Félix
Rubén García Sarmiento, como fue bautizado, nació el 18
de Enero de 1867, en el pequeño poblado de Metapa, hoy conocido como
Ciudad Darío en su honor, ubicado en el departamento de Matagalpa al
Norte del país.
Se dice que el "Darío" lo adoptó debido a que era el
nombre de su tatarabuelo, cuyos hijos e hijas eran conocidos como los y las Darío. El
nombre llegó a ser tan popular que su bisabuela paterna lo utilizaba como apellido, lo
mismo que su bisnieto, el padre de Rubén: Manuel Darío.
Desde muy pequeño se fue a vivir con su tía a la ciudad de León, y
muy pronto mostró su genialidad, pues aprendió a leer a los tres
años, teniendo famosas obras literarias como lecturas predilectas, consideradas muy
complejas para su edad (Las Mil y Una Noches, Don Quijote de la Mancha, e incluso La Biblia).
Además escribía numerosos versos para celebraciones regionales, y antes de sus
13 años, algunos fueron publicados en un periódico de la ciudad de Rivas
llamado “El Termómetro”. Desde entonces, comenzó a ser
conocido como “el poeta niño” en toda Nicaragua, y poco a poco en el
resto de los países de la región centroamericana. A los 14 años se
le invitó a participar en la redacción de un periódico llamado
“La Verdad”, que era de oposición al gobierno de la época.
Debido a todo el reconocimiento alcanzado como “poeta niño”, algunos
miembros liberales del Congreso Nacional sometieron a aprobación de su presidente una
beca para mandarlo a estudiar en Europa, pero cuando en una fiesta celebrada en el Palacio
Presidencial Rubén fue invitado para declamar sus versos, fue rechazado por el presidente
Pedro Joaquín Chamorro, quien le dijo: “Hijo mío, si así
escribes ahora contra la religión de tus padres y de tu patria,
¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas peores?”.
En lugar de Europa, se le propuso estudiar en la ciudad de Granada, pero Rubén terminó
rechazando la oferta para no ofender a su pueblo adoptivo, León, debido a la antigua
rivalidad política entre ambas ciudades. Así, Rubén
resolvió seguir estudiando en el Instituto Leonés de Occidente.
En sus viajes a Managua, y siendo protegido por los miembros del Congreso
pertenecientes al partido Liberal, conoció a grandes personajes de intelecto
que le ayudaron a conseguir un trabajo en la Biblioteca Nacional, lo que le
abrió las puertas para conocer más sobre la literatura castellana.
Y así se quedó en Managua colaborando con su labor periodística
en los diarios “El Ferrocarril” y “El Porvenir”. En
esta ciudad conoció a Rosario Emelina Murillo, con quien se casaría
varios años después.
En 1882, cuando tenía 15 años, fue presentado al entonces presidente de El
Salvador, Rafael Zaldívar, quien lo acogió en su país gracias a su
evidente talento y potencial, y donde, aunque por poco tiempo, gozó de mucha fama y
celebridad. Sin embargo, perdió el apoyo gubernamental, sufrió de viruela y
regresó finalmente a Nicaragua para establecerse en Managua, donde empezó a
trabajar en la secretaría presidencial. Además retomó su
relación con Rosario Emelina Murillo, a quien en uno de sus poemas llamó
“garza morena”, y la que le provocó una desilusión amorosa
que lo llevó a irse del país.
En 1896, a los 19 años, partió hacia Chile, y con la ayuda de algunos amigos y
del poeta y general salvadoreño Juan Cañas, se estableció en
Valparaíso, donde gracias a sus cartas de recomendación recibió la
protección y ayuda del escritor Eduardo Poirier. Logró para la
época que el diario local “El Mercurio” publicara un escrito sobre la
muerte del historiador y político chileno Benjamín Vicuña Mackenna,
que había redactado apenas desembarcó en Valparaiso. Tiempo
después, gracias a las influencias de Poirier, se trasladó a la ciudad de
Santiago, donde se integró en la redacción del diario “La
Época”, lo que dio paso a su incorporación a la joven
intelectualidad de esa ciudad. Sin embargo, aunque entre la aristocracia tuvo que aguantar
humillaciones y desprecios debido a su poco refinamiento, se hizo muy amigo del hijo del entonces
presidente de la república, Pedro Balmaceda Toro, quien lo introdujo a la literatura
francesa y le dio su total apoyo desde el momento en que lo conoció. En 1887, gracias a
él y a Manuel Rodríguez Mendoza, Rubén pudo publicar por primera
vez su libro “Abrojos”.
Hasta antes de eso, Rubén Darío ya había intentado publicar en dos
ocasiones unos libros que no vieron la luz en el momento en que él lo esperaba. En el
caso del primero, su publicación tuvo que esperar 50 años después
de su muerte.
En 1888, con la ayuda de sus protectores, publicó la primera edición de su
gran obra titulada “Azul”, que se convirtió en el punto de partida
para el cambio en la literatura castellana de la época. Rubén Darío
nunca había estado en Europa, pero su libro llegó al viejo mundo, hasta las
manos del crítico literario español Juan Valera, quien publicó en
el diario madrileño “El Imparcial” unas cartas dirigidas al poeta, en
las que lo reconoce como "un prosista y un poeta de talento". Este
reconocimiento aportó en grande a la fama del poeta nicaragüense, pues
también fueron publicadas en la prensa chilena y en la de otros países
latinoamericanos.
Para entonces estaba trabajando por influencias del poeta Eduardo de la Barra, como redactor en
“El Heraldo”, un diario comercial y político de
Valparaíso, del que fue despedido por estar sobre-calificado para escribir en
éste. Al quedarse sin puesto de trabajo y entregado a una vida de fiestas e
“inquirida bohemia”, como él mismo asegura en su
autobiografía, llegaron tiempos de escasez que le hicieron contemplar un posible regreso
a su tierra. Sin embargo, antes de embarcarse para Nicaragua, en 1889 conoció a quien se
convertiría en un gran amigo y protector: José Victoriano Lastarria, escritor
y político chileno que junto al General Mitre, poeta y militar argentino, le
ayudó a conseguir un nuevo trabajo, al mismo tiempo que alcanzaba uno de sus mayores
deseos: ser corresponsal del diario de mayor difusión de la época:
“La Nación” de Bueno Aires.
Poco después regresó a Nicaragua, donde fue recibido en León con
gran alegría y admiración, aunque sólo se quedó un
tiempo breve, pues partió hacia El Salvador, donde fue nombrado director del diario
“La Unión”, cuyo nombre hacía alusión a la
unificación de los países centroamericanos, causa de la que el presidente
salvadoreño de entonces, General Francisco Menéndez, era activo promotor. En
este trabajo conoció a muchos personajes de la política y literatura de la
época, sin dejar atrás su trabajo como corresponsal del diario argentino.
El 22 de Junio de 1890 contrajo matrimonio con Rafaela Contreras, hija del famoso orador
hondureño Álvaro Contreras. Al día siguiente de su boda se produjo
un golpe de Estado contra el entonces presidente salvadoreño, que fue dirigido por el
General Carlos Basilio Ezeta, quien había sido uno de los invitados a su ceremonia de
boda. Tras los acontecimientos, Darío se marchó solo rumbo a Guatemala, donde
después de una charla con el presidente Manuel Lisandro Barillas, publicó en
el diario “El Imparcial” un artículo con el título de
“Historia Negra”, en el que condenaba la traición recién
ocurrida. Este artículo también fue publicado en “La
Nación”.
En 1890, por disposición presidencial se le encargó la dirección y
propiedad del diario “El Correo de la Tarde”, que seis meses después
cesó sus publicaciones tras perder el respaldo económico del gobierno. Sin
embargo, su trabajo ahí le sirvió para conocer gente y hacer buenos contactos;
y acabada su labor se dirigió junto a su esposa hacia Costa Rica, donde además
de colaborar en varios diarios, el 21 de Noviembre de 1891 nació su primer hijo:
Rubén Darío Contreras. Para entonces, él y su familia pasaban por
una etapa económica incierta, por lo que decidió regresar a Guatemala para
buscar alternativas, dejando a su esposa e hijo.
En 1892, siendo una figura nacional, el gobierno de Nicaragua lo envió a
España para asistir a la celebración del Cuarto Centenario del descubrimiento
de América. Durante su viaje en barco hizo escala en La Habana, Cuba, donde
conoció a famosos escritores de la época como Julián del Casal,
Aniceto Valdivia y Raoul Cay. Después, siguió su viaje hacia
España, y una vez ahí se estableció en Madrid, donde tuvo la
oportunidad de socializar con poetas, novelistas, eruditos y políticos de renombre. En
Noviembre de ese mismo año regresó a Nicaragua. En su viaje, hizo una breve
parada por Colombia, en donde con ayuda de Rafael Núñez tuvo la oportunidad de
contactar a Miguel Antonio Caro, entonces presidente, para ver las posibilidades de ocupar el puesto
de cónsul en España, sabiendo que en Nicaragua no iba a tener muchas
más oportunidades.
Estando en su país, como era de esperarse, no encontró gran apoyo
gubernamental y además recibió una noticia dolorosa: un telegrama proveniente
de San Salvador en el que se le anunciaba la gravedad de su esposa, y poco tiempo
después, la confirmación de su muerte, en Enero de 1893. El poeta no pudo
dirigirse a El Salvador, por rencores con el General Ezeta, y así su hijo
quedó en manos de su cuñada y su esposo, quienes se encargaron de su
educación. Toda la situación le llevó al alcoholismo.
Poco tiempo después, Rubén regresó nuevamente a sostener una
relación con Rosario Emelina Murillo, cuya familia le obligó a casarse. En
Abril de ese año, viajó a Panamá, donde recibió la
noticia de que el presidente colombiano, Miguel Antonio Caro, lo había nombrado
cónsul honorífico en Buenos Aires. Esto, junto a su trabajo como corresponsal
de “La Nación”, le permitió viajar por diferentes partes
del mundo: en Nueva York conoció al poeta cubano José Martí, y en
París sufrió el desencanto de la ciudad que tanto anhelaba conocer y de sus
admirados autores: Verlaine y Moreas, por mostrar poco interés en el poeta.
En 1894 regresó a América, para residir un tiempo en Buenos Aires, desde donde
junto al oriundo Leopoldo Lugones y el boliviano Ricardo Jaimes Freyre, lideró el
Movimiento Modernista. En el diario publicó artículos sobre los escritores que
él había conocido y leído, y había considerado raros. Su
obra “Los Raros” está inspirada en ellos.
En Buenos Aires, mientras su esposa estaba en Panamá, Rubén llevaba una vida
de fiestas, pues su trabajo era “honorífico” y le exigía
poco. En Octubre de 1895, tras la muerte de Rafael Núñez, el gobierno
colombiano suspendió su consulado en esta ciudad, pero sus amigos le ofrecieron la
oportunidad de colaborar con los diarios “La Tribuna”, “La
Prensa” y “El Tiempo”, mientras su trabajo como corresponsal de
“La Nación” continuaba siendo su principal fuente de ingresos. Sin
embargo, no le era suficiente, y el ya famoso poeta consiguió trabajo como secretario
personal de Carlos Carlés, director de “Correos y
Telégrafos”. No obstante, siguió produciendo obras, y en 1896, con
la aportación económica del dueño del diario “El
Tiempo”, Carlos Vega Belgrano, publicó “Prosas Profanas”,
una de las obras máximas del Modernismo literario, por utilizar elementos
sintácticos sin nexos formales, enriquecer el vocabulario con préstamos del
francés y empleo de neologismos, anglicismos, arcaísmos y otros recursos
innovadores.
En varias ocasiones, Rubén pidió al gobierno de Nicaragua que le enviase a
Europa con un cargo diplomático, pero sólo logró el viaje hasta
1898, cuando el diario “La Nación” lo envió como
corresponsal en Madrid, España, para informar sobre la situación ocurrida
entre ese país y Estados Unidos.
Llegó nuevamente a Europa el 3 de Diciembre de 1898. Donde en Madrid, poco tiempo
después, en1899, conoció en Casa de Campo a Francisca Sánchez, una
campesina analfabeta, quien fue una gran inspiración para el poeta, además de
convertirse en la compañera de sus últimos años de vida.
Ahí también logró bastante aceptación entre los
jóvenes que defendían el Movimiento Modernista, pudiéndoles
inculcar la libertad intelectual y el personalismo artístico. Entre éstos
estaban Juan Ramón Jiménez, Ramón María del
Valle-Inclán y Jacinto Benavente.
Gracias a su trabajo como corresponsal, Darío pudo conocer y escribir sobre
acontecimientos de la época que sucedían en diferentes países
europeos a los que viajó. En muchos casos, sus impresiones quedaron plasmadas en algunos
libros, tal como “España Contemporánea” y
“Peregrinaciones”.
A partir de 1900 se estableció en París y logró cierta estabilidad.
En 1901 publicó la segunda edición de “Prosas Profanas”.
Ese año, aún casado con Rosario Emelina Murillo, Francisca tuvo una hija del
poeta, que murió de viruela poco después del parto, sin que éste
llegara a conocerla. En 1903 fue nombrado cónsul de Nicaragua en esa ciudad, lo que le
trajo mejores condiciones económicas y le dio más oportunidades de viajar y
seguir conociendo reconocidos intelectuales. En esa época nació su segundo
hijo con Francisca, pero también murió a muy corta edad.
En 1905 regresó a España como representante del gobierno nicaragüense
en una delegación diplomática, y ahí publicó su libro
“Cantos de Vida y Esperanza”, probablemente una de sus más aclamadas
producciones. En 1907, volvió a Nicaragua para conseguir su divorcio de Rosario Murillo,
quien en repetidas ocasiones se había negado a dárselo a no ser que el poeta
le pagara una compensación económica superior a lo que éste
consideraba justa. Rubén decidió llevar el caso a los tribunales, pero no tuvo
éxito. Cuando quiso regresar a París se vio retrasado por causas
económicas, y después de varias gestiones, durante el gobierno de
José Santos Zelaya, fue enviado a Madrid como embajador. Sin embargo, cuando Zelaya fue
derrocado, Darío se vio obligado a renunciar a su cargo y volvió a
París para seguir escribiendo y publicando.
Para esta etapa de su vida, Rubén Darío sufría de los efectos del
alcoholismo, que le causaba repetidas crisis psicológicas y afectaciones a su salud
física y mental; tanto, que en 1910, estando en La Habana y bajo los efectos del alcohol,
intentó suicidarse.
En 1912 llevó a cabo una gira por varios países de Latinoamérica,
gracias a su trabajo como director de las revistas “Mundial” y
“Elegancias”, de los empresarios uruguayos Alfredo y Rubén Guido. Fue
en esta época que el poeta decidió escribir su autobiografía y
además publicó “Historia de mis libros”, donde se puede
conocer mejor su evolución literaria.
Después de esto, en 1913 partió nuevamente a París, haciendo escala
en Mallorca, donde aunque siguió escribiendo, su salud se vio nuevamente afectada por los
efectos del alcoholismo. En Enero de 1914 llegó a París, pero al estallar la
Primera Guerra Mundial decidió regresar a América para defender el pacifismo
para las naciones americanas, despidiéndose para siempre de Francisca.
A su regreso pasó por Nueva York y Guatemala, y el 7 de Enero de 1916 llegó a
León, su ciudad de infancia, donde menos de un mes después
falleció, luego de haber sido intervenido quirúrgicamente. Sus restos
están conservados en la Catedral de la ciudad de León, Nicaragua.
En la actualidad Rubén Darío es uno de los personajes más celebres
de la historia de Nicaragua; es el máximo representante de la grandeza literaria del
país, y trascendió fronteras ganándose el título de
“Padre del Modernismo”. Sus temas fueron siempre inspirados por sus precoces
sentimientos. Alcanzó la madurez como escritor al viajar por el mundo, conocer lo que
siempre soñó y desencantarse de eso que siempre añoró.
Sus numerosos viajes, su instinto erótico, sus repentinos enamoramientos, su libertad de
pensamiento, la tragedia de la muerte de su primera esposa, su refugio en el alcohol, junto con su
intelecto innato, lo convirtieron en lo que hoy representa.
Rubén Darío es recordado en toda Nicaragua; muchas calles, parques,
colegios y edificios llevan el nombre de este poeta, así como varios
museos y monumentos, que se han convertido en parte de una honra perpetua a
su vida y obra.
MÍA
Mía: así te llamas.
¿Qué más harmonía?
Mía: luz del día;
mía: rosas, llamas.
¡Qué aroma derramas
en el alma mía
si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo triste, tú triste...
¿No has de ser entonces
mía hasta la muerte?
DÍA DE DOLOR
¡Día de dolor,
aquel en que vuela para siempre el ángel
del primer amor!
aquel en que vuela para siempre el ángel
del primer amor!
VENUS
En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,
Como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
Que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
O que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
Triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
«¡Oh, reina rubia!, - díjele -, mi alma quiere dejar su crisálida
Y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
Y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
Y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.»
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.
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