Revolucionario peruano nacido hacia 1740 y muerto ejecutado el 18 de
mayo de 1781. Aunque de raza mestiza, José Gabriel Condorcanqui Noguera
ha pasado a la historia con el nombre de Tupac Amaru II, bajo cuyo
apelativo condujo en 1780 la más importante rebelión indígena de la
historia colonial de América.
José Gabriel Condorcanqui fue hijo
de Miguel Condorcanqui y Rosa Noguera. A los diez años empezó a asistir
al Colegio de Indios Nobles San Francisco de Borja en el Cuzco, al cual
concurrían los hijos de los curacas y la nobleza incaica para su
aculturación. En 1760 se casó con Micaela Bastidas, y fruto de la unión
nacieron sus tres hijos: Hipólito, Mariano y Fernando.
A la muerte de su padre, heredó el antiguo curacazgo de Pampamarca, Surimana y Tungasuca en la provincia de Canas y Canchis. Asimismo, su progenitor le dejó como patrimonio 350 mulas que le servirían para el arrieraje. Poseía una casa en Tinta, pueblo comercial que quedaba en el camino principal que unía Lima, Cuzco, Potosí y Buenos Aires. Las mercancías que transportaba consistían, principalmente, en azúcar, tocuyos o lienzos y azogue. Asimismo, tenía una casa en Tungasuca, que durante la rebelión se constituyó en el centro de operaciones.
A la muerte de su padre, heredó el antiguo curacazgo de Pampamarca, Surimana y Tungasuca en la provincia de Canas y Canchis. Asimismo, su progenitor le dejó como patrimonio 350 mulas que le servirían para el arrieraje. Poseía una casa en Tinta, pueblo comercial que quedaba en el camino principal que unía Lima, Cuzco, Potosí y Buenos Aires. Las mercancías que transportaba consistían, principalmente, en azúcar, tocuyos o lienzos y azogue. Asimismo, tenía una casa en Tungasuca, que durante la rebelión se constituyó en el centro de operaciones.
Como lo
describen los testimonios escritos y pinturas que se conservan, vestía a
la moda rococó, con casaca, pantalón corto de terciopelo negro y medias
de seda, hebillas de oro en los zapatos, sombrero de castor y camisa
bordada. La vestimenta europea se conjugaba con los símbolos
tradicionales de origen incaico, lo que le daba la investidura de su
cargo.
Como a los caciques o curacas de la zona, le molestaba la
mita de Potosí, a la que debía contribuir con 15 indios de su curacazgo.
Además debía cumplir con el pago del reparto de mercaderías que
realizaba el corregidor. Los curacas del Cuzco se reunieron y dieron a
José Gabriel los poderes para tramitar la anulación de la mita minera en
la Audiencia de Lima. Con este propósito fue a Lima, aunque tuvo que
atender otro pleito judicial: por ese tiempo, la familia Betarcourt del
Cuzco reclamó la descendencia del Inca Tupac Amaru I, dado que el
Marquesado de Oropesa se hallaba vacante y este grupo familiar tenía
interés en acceder a él. Para conseguirlo tenían que señalar a José
Gabriel como impostor, lo que iniciaría un litigio para probar la
filiación con sus antepasados incas, en momentos en que se desencadenó
una fiebre por las genealogías incas.
Tupac Amaru viajó a la
capital del Virreinato y se presentó ante la Real Audiencia de Lima para
solucionar el pleito con los Betancourt y la leva de mitayos de Canas,
Canchis y Tinta. Partió en 1776 y llegó al año siguiente, volviendo en
1778, decepcionado por no haber logrado sus propósitos, pero imbuído de
la idea de cumplir su papel como Inca. Cuando arribó a su tierra, se
encontró con que había un nuevo corregidor, el español Antonio de
Arriaga, con el que entabló buenas relaciones, aunque pronto éstas se
transformarían en rivalidades, que opusieron inevitablemente al curaca y
al corregidor.
El estallido de la rebelión se debió a causas de
diferente índole. Por un lado, se encuentran los factores de carácter
estructural, que se explican por la misma organización de la estructura
colonial en el siglo XVI. Durante el gobierno del Virrey Francisco de
Toledo se había establecido la mita minera, o trabajo por turnos en las
minas, con el fin de proveerlas de mano de obra permanente. La
principal mina a la que debían enviar indios mitayos los curacas del sur
andino fue Potosi, el yacimiento más importante en torno al cual se
había erigido una ciudad muy poblada y con una dinámica actividad
comercial. Los curacas considerarán, en momentos previos a la rebelión,
que la mita potosina era injusta, pues esa zona, como veremos, había
sido integrada al nuevo Virreinato del Río de la Plata.
El
gobierno, desde un punto de vistal provincial, fue otro de los problemas
que ocasionaron la rebelión. El corregidor era el encargado del
gobierno de una provincia o partido. Desde las ordenanzas toledanas,
los corregimientos se habían extendido a lo largo de todo el Virreinato
Peruano con el propósito de limitar el poder de los encomenderos y
mejorar la administración de las provincias. Este funcionario al
servicio de la Corona era el encargado de cobrar el tributo indígena y
organizar la mita. Asimismo, debía administrar justicia dentro de su
jurisdicción. Como afirma John Fisher, el problema era la corrupción,
que no encontraba límite con estos funcionarios. Los corregidores de
indios cobraban más de lo que señalaba la tasa tributaria, utilizaban en
su beneficio la mano de obra indígena y realizaban el reparto de
mercaderías. Esta última era una práctica usual desde el
establecimiento mismo del cargo, es decir, desde mucho tiempo atrás,
cuando consistía en repartir a los indios productos, tanto españoles
como de la tierra, que éstos tenían la obligación de adquirir.
El
reparto de mercancías se llevaba a cabo gracias a una red de intereses
económicos creados entre funcionarios y comerciantes. Desde sus inicios
esta actividad fue ilícita, aunque el Virrey Conde de Superunda la
legalizó a mediados del siglo XVIII, imponiendo una tasa para el reparto
según las zonas. Esta medida no evitó la corrupción ni el descontento
de la población indígena. Es más, como señala Scarlett O’Phelan, tras la
legalización del reparto la línea de sucesión hereditaria de los
caciques, se fue debilitando y la autoridad de los corregidores se vio
reforzada, de manera que podían imponer a caciques de favor, que
generalmente eran mestizos. A ello se sumaba la imposibilidad de los
indios del sur andino de encontrar justicia localmente, debido a que
ésta se hallaba en manos de los corregidores que eran, a la vez, juez y
parte. La falta de una Audiencia cercana se hacía sentir en momentos
previos a la rebelión.
Al lado de estos factores estructurales,
encontramos otros coyunturales, vinculados a los cambios producidos por
las Reformas Borbónicas. En 1776 se había creado el Virreinato del Río
de la Plata, que separó el Bajo Perú (sur andino peruano) del Alto Perú
(Bolivia), lo que afectó a los intereses económicos de los grupos
vinculados al comercio en esa región. A ello se sumaron las reformas
fiscales del Visitador José Antonio de Areche, enviado por Carlos III.
Areche, personaje que se granjeó los odios de muchos en estas tierras,
elevó la tasa tributaria e intentó incluir en el pago del tributo a
mestizos y castas. Asimismo, incrementó la alcabala, impuesto cobrado
por las transacciones de compra y venta, del 2% al 4% y luego, al 6%.
Para evitar la evasión de impuestos estableció aduanas internas que
fiscalizaban mejor el cobro de la alcabala. Estas medidas explican
porque en el movimiento participaron también peninsulares, criollos y
mestizos, que vieron afectados con estas medidas sus intereses.
Por
otra parte, a fines del siglo XVIII surgió lo que John Rowe ha llamado
“nacionalismo inca” y Alberto Flores-Galindo denominó “la utopía
andina”, que se expresó en la búsqueda de una identidad propia basada en
el pasado incaico. Esto explicaría la fiebre de las genealogías y
porque la figura del Inca, en este contexto, logró mover multitudes.
La
rebelión se inició el 4 de noviembre de 1780, día en el que se
festejaba el santo del rey, por lo que se organizó un gran almuerzo al
que asistieron Tupac Amaru y Antonio de Arriaga. Al salir de la
reunión, en el paso de Jilayhua, se hizo prisionero al corregidor. Días
después, el 10 de noviembre, Arriaga fue ahorcado en Tinta, lo cual dio
un carácter público a la sublevación.
En el Cuzco se enteraron
del incidente al pasar el correo, mientras que en Tungasuca se
acuartelaba al improvisado ejército. La primera salida de las tropas
tupamaristas fue a Quispicanchis, donde se destruyeron obrajes. Al
volver a Tungasuca, Tupac Amaru decretó la abolición de la esclavitud el
16 de noviembre de ese mismo año. Cuando el líder salía, quedaba al
mando su esposa, Micaela Bastidas. Esta cuestión no es baladí, puesto
que las mujeres tuvieron una importante participación en este
movimiento, destacando la curaca de Acos y Tomasa Tito Condemayta.
En
el Cuzco se reunió una Junta de guerra y se organizó el acuartelamiento
de las milicias en el antiguo colegio de los jesuitas. Se reunieron
armas, rejones, cañones, fusiles, balas y pólvora. La Iglesia se
pronunció sobre la sublevación y el Arzobispo Moscoso y Peralta empezó a
organizar las tropas eclesiásticas. Mientras tanto, la Junta decidió
realizar una expedición militar en la que participaría Cabrera,
ex-corregidor de Quispicanchis, que debió huir cuando este lugar fue
atacado por los rebeldes. De este modo se lograron reunir 1.500
hombres.
La expedición llegó a Sangarará, a pesar de las órdenes
de esperar. Durante la noche, Tupac Amaru rodeó a la tropa procedente
del Cuzco, que se había situado en la Iglesia. El 18 de noviembre de
1780, los hombres del líder indígena, que aproximadamente eran 6.000,
lograron tomar Sangarará al explotar el polvorín de los sitiados, lo que
produjo el incendio de la Iglesia. Este fue un acontecimiento que dio
una gran resonancia a la rebelión. Frente a esta situación, se envió un
mensajero a Lima para notificar a las autoridades lo acaecido.
El Virrey Agustín de Jaúregui convocó inmediatamente una Junta, en la que intervinieron el Visitador Arechey Gabriel de Avilés,
entre otros personajes del gobierno colonial. En estas circunstancias
se dictaminó la abolición del reparto de mercancías, con el fin de
restar motivos a los rebeldes. Sin embargo, esta medida no tuvo mayores
efectos, pues el movimiento que se había desatado no se detendría
fácilmente. Al mismo tiempo, se envió un grupo de auxilio al mando de
Avilés. Llegaron al Cuzco el 1 de enero de 1781, y se reunió una Junta
nuevamente para tomar decisiones y desprestigiar al líder, presentándolo
como agresor de la religión católica. El Arzobispo del Cuzco excomulgó
a Tupac Amaru y a todos sus seguidores.
Tupac Amaru, desde
Tungasuca, envió una contraofensiva de papel y dirigió su campaña hacia
el Collao, zona donde aun muerto el líder continuaría la rebelión. En
diciembre de 1780 Tupac Amaru invadió el Alto Perú. El líder de la
rebelión volvió a Tungasuca para preparar el sitio del Cuzco, que no
logrará puesto que la defensa de la ciudad estuvo en manos de los
curacas contrarios a la rebelión como Rosas, Choquehuanca y Pumacahua.
Los rebeldes se retiraron. En abril de 1781 las tropas de Del Valle,
enviadas desde Lima, vencieron a Tupac Amaru en Checacupe. Este huyó y
fue capturado en Langui.
La ejecución se produjo en mayo de 1781,
en la Plaza Mayor del Cuzco. Su hijo Hipólito fue ahorcado, después de
que se le cortara la lengua. Micaela fue condenada a la pena del
garrote, pero como tenía un cuello delgado murió de puntapiés en el
vientre. Al líder indígena le cortaron la lengua y luego, sus miembros
fueron tirados por cuatro caballos. Como el líder resistió, le
cercenaron la cabeza.
A partir de ese momento Diego Cristóbal
asumió el mando desde Azángaro hasta la firma de la paz de Sicuani, a
comienzos de 1782. En el Alto Perú continuó la rebelión en una segunda
fase, más cruenta que la anterior, llamada la fase aymara, que estaba
dirigida por Julián Apasa Tupac Catari.
Como consecuencia de la
rebelión de Tupac Amaru se aceleraría la aplicación del programa de
reformas borbónicas en América. Es por ello que, tiempo después del
levantamiento, arribó Jorge de Escobedo, Visitador que reemplazó a José
Antonio de Areche, con el propósito de establecer las Intendencias, que
sustituyeron a los corregimientos a partir de 1784. Asimismo, el rey
Carlos III determinó la creación de una Audiencia en el Cuzco en 1787,
como había pedido el líder indígena, debido a la falta de imparcialidad
de las autoridades locales (véase Audiencia de Cuzco).
Una de las
consecuencias duraderas de la rebelión fue producto de la represión
hacia los indígenas. Se abolieron los curacazgos rebeldes y se premió a
los que habían apoyado a la Corona durante la rebelión, lo que creó una
profunda fisura en la institución cacical que estaba llegando a su fin.
En efecto, como señala O’Phelan, la Corona comprendió que era preciso
desmantelar la red de apoyo con que contó Tupac Amaru y, con este fin,
movió de su cargo a los que apoyaron al rebelde. Pero la Corona también
sabía que era imprescindible tenerlos como aliados más que como
enemigos, por lo que favoreció a los caciques realistas. De la misma
forma, la misma historiadora concluye que las élites criollas
aprendieron que en lo sucesivo los movimientos sociales debían contar
con el apoyo de los caciques sólo en calidad de aliados subordinados.
Esto se evidenciaría durante las guerras de Independencia.
Al mismo tiempo, para evitar la consolidación de la identidad indígena que estaba en gestación, se prohibió la lectura de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, las representaciones tradicionales y las genealogías que remontaban a los antepasados incas.
Bibliografía
-
DEL BUSTO, José Antonio. José Gabriel Condorcanqui antes de su rebelión. Lima, 1980.
-
O’PHELAN, Scarlett. Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia. 1700-1783. Cusco, 1988.
-
VALCARCEL, Carlos D. La rebelión de Tupac Amaru. México, 1974.
Autor
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=tupac-amaru-ii
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