De familia humilde, tiene que abandonar muy pronto la escuela para
ponerse a trabajar; aún así desarrolla su capacidad para la poesía
gracias a ser un gran lector de la poesía clásica española. Forma parte
de la tertulia literaria en Orihuela, donde conoce a Ramón Sijé y
establece con él una gran amistad.
A partir de 1930 comienza a publicar sus poesías en revistas como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante.
En la década de 1930 viaja a Madrid y colabora en distintas
publicaciones, estableciendo relación con los poetas de la época. A su
vuelta a Orihuela redacta Perito en Lunas, donde se refleja la influencia de los autores que lee en su infancia y los que conoce en su viaje a Madrid.
Ya establecido en Madrid, trabaja como redactor en el diccionario taurino de Cossío y en las Misiones pedagógicas de Alejandro Casona; colabora además en importantes revistas poéticas españolas. Escribe en estos años los poemas titulados El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más conocido El Rayo que no cesa (1936).
Ya establecido en Madrid, trabaja como redactor en el diccionario taurino de Cossío y en las Misiones pedagógicas de Alejandro Casona; colabora además en importantes revistas poéticas españolas. Escribe en estos años los poemas titulados El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más conocido El Rayo que no cesa (1936).
Toma parte muy activa en la Guerra Civil española, y al terminar ésta
intenta salir del país pero es detenido en la frontera con
Portugal. Condenado a pena de muerte, se le conmuta por la de treinta
años pero no llega a cumplirla porque muere de tuberculosis el 28 de
marzo de 1942 en la prisión de Alicante.
Durante la guerra compone Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) con un estilo que se conoció como “poesía de guerra”. En la cárcel acabó Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). En su obra se encuentran influencias de Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz.
Llamo a la juventud
Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve, ni es sangre, ni es juventud, ni relucen, ni florecen. Cuerpos que nacen vencidos, vencidos y grises mueren: vienen con la edad de un siglo, y son viejos cuando vienen.
Tristes guerras
Tristes guerras, si no es amor la empresa. Tristes, tristes.
Tristes armas, si no son las palabras. Tristes, tristes.
Tristes hombres, si no mueren de amores. Tristes, tristes.
Sentado sobre los muertos
Sentado sobre los muertos que se han callado en dos meses, beso zapatos vacíos y empuño rabiosamente la mano del corazón y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes y baje a la tierra y truene, eso pide mi garganta desde ahora y desde siempre.
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