A los quince años de edad, Leonardo
Infante con toda energía y decisión de su carácter, se manifestó adicto a la
magna revolución que aseguro las libertades.
Infante quien fue un combatiente de la
independencia Latinoamericana nació en el año 1795 en la provincia de Maturín,
también es conocido como “el negro infante”, era descendiente de una familia
pobre acostumbrada al rigor de la servidumbre, no tuvo educación formal.
Siendo aún un adolescente, ya conocía
los secretos de la cría y la doma de caballos, arriero de ganado en los llanos
del oriente venezolano, lo que le permitió adquirir gran destreza como jinete,
habilidad que estaba unida a su
fortaleza física, cuando tenía apenas 15 años de edad, se convierte en una de
las primeras lanzas de la naciente gesta independentista y en uno de los más
violentos y sanguinarios ejecutores de la “Guerra a Muerte” decretada por Simón
Bolívar el 15 de junio de 1813 en la ciudad de Trujillo, ya que fue criado en
la llanura, la revolución de 1810, operó en aquella alma una transfiguración, de
repente el hombre de la llanura se convirtió en arcángel de la guerra.
El comportamiento de Infante en la
acción de la primera batalla de Carabobo en 1814, le mereció las simpatías del
Libertador Simón Bolívar y el grado de comandante, además lo destacó en la
caballería ligera por sus brillantes aptitudes para el manejo de la lanza. Con
este grado entró a formar parte de la famosa división, que al mando del
benemérito general Pedro Zaraza, hizo la campaña en 1818 hacia el Oriente de
Venezuela. Batiendo en el sitio de Beatriz, con un escuadrón de cien hombres,
el 17 de julio de ese año, dos cuerpos volantes de doscientos jinetes cada uno,
dependientes de la división que dirigía el español Francisco Tomás Mórales.
Este encuentro, según los historiadores, por lo encarnizado del combate,
presentó todos los aspectos de las grandes batallas, lo que representó para
Infante una de sus mayores glorias guerreras. Solo escaparon veintiocho
soldados, eliminando al enemigo más de la mitad de sus tropas y llevando al
general Zaraza, setenta prisioneros como resultado de su triunfo.
Infante participo en numerosos
combates tales como: Tucupido, Corozal, Lozana, Altagracia, Bocachico,
Cuajaral, Arao, Carabobo, La Puerta, Aragua, Maturín, Magueyes, Urica, La Mesa,
Chiribital, Bendición, Guaicara, Quebrada-honda, Alacranes, Juncal, San Félix,
Mata de Miel, Achaguas, Calabozo, Misión de abajo, Oriza, Sombrero, Enea,
Negritos, Ortiz, Cañafístolo, Beatriz, Rincón de los Toros, Queseras de el
medio, Mantecal, Llano de Carácas, Gámeza, Bonza, Pantano de Várgas, Boyacá,
Magdalena, Mucuchíes, Quilcacé, Bomboná, Taindalá, Pasto, Ibarra y Catambuco
etc.
En su gesta, supo granjearse la
amistad y el respeto de los generales José Antonio Páez y José Tadeo Monagas,
bajo cuyos comando sirvió en su tiempo, ganándose por su valentía y lealtad la
confianza. También gozó del aprecio y el respeto de los generales Simón
Bolívar, José Antonio Anzoátegui y Carlos Soublette, en la famosa marcha del
Casanare a Cundinamarca a través de los Andes.
En 1819, unido a las fuerzas del
general José Antonio Páez, se encontró en la inmortal jornada de las Queseras
del Medio y fue tal su faena en este sublime duelo, que el general Páez le
obsequió su caballo y un trabuco y fue ascendido a teniente coronel,
concediéndole al mismo tiempo la Cruz de los Libertadores de Venezuela. Sin
embargo el mayor aporte de Infante a la causa independentista, la realizó en
1818 en el Rincón de los Toros, en jurisdicción de San José de Tiznados, cerca
de Calabozo, cuando en una acción sorpresiva ejecutada por los españoles,
Bolívar estuvo a punto de ser asesinado en ese sitio; pero en medio de la
confusión de las tropas rebeldes, Infante eliminó al coronel Raimundo López,
que comandaba la fuerza enemiga y enseguida dio a Bolívar su caballo para que se
salvara, exponiéndose él a ser asesinado.
El coronel Leonardo infante escogió
como su residencia a un suburbio de Santa Fe de Bogotá, cercano a un barrio
llamado San Victorino. Era un sórdido lugar de taguaras, lupanares y fritangas;
visitados a veces por individualidades que bajo la ingesta alcohólica se
armaban peleas callejeras. Estos lugares era frecuentado por el coronel
Infante; quien con sable encima se paseaba toscamente y algunas veces con
algunos palos encima narraba con fluidez a quienes se le acercaban; como lo señalaremos
más adelante, algunas anécdotas del general Francisco de Paula Santander;
llamado por sus coterráneos “el hombre de las leyes”, que lo dejaban muy mal
parado, en medio del fragor de algunas de las batallas que participo junto a
él. Estos corrillos llegaban con cierta frecuencia a oídos de Santander, lo que
fue despertando un particular rencor hacia el venezolano.
Decíamos que el coronel Infante
visitaba al barrio San Victoriano y con especial interés a una casa de
lenocinio habitada por Carmen Espejo y su hija Marcela Espejo; que además de
vender bebidas espirituosas, preparaba platos de comida para sus mas asiduos
visitantes. Infante cortejaba tanto a la madre como a la hija. Con similares
intensiones hacia sus visitas esporádicas el teniente venezolano Francisco
Perdomo, conocido por Infante y a quien no miraba con buenos ojos. Una noche en
una de las tantas visitas a la casa de la Sra. Carmen Espejo, coincide con la
llegada del teniente Perdomo, en esta oportunidad Infante estaba acompañado de
uno de sus inseparables amigos llamado Jacinto Riera. Hubo entre aquellos dos
militares un escarceo verbal que obligó a Perdomo a abandonar el lugar bajo la
conseja de una de las damas presentes. Sino lo hizo a la carrera lo hizo a paso
rápido. Este acontecimiento se dio el día 23 de julio de 1824; al día siguiente
localizan el cadáver en las aguas del río San Francisco e inmediatamente fue
detenido el Coronel Infante. Sin adelantarnos en las interioridades del juicio
plagado de inconsistencias; podemos observar la presencia de dos elementos que
debieron tomarse en cuenta. Primero que el teniente Perdomo, sino salió
corriendo lo hizo a pasa ligero; mal puede pensarse que fuese alcanzado por
Infante quien sufría de una cojera vitalicia y solo caminaba a duras penas
ayudado por un bordón; también hay que agregar que fue detenido y luego dado en
libertad su fiel acompañante para esa noche Jacinto Riera, que bajo juramento
señalo que no sabía nada del asesinato de Francisco Perdomo. Su juicio y
condena se dieron con celeridad gracias a las gestiones de Santander quien veía
en el oficial la oportunidad para dar un castigo ejemplar a sus enemigos
políticos y a aquellos militares que abusaran de sus privilegios. En el proceso
Santander violó varios procedimientos y leyes.
De todas formas este asesinato le cayó a Santander como anillo al dedo para incriminar a como diera lugar al militar
venezolano. Fueron llamadas a declarar tanto Carmen como Marcela Infante;
quienes se limitaron a narrar, primero la presencia del coronel y luego el
encontronazo verbal con el teniente Perdomo, luego la retirada del lugar de
este ultimo. También fue llamado Jacinto Riera, señaló que era testigo de la
presencia de los dos militares y de la retirada apresurada de Perdomo. Pero que
nada tenía que ver con el asesinato. Fue liberado sin hacérsele ningún cargo.
Ya para el 10 de agosto de 1824,
habían transcurrido 21 días; se conoce la sentencia a muerte. Sin testimonios
fehacientes, sin pruebas y en todo momento el inculpado negando la autoría del
crimen; que lo sostuvo hasta en los momentos que era fusilado. Veamos como
estaba compuesto los jueces. El doctor Miguel Peña Presidente de la Alta Corte
de Justicia, venezolano y conocido jurisconsulto; dice en su defensa posterior
en el Senado, que la votación por parte de los tres ministros y de los dos
jueces militares, tuvo el resultado siguiente: Coronel Encinoso por la
absolución; Doctor Azuero a muerte, Coronel Obando a muerte, Doctor Restrepo a
degradación y diez años de presidio. Doctor Peña, absolución.
La votación como acabamos de observar
resulto un empate. El voto del Doctor Restrepo fue considerado como de vida.
Quienes se empecinaban por la muerte no lo consideraban así, planteándose una
controversia jurídica, que tuvo como salida el nombramiento de un Conjuez, que
lo fue el Doctor José Joaquin Gori, quien se pronuncio por la muerte.
En este juicio hubo mucha premura y
sobre todo a la posición cerrada desde un comienzo de los doctores Francisco
Soto y Vicente Azuero; quienes obedeciendo las órdenes del mismísimo “hombre de
las leyes” pedían la pena capital para el indiciado a grito pelao. Esta
ligereza en aplicar “justicia” les permitieron cometer algunos errores, entre
ellos, la violación a un reglamento de San Felix por tratarse de un Coronel, se
exigía la presencia de dos Generales, requisito que pasaron por alto en el
Consejo de Guerra. Esta falla al ser impugnada por el Doctor Peña, permitió la
nulidad del proceso, que fue devuelta al Comandante General, procediéndose a
superar esta anomalía con el nombramiento de los Generales Federido Eben y Jose
Miguel Pey; quienes se pronunciaron por la pena de muerte. Así de sencillo.
El Doctor Peña como presidente de la
Alta Corte, mantuvo la invalidez de la sentencia, por considerar que lo que
había existido era una pluralidad relativa, debiendo ser por simple mayoría, y
no por pluralidad absoluta que requiere de la mitad mas uno de los votos, según
el articulo 19 de la Ley de Tribunales y el 188 de la Constitución Nacional.
Debido a esto se negó a firmar.
Los abogados Soto y Azuero que tenían
entre ceja y ceja que Infante debía ser fusilado, no se sabe por ignorancia o
ante la presión de Santander, mezclaron leyes y disposiciones de la Colonia
Española a la que acabábamos de dejar atrás, con normas de la naciente
República de 1821. Una ensalada legal, de donde se agarró el Doctor Peña para
no firmar la sentencia, la cual estaba obligado a firmar.
Todo este enmarañado proceso agarró rumbo cuando la Alta Corte de Justicia, ratificó la sentencia del Consejo de
Guerra de Oficiales Generales, disponiendo para el día 22 de marzo de 1825,
fecha para cumplir la sentencia acordada el día 11 de noviembre de 1824, y dar
traslado del auto al comandante General del Departamento para la ejecución
inmediata del condenado.
Durante los días de prisión logró conocer a una joven que visitaba a un familiar que cumplía condena en la
cárcel, llamada Dolores Caycedo con quien contrajo matrimonio. Finalmente llegó para Infante el 26 de marzo de 1825. Santa Fe de Bogotá estaba acostumbraba a
este tipo de espectáculos; o bien salía a la calle para ver el paso del
condenado o a observar en hurtadillas desde los balcones. El Coronel Leonardo
Infante durante el trayecto dio muestras de su pasmosa sangre fría; al observar
a un grupo que se aglomeraba a su paso, dijo a sus guardianes:
“Ahora me acuerdo que hace cinco años
entré triunfante por estas calles y aquí voy para el suplicio”
Ya en la plaza frente al cadalso, alzó la voz y mirando hacia el palacio de gobierno dijo:
“Este es el pago que se me da. Quien
lo hubiera sabido. Dicen que Infante, está aborrecido de la ciudad de Santa Fe;
levante alguno la mano y diga en que lo ofendí: Yo voy al suplicio por mis
pecados y porque soy un hombre guerrero, pero no por haber matado a Perdomo. Soy
el primero, mas otro seguirá detrás de mi”
En el patíbulo, se dirigió al
Comandante General y le pidió indirectamente que cuidara a su esposa. Luego
solicitó al confesor que le fuera permitido dar la voz de fuego a la escolta.
El religioso le replicó que debía morir con humildad, a lo que Infante le
replicó:
“Yo no me mando a quitar la vida, sino
que ya lo tienen así mandado. Yo solamente mando la ejecución”
En ese momento se le acercó el General
Barón de Eben y descubriéndolo le dio un saludo respetuoso de despedida.
Infante que no se quedaba con nada le
señaló:
“Señor General en la otra vida nos
veremos…..”
Fue denegada su petición de recibir la
descarga de pie. En esos postreros momentos solo ratificó lo que siempre había
repetido:
“Infante muere, pero no por la muerte
de Perdomo”
A paso seguido se oyó el tronar de las
balas que acabaron con la vida de tan valeroso prócer.
Cuentan los testigos presenciales de
aquel crimen que “el hombre de las leyes” le temió a la lengua viperina del
Coronel Infante hasta en los momentos mismos de su muerte. Don Jose Manuel
Groot, fue testigo de los momentos cuando al sentenciado pasaba frente a la
casa de Gobierno. Santander se hallaba ubicado detrás de las vidrieras de su
gabinete; al acercarse Infante que paseaba la mirada por el sitio, dice Groote
que se retiró unos pasos detrás, temiendo que Infante le lanzara alguna
ametralladora verbal de la que acostumbraba cuando estaba bajo los efectos de
los tragos en los suburbios que visitara en Santa Fe de Bogotá.
Una vez cumplida la ejecución, el
Vicepresidente Santander, guapo y apoyado, salió a la plaza y allí frente al
cadáver inerme, se tiró su discurso, dice Groot:
“Soldados esas armas que os ha
confiado la República no son para que la empleéis con el ciudadano pacífico, ni
para atropellar las leyes, son para que defendáis su independencia y libertad,
para que protejáis a vuestros conciudadanos y sostengáis invulnerables las
leyes que ha establecido la Nación, Si os desviáis de esa senda, contad con el
castigo, cualquiera que sean vuestros servicios” . Mayor ignominia de discurso
cuando sabemos que para condenar al Coronel Infante los seguidores de Santander,
Soto y Azuero, mezclaron leyes y disposiciones de la colonia española para
lograr la sentencia.
Antes de estas palabras había
sentenciado:
“Mientras el coronel Infante empleó su
espada contra los enemigos de la República y la sirvió con fidelidad y
bizarría, el Gobierno lo colmó de honores y recompensas; pero la Ley descargó sobre él todo su vigor, el día en que, olvidando sus deberes, sacrificó alevosamente a un ciudadano, oficial también de la República”.
La expresión alevosamente señalada en
su discurso fue la mas errática, que hasta el mismo Don José Manuel Groot,
cercano a Santander y compañero de francachelas y tertulias dice que lo
señalado por Santander debe considerarse como fruto de la emoción que lo
embargaba en esos momentos, puesto que el Vicepresidente mal podría calificar
de esta forma el crimen de infante, ya que no hubo un solo testigo presencial
del delito. Así lo escribe Groot. Ya eso de calificar a Santander de “hombre de
las leyes” es un error histórico; mal puede un hombre de leyes prestarse para
un asesinato y luego hacer estos señalamientos.
Ahora sí veamos que los resentimientos
de Santander no eran nada gratuitos. Al “hombre de las leyes” le llegaba a
diario informaciones de las burlas y ofensas que el Coronel Infante hacia de su
personalidad. Cuentan que en la campaña de los Llanos Orientales, Infante quiso
que el “hombre de las leyes” montara un potro cerrero que aquel terminaba de
cabalgar, a sabiendas que su jefe no era un avezado amansador de caballos.
Santander se negó, pero Infante se solazó permitiendo que este quedara mal ante
las tropas que estaban presentes.
El 18 de septiembre de 1819 cuando se
celebraba el triunfo de los patriotas en Santa Fe, hizo alusiones despectivas
frente a oficiales y soldados de Santander, diciendo que era un cobarde y que
en las batallas de Pantano de Vargas y el Puente de Boyaca, en medio de las
batallas no se le arrimaba a la candela. Cuentan algunos cronistas y el mismo
Infante fue testigo presencial y lo decía en voz alta ….que en pleno apogeo de
la batalla de Boyacá vio cuando Santander se apeó del caballo y se ocultó debajo de un puente para seguir de vista la batalla campal, fue en esos
momentos que fue sorprendido por Infante y halándolo por la solapa lo increpó,
diciéndole…!ven y gánate como nosotros las charreteras!.
Vayamos ahora con el Dr. Miguel Peña,
donde la negación de firmar la condena de infante le trajo consecuencias
funestas; al ser acusado por el senado de la República de “culpable de una
conducta manifiestamente contraria a los deberes de un empleo”. La Corporación
condenó al jurista a la pérdida de su cargo por un año, durante el cual debería
pagar el sueldo de su reemplazo. Ante esta aberración jurídica, donde estaba la
sombra del “hombre de las leyes” el Dr. Peña solo sentenció: “Al decretar mi
suspensión por un año se ha dado un paso constitucional cuya política, en mi
opinión, es muy perjudicial a la República y podría tal vez ser origen de
facciones que llegasen algún día a turbar la paz pública”. Para Peña este era
un simple alegato, esta sería perpetua; señaló. No le quedaba otra alternativa
sino viajar a Venezuela y con la aflicción por la muerte de Infante y el
tratamiento que el santanderismo le dio; se une a Paéz que estaba en los pasos
de la disolución de la Gran Colombia. Recordemos que para esa fecha existe una
división; pues algunas de ellas apoyan las posiciones separatistas de Paéz y
otros permanecen fieles a la Gran Colombia.
La misma mano que permitió que el
Doctor Miguel Peña le tocara abandonar a Santa Fe, esa misma mano se
confabuló para acusar ya en nuestro país a Peña, hombre probo y de reconocidos
méritos profesionales fue acusado de apropiarse de un monto que lucía ridículo,
cuando se le encomendó la conducción de una remesa de onzas de a $ 16,oo que el
fueron abonadas a $ 18,oo. Según ellos se había apropiado de la diferencia osea
de $ 2,oo. Nada de esto se comprobó. Todo era una vil maniobra para
neutralizarlo en su participación de la separación de la Gran Colombia. Como
podemos apreciar; cómo el fusilamiento del Coronel infante, llega a tener
repercusiones en esta histórica desmembración..
Hay una anécdota, de Santander que
viene al caso señalarla. Cuando Camilo Torres prócer civil de la independencia
lo calificó de cobarde. Ya habiéndose iniciado la Campaña Admirable en 1813, el
ejército a mando del General Bolívar sale de Cúcuta, pasa por San Cristóbal
llega a las alturas del Zumbador para luego bajar hasta Seboruco, allí hace
contacto con los lugareños que le hacen saber lo difícil de la travesía; sin
provisiones, sin ropas apropiadas y a través de montañas inhóspitas. Decidió,Santander, regresar sin hacer mayores comentarios a Cúcuta donde era nativo. Este
personaje guarda muchas similitudes con Alvaro Uribe un ex presidente
colombiano, que luego de dejar la primera magistratura señaló sin ataduras “que
le faltó tiempo para invadir a Venezuela”. Alguien dijo por ahí que lo que le
faltó fueron bolas…La historia se repite, aunque Barack Obama no le gusta que
el hablen de historia.
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