Fuente: Felipe Pigna, Adaptación para El Historiador del libro Los mitos de la historia argentina 1, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2004.
El Inca José Gabriel Condorcanqui, conocido como Túpac Amaru fue
ejecutado en
Cuzco, Perú, por orden de las autoridades hispanas. Se
había rebelado contra el rey de España e intentado recobrar la
independencia del Perú. En su lucha obtuvo el apoyo de indígenas y
españoles criollos tanto en el Virreinato del Perú como en el del Río
de la Plata. Logró convulsionar a doce provincias del primero y a
ocho del segundo, pero la rebelión fue totalmente sofocada y el 18 de
mayo de 1781 Túpac Amaru fue asesinado y descuartizado en la plaza de
Cuzco.
Túpac Amaru nació el 19 de marzo del año 1740 en el pueblo
de Surimaná, provincia de Tinta (actual Perú). Heredó los cacicazgos
de Pampamarca, Tungasuca Y Surimaná y una importante cantidad de mulas,
que lo convirtieron en un cacique de buena posición dedicado al
transporte de mercaderías.
Pero la creación del Virreinato del Río de la Plata en
1776 perjudicó seriamente al Virreinato del Perú. El cierre de los
obrajes, la paralización de las minas y la crisis del algodón y el
azúcar provocaron el incremento de la desocupación y la pérdida para
miles de indígenas de sus míseros ingresos. Ante esta situación Túpac
presentó una petición formal para que los indios fueran liberados del
trabajo obligatorio en las minas. Allí decía: “Entonces morían los
indios y desertaban pero los pueblos eran numerosos y se hacía menos
sensible; hoy, en la extrema decadencia en que se hallan, llega a ser
imposible el cumplimiento de la mita porque no hay indios que las
sirvan y deben volver los mismos que ya la hicieron...".
Denunciaba los esfuerzos inhumanos a que eran sometidos,
los largos y peligrosos caminos que debían andar para llegar hasta allí
"más de doscientas jornadas de ida y otras tantas de vuelta”. Pedía
también el fin de los obrajes, verdaderos campos de concentración
donde se obligaba a hombres y mujeres, ancianos y niños a trabajar sin
descanso. Denunciaba particularmente al sistema de repartimientos,
antecedente del bochornoso pago en especie. La soberbia Audiencia de
Lima, compuesta mayoritariamente por encomenderos y mineros
explotadores, ni siquiera se dignó a escuchar sus reclamos.
Túpac fue entendiendo que debía tomar medidas más
radicales y comenzó a preparar la insurrección más extraordinaria de
la que tenga memoria esta parte del continente. La primera tarea fue el
acopio de armas de fuego, vedadas a los indígenas. Abuelos y nietos se
dedicaban a las armas blancas, pelando cañas, preparando flechas
vengadoras. Las mujeres tejían maravillosas mantas con los colores
prohibidos por los españoles. Una de ellas será adoptada como bandera
por el ejército libertador. Tiene los colores del arco iris y aún
flamea en los Andes peruanos.
La independencia propuesta por Túpac no era sólo un cambio
político, implicaba modificar el esquema social vigente en la América
española. Su movimiento produjo una profunda conmoción en el Perú,
grandes transformaciones internas y amplias resonancias americanas, "muera
el mal gobierno; mueran los ministros falsos, y viva siempre la
plata…. Y mueran como merecen los que a la justicia faltan y los que
insaciable roban con la capa de aduana".
Los elevados impuestos y los nuevos repartimientos
realizados a la llegada del virrey Agustín de Jáuregui provocaron que
Condorcanqui se decidiera a comenzar la rebelión. La ocasión se
presentó cuando el obispo criollo Moscoso excomulgó al corregidor de
Tinta, Antonio de Arriaga, individuo particularmente odiado por los
indios. El 4 de noviembre de 1780, Túpac Amaru, con su autoridad de
cacique de tres pueblos, mandó detener a Arriaga, y lo obligó a firmar
una carta donde pedía a las autoridades dinero y armas y llamaba a
todos los pueblos de la provincia a juntarse en Tungasuca, donde estaba
prisionero. Le fueron enviados 22000 pesos, algunas barras de oro, 75
mosquetes, mulas, etcétera. Tras un juicio sumario, Arriaga fue
ajusticiado en la plaza Tungasuca el 9 de noviembre.
Emitió un bando reivindicando para sí la soberanía sobre estos reinos que decía: “los
Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y dominio de mis
gentes, cerca de tres siglos, pensionándome los vasallos con
insoportables gabelas, tributos, piezas, lanzas, aduanas, alcabalas,
estancos, catastros, diezmos, quintos, virreyes, audiencias,
corregidores, y demás ministros: todos iguales en la tiranía, vendiendo
la justicia en almoneda con los escribanos de esta fe, a quien más
puja y a quien más da, entrando en esto los empleos eclesiásticos y
seculares, sin temor de Dios; estropeando como a bestias a los
naturales del reino; quitando las vidas a todos los que no supieren
robar, todo digno del más severo reparo. Por eso, y por los clamores
que con generalidad han llegado al Cielo, en el nombre de Dios
Todopoderoso, ordenamos y mandamos, que ninguna de las personas dichas,
pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos”.
Por donde pasaba el ejército libertador se acababa la
esclavitud, la mita y la explotación de los seres humanos. El 18 de
noviembre de 1780 se produjo la batalla de Sangarará. En este primer
combate, las fuerzas rebeldes derrotaron al ejército realista. A partir
de entonces, la rebelión tomó un carácter más radical con un líder a
la altura de las circunstancias que proponía: "Vivamos como hermanos
y congregados en solo cuerpo. Cuidemos de la protección y conservación
de los españoles; criollos, mestizos, zambos e indios por ser todos
compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen". Unos
100.000 indios en una extensión de 1500 kilómetros, de Salta al Cuzco,
se dispusieron a seguir al rebelde. En uno de sus manifiestos decía
Túpac:
“Un humilde joven con el palo y la honda y un pastor rústico libertaron al infeliz pueblo de Israel del poder de Goliat y faraón: fue la razón
porque las lágrimas de estos pobres cautivos dieron tales voces de
compasión, pidiendo justicia al cielo, que en cortos años salieron de
su martirio y tormento para la tierra de promisión. Mas al fin lograron
su deseo, aunque con tanto llanto y lágrimas. Mas nosotros, infelices
indios, con más suspiros y lágrimas que ellos, en tantos siglos no
hemos podido conseguir algún alivio(...) El faraón que nos persigue,
maltrata y hostiliza no es uno solo, sino muchos, tan inicuos y de
corazones tan depravados como son todos los corregidores, sus tenientes,
cobradores y demás corchetes: hombres por cierto diabólicos y
perversos [...] que dar principio a sus actos infernales seria
santificar... a los Nerones y Atilas de quienes la historia refiere sus
iniquidades... En éstos hay disculpas porque, al fin, fueron infieles;
pero los corregidores, siendo bautizados, desdicen del cristianismo
con sus obras y más parecen ateos, calvinistas, luteranos, porque son
enemigos de Dios y de los hombres, idólatras del oro y de la plata. No
hallo más razón para tan inicuo proceder que ser los más de ellos
pobres y de cunas muy bajas”.
La gravedad de la situación llevó a los virreyes de Lima y
Buenos Aires a unir sus fuerzas. Vértiz y su colaborador, el inefable
Marqués de Sobremonte le escribían en estos términos al virrey del
Perú:“el buen orden y estado pacífico, consistiría en extirpar el
ambicioso origen de todos los males que padecen los pueblos, segando la
cabeza del rebelde José…”.
Con la llegada al Cuzco del visitador Areche y el
inspector general José del Valle la situación se desequilibró en
perjuicio de los rebeldes. Túpac intentó todavía dar un golpe de mano
atacando primero, pero el ejército realista fue advertido por un
prisionero escapado y el golpe fracasó. La noche del 5 al 6 de abril se
libró la desigual batalla entre los dos ejércitos. Según un parte
militar “fueron pasados a cuchillo más de mil y derrotado el resto enteramente”.
Al verse perdido Túpac Amaru intentó la fuga, pero fue hecho
prisionero y trasladado al Cuzco. El visitador Areche entró
intempestivamente en su calabozo para exigirle, a cambio de promesas,
los nombres de los cómplices de la rebelión. Túpac Amaru le contestó
con desprecio:
“Nosotros dos somos los únicos conspiradores; Vuestra
merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables y yo por
haber querido libertar al pueblo de semejante tiranía. Aquí estoy
para que me castiguen solo, al fin de que otros queden con vida y yo
solo en el castigo.”
Túpac fue sometido a las más horribles torturas durante
varios días. Se le ataron las muñecas a los pies. En la atadura que
cruzaba los ligamentos de manos y pies fue colgada una barra de hierro
de 100 libras e izado su cuerpo a 2 metros del suelo causándole el
dislocamiento de uno de sus brazos. Túpac no delató a nadie. Se guardó
para él y la historia el nombre y la ubicación de sus compañeros. El
siniestro visitador Areche debió reconocer el coraje y la resistencia de
aquel hombre extraordinario en un informe al virrey donde dejaba
constancia que a pesar de los días continuados de tortura, “el inca Tupac Amaru es un espíritu y naturaleza muy robusta y de una serenidad imponderable”.
El 17 de mayo de 1781 Túpac Amaru fue condenado a muerte.
La condena alcanzó“…se
prohíben y quitan las trompetas o clarines que usan los indios en sus
funciones, y son unos caracoles marinos de un sonido extraño y lúgubre,
y lamentable memoria que hacen de su antigüedad; y también el que usen
y traigan vestidos negros en señal de luto, que arrastran en algunas
provincias, como recuerdos de sus difuntos monarcas, y del día o tiempo
de la conquista, que ellos tienen por fatal, y nosotros por feliz,
pues se unieron al gremio de la Iglesia católica, y a la amabilísima y
dulcísima dominación de nuestros reyes.Y para que estos indios
se despeguen del odio que han concebido contra los españoles, y sigan
los trajes que les señalan las leyes, se vistan de nuestras costumbres
españolas, y hablen la lengua castellana.”
Túpac Amaru y los suyos quedaron expuestos a las fieras. A continuación transcribimos textualmente el relato de la muerte de la familia Túpac Amaru ocurrida el 18 de mayo de 1781 contada por sus asesinos:
“El viernes 18 de mayo de 1781, después de haber cercado la plaza con las milicias de esta ciudad del Cuzco... salieron de la Compañía nueve sujetos que fueron: José Verdejo, Andrés Castelo, un zambo, Antonio Oblitas (el que ahorcó al general Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Túpac Amaru; Tomasa Condemaita, cacica de Arcos; Hipólito Túpac Amaru, hijo del traidor; Micaela Bastidas, su mujer, yel insurgente, José Gabriel. Todos salieron a un tiempo, uno tras otro. Venían con grillos y esposas, metidos en unos zurrones, de estos en que se trae la yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados de los sacerdotes que los auxiliaban, y custodiados de la correspondiente guardia, llegaron al pie de la horca, y se les dieron por medio de dos verdugos, las siguientes muertes.
Túpac Amaru y los suyos quedaron expuestos a las fieras. A continuación transcribimos textualmente el relato de la muerte de la familia Túpac Amaru ocurrida el 18 de mayo de 1781 contada por sus asesinos:
“El viernes 18 de mayo de 1781, después de haber cercado la plaza con las milicias de esta ciudad del Cuzco... salieron de la Compañía nueve sujetos que fueron: José Verdejo, Andrés Castelo, un zambo, Antonio Oblitas (el que ahorcó al general Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Túpac Amaru; Tomasa Condemaita, cacica de Arcos; Hipólito Túpac Amaru, hijo del traidor; Micaela Bastidas, su mujer, yel insurgente, José Gabriel. Todos salieron a un tiempo, uno tras otro. Venían con grillos y esposas, metidos en unos zurrones, de estos en que se trae la yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados de los sacerdotes que los auxiliaban, y custodiados de la correspondiente guardia, llegaron al pie de la horca, y se les dieron por medio de dos verdugos, las siguientes muertes.
a toda su familia ya que recomendaba que fuera
exterminada toda su descendencia, hasta el cuarto grado de parentesco.
La condena redactada por el Visitador Areche, era todo un manifiesto
ideológico y llegaba a prohibir todo vestigio de la cultura incaica:
”A Verdejo, Castelo, al zambo y a Bastidas se les ahorcó
llanamente. A Francisco Túpac Amaru, tío del insurgente, y a su hijo
Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojarlos de la escalera de
la horca. A la india Condemaita se le dio garrote en un tabladillo con
un torno de fierro... habiendo el indio y su mujer visto con sus ojos
ejecutar estos suplicios hasta en su hijo Hipólito, que fue el último
que subió a la horca. Luego subió la india Micaela al tablado, donde
asimismo en presencia del marido se le cortó la lengua y se le dio
garrote, en que padeció infinito, porque, teniendo el pescuezo muy
delgado, no podía el torno ahogarla, y fue menester que los verdugos,
echándole lazos al cuello, tirando de una a otra parte, y dándole
patadas en el estómago y pechos, la acabasen de matar. Cerró la función
el rebelde José Gabriel, a quien se le sacó a media plaza: allí le
cortó la lengua el verdugo, y despojado de los grillos y esposas, lo
pusieron en el suelo. Le ataron las manos y pies a cuatro lazos, y
asidos éstos a las cinchas de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a
cuatro distintas partes: espectáculo que jamás se ha visto en esta
ciudad. No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes, o porque el
indio en realidad fuese de hierro, no pudieron absolutamente dividirlo
después que por un largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo
tenían en el aire en un estado que parecía una araña. Tanto que el
Visitador, para que no padeciese más aquel infeliz, despachó de la
Compañía una orden mandando le cortase el verdugo la cabeza, como se
ejecutó. Después se condujo el cuerpo debajo de la horca, donde se le
sacaron los brazos y pies. Esto mismo se ejecutó con las mujeres, y a
los demás les sacaron las cabezas para dirigirlas a diversos pueblos.
Los cuerpos del indio y su mujer se llevaron a Picchu, donde estaba
formada una hoguera, en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas
que se arrojaron al aire y al riachuelo que allí corre. De este modo
acabaron con José Gabriel Túpac Amaru y Micaela Bastidas, cuya soberbia
y arrogancia llegó a tanto que se nominaron reyes del Perú, Quito,
Tucumán y otras partes...”
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