Escrito por Rubio de Orellana-Pizarro, Rosario
La presencia de la mujer española en América fue muy temprana,
presencia que con el tiempo se iría incrementando de modo gradual pero
rápido hasta llegar a equilibrarse con la población masculina.
En
1540 la población femenina había llegado a alcanzar el diez por ciento
de aquella, pasando a ser un veintitrés por ciento en el período de los
años de 1540 a 1575. En el último cuarto de siglo el porcentaje de la
mujer aumentaría considerablemente, en unas proporciones, que junto a
las anteriores circunstancias, mayor mortalidad masculina, se iría
acercando a un pronto equilibrio con la del hombre.
Desde el
primer momento tuvo un papel importante,- otra cosa es que así se le
reconociera-, dado que el planteamiento de la colonización de América no
tendría un carácter mercantil, como pretendía Colón al tiempo de
negociar las Capitulaciones con la Reina Isabel, sino, como postulaba la
Reina, lo tendría de evangelización y establecimiento de un modelo de
familia cristiana que habría de componer una sociedad al modo de la
española. De ahí su importancia inicial y que iría a mas con el
transcurso del tiempo.
Pensaba la reina Isabel que América siempre
sería española si hablaba y rezaba en español. A ella le movía la
evangelización de nuevos pueblos lo que sería el verdadero motivo de su
patrocinio indiano porque creía - diría ella-, “que nuestra Santa Fe
sería acrecentada y su real señorío ensanchado”.
Hablar de
evangelización en el Siglo XVI era hablar de colonización, este sería el
caso, y de no haber sido así planteado habría quedado, al decir de
Analola Borges, “en un coloniaje de explotación o en una factoría
comercial dentro de un territorio de población híbrida o frustrada”.
Este
principio sería el que dominará la política española respecto a las
Indias y como ejecución de la misma la de fomentar el establecimiento de
población que fuera lo suficientemente denso para marcar su impronta y
su perpetuación.
Esta línea de pensamiento propiciaría la
presencia de la mujer primero y seguidamente la preocupación por que
aquella fuera a las Indias en número que hiciera factible aquella
política. A tal efecto se dictarían medidas que intentaban fomentar y
estimular la marcha de la mujer no sólo casada, sino, también visto las
pretensiones señaladas, facilitar la presencia de mujeres solteras que
casaran en Indias con españoles.
La mujer que pasara a Indias
puede decirse que se correspondería de algún modo con alguno de los
tipos que seguidamente señalamos: mujer “principal”, es decir de elevada
condición social.
Esposas y familiares de funcionarios, capitanes, oidores y oficiales reales.
Esposas de conquistadores y vecinos en las Indias cuyos maridos habían marchado sin aquellas.
Mujer soltera, mujer doncella según el dicho de la época, que a aquellas tierras iría para allí matrimoniar.
El
orden de exposición responde a sucesivos momentos en cada uno de los
cuales predominó la figura de mujer que respectivamente se menciona. De
unas, podríamos decir, viajeras que se corresponderían con las
señaladas, por la forma en que habrían hecho el viaje, excepción hecha
de las emigrantes, solteras, pioneras de la emigración, dadas las
diferencias y más penosa forma en que marcharían.
Las llamadas
principales, serían esposas, familiares, séquito incluso invitadas
acompañando a dignatarios que ostentarían importantes cargos o
encomendadas misiones especiales y de confianza de la Corona. Las
solteras de este grupo casarían ventajosamente con gente de su mismo
rango instalados ya allí en aquellas tierras.
Las esposas de
funcionarios o militares comprenderían otro grupo de un menor nivel
social. Las esposas de conquistadores o vecinos de las Indias igualmente
tendrían lo que hemos venido en llamar condición de viajeras sin que se
les considerara significación social alguna.
La presencia de la
mujer en tan temprana fecha en aquellas tierras, hizo que se encontrara
involucrada, muchas veces, en situaciones comprometidas de violencia o
en acciones bélicas diversas con propias intervenciones que resultarían
tan importantes y decisivas como para poder afirmar que de no haber sido
así podrían haber tenido consecuencias irreversibles para consolidación
de posiciones conquistadas y seguridad de permanencia de los españoles.
Un
breve resumen de alguna de sus hazañas resultaría ser el contenido de
ponencia sobre este tema presentado en ocasión anterior.
El
presente trabajo las menciona a éstas últimas como referencia pero no
son propiamente objeto de él, sino el de la mujer casada que había de
marchar, para reunirse con el marido, soltera para conseguirlo;
encerrada en el anonimato que reviste a toda persona que sea pueblo; la
auténtica emigrante de la época con las connotaciones que tal condición
encierra.
En una etapa entre simultanea y posterior, predominaría
la mujer que marchaba a reunirse con el esposo, requerida por él de modo
voluntario o bien porque a éste le viniera impuesto en pos de
soluciones que además de serlo de humanidad lo serían de acertada
política, puesto que estarían contribuyendo a garantizar la permanencia y
arraigo de quienes allí marcharon evitando tentaciones de un regreso
que bien pudiera resultar deserción ante el reto y la meta de la
existencia española en Indias en un futuro del que ellos serían
cimiento. Tal reagrupamiento familiar tendría importantes efectos
sociológicos, pero una incidencia menor, como decíamos, en lo que
pudiera resultar un incremento de población.
Esta mujer estaría
entre lo que hemos dado en llamar viajera y la propiamente emigrante; no
iba tras lo desconocido y no iba a encontrar marido sino reencontrarlo.
En
Indias residían un gran contingente de españoles solteros; allí habían
marchado dando lugar a que la escasez de varones que en España se daba
desde el final de la Edad Media tomara unas proporciones desorbitadas;
gran número de ellos mantenían variadas clases de uniones con mujeres
del lugar pero sin el carácter que supone la existencia de vínculo
matrimonial.
La realidad que se contemplaban y los fines moverían a
los organismos de la metrópoli a buscar fórmulas de fomento de la
natalidad, que hoy diríamos, tratando de incrementar la celebración de
matrimonios, cuyos posibles respectivos componentes, -hombres en Indias,
mujeres en España-, estaban distanciados por la mar océana. Se trataría
de acercarlos en la forma en que se considerara más propia, cual sería
la de marchar a América aquellas mujeres solteras para encontrarse allí
con expectantes candidatos a esposos que las aguardarían anhelantes,
consiguiéndose el deseado resultado de celebración de matrimonios.
Se
producía con ello un cambio en las costumbres amorosas la de no ser la
dama la que espera el regreso del caballero, sino ser la doncella, quién
con riesgo de su vida va al encuentro del desconocido héroe.
La
mujer soltera marcharía no tanto por el empeño del gobierno por que así
fuera, sino por cuanto la coincidencia de aquél con la voluntad de
ellas, que habían decidido ir a buscar marido donde estaban los hombres
solteros, en donde alcanzarían el hogar soñado y el conquistador, ese
descanso del guerrero que lo fijarían definitivamente en la tierra y en
ella nacería y viviría su prole, nuevos ciudadanos del nuevo mundo.
Sevilla,
adonde habrían llegado desde las diversas procedencias, sería su puerto
de entrada en Indias, previo recorrido del Guadalquivir y atravesado el
Atlántico, una travesía dura y en duras circunstancias de un penoso
viaje.
No serían llevadas ni conducidas, lo harían de “motu
propio” y no como les sucedía a las que hemos dado en llamar viajeras,
sin acompañamiento protector. Serían ellas quienes iniciarían tan largo y
aleatorio viaje. Auténticas emigrantes y pioneras de la emigración
envueltas en su propio anonimato hacia un destino cierto en cuanto punto
de llegada, incierto en cuanto a que la suerte que le esperara.
Desde
aquél punto, rendiría otro viaje terrestre, en muchos casos fluvial y
en todos penosos y arriesgados hacia los lugares en donde residiría y
fundaría su familia, nueva andadura, ésta en la que naturalmente no iría
sóla, marcharía con su marido, con el que habría matrimoniado al tiempo
de llegar, y con el que el que iniciaba una nueva vida en su nuevo
estado de casada, razón de su viaje. Repuesta ya del impacto del
encuentro con el candidato que la desposara, asignado, previamente, y de
modo inapelable por el gobernador o autoridad a él afín.
Durante
la travesía podría haberse ilusionado con el encuentro que le esperaba y
en ningún caso sentirse defraudada ante la realidad que seguidamente
encontrarían.
En general sus inmediatos - no futuros-, maridos
resultarían ser gente acomodada, -conquistador o vecino-, imbuidos
generalmente de un espíritu aventurero y consecuentemente sujetos en
muchos casos a los azares de la fortuna. Solían disfrutar de un rango
social que les proporcionaba un “status” honorable. Por las propias
circunstancias de lo que habría sido su protagonismo en aquellos
escenarios, no todos gozarían de la lozanía deseable aparte edades,
jóvenes y menos jóvenes, por los avatares propios de vidas muy duras,
muchos con cicatrices de heridas sufridas y en ocasiones víctimas de
mutilaciones.
Hubo una política protectora en favor de la mujer,
en la que, en algunos casos coincidirían el interés político en mayor o
menor medida con la defensa de su condición. En el fondo se trataría más
de un empeñado voluntarismo, sobre todo en lo concerniente a la mujer
soltera, pues no cabría medida alguna que pudiera forzarlas a marchar,
suponiendo en todo caso que ello se tomara como protección cuando en
realidad hubiera resultado ser una coacción, que ni siquiera prosperaría
el intento de así hacerlo con esclavas blancas.
Si fueron y
fueron tantas, se debería a lo que fue su propia decisión. La única
medida protectora, si cabe llamarla así, que de algún modo podríamos
interpretar, sería las grandes facilidades que para viajar se les daban.
Puede
decirse que si fueron posibles lo que resultarían medidas indirectas,
en forma de gravámenes en unos casos, y de beneficios en otros a
solteros dado que los estimulaba y en algunos casos o en muchos, los
obligaría a contraer matrimonio, coincidiendo así con las pretensiones
que movían a la mujer solteras a pisar aquellas tierras.
Hubo si
mediadas protectoras, como las que obligaban a los casados que hubieran
marchado a Indias sin sus esposas a hacérselas llegar, para lo que se
establecían diversos plazos bajo amenaza de severas sanciones si
incumplían este mandato. En el entretanto se les obligaba a la remisión
de una cantidad que sufragara sus necesidades y cuantas necesidades
familiares se dieran, medida que tuvo plena efectividad dependiendo esta
del grado de mejor o peor funcionamiento de los organismos de
vigilancia y ejecución de los diferentes territorios.
El marido
estaba obligado a hacerla marchar consigo. La mujer sin embargo no
estaba a así proceder a hacerlo; podía negarse, otra forma de
protección, la de respetar su voluntad y no imponerle las inevitables
molestias y peligros de toda índole que tamaño viaje comportaba.
A partir de determinado momento a ningún hombre casado le fue permitido marchar sin su esposa.
El
papel de la esposa era meramente doméstico. Nada más y nada menos.
Recordemos que la madre ha sido siempre quién ha transmitido a los hijos
el sentido de los valores. De hecho rebasaría a veces su esfera tomando
decisiones propias aunque en algunos casos las enfrentaran con los
propios maridos o incluso con los gobernadores.
La mujer tomó
conciencia del papel histórico que habría de corresponderle, aceptando
tal realidad. Sería un papel con frecuencia heroico el que la
providencia le deparara, inicio de la huella que marcaría un poblamiento
compuesto por hogares cuya firmeza de principios y solidez de sus
costumbres hábitos y acciones constituirían el germen de las Indias, la
fundación de América, una
América española que bien podría decirse que conquistada por hombres fuera fundada por mujeres.
Hemos
pretendido exponer el papel de la mujer en el Descubrimiento, Conquista
y Colonización de América, de tan temprana presencia, que bien pudiera
decirse que tamaña empresa hubiera sido realizada a la par por hombres y
mujeres con mayor relevancia de los hombres en lo que llamaríamos la
primera parte, y de la mujer en una segunda parte que correspondería a
un tiempo de afianzamiento de la presencia española y de aseguramiento y
perennidad de aquella. Ello fue posible gracias a las mujeres para
asentar las bases de un nuevo mundo, no el descubierto, sino por el por
ellas creado a través de la familia y los hijos.
De ella diría una
eximia historiadora “Mercedes Gabrois”, terminando una conferencia
sobre este mismo tema, y con ello asimismo finalizamos lo siguiente:
“Cuando se hable de la gloria de los conquistadores y los misioneros que civilizaron todo un mundo, debe asociarse siempre en esa misma memoria a las mujeres que con ellos fueron, y que sencillamente, silenciosamente, rectamente, como cumple a toda obra creadora, fundaron más allá de los mares el hogar cristiano y español, base de las más firmes de ese gran contenido histórico que es la Hispanidad”.BIBLIOGRAFÍA
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