Era la base conceptual de un revolucionario proyecto de educación popular que el Libertador dejó a su cargo en 1825, luego de fundada Bolivia, el cual consistía en la instrucción y educación de una generación de ciudadanos y ciudadanas republicanos, poseedores de “oficios útiles” y “aspiración fundada a la propiedad”, conocedores y practicantes de los principios de la sociedad en que vivían. “Luces y virtudes sociales”, consistentes en ideas rectificadas y sentimientos moderados no mediante la abstracción y la coerción sino mediante la empiria y la libertad racional.
Adoptó el pseudónimo de Samuel Robinson cuando salió de Venezuela en 1797, al ser descubierta la conspiración independentista de Gual Y España aquel mismo año, y bajo ese nombre vivió y recorrió Europa hasta 1823, cuando regresó a Suramérica. Bolívar inmortalizará el apelativo en la famosa carta con la que le dio la bienvenida a la recién creada Colombia: “¡Oh, mi Maestro! ¡Oh, mi Amigo! ¡Oh, mi Robinson!”.
Rodríguez había sido maestro del Libertador en su infancia y su consejero en su juventud. El mismo Bolívar sintetiza con dos frases la poderosa influencia pedagógica del maestro: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia”; “no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado”.
Esa “formación del corazón” y esa memoria cognitiva son las bases de una pedagogía con un amplio fin social: impartir una sociabilidad como conciencia política de la sociedad. El gran objetivo de Robinson es la creación de una nueva subjetividad republicana.
Lo que subyace en la acción y en la obra escrita de Simón Rodríguez es la necesidad de una revolución de las costumbres que vuelva instintiva la obediencia razonada y corresponsable ante una forma de autoridad puramente moral (y no física), totalmente pública (y no personal), es decir, no monárquica.
Se trata de vencer no solo la ignorancia, sino el sistema monárquico y sus relaciones de poder, tal como se ha implantado e interiorizado en tres siglos de coloniaje. “La monarquía es el gobierno natural de la ignorancia”. La ignorancia es una forma de política, por eso la docencia se basará en una pedagogía política.
La ignorancia no atañe solo al conocimiento sino también a la voluntad. Instruir es hacer saber, pero Educar es “crear voluntades”. Es esa creación de voluntad lo que continúa más vivo y vigente en el pensamiento de Samuel Robinson, es esa generación de una subjetividad libre y dueña de su asentimiento político la que nos invita a una verdadera revolución ética que comprenderá costumbres y caracteres, convirtiendo a Samuel Robinson en uno de los primeros adelantados de un pensamiento de la descolonización.
En un tiempo en que las repúblicas independientes, en manos de las oligarquías remanentes, apelaban a la inmigración de colonos extranjeros como forma de poblamiento y de desarrollo económico, Robinson exigió colonizar el territorio con sus propios habitantes, es decir, generar una sociedad autónoma y una cultura y economía endógenas.
La autocolonización republicana generaría territorios dotados de una voluntad del lugar o toparquía, mediante una práctica de democracia participativa y directa, que en su agregación creciente constituirían confederaciones desde lo local hasta lo nacional.
A 167 años de su muerte, ocurrida en 1854, disponemos del pensamiento robinsoniano como un legado histórico y un instrumental de conceptos capaces de alumbrar las estrategias políticas del presente, así como abordar sus prácticas novedosas, en el terreno filosófico y en el ejercicio educativo.
Precursor de una psicopolítica en su época, Robinson considera su educación social como una “educación mental” precavida e inmune contra la manipulación mediática que trastorna el diálogo social y convierte el debate de ideas en discordia y disputa: “la opinión pública exagerada es una enfermedad mental que como todas las enfermedades es más fácil de conocer que de curar”.
La valoración de lo indígena y lo afroriginario en la configuración social republicana, y la defensa de la participación social femenina son dos preocupaciones de actualidad que habitan transversalmente la obra de Robinson.
Por otra parte, el principio de agregación creciente que constituye el alma del Estado Comunal bolivariano del siglo XXI encuentra fuente en su concepto de Toparquía como principio de la construcción del poder popular.
De frente a una crisis moral como la que vive el mundo actual, cabe preguntarse si la república socialista del nuevo siglo no se topa con el mismo problema de una subjetividad en crisis y el requerimiento de una disciplina de la supervivencia que exige la socialización y el autocontrol de los egoísmos como condiciones necesarias.
Las formas de dominio económico y político hoy se juegan en el campo de las subjetividades, mediante su modelamiento a través del algoritmo, la posverdad y la big data. Un pensamiento como el robinsoniano relanza para nosotros, sobre el plano de la educación y de la participación política, el tema de una ética basada en la autocontención y la adecuada verdad afectiva, y, en lo político, como un autogobierno que hace posible el cogobierno republicano y la verdadera democracia.
El llamado a la originalidad, a la invención, a la creación social y política, permanecen latentes en la herencia de Samuel Robinson como inspirador del pensamiento revolucionario venezolano y latinoamericano.
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