de explicación afecta todas las realidades
históricas, todos los fenómenos
espacialmente definidos.
Fernand Braudel
Suramérica y
el Caribe fueron y siguen siendo una civilización originaria. [1] Su formación
estuvo determinada por la existencia de diversos procesos civilizatorios cuyos
ámbitos geográficos y persistencia histórica se reflejan de cierta manera en
las diversas regiones geohistóricas contemporáneas. A partir del siglo XVI
estuvieron sujetas a la influencia del tiempo histórico mundial, esto es, la
superestructura de la historia universal, pero la coyuntura de su desarrollo,
desde remotos tiempos, ha estado determinada por el ritmo de los tiempos
históricos de sus propias y diversas regiones geohistóricas.
A la par de
los Andes Centrales, el noroeste, el sureste de Suramérica, la región amazónica
central, el norte del Amazonas, el noroeste de Colombia, las Guayanas,
Venezuela y el Caribe conformaron desde hace milenios una extensa macroregión
geohistórica cuya pertinencia, permitiría entender el proceso civilizatorio que
dio origen a esta Tierra de Gracia llamada Venezuela. [2]
Las
poblaciones originales arawakas colonizaron una gran parte del vasto espacio
geográfico suramericano y caribeño. Ciertos lingüistas sitúan el origen de las
lenguas arawakas o maipure entre el Amazonas, el piedemonte oriental andino y
las cuencas altas de los ríos Madeira y Ucayali, hace unos 4500 a 5000 años
antes de ahora, la posible existencia de un segundo centro de origen en el
occidente de Venezuela. Unos grupos humanos parecen haberse desplazado desde
aquella región hasta el Bajo Orinoco, 3000 años antes de ahora, y otras a lo largo
de la costa noroccidental de Suramérica llegando al noroeste de Venezuela
alrededor de 3000 años antes de ahora.
Con base a
los conocimientos que poseemos en la actualidad, no se puede establecer con
certitud la pertenencia de aquellas antiguas poblaciones larenses a la familia
lingüística arawaka, pero sí sabemos que para el siglo XVI de la era cristiana
el noroeste de Venezuela estaba habitado por pueblos hablantes de lenguas
arawakas. [3] Los antiguos pueblos arawakos contribuyeron a iniciar y consolidar
el proceso civilizatorio venezolano expresado, particulamente, en una formación
social aldeana sedentaria con base en la cual comenzó a tomar configuración el
presente territorio de la nación venezolana. Las regiones subandinas del actual
estado Lara, ocupadas desde 10.000 años antes del presente por bandas de
recolectores cazadores, fueron el asiento -hacia 3000 años antes de ahora- de
antiguas poblaciones agroalfareras como la de Camay, vinculadas a la Cultura
Valdivia de la costa ecuatoriana, las cuales parecen haber operado la
domesticación secundaria de razas locales de maíz, propiciando así el
surgimiento de una forma de vida sedentaria fundamentada en el cultivo del
maíz, de la auyama, posiblemente de la yuca amarga y de diversos frutales como
la papaya o lechosa. De igual manera, parecen haber originado cultivos como el
algodón cuyas fibras se empleaban para fabricar tejidos y telas diversas. La
decoración de las vasijas de barro sugiere que conocían también diversas
técnicas para la manufactura de cestería, similares a las que se infieren de la
decoración de las vasijas manufacturadas por las antiguas poblaciones
valdivianas de la costa del Ecuador. [4]
Durante el
último milenio antes de Cristo, diversos grupos humanos desprendidos de las antiguas
poblaciones agro-alfareras del estado Lara, colonizaron la cuenca del lago de
Maracaibo, estableciendo una red de aldeas sedentarias que se prolongaba hacia
las planicies del territorio de la Guajira y el noreste de Colombia. Para
comienzos de la era cristiana ya se había constituido en el noroeste de
Venezuela lo que podríamos considerar un oekumene arawako. El núcleo de dicha
formación social se hallaba localizado en los valles subandinos del estado
Lara, donde se estaba produciendo para aquella época la consolidación de una
sociedad política, social y culturalmente jerarquizada. La organización
económica se apoyaba en una agricultura intensificada mediante la utilización
de sistemas de regadío y cultivo en terrazas artificiales, lo que permitía obtener
una importante producción exceden-taria. En el norte del lago de Maracaibo
existía una gran variedad de etnias arawakas o kaketías que incluían desde
grupos de pescadores-recolectores especializados que explotaban las salinas que
se formaban naturalmente, hasta cultivadores con cerámica que habitaban el
actual litoral de la Guajira venezolana y los valles fluviales de la Guajira
colombiana. [5]
A partir de
inicios de la era cristiana, la antigua sociedad igualitaria larense comenzó a
devenir desigual, al separarse la comunidad original en linajes endógamos.
Éstos eran segmentaciones de la sociedad original, individuos que se reconocían
como descendientes de un antepasado mítico o tótem, quienes preservaban su
identidad grupal mediante las uniones entre los miembros del mismo linaje. Ello
contribuía no solamente a la preservación del patrimonio comunal, sino también
de las relaciones de dominación política que ejercían sobre las personas del
común. En estas antiguas sociedades jerárquicas larenses se produjo un proceso
de acumulación de fuerza de trabajo, particularmente artesanos que trabajaban
las conchas de moluscos marinos y terrestres, así como el hueso para producir
una compleja industria de pectorales alados, cuentas de collar, pendientes,
pulseras, cubre sexos, tapa ojos, etc., que eran utilizados como parafernalia
funeraria. De igual manera, rasgo que ya había aparecido desde siglos
anteriores, se producía gran cantidad de cerámica funeraria que se utilizaba
también para acompañar los enterramientos humanos. A diferencia de las antiguas
aldeas igualitarias, donde los muertos se enterraban al interior de las
viviendas, comienzan a aparecer grandes necrópolis donde se enterraban
centenares de difuntos acompañados de complejas ofrendas votivas. Ello funcionaba
como un medio para el consumo no reproductivo de gran cantidad de bienes
creados artesanal-mente. De esta manera, no solamente se mantenían los grupos
de artesanos en permanente producción, sino que se reforzaba la capacidad de
poder y dominación que tenían los linajes sobre el resto de la población,
potenciándose el carácter de la desigualdad social. Estas características se
hacen patentes en la forma de organización social jerarquizada de la etnia
kaketía, stock arawako, que componía -en el siglo XVI- el Señorío de Manaure.
Dicha formación sociopolítica, que se extendía desde el mar Caribe hasta los
llanos de Apure, era gobernada por un Señor o Diao que se consideraba tenía
poderes civiles, militares y religiosos, así como control sobre los fenómenos
naturales. Por debajo de la autoridad principal, existía un sistema de jefes
regionales y locales que gobernaban diferentes regiones y polis que formaban la
jerarquía social y política que ejercía el poder dentro del Señorío Kaketío del
occidente de Venezuela. [6]
Vecinos al
señorío arawako, los pueblos conocidos como timote habitaban la cordillera
andina desde por lo menos los siglos VIII y X de la era cristiana.
Culturalmente, tenían muchas afinidades con las antiguas poblaciones arawakas
que habitaban los valles subandinos del estado Lara, incluyendo la utilización
del regadío y el cultivo en terrazas. A diferencia de aquellos, sus poblados
estaban constituidos por casas fabricadas con piedras, levantadas sobre
terrazas o terraplenes artificiales como era también común en las etnias
indígenas del norte de Colombia. Los pueblos timote tuvieron un desarrollo
jerárquico político-religioso muy elevado. El gobierno de las aldeas estaba en
manos de un mohan o sacerdote que ejecutaba funciones religiosas y administrativas,
existiendo asimismo templos construidos en madera donde residían deidades
relacionadas con la agricultura. Anualmente, los aldeanos hacían
peregrinaciones a dichos templos para ofrecer tributos a las divinidades y
solicitar consejo a los mohanes sobre el éxito de sus cosechas. Tanto los
timote andinos como los kaketío de Lara y Falcón mantenían relaciones de
intercambio con sus parientes del norte del lago de Maracaibo, quienes, a su
vez, servían como intermediarios comerciales con las etnias tairona. En el sur
del lago, ríos como el Zulia y el Catatumbo funcionaban también como
importantes avenidas para el tránsito de personas y mercancías desde y hacia la
cuenca del río Magdalena. A su vez, las etnias caribes y arawakas del sur del
lago mantenían relaciones de intercambio con las etnias indígenas del norte de
Santander y con las timote de la cordillera de Mérida. Fue a partir de esta
compleja red de relaciones sociales e intercambios comerciales, como se
consolidó la fachada andina venezolana.
Otros grupos
humanos agroalfareros vinculados con las antiguas culturas andinas del actual
Perú, Kotosh y Chavín, se movieron a lo largo de las numerosas avenidas
fluviales de la cuenca del Amazonas, y llegaron hasta las bocas del Orinoco
tres mil años antes de ahora, fundando grandes poblados en la actual Barrancas
del Orinoco. La alfarería de Barrancas, una de las más hermosas de Venezuela y
del continente, representa una propuesta de expresión naturalista visual de la
ideología y la cosmogonía de las antiguas poblaciones arawakas orinoquenses. Al
mismo tiempo, en 3.000 años antes de ahora, otras poblaciones agroalfareras
comenzaron a asentarse en el Bajo Caroní, donde para 10.000 y 7.000 años antes
del presente ya estaban ubicados grupos de antiguos recolectores cazadores.
Estas nuevas
poblaciones parecen haber estado asociadas con la aparición del arte rupestre
representativo y la expresión gráfica de las ideas. Es de allí donde se inicia,
posiblemente, la expresión gráfica de las ideas pintadas o grabadas sobre los
muros de cuevas y abrigos rocosos o sobre las afloraciones de grandes piedras a
lo largo y en la confluencia de los ríos guayaneses. [7] Esta compleja red de
migraciones humanas e influencias culturales, así como de relaciones sociales e
intercambios comerciales, permitió la consolidación de la fachada amazónica
venezolana
Los arawakos
orientales, los barranqueños, y los occidentales, los pueblos larenses de
Camay, se encontraron en el Orinoco Medio hacia 2700 años antes de ahora,
fusionándose y dando nacimiento a una nueva y fuerte cultura mestiza.
Presionados por los pueblos caribes provenientes al parecer de la amazonia, los
portadores de aquella migraron hacia la región de Paria donde se mezclaron a su
vez con antiguas poblaciones de recolectores pescadores que ya habían
descubierto la agricultura de plantas tropicales hacia 4.400 años antes de
ahora y -lo más importante- habían abierto las rutas de navegación de alta mar
en el Caribe, llegando hasta las Grandes Antillas. De este otro mestizaje
surgió un nuevo proceso civilizatorio; las poblaciones arawakas originaras del
noreste de Venezuela se expandieron hacia las Pequeñas y Grandes Antillas,
llevando consigo el conocimiento de la agricultura tropical, la alfarería y la
vida sedentaria. Consecuencia de este proceso civilizatorio caribeño fue el
desarrollo de vigorosas sociedades jerárquicas como la Taína, las cuales
caracterizan la fase final de la historia precolonial de Puerto Rico, República
Dominicana. Haití y Cuba, fundamento de la fachada caribeña venezolana. [8]
Las
características diferenciales que presentaba el estatus del desarrollo
sociohistórico de las poblaciones originarias venezolanas en el siglo XVI,
fueron determinantes no sólo de la manera cómo se produjo el contacto inicial
entre aborígenes y castellanos, sino de las tendencias que experimentó
posteriormente el proceso de conquista y colonización de nuestro territorio. En
el occidente de Venezuela, existían para la época sociedades jerárquicas con un
alto grado de sedentarismo y organización sociopolítica que, en muchos casos,
se había expresado como una considerable inversión de trabajo productivo para
crear paisajes agrarios materializados en viviendas construidas sobre
montículos artificiales y terrazas, sistemas de camellones para el cultivo en
zonas de inundación, montículos y terrazas artificiales para el cultivo,
sistemas de canales de regadío, embalses artificiales para almacenar el agua,
silos subterráneos, sistemas de calzadas que servían tanto para la comunicación
durante las épocas de inundación, como para preservar y orientar las aguas de
lluvia y de los ríos desbordados, etc. Esta materialidad socio-técnica permitió
la obtención de un producto agrícola suficiente no solo para mantener y
reproducir el grupo social, sino también para el intercambio de productos
agrícolas por bienes terminados u otros productos naturales procesados:
tejidos, tallas en piedra o hueso, plumas de pájaros, alfarería, carne de
venados o de váquiros, pescado seco, etc.
En este
caso, los españoles tuvieron la oportunidad de asimilar a su programa de
colonización grandes contingentes de fuerza de trabajo aborigen que ya poseían
hábitos de disciplina laboral y política que facilitaba su encuadramiento
dentro de los moldes de la sociedad clasista que imponía el proceso colonial.
Por el contrario, en el oriente de Venezuela y en áreas de la cuenca del lago
de Maracaibo, el contacto entre españoles y comunidades aborígenes donde
predominaban las igualitarias, tanto caribes como arawakas caribizadas,
determinó un largo período de lucha anticolonial que culminó en algunas zonas
en el siglo XVIII, en otras en el siglo XIX.
En
determinadas porciones del occidente de Venezuela, las antiguas etnias
aborígenes continuaron viviendo en sus antiguos espacios territoriales bajo un
nuevo sistema de propiedad de la tierra, cultivando y produciendo sus
manufacturas tradicionales, procesos de trabajo mejorados por la introducción
de máquinas como el arado de reja tirado por bueyes, los telares a pedal y la introducción
de cultivos comerciales de alta productividad como el trigo, la cebada, la
avena, los cítricos, los plátanos, las legumbres y, posteriormente, el café,
que complementaron los importantes cultígenos autóctonos como el maíz, la yuca,
raíces y tubérculos tropicales, la papa, la arracacha (apio), el tabaco y,
particularmente, el ganado vacuno, el ganado lanar, cerdos y gallinas que
fortificaron la economía tanto comercial como doméstica; asimismo, caballos,
mulas y asnos que aumentaron sensiblemente la capacidad del transporte
terrestre de personas y mercancías.
En el
oriente de Venezuela, la colonización española tuvo dos ritmos. En el bloque
montañoso y selvático que comparten los actuales estados Anzoátegui, Sucre y
Monagas, habitaban numerosas etnias caribes del grupo lingüístico Tamanaco,
algunas de las cuales siguieron viviendo de manera independiente hasta finales
del siglo XVIII, cual comunidades periféricas al proyecto misional. En la
formación de sabanas de Apure, Barinas, Portuguesa, Cojedes, Guárico,
Anzoátegui, Monagas y posteriormente Guayana, la introducción del ganado vacuno
y el caballar propició el surgimiento de un modo de trabajo pastoril así como
la formación de una sociedad de pastores o llaneros producto del mestizaje de
poblaciones indígenas arawakas y caribes, negros esclavos y blancos o mestizos
pobres. Estas poblaciones llevaban una vida seminomádica, de hábitos sociales
rudos y espartanos, acostumbradas a la utilización mínima de bienes materiales.
La herramienta de trabajo de los llaneros era una larga lanza utilizada para
arrear el ganado o como arma ofensiva contra otros hombres o contra tigres y
animales salvajes. Igualmente utilizaban sogas de cuero crudo para enlazar el
ganado cimarrón y afilados cuchillos. En la casa del hato dormían en
chinchorros, y en los trabajos del llano, sobre cueros de res.
Se
alimentaban principalmente de carne semicruda o salada y secada al sol. Los
relatos idealizados destacan el carácter igualitario y democrático de la vida
en los hatos llaneros; no obstante, eran los dueños de hatos quienes obtenían
pingües ganancias de la venta de cueros, sebo, carnes secas, cecinas, huesos de
ganado, etc, los cuales sirvieron -entre otras- como materia prima para
estimular en el primer mundo la industria del calzado, la fábrica de correas de
transmisión y las grasas que movían las maquinarias industriales y la
fabricación de botones. Las cecinas, por otra parte, servían como alimento de
los marineros en los barcos que zarpaban desde Venezuela, de los pobres y los
esclavos negros en Venezuela y Las Antillas. La miserable remuneración que
recibían los llaneros y la bajísima inversión de capital que hacían los dueños
de hato tanto en los peones como en la reproducción de los rebaños, indica el
carácter de la explotación social y económica a la estaban sujetos los
trabajadores del llano. [9] Al estallar la Guerra de Independencia en 1810,
muchos dueños de hatos afectos a la causa del Rey de España, transformaron sus
vaqueros en una temible fuerza de combate al mando de no menos temibles
comandantes como Boves, Zuazola y Morales que no sólo defendían los interes de
su Rey, sino que expresaban su odio social contra los mantuanos y oligarcas de
la Provincia de Caracas. Desde el punto de vista geoestratégico, los llanos
proveían a los ejércitos realistas una base logística insuperable: comida
abundante todo el año, tropas disciplinadas, entrenadas para guerra móvil,
fieles a sus amos, habituadas a vivir sobre un caballo, a comer y beber poco y
a no temer a la muerte. Inútilmente trataron los generales caraqueños de
penetrar en los llanos; de allí los diferentes combates librados en La Puerta,
actual estado Aragua y otros lugares que formaban la vía de acceso hacia los
llanos. Sólo cuando la inteligencia y el carisma de Simón Bolívar lograron
atraer a su causa caudillos llaneros como Páez, Anzoátegui, Monagas y otros con
su caballería llanera, pudo la causa patriota abrir el largo camino que
llevaría finalmente a la Batalla de Carabobo y la Independencia.
Las
poblaciones andinas y del noroeste de Venezuela tuvieron una participación marginal
en la Guerra de Independencia. Como los ejércitos carecían de estructura
logística, tenían que mantenerse con los recursos que conseguían despojando de
ellos a las poblaciones no combatientes. A diferencia de los llanos, como se
trataba de una economía agropecuaria, la abundancia de recursos alimenticios
era estacional. La fuerza de trabajo estaba integrada por campesinos que
-aunque organizados- no poseían las formidables cualidades de los llaneros para
la guerra móvil.
Mientras que
las poblaciones llaneras fueron repetidamente saquedas, quemadas, dispersadas y
perseguidas por los combatientes de ambos lados, en los Andes y el noroeste de
Venezuela, los destrozos de la guerra fueron mucho menores. Continuaron
llevando su vida cotidiana sin mucho sobresalto, conservándose intactas las
relaciones de poder entre las oligarquías locales y la masa de peones
campesinos. Los relatos épicos del siglo XIX idealizaron a los llaneros y a sus
generales devenidos Presidentes de la República, legitimando así la formación
de la nueva oligarquía de la Cuarta República.
El siglo XIX
venezolano estuvo caracterizado por la lucha entre las distintas oiligarquías
regionales por el control del gobierno central. El siglo XX trajo consigo una
modernización ideológica y material de la debilitada República. Los caudillos
andinos, armados con las ideas liberales que proclamaban la consolidación del
Estado nacional, insurgieron contra la oligarquía caraqueña. El peonaje de las
haciendas andinas, formado durante siglos en la vida organizada y sometida,
primero bajo los mohanes y luego bajo los dueños de hacienda, se transformó en
un formidable ejército de infantería, armado con los temibles fusiles Mauser
modelo 70, Winchester de repetición y pequeños cañones Krupp de montaña. En
pocos meses, ese formidable ejército campesino barrió a los centrales y
orientales, tomando la ciudad de Caracas y el poder, iniciando la historia del
dominio político de los andinos que comenzó con Cipriano Castro y continuó con
los gobiernos de Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Isaías Medina y
Marcos Pérez Jiménez. [10]
Durante la
segunda mitad del siglo XX, los procesos políticos dieron fin al mestizaje
interregional que había propiciado desde 1930 el auge de la industria
petrolera. A partir de 1960, la intensificación de los movimientos migratorios
acabó con los vestigios de la vieja sociedad colonial, propiciando la creación
de nuevos tipos sociales. Las comunidades urbanas regionales que surgieron como
consecuencia de tal proceso, tuvieron que soportar condiciones extremas de
pobreza, exclusión e ignorancia, mientras se consolidaba un sistema social
gobernado por la clase media y alta y sus representantes políticos y
gerenciales, quienes canalizaron hacia su propio peculio la mayor parte de la
riqueza creada por la industria petrolera.
Ese proceso
no sólo disolvió la contradicción sociocultural existente en Venezuela desde
hacia tres mil años, sino que definió claramente la situación de las clases
sociales. Fue a partir de 1999, con el triunfo del Presidente Chávez, que el
proceso de cambio histórico que se ha iniciado ha comenzado a crear conciencia
social y política entre los pobres, creando las bases para la ruptura de la
exclusión social y propiciar la incorporación de los pobres, negros, mestizos,
indígenas y blancos a la sociedad nacional y al bienestar: salud, educación,
empleo, autoestima, acceso al poder, iniciando así el relevo de las antiguas
clases dominantes.
Los
contenidos de nuestra historia, como vemos, juegan un papel de primer orden en
la conformación cultural, social, política y económica de la sociedad
venezolana. No es coincidencia que sea un llanero barinés, Hugo Chávez, quien
conduce el actual proceso de cambio y que sean de nuevo sus lastimosos
oponentes los representantes de la vieja oligarquía central ungidos como dueños
de los medios de distorsión -que no de comunicación- masiva. La historia no da
marcha atrás. Aún cuando los sectores reaccionarios traten de detener los
cambios sociales, éstos son tercos, buscan su camino de diversas maneras y
determinan la aparición de procesos revolucionarios con características
inéditas como es el caso de la Venezuela actual.
Iraida
Vargas-Arenas
Mario Sanoja
Obediente
[1] Fernand Braudel. 1992. The Perspective of the
World. Civilization and
Capitalism.
[2] Mario
Sanoja e Iraida Vargas-Arenas. 1999. De Tribus a Señoríos en los Andes
Septentrionales.
[3] Juan J.
Salazar. 2002. Sociedades Complejas. Período de Contacto en el Noroccidente de
Venezuela.
[4] Mario
Sanoja. 2001. La Cerámica Tipo Formativo de Camay, Edo. Lara.
[5] Mario
Sanoja e Iraida Vargas. 2003. El Poblamiento Antiguo de la Cuenca del Lago de
Maracaibo visto desde Camay, Edo. Lara.
[6] Mario
Sanoja e Iraida Vargas. 1992. Antiguas Formaciones y Modos de Producción
Venezolanos.Mario Sanoja e Iraida Vargas 1999. (Orígenes de Venezuela.
[7] Mario
Sanoja e Iraida Vargas. 2004. El Caroní, Río Mágico.
[8] Mario
Sanoja e Iraida Vargas-Arenas. 1995. Gente de la Canoa.
[9] Mario
Sanoja 1988. La Sociedad Indígena Venezolana, entre los siglos XVII y XIX.
[10] Mario
Sanoja. 1987. Ideas sobre el origen de la Nación venezolana.
[11] Samuel P. Huntington.1997. The Clash of
Civilizations.
Thomas C. Patterson.1997. Inventing Western
Civilization.
[12] Samuel P. Huntington.1997. The Clash of
Civilizations.
Thomas C. Patterson.1997. Inventing Western
Civilization.
[13] Samuel P. Huntington.1997. The Clash of
Civilizations.
Thomas C. Patterson.1997. Inventing Western
Civilization.
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