Para qué sirve la historia, le preguntaron a Marc Bloch, historiador francés, y dicen que respondió: Yo no sé para qué servirá, pero a mí me entretiene. Y quizá pudiéramos decir lo mismo de otras disciplinas. Hoy, no pretendo sino que recordemos algunas de las cosas que ya han sido discutidas en eventos semejantes a este, o en el aula magnífica, nutritiva y prometedora de la universidad, o en la mesa de casa, o en cualquier otra parte que la vocación de cronista los haya llevado a preguntarse esas cosas que historiadores, antropólogos, humanistas, artistas suelen preguntarse.
Varios placeres, sensaciones y satisfacciones se me juntan ahorita para seguir inundándome mi impaciencia de docente universitario jubilado con este proyecto de universidación del cronista –estoy inventando la palabra, universidación–, experiencia que me interesó desde que la conocí, y en la que hasta hoy sigo participando, gracias a la invitación que me ha hecho esta universidad, especialmente a mis queridos amigos los profesores Alba González y Antonio Rivero, quien dejó escrito en su blog, en 2004: con esta experiencia me encontré con el lugar, con la memoria de mi pueblo.
Hace poco revelé en una entrevista que
como profesor de Antropología en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, y en diferentes conferencias y artículos, siempre defendí la idea de que el cronista dispone de una mística natural, de algo íntimo con lo que como ser humano está comprometido, pero siempre hace falta la profesionalización, más que por el título, por la enseñanza, las áreas metodológicas y técnicas y, algo muy importante, su propia satisfacción y la de su entorno.
Esto y algo más es lo que deseo abordar hoy, en la lectura de esta conferencia, que he dividido en dos partes: la lectura propiamente dicha y un espacio para preguntas, planteamientos de dudas, certezas, comentarios, sugerencias… Me gustaría que en esta segunda parte pudiésemos escuchar en este Primer Encuentro de Cronistas Universitarios –título prometedor, nutritivo, atinado y hermoso– a los cronistas que ya lo son y a quienes aspiran serlo.
El cronista es un oficiante de la historia, con una empatía especial con el tiempo de la cotidianidad y la cotidianidad del tiempo, del día a día propio y ajeno, del otro, de los otros, de mi comunidad y la de al lado, idea que he querido resumir en el título de esta charla Historiar todos los días.
Sabemos, además, que un cronista no puede escaparse del pasado, entre otras razones, porque trabaja siempre con recuerdos ajenos de la gente que le cuenta cosas; con fuentes históricas, con recuerdos propios cuando tuvo la suerte de ser testigo… Un cronista reconstruye lo que le contaron, y como historiador debe narrar y explicar el pasado… [Julio Villanueva Chang, http://www.letraslibres.com/…/apuntes-sobre-el-oficio-croni…]
Un cronista es –por convicción, definición, aspiraciones y oficio– un humanista, y es por eso que tiene que ver en su formación y práctica con la cultura. Esta idea vincula al cronista, en general, con las humanidades, que convocan a todas las disciplinas que tienen que ver con la condición del ser humano, su comportamiento, su desempeño en el arte, la religión, el lenguaje, la comunicación, la historia, la economía, es decir, la cultura y, lo vincula, en particular, con la antropología, que es, por definición, la ciencia de la cultura.
¿Por qué con la antropología y con la cultura? Por varias razones… Con la antropología porque 1) es la ciencia que estudia al Hombre; 2) porque la antropología se ocupa del estudio de los grupos humanos y de sus creaciones o cultura, tanto del pasado como del presente; 3) porque es la ciencia que trata de las afinidades y diferencias humanas (C. Kluckhohn, Mirror of man/Antropología, 1949, p. 2, Breviarios, FCE, México). (Alcina Franch, En torno a la antropología) y porque 4) la antropología es comparativa del Hombre como ser físico y cultural” (Ashely Montagu, La antropología y la naturaleza humana) Es decir, cuatro definiciones que ofrecen un perfil bastante acertado de lo que es la antropología, pues toman en cuenta la dimensión bio-psico-social del ser humano, además de su dimensión cultural, histórica y el método comparativo.
Y ¿por qué cultura? Porque: la “Cultura es la parte del ambiente hecha por el hombre” (M. Herskovits, El hombre y sus obras); porque la cultura “es la suma total de las normas de conducta aprendidas e integradas, características de los miembros de una sociedad y que por tanto no son resultado de la herencia biológica.” (Hoebel, E. Adamson, El hombre en el mundo primitivo) y porque La cultura incluye el “conjunto de formas y resultados de la actividad humana difundidos en el marco de alguna colectividad y que son resultado de la tradición, la imitación, el aprendizaje y la realización de modelos comunes.” (Antoanina Kloskowska, Cultura, ideología y sociedad)
Es decir, que estas definiciones de cultura incluyen la idea central de que es el ser humano el único hacedor de cultura, y, por tanto, el único hacedor de historia; que la cultura es herencia social y que forma parte de la educación como hecho esencial en la condición del ser humano, su comportamiento y su desempeño en sociedad.
Y estoy convencido, además, de que para garantizar el éxito de su trabajo, el cronista debe sumar a este marco conceptual el manejo de otros elementos como la humildad, la curiosidad, la pasión, la sensibilidad, el respeto, la objetividad…
La humildad, porque no deben ignorarse las propias limitaciones y debilidades tanto en el trabajo de campo como cuando escribe, conversa, charla, difunde su trabajo… La humildad me parece importante, además, porque como investigador, el cronista siempre va a ser visto como alguien superior, lo que le permite, entre otras cosas, ser vocero –y en muchas ocasiones, de hecho, lo es–, de las necesidades y aciertos de la comunidad de la que es cronista. Pero esa posición debe resguardarlo, además, de que la información que se le dé no sea distorsionada. La humildad, por otro lado, es garantía de confianza para el informante y para los lectores de su crónica, entre otros.
El otro elemento que me parece importante es la curiosidad, esa fuerza que nos lleva a indagar, buscar, satisfacer expectativas propias y ajenas… Cuando se activa la curiosidad, se activan también factores emocionales que hacen que se busque información para comprender determinadas situaciones, confirmar datos, etc. En este sentido la curiosidad está bastante cercana a la pasión… término con diferentes usos, pero que en esta lectura quiero entender como afición o inclinación muy fuerte hacia algo, porque existe una fuerza interna que nos mueve a hacerlo; un apetito y afición tanto de hacer las cosas como de darlas a conocer, compartirlas, pero nunca como fanatismo u obsesión…, aunque a veces la obsesión hace que uno se empecine en buscar información…
Muy vinculado a la curiosidad y a la pasión está una de las cosas más emocionantes en cualquier investigación y es lo que en metodología se denomina serendipity o serendipia, es decir, descubrir cosas que no se estaban buscando, y que pueden servir de complemento a lo que se está investigando o para otras investigaciones. Serendipia es algo así como tener suerte, de chiripa, de cachazo, o por casualidad…; es un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta.
Otro de los valores que veo elementales en el trabajo del cronista, y de cualquier investigación, es la sensibilidad, esa capacidad de sentir que tenemos los seres sensibles y animados tanto para percibir como para comprender el estado de ánimo, el modo de ser y de actuar de las personas, la naturaleza de las circunstancias y los ambientes, para actuar en beneficio de los demás. La sensibilidad, sin duda, es ese valor que nos hace humanos, pero sin confundirlo con sensiblería, que es una sensibilidad falsa o forzada.
El respeto, no en su acepción de miedo, temor o recelo, sino de consideración, de acatamiento, miramiento, deferencia, atención, consideración… por quien o quienes me proporcionaron –sin estar obligados a ello– materia prima para la investigación; es esa consideración hacia el informante, su tiempo; hacia el funcionario que me prestó su ayuda, y respeto a mí mismo, a mi propio entorno, familiar, personal, social…; respeto por el tiempo, las circunstancias y características personales de los miembros del equipo al que por cualquier razón se pertenece… En pocas palabras, podríamos decir que el respeto es ese valor que como humanos nos permite reconocer, aceptar, apreciar y valorar al prójimo, sus derechos y valores que es una manera de reconocer el valor propio y los derechos de los demás, y así se lucirá con iluminación propia y no con luces prestadas…
Una pauta que establece la historia oral, por ejemplo, y que tiene que ver con el oficio del cronista, es devolver siempre, como una forma de respeto, el trabajo final, cuando en su echura esté implicada –y por lo general siempre lo está–información que me fue suministrada. Esa devolución puede ser como libro, artículo en prensa, en revista, conferencia y afines, entrevista en la radio, la tv…, cualquier forma, porque no se trata sólo de rendir cuenta ante quienes, entre otras cosas, me dieron su tiempo, sus recuerdos, sus afectos, su sensibilidad, su respeto, su pasión para que yo nutriera mi investigación, sino por un asunto de respeto hacia mí mismo y, si me están pagando para que lo haga, mejor todavía… (A menos que seamos como esos políticos que trituran y chupan y nos devuelven el bagazo)
Y, finalmente, la objetividad, que en realidad, no es fácil definir, aunque palabras más, palabras menos, tenemos una idea de qué es, lo mismo que de la subjetividad… En principio, la objetividad pertenece al objeto mismo, independientemente de la manera de pensar o de sentir que pueda tener quien observe o considere; en la subjetividad, por el contrario, los intereses y deseos están influidos por las percepciones, argumentos, lenguaje y punto de vista del sujeto.
La pregunta inevitable: ¿se puede ser objetivo en humanidades?; o, dicho de otra manera: ¿qué tan objetivos podemos ser como historiadores?; porque pareciera como si se tratara de que uno no debería ni siquiera opinar sobre el sujeto u objeto de estudio que investigo, sobre el que escribo. En las ciencias exactas, por el contrario, se exige esa objetividad traducida en desarrollos matemáticos, fórmulas, planteamientos y afines, de modo que es acertada la frase de Julio Villanueva de que la objetividad es más para un Premio Nobel de Física que para un cronista … [Julio Villanueva Chang, http://www.letraslibres.com/…/apuntes-sobre-el-oficio-croni…]
Esto de la objetividad/subjetividad en humanidades es ciertamente un asunto engorroso, quizá por las críticas de académicos; para afrontarlo, no hay, que yo sepa, ninguna fórmula… ¿Qué hacer entonces? No lo sé… Lo que sí sé es que no es fácil congelar nuestras emociones, nuestras pasiones, nuestra sensibilidad, porque creo que entonces el resultado va a ser un pedazo de hielo…
¿Cómo he enfrentado este asunto? Pongo como ejemplo lo que hice cuando redacté el Diccionario de Cultura Popular… En él trabajé manifestaciones folklóricas, personajes, compositores, cantautores, agrupaciones musicales, artistas, investigadores, y sobre algunos encontré opiniones en contra y opiniones a favor… Encontré, por ejemplo, que se decía que tal cantante le había robado tal composición a tal compositor… ¿Qué hice?...; después de presentar al sujeto, informé que el problema había sido ventilado en la prensa, radio, tv, y citaba estas fuentes, y colocaba luego las opiniones a favor, las opiniones en contra y otras que hubiera. Así, informaba de un asunto que pertenece tanto a la historia del cantante como a la del compositor, e informaba, además, de la situación en que se habían visto involucrados…
Otro punto al que deseo referirme es qué tan importante es tal o cual asunto…, porque pareciera no ser lo mismo investigar, escribir, sobre un personaje considerado relevante, que hacerlo sobre mí mismo, o mi familia, o el Sr. Ochoa, que fue el magnífico bodeguero de mi infancia, o de Melba Pérez, nuestra reina en aquellos carnavales magníficos, o de Urbana Suárez, la bedel en el grupo escolar José Tomás González, donde cursé mi primaria, o la señora aquella que con una vela encendida auguraba cómo íbamos a salir en los exámenes, todo esto en Guama… Pero sabemos, por otro lado, que investigar, escribir sobre lo que se nos antoje no está vedado, en tanto se cumplan, creo, los parámetros básicos de la investigación y la buena escritura…
Probablemente, todo radique en el radio que abarque la historia del personaje, del evento, y a qué tanta gente deba o pueda llegar lo que se escriba… No tengo dudas de que hay una gradación en qué es digno de contarse y qué es digno callar; de lo relevante o no. En todo caso, es un asunto que continúa vigente, y que cada quien podrá resolver…
Recuerdo, por ejemplo, que hace unos cinco años me encontré con este asunto cuando escribí la historia de mi familia, y ¿cómo lo resolví?. En la Introducción a ese trabajo: En algunos libros encontré interesantes datos que me orientaron en la certeza de lo vetusto e importante del apellido de mi abuelo libanés, El-Khazen, antiguo, en efecto, pero, ¿importante? La verdad es que no lo sé, porque en realidad tampoco sé qué es lo que hace que algo sea importante. El Diccionario de la Lengua Española define importancia como Cualidad de lo importante, de lo que es muy conveniente o interesante, o de mucha entidad o consecuencia, o como representación de alguien por su dignidad o cualidades. Ante esta definición me quedé en babia… En todo caso, me parece que es el investigador quien establece la importancia de un personaje, de un evento…, por las bondades resultantes, por las acciones del personaje, por los beneficios privados o colectivos, por el impacto...
Es decir, que la solución que le di a ese asunto de la importancia fue totalmente subjetiva; o sea, hice que predominara lo que yo creía, por no decir, lo que me diera la real gana, como diría en uno de sus temas la magnífica cantaora Maruja Garrido…
Otra cosa, por supuesto, es cuando la historia que escribimos nos es solicitada con otro tipo de intereses, o que nosotros mismos decidimos que sea para exaltar a un personaje, un evento o afines; pero esto no es hacer historia sino adular, jalar…
Muy cerca de este asunto está este otro: ¿todo debe ir a la crónica que escribo?; ¿todo cuanto me dicen, me cuentan, me muestran… debe aparecer en el trabajo? No, creo que no, a menos que sea mi intención ponerlo todo o que tenga un permiso expreso y firmado, de quien me dio información llamémosla inconveniente, en varios niveles… Parte de esto ha sido previsto por el método histórico con aquello de que la información, el dato, cada fuente deben ser sometidos a lo que se conoce como crítica externa y crítica interna. La crítica interna analiza la información que se obtiene del objeto en sí mismo, trátese de documentos escritos o no; la crítica externa se ocupa de colocar al objeto en el contexto de su espacio y su tiempo.
Esto tiene estrecha relación con la heurística o indagación, recolección, descubrimiento de fuentes históricas, que es todo aquello que proporciona información, sin que en ese momento importe si las fuentes tienen algún límite para el cronista o si el cronista conoce algún límite para sus fuentes…. Recordemos que cuanto haya hecho el ser humano es fuente, de modo que la cultura es una gran fuente histórica…
Toda obra humana es fuente, en efecto, y el cronista decidirá qué tan útil le puede ser la información que contiene. Como Internet, esa gran biblioteca, esa tentación electrónica para investigar, que a pesar de contener cualquier cantidad de información, no siempre resulta útil, y será la curiosidad, la experiencia, la pasión, las ganas, la sensibilidad del investigador la que evalúe…, puesto que estas fuentes electrónicas también deben pasar por la crítica externa y la crítica interna.
Las lápidas, los nombres de las calles, obituarios en la prensa, placas conmemorativas, informes de cualquier tipo, discursos, diarios, prensa, placas personales, medallas, otros tipos de reconocimiento, tarjetas de bautizo, confirmación, bodas, nacimiento, cumplimiento de mes, cartas personales u oficiales, postales, testimonios orales, fotografías y un larguísimo etcétera pueblan de manera prodigiosa y prometedora el mundo del investigador…
El reconocido historiador Lucien Fevbre, quien funda en 1929 con Marc Bloch la Escuela de los Annales, criticaba desde entonces esa manía de los historiadores académicos, objetivos de que sus únicas fuentes son los documentos, y que muchos, hoy, siguen pensándolo. Fevbre afirmaba lo siguiente: Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los textos. Y no solamente los documentos de archivo a favor de los cuales se ha creado un privilegio [¬…] También un poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva y humana, saturados de pensamiento […]
La historia no sólo se escribe con textos, sostiene Fevbre, y complementa su afirmación con la necesidad de que la historia se vincule con otras disciplinas, y dice: el documento no es la única fuente histórica: toda realización que parta de la actividad del hombre tiene carácter de fuente, puesto que la historia `se edifica, sin exclusión, con todo lo que el ingenio de los hombres pueda inventar y combinar para suplir el silencio de los textos, los estragos del olvido…`. Esto significa que las fuentes no narrativas sirven al historiador –cualquier tipo de testimonio de la actividad humana–, así como sirven textos de otras disciplinas y no estrictamente históricos […] http://haciendohistoriaymemoria.blogspot.com/p/combates-por… Me parece clara la idea de que ese producto netamente humano que es la cultura, es una de las principales fuentes históricas de que dispone todo investigador tanto del pasado como del presente…
No hace falta decir que la fuente iconográfica suele ser muy particular, tanto por la imagen en sí, como por el mensaje que hay que desentrañar. Me ha ocurrido que un anillo de matrimonio, por ejemplo, es importante para ubicar a una persona en el antes y el después de que se casa, lo que podría permitir la identificación de la casa en la que vivió después de casada o casado, de manera que un árbol, un porrón, una planta, una cortina, un corte de cabello, un mueble, un cuadro, la dirección de una mirada, la indumentaria, zarcillos, un collar, cualquier adorno o su ausencia, son elementos que, interrogados, suelen proporcionar importante información, porque la fotografía no sólo contiene un recuerdo sino que es una manera de leer, de interpretar el momento de una persona, de un evento, de un paisaje... Y hay que ser observadores minuciosos porque las fotos de que disponemos por lo general fueron tomadas más para recordar que para documentar algo.
Y es que cuando se historian vidas, pueblos; cuando se trata de historiar todos los días, todo es significativo. En algunas de mis investigaciones he tenido que apartar cortinas para mirar dentro del cuarto, aguzar la audición para escuchar de qué se habla, afinar el olfato para que los olores transiten libremente por mis recuerdos, aumentar mi visión para mirar dentro de la mirada de alguien que me observa en blanco y negro, en sepia, o en color, para verles la ropa, los zapatos, las manos, la posición, la expresión; para mirar detalles en el jardín, para ver rasgos, cuadros en las paredes, adornos, detalles de detalles, que son tan importantes cuando se emprende una reconstrucción. Y vierto en la investigación todo cuanto me dijeron las fotos, las cartas y otros testimonios; todo cuanto recuerdan y recordaban otros; todo cuanto recuerdo.
Cuando escribía la historia de mi familia, apareció un conjunto de fotografías y mirando aquí, mirando allá, comparando a las personas y las cosas…, pude saber que se trataba de la celebración del segundo cumpleaños de mi hermana, en Guama, y pude fechar las fotografías… Fui ubicando a cada quien y pude entonces dedicar buenos párrafos describiendo el momento, amigos de la familia –de Guama, San Felipe, Barquisimeto–, y descubrí, inclusive, que los platos donde mi madre sirvió la torta y el quesillo en esa ocasión, aún están vivos en la alacena de la casa de uno de mis hermanos…
Con la información de las lápidas y los obituarios, por ejemplo, pueden establecerse redes de familia, vinculaciones de quien fallece y/o de su familia con empresas, otros establecimientos y otras personas, además, por supuesto, de información sobre templos, funerarias, que aún existen o que dejaron de existir… y, sin duda, de cuestiones demográficas…
Otra de las cosas a las que está obligado el cronista es a escribir bien, a cuidar que su escritura de la crónica sea atractiva, sin errores ortográficos, por supuesto, y sin esos puntos terribles que se colocan en las fechas como si fueran guacales de papa… Una crónica debe estar bien escrita, por favor, en español, castellano, en nuestro caso, que es la lengua que heredamos, nos guste o no… Una crónica bien escrita, dividida en los capítulos o partes que se crea conveniente, puede ser garantía no sólo de que más personas la leerán sino que en caso de que sea traducida la traducción se facilitará… El cronista, a pesar de que escriba sobre su propio entorno, que es, será, seguramente, el de sus lectores inmediatos, debe procurar una escritura que no sólo se lea, sino que sorprenda, porque el cronista presta su mirada para que lo cotidiano siga siendo cotidiano pero sorprendente…
Vemos, pues, cómo, la misión del cronista puede ser tan compleja como agradable.
Para finalizar, quiero referirme a algo que pudiera resultar incómodo…, me refiero a la utilidad del cronista… Creo que cualquier respuesta habría que buscarla en otra pregunta, a la que desde el principio de esta lectura, he ido dando respuesta: ¿qué utilidad tiene la crónica?… A esta pregunta se han dado, como debe ser, diferentes respuestas, pero no hay duda, en primer lugar, de que la crónica es necesaria puesto que registra hechos, eventos, situaciones, sucesos de todo tipo, narración de lo cotidiano y de lo antiguo, las tradiciones, costumbres y su historia, los comportamientos humanos, noticias sobre el patrimonio cultural local, las características y dinámica de la cultura, referido todo ello al ámbito en que trabaja el cronista. La crónica, en sí misma, es una fuente, en presente y en futuro, pues facilita la continuar escribiendo la historia del lugar de que se trate…
La crónica, sin duda, está emparentada con la microhistoria y es, junto con el cronista, un complemento y colaborador magníficos de la historia regional… A la crónica, además, no sólo deben ir a dar estos elementos sino también los ideales, las necesidades satisfechas o no de la comunidad, la localidad, la superación o no de metas, el estado de los ideales de la comunidad a la que se refiera.
Esto hace que saquemos al cronista de la ya obsoleta idea de que su labor es sólo escribir crónicas y ordenarlas cronológicamente, cosa que, por supuesto, no debe dejar de lado. En el fondo, creo que la importancia del cronista es la que él mismo decida que tiene, con fuerza y méritos propios y no con luces, como dirían en mi pueblo, emprestadas.
Y entonces, Para qué sirve la historia, y Marc Bloch respondió: Yo no sé para qué servirá, pero a mí me entretiene… Y antes de darle la palabra a este auditorio, me gustaría contar la siguiente anécdota… Rodrigo García Barcha, hijo de García Márquez y Mercedes Barcha, estudiaba cine en Londres, 1980. Como examen final de semiótica el profesor propuso que el gallo, personaje de El coronel no tiene quien le escriba, fuera partido en pedacitos y lo volvieran a armar, para descubrir significaciones simbólicas en el animal. Rodrigo llamó a Gabo y le preguntó qué significaba el gallo en la novela, y Gabo le respondió: Dile a tu profesor que el gallo es el gallo. Y que no joda. Cuando presentó el trabajo, Rodrigo dijo: Anoche, el autor me dijo que el gallo es el gallo. […] Que él, respetuosamente, sugiere otros temas. El profesor se indignó y rechazó el trabajo, argumentando que era imperdonable que el alumno presumiera de haber consultado en forma personal con el Premio Nobel. Entonces, Rodrigo […] tuvo que decir lo que nunca se le habría ocurrido: ¿Y por qué no puedo hablar con mi papá? Sólo entonces, sus compañeros de varios años, y las autoridades de la Universidad, supieron que ese Rodrigo García era hijo del mismísimo Gabriel García Márquez, Premio Nobel, y que nunca había hecho alarde de su condición. Eso es fineza. https://www.facebook.com/notes/pilar-samaniego/tres-an%C3%A9cdotas-de-gabriel-garc%C3%ADa-m%C3%A1rquez/10152064724376860/
Y si alguien anda buscando cronistas, que vengan aquí, a esta sala, hoy, o vayan a la UNEY, donde los están creando desde hace siete años en esa idea tan maravillosa, acertada, única en Venezuela, que es el Diplomado para la Formación de Cronistas “Gilberto Antolínez”, quizá el más grande homenaje que haya podido hacérsele a este humanista venezolano nacido en Yaracuy.
Tienen la palabra…
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