la mujer
española. También la mujer indígena tuvo en ella una participación
activa que es de justicia señalar. En muchas ocasiones decisiva para la
permanencia y supervivencia de los españoles, motivadas principalmente
por amor y devoción a alguno de ellos, no dudando en tales casos en
traicionar a los suyos.
Paradigma de ello fue Malinche, india
noble "La Malinche", bautizada Marina, Doña Marina, cuya relación de
trabajo como intérprete de las lenguas habladas en la zona se convirtió
en una relación amorosa. Su amor a Cortés y su plurilingüismo fueron
decisivos en el éxito de la conquista de Méjico. Previamente había
salvado a los españoles de una segura destrucción al avisar a Cortés de
la conjura de los caciques cholulas que planeaban dar muerte a los
españoles, quién les arrebata la iniciativa desprendiéndose de amigos
tan peligrosos en celada que les tiende al convocarlos para una supuesta
fiesta.
Otro caso similar de tantos reseñables fue el de la india
Fulvia, del entorno de Balboa, que salva la vida de éste y de la
población de La Antigua denunciando una poderosa conspiración para
acabar, decían, con los invasores.
Doña Luisa Xicontecate de
Tlascala, india noble también, de gran relevancia y fiel compañera de
campaña de Pedro de Alvarado, madre de dos hijos suyos, única
descendencia que llegaría a tener, ya que con Don Beatriz de la Cueva,
su segunda esposa, no la tuvo.
Anayansi, aquella dulce indiecita
el gran amor de Balboa, hija del cacique amigo Chimú, que se la entregó
en prueba y refrendo de leal amistad y cuyas buenas relaciones en la
Zona le supuso a Balboa ayuda importante para su descubrimiento del
Pacífico.
En este abanico apresurado de recuerdos cabe también
mencionar, entre tantos, a aquéllas mujeres indígenas de Santa Marta que
acompañaron a Jiménez de Quesada, río Magdalena arriba y aquellas otras
que acompañaron a Sebastián de Belalcázar desde Quito, como
interpretes, confidentes e incluso como valerosos soldados.
Otra
sería Inés Yupanqui Huaylas, llamada también Inés Huaylas Ñusta,
influyente y activa compañera del viejo Pizarro, hija de Huayna Capac,
hermana de Ataulpa, quién se la entregó a Pizarro ya en Cajamarca
haciéndola ir desde el Cuzco, diciéndole: " Cata ay, hija de mi padre
que la quiero mucho" Quispezira era su verdadero nombre; Pizarro lo
transformó cariñosamente en Pizpita, recordando el pájaro femenino,
inquieto, vivo y bello de su tierra extremeña. Fruto de esta unión
nacieron dos hijos. En Jauja, en 1534, Francisca Pizarro Yupanqui, la
primera mestiza noble peruana. En 1535, en Lima, nació el segundo,
Gonzalo, heredero de la Gobernación de Nueva Castilla y que el
transcurso futuro de los acontecimientos haría que acabaran en España.
Respecto
de la presencia de la mujer española en la conquista podemos decir que
fue muy temprana. Ya en el tercer viaje de Colón figuraron mujeres a
bordo. Su paso a Indias fue fomentado por la Corona.
Aunque a
América, se ha dicho, fueron más españolas que las que registran las
listas de embarque, puede afirmarse que no fueron muchas más, y a éstas
seguramente sería a las que se referiría Cervantes cuando dice de ellas
que "iban a América, porque América resultaba ser añagaza generosa de
las mujeres libres". La realidad es que la mayoría marcharon con sus
maridos o parientes. Ejemplos, entre tantos, Isabel de Guevara, Catalina
Pérez, Elvira Pineda, María Dávila, Leonor Soleto, Isabel de Quirós,
Ana de Salazar, Luisa Torres.
En cuantos viajes se realizan, o en
su mayoría al menos, se aprecia la existencia de un contingente de
mujeres, de mayor o menor número, pertenecientes a las categorías
sociales de las personas con quienes iban. Tal es el caso del realizado
por el Comendador Ovando a La Española en 1502 y al que acompañaron
familias principales y acomodadas; el de la Virreina María de Toledo, en
1509, sobrina del Rey, esposa de Diego Colón a la que seguía una
cohorte de dueñas y doncellas en su mayoría, que casaron con hombres
ricos y principales.
Tales precedentes hicieron que el paso a las
Indias de señoras principales acompañando a sus maridos los realizaran
con parecido acompañamiento. Así, el de Doña Isabel de Bobadilla, esposa
de Pedrarías Dávila que lo llevó muy cumplido. Doña Beatriz de la
Cueva, segunda esposa de Pedro de Alvarado llevó con ella, a Guatemala, a
no menos de veinte doncellas de "buen gesto para casar" como decía, de
modo incidental doña Isabel de Guevara en carta al emperador, en la que
le daba cuenta de lo mucho que fue e hizo la mujer en aquellas remotas e
ignotas tierras; otro nutrido grupo acompañó a doña María Carvajal,
esposa del mariscal Jorge Robledo, a la recientemente fundada Cartagena,
Cartagena de Indias. Otro nutrido concurso femenino, se registró en el
río de La Plata, zona esta más pobladora y fundadora que guerrera y
aventurera. Una de las mujeres que acompañaron a Mendoza, organizador de
la expedición, doña Isabel de Guevara de especial relieve como autora
de la carta mencionada anteriormente.
El flujo de mujeres con tal
destino era continuado y se fue incrementando. Así se puede apreciar de
la proporción de su número respecto del de los hombres. En la primera
mitad del siglo XVI: una mujer por cada diez hombres; en el período
comprendido entre 1540 y 1575, la proporción fue respecto de los hombres
de un 23%; en el último cuarto de siglo, el porcentaje de la mujer
blanca había aumentado considerablemente. Más tarde llegaría a igualarse
al de los hombres.
El caso más frecuente era el de la condición
de esposa o familiares femeninos en cualquier grado, de capitanes,
oidores y oficiales reales que allá se trasladaban.
Llegadas a
Indias, las más habían de fundar un hogar con alguno de los
conquistadores, para lo que con frecuencia habían de atravesar extensos y
diversos territorios. Como consecuencia de ello, se encontraron en
muchas clases de acciones: en azarosas exploraciones de costas,
estrechos y bahías; en reconocimientos y consiguientes riesgos de
aquellos en el interior del continente, lo que las involucró muchas
veces en un grado de protagonismo homologo al de sus compañeros, cuando
no más.
El valor y el sacrificio que desplegaron es más admirable
por cuanto que jamas se les reconocería el mérito que al conquistador se
le otorgaba. Abundaba a ello la prohibición existente de mujeres
solteras dentro de las huestes por ser, decía el texto que así lo
establecía "causa de alboroto y muertes, como ya se ha visto muchas
veces", dándosenos como ejemplo por el historiador Vargas-Machuca,
únicamente, en las incidencias producidas en un loco viaje por el
Amazonas del loco Aguirre y Ursua, que resultó ser otro demenciado.
Su
presencia estaba en los lugares más dispares, así vemos que Lucrecia
Sansoles, primera mujer que apareció en La Paz en el año de su
fundación, en 1548, esposa de Juan de Rivas, del mismo temple que
aquella doña Isabel de Guevara que junto con otras españolas logró
llevar a los conquistadores hasta la Asunción del Paraguay, abriendo así
el camino de la Sierra de La Plata hacía Bolivia en donde en donde
Lucrecia fijó su hogar, y reunión a los cuarenta y uno hombres de España
que llegaron con Alonso Mendoza. Puede decirse que fue ella la que
dirigió la fundación de la capital de Bolivia, creando los llamados
obrajes, manufacturas de paños y bayetas, ayudando a levantar iglesias y
protegiendo a los indios.
Eugenia Castillo en Potosí, quién logró
la concordia en la lucha secular entre vascos y los llamados vicuñas al
casarse, vasca ella, con el vicuña don Pedro Oyanue en la pampa de San
Clemente.
Doña María Nido que ante la orden de evacuación y
abandono de la ciudad de Concepción dada por el General Francisco de
Villagra, derrotado por araucanos, se le opuso de modo valeroso con un
espíritu extraordinario.
Doña Lorenza de Zárate, viuda de
Francisco de Irazabal, que apercibió a la resistencia haciendo que se
desistiera de la idea de abandono que había empezado a cundir con
ocasión de una correría del pirata Drake, que nos hacía su guerra
particular amparado en la protección que de la corona británica recibía.
María
de Estrada, esposa de un soldado de Cortés, Pero Sánchez Farfan, que en
la salida de Méjico, dice el cronista, "hizo maravillas con espada y
rodela y quién en la decisiva batalla de Otumba peleó a caballo y tuvo
una actuación muy lucida y brillante.
La mujer del Alférez real
Peñalosa en la expedición de Juan de Oñate, que viendo desmandarse a la
hueste la contuvo y rehizo con sólo gritar que de vergüenza de verlos
así se le caían las tocas.
Recordamos la presencia de Isabel
Romero con su hija, esposa de un conquistador en Nueva Granada; a
Catalina de Miranda en Venezuela, primera mujer blanca de que se habla
en la conquista y que siendo historia se transformó en leyenda; a Juana
Hernández, primera mujer de la que se tiene noticia en Perú, esposa de
uno de los hombres de Alvarado y que pereció junto con dos niñitas en
los Andes en el ascenso a Quito junto con su marido de las que no se
había querido separar; a Inés de Atienza, Elvira Aguirre y la amante de
Pedro de Ursua, con el que navegaron en su descabellada aventura
amazónica; Doña Mencia de Calderón, viuda de Juan de Sanabría, que tuvo
un papel destacado en la recién fundada ciudad de Asunción, y que había
ayudado, en el extremeño pueblo de Medellín a su dicho esposo Juan de
Sanabria a equipar la expedición de una nave y dos carabelas con
trescientas gentes a bordo y entre ellas cincuenta mujeres casadas y
doncellas. Sería doña Mencia, quién muerto Sanabria y nombrado
Adelantado su tierno hijo Diego, la que cumpliría la capitulación ante
el Rey.
Fueron frecuentes los casos en que apaciguaron disensiones
entre caudillos, en que supieron allegar caudales para atender a la
necesidad común, en que sobre la gallardía de la figura descollaran la
entereza de carácter, la discreción, la inteligencia.
Buen ejemplo
de lo anterior, lo tenemos en Doña Beatriz Estrada, esposa de don
Francisco Vázquez Coronado; el de Doña María de Mendoza, que no habiendo
en las arcas de Nueva España fondos con que organizar la expedición
proyectada en conquista de la Sonora dio cien mil pesos de los suyos y
se obligó a sostener ochenta soldados; Doña María de Toledo, esposa de
Diego Colón, que gobernó las Antillas; Doña Juana de Zárate, Adelantada
de Chile con opción a los títulos de condesa y marquesa. Doña Isabel
Manrique y Doña Aldonza de Villalobos, gobernadoras de la Isla
Margarita. Doña Beatriz de la Cueva, regidora de la ciudad de Guatemala
por elección del Cabildo. Doña Catalina Montejo, que tuvo el
adelantamiento del Yucatán por sucesión de su padre. La mujer de
Hernando de Soto gobernó la Isla de Cuba con decisión, armando
expediciones y enviándole refuerzos y provisiones a su marido "que era
mujer de gran saber e bondad, e de gentil juicio e persona". Doña Isabel
Barreto, acaso ejemplo único en el mundo de almirante efectiva; llevó
la escuadra a Filipinas con un rigor superior a los que habrían
desplegado los hombres de mar y guerra. Una de las Bobadilla, la
marquesa de Moya, política, ilustrada, persuasiva, uno de los soportes,
al parecer, de la empresa de Colón si bien según el Padre Feijoo, fuera
solamente la reina Isabel la que venció "los temores y pereza de Don
Fernando".
Fueron muchas, de las que algunos ejemplos acabamos de
citar la que por poseer dotes que las cualificaban desempeñaron
funciones destacadas en la gobernación y en la política de la época,
incluso en el propio campo de la lucha cual fue el caso de doña Catalina
de Erauso, alistada como varón y figurando como tal, conocida por la
monja alférez, grado éste ganado en el propio campo de batalla por el
valeroso y arriesgado rescate que hiciera de la bandera de Castilla
arrebatada por araucanos en lo que fue la famosa batalla de Valdivia.
Tan brillante intervención la hizo militando como soldado en la Compañía
de Diego Bravo de Sarabia, que partió para La Concepción, tierra
amenazada seriamente por los araucanos que de las amenazas pasaron a los
hechos.
Otro caso de valor y serenidad fue el de doña Inés de
Suárez, extremeña de Plasencia que cercada y a punto de sucumbir la
plaza de Santiago de Chile ausente de ella Pedro de Valdivia, y ya
entregada a las llamas entró en la prisión en la que se encontraban
cinco caciques principales, los degolló por su mano y echó las cabezas
por encima de la tapia acción que espantó a los indios sitiadores
decidiéndoles a la retirada.
Ya que estamos en Trujillo evoquemos
muy especialmente a una trujillana egregia: Inés Muñoz, trujillana,
esposa fiel del leal Martín de Alcántara, el medio hermano de Pizarro
que pereció en su defensa. El valor, lealtad, sangre fría de esta mujer
impidió que el cadáver de Francisco Pizarro fuera profanado y que
recibiera enterramiento digno y cristiano, permitió salvaguardar su
cadáver y el lugar de su enterramiento, al propio tiempo que se ocupó de
la custodia y protección de sus hijos hasta que como garantía de la
seguridad de aquellos, consiguió mandarlos a España. El varón Gonzalo
moriría; la niña fue nuestra conocida Doña Francisca, constructora del
Palacio de La Conquista y mucho más que eso: benefactora de Trujillo,
fundadora y protectora de instituciones, que contribuyeron a dar a la
ciudad brillo y mayor gloria.
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