Uno de los proyectos que más
oposición generó en los grupos de poder estadounidenses fue el que preparaban
en 1825 Simón Bolívar y Guadalupe Victoria -presidente de México-, con el
objetivo de organizar una expedición que llevara la independencia a Cuba y
Puerto Rico. El presidente de los Estados Unidos en ese momento, John Quincy
Adams (1825-1829), y su secretario de Estado, Henry Clay, estaban convencidos
de que la independencia de Cuba y Puerto Rico afectaría sensiblemente los
intereses hegemónicos de Washington. Clay expresó al respecto:
“Si Cuba se declarase
independiente, el número y la composición de su población hacen improbable que
pudieran mantener su independencia. Semejante declaración prematura podría
producir una repetición de aquellas terribles escenas de que una isla vecina
fue desdichado teatro”.Evidentemente se estaba refiriendo a Haití. “Este país
–continuó Clay- prefiere que Cuba y Puerto Rico continúen dependiendo de
España. Este gobierno no desea ningún cambio político de la actual
situación”.[i]
La administración Adams-Clay de
inmediato dio una serie de pasos para evitar los proyectados planes de Colombia
y México. Primero, se comunicó por vía diplomática con los gobiernos de México
y Colombia para hacerles saber que los Estados Unidos no tolerarían cambio
alguno en la situación de Cuba y Puerto Rico. Segundo, intentó convencer a
España de que sólo haciendo la paz con sus colonias insurgentes y reconociendo
la independencia de México y Colombia se lograría que estas desistieran de sus
planes de invadir a Cuba. Tercero, trató de lograr una mediación de potencias
extranjeras para que estas influyeran en una decisión de Madrid de reconocer la
independencia de los países hispanoamericanos recién liberados. Clay escribió a
los ministros de los Estados Unidos en Rusia, Francia e Inglaterra enviándoles
instrucciones de que buscasen apoyo para aquel plan.
Entretanto, el primer ministro enviado
a México por los Estados Unidos, Joel R. Poinsett,[ii]se esforzaba cumpliendo
las estrictas instrucciones de su gobierno por evitar que avanzara el proyecto
de invasión a Cuba. Utilizó “los celos mexicanos respecto a Colombia”, e
informó a Clay que si estos “se cultivaban” seriamente, producirían los
resultados que Estados Unidos esperaba. Para ganar tiempo mientras Poinsett
continuaba realizando esta labor, el 20 de diciembre de 1825, Clay envió notas
idénticas a los gobiernos de México y Colombia pidiendo la suspensión por
tiempo limitado de la salida de la expedición hacia Cuba y Puerto Rico.
Ante la fuerte presión
diplomática estadounidense, los gobiernos de Bogotá y de México respondieron
que no se aceleraría operación alguna de gran magnitud contra las Antillas
españolas, hasta que la propuesta fuera sometida al juicio del Congreso
Anfictiónico de Panamá, a celebrarse en 1826.
El presidente estadounidense John
Quincy Adams llevó al órgano legislativo de su país la invitación –cursada por
Francisco de Paula Santander en contra de los deseos y la voluntad de Bolívar-
que había recibido el gobierno para participar en el Congreso Anfictiónico de
Panamá. El 18 de marzo de 1826, en su mensaje a los congresistas, destacó la
importancia de la presencia de Estados Unidos en el Congreso de Panamá para
evitar que prosperara cualquier plan en favor de la independencia de Cuba y
Puerto Rico:
“La invasión de ambas islas por
las fuerzas unidas de México y Colombia se halla abiertamente entre los
proyectos que se proponen llevar adelante en Panamá los Estados belicosos…De
allí que sea necesario mandar allí representantes que velen por los intereses
de los Estados Unidos respecto de Cuba y Puerto Rico. La liberación de las
islas significaría la liberación de la población negra esclava de las mismas y
una gravísima amenaza para los estados del sur. …todos nuestros esfuerzos se
dirigirán a mantener el estado de cosas existente, la tranquilidad de las islas
y la paz y seguridad de sus habitantes”. [iii]
El 26 de marzo de 1825, Henry
Clay, al cursar instrucciones a Joel Roberts Poinsett, amplió respecto a las
preocupaciones del gobierno de los Estados Unidos sobre la proyectada
expedición conjunta de Colombia y México:
“Caso de que la guerra se prolongue indefinidamente, ¿a qué
fin se dedicaran las armas de los nuevos Gobiernos? No es improbable que se
vuelvan hacia la conquista de Cuba y Puerto Rico y que, con esa mira, se
concierte una operación combinada entre las de Colombia y México. Los Estados
Unidos no pueden permanecer indiferentes ante semejante evolución. Su comercio,
su paz y su seguridad se hallan demasiado íntimamente relacionados con la
fortuna y la suerte de la isla de Cuba para que puedan mirar ningún cambio de
su condición y de sus relaciones políticas sin profunda alarma y cuidado. No
están dispuestos a intervenir en su estado real actual; pero no pueden
contemplar con indiferencia ningún cambio
que se realice con ese objeto. Por la posición que ocupa, Cuba domina el
Golfo de México y el valioso comercio de los Estados Unidos que necesariamente
tiene que pasar cerca de sus costas. En poder de España, sus puertos están
abiertos, sus cañones silenciosos e inofensivos y su posición garantizada por
los mutuos celos e intereses de las potencias marítimas de Europa. Bajo el
dominio de cualquiera de esas potencias que no sea España y, sobre todo, bajo
el de Gran Bretaña, los Estados Unidos tendrían justa causa de alarma. Tampoco
pueden contemplar ellos que ese dominio
pase a México o a Colombia sin sentir alguna aprehensión respecto al porvenir.
Ninguno de esos dos Estados tiene todavía, ni es posible que la adquieran
pronto, la fuerza marítima necesaria para conservar y proteger a Cuba, caso de
lograr su conquista. Los Estados Unidos no desean engrandecerse con la
adquisición de Cuba. Con todo, si dicha Isla hubiese de ser convertida en
dependencia de alguno de los Estados americanos sería imposible dejar de
aceptar que la ley de su posición proclama que debe ser agregada a los Estados
Unidos. Abundando en esos productos a que el suelo y el clima de México y de
Colombia se adaptan mejor, ninguna de ellas puede necesitarla, mientras que si
se considera ese aspecto de la cuestión, caso de que los Estados Unidos se
prestaran a las indicaciones de interés, Cuba sería para ellos particularmente
deseable. Si la población de Cuba fuera capaz de sostener su independencia y se
lanzase francamente a hacer una declaración de ella, quizás el interés real de
todas las partes sería que poseyese un gobierno propio independiente. Pero
entonces sería digno considerar si las potencias del continente americano no
harían mejor en garantizar esa independencia contra cualquier ataque europeo
dirigido contra su existencia. Sin embargo, lo que el presidente le ordena
hacer es acordarle una atención vigilante a cualquier paso relativo a Cuba y
averiguar los designios del gobierno de México con relación a ella. Y usted
queda autorizado para revelar francamente, si se hiciese necesario en el curso
de los acontecimientos, los sentimientos e intereses que se exponen en estas
instrucciones y que el pueblo de los Estados Unidos abriga con respecto a esa
isla”.[iv]
Después de meses de debate en el
Congreso de los Estados Unidos –en la Cámara la discusión duró cuatro meses, y
el Senado, en sesión secreta, trató el asunto en un período más breve- se
aprobó finalmente la participación en el Congreso de Panamá. Los representantes
de Washington al Congreso Anfictiónico de Panamá serían Richard C. Anderson y
John Sergeant, nombrados Enviados Extraordinarios y Ministros Plenipotenciarios
de los Estados Unidos cerca del Congreso de Panamá. Ninguno de los dos pudo
finalmente participar en los debates del Congreso, pues Anderson falleció
camino a Panamá y Sergeant, retrasado, solo logró unirse con los delegados en
México, donde formó con Joel R. Poinsett el equipo de negociadores de los
Estados Unidos. Ambos enviados del gobierno de Washington habían recibido
instrucciones claras de rechazar con vehemencia y fuertes amenazas el proyecto
colombo-mexicano de independizar a Cuba y Puerto Rico.
“Entre los asuntos que deben
llamar la consideración del Congreso no hay uno que tenga un interés tan
poderoso y tan dominante como el que se refiere a Cuba y Puerto Rico, pero en
particular al primero. La isla de Cuba, por su posición, por el número y el
carácter de su población, y por sus recursos enormes aunque casi desconocidos,
es en la actualidad el importante objeto que atrae la atención tanto de Europa
como de América. Ninguna potencia, ni aun España misma, tienen un interés más
profundo en su suerte futura, cualquiera que fuese, que Estados Unidos. …no
deseamos mudanza alguna en la posesión o condición política de aquella isla,…no
podemos ver con indiferencia que pasase de España a otra potencia europea.
Tampoco deseamos que se transfiera o anexe a alguno de los nuevos estados
americanos.
(…)
Las relaciones francas y
amistosas que siempre deseamos cultivar con las nuevas Repúblicas, exige que
ustedes expongan claramente y sin reserva, que Estados Unidos con la invasión a
Cuba tendría demasiado que perder para mirar con indiferencia una guerra de
invasión seguida de una manera desoladora, y para ver una raza de habitantes
peleando contra la otra, en apoyo de unos principios y con motivos que
necesariamente conducirán a los excesos más atroces cuando no a la
exterminación de una de las partes: la humanidad de Estados Unidos a favor del
más débil, que precisamente sería el que sufriese más, y el imperioso deber de
defenderse contra el contagio de ejemplos tan cercanos y peligrosos, le
obligaría a toda costa (aun a expensas de la amistad de Colombia y México) a
emplear todos los medios necesarios para su seguridad”. [v]
Es cierto que la abolición de la
esclavitud tendría cierto impacto subversivo para los estados esclavistas sureños
de la nación del Norte, pero la raíz del problema estaba en que de triunfar los
planes de Bolívar y de Guadalupe de Victoria de independizar a Cuba y Puerto
Rico, las ambiciones expansionistas de los Estados Unidos sobre estas islas
quedarían frustradas, o al menos se harían bien difíciles de acometer. También
existía el temor real en el gobierno de Washington de que Inglaterra se
aprovechara de cualquier situación de inestabilidad para imponer su poderío
naval y apoderarse de las islas, cuando los Estados Unidos aun no tenían
capacidad suficiente para enfrentársele. La anexión de Cuba y Puerto Rico es el
verdadero “interés más profundo” del que habla Clay en las instrucciones
trasmitidas a Anderson y Sergeant. Claro que, para enmascararlo, orienta bien a
sus enviados sobre las justificaciones que deben emplear a la hora de explicar
la conducta de los Estados Unidos en contra de la independencia de Cuba y
Puerto Rico.
A pesar de que los enviados de
Washington no participaron finalmente en las discusiones del Congreso de
Panamá, es evidente que el rechazo de los gobiernos de Estados Unidos e
Inglaterra –de conocimiento público- frente a cualquier intentona de romper el
status quode las islas de Cuba y Puerto
Rico influyó negativamente en las decisiones de los delegados de las repúblicas
hispanoamericanas en el Congreso de Panamá.[vi] A nada se llegó en concreto al
respecto en el cónclave, que se desarrolló desde el 22 de junio al 15 de julio
de 1826, con la asistencia de delegaciones de Perú, Centroamérica, México y
Colombia, así como de Gran Bretaña y Holanda. En definitiva, la oposición de
los Estados Unidos e Inglaterra, sumado a los graves problemas internos que
enfrentaban y enfrentarían las repúblicas hispanoamericanas, hicieron abortar
los hermosos planes emancipadores de Bolívar y del gobierno Mexicano respecto a
Cuba y Puerto Rico. Esa situación se mantendría durante los años 1827, 1828 y
1829, cada vez que se intentó revivir la empresa redentora. Tanto por parte de
Colombia, como de México y Haití.
El 14 de marzo de 1827 Clay envió
una carta al capitán general de la Isla, Francisco Dionisio Vives, aprovechando
el viaje de Daniel P. Cook, antiguo miembro de la Cámara de Representantes de
los Estados Unidos por el Estado de Illinois, a quien supuestamente por su
delicado estado de salud se le había recomendado trasladarse a Cuba, para que
probara los efectos de su clima. La carta señalaba entre otras cosas lo
siguiente:
“El Presidente ha considerado
convenientemente aprovechar la oportunidad de la visita del señor Cook a La
Habana para asignarle una misión confidencial para cuyo cumplimiento, también
debo solicitar la ayuda que Su Excelencia estime pertinente prestar. Huelga
hacer saber a Su Excelencia la franqueza e imparcialidad que en todo momento han
caracterizado al gobierno de los Estados Unidos durante la guerra entre España
y sus antiguas colonias, como tampoco es preciso recordarle las declaraciones,
explícitas y reiteradas, de los deseos de los Presidentes de los Estados Unidos
en el sentido de que no se perturbe el estado de cosas respecto a Cuba. La
lógica preocupación que la actual situación de la Isla suscita en los Estados
Unidos se agudiza aún más ante el carácter incierto de las relaciones entre
España y Gran Bretaña. Nuestras aprensiones podrían mitigarse si tuviésemos la
certeza de que los medios de defensa que la Isla de Cuba declara poseer,
resultan adecuados para rechazar cualquier ataque que puedan perpetrar algún
poder europeo o los nuevos Estados de América. Por consiguiente, el objetivo de
la misión encomendada al señor Cook es indagar, en la medida en que considere
pertinente, sobre las capacidades de la Isla para resistir cualquier ataque de
esa índole, así como obtener información acerca de los aspectos colaterales que
puedan ayudarnos a formar un juicio preciso del grado de protección y seguridad
de que la Isla dispone actualmente. Su Excelencia comprenderá cabalmente los
motivos que animaron al Presidente a instituir esta investigación, y espero se
le confiera autorización para proporcionar al señor Cook toda facilidad a
vuestro alcance en aras del cumplimiento de la misión encomendada”.[vii]
En esta carta puede verse hasta
que punto llegaron las preocupaciones y la toma de providencias de Washington
respecto a una posible invasión que echara de la isla de Cuba al poder español,
obteniendo posesión de ella alguno de sus vecinos hispanoamericanos o la propia
Inglaterra. Evidentemente, durante el cumplimiento de la misión de Cook, el
gobierno de Adams ofreció ayuda militar al capitán general de la Isla, lo que
fue consultado a Madrid recibiéndose la respuesta de que podía aceptarse
solamente “víveres, armas, pertrechos o dinero, sin permitir en ningún caso el
desembarco de tropas armadas”.[viii]
En 1829, el presidente Mexicano,
Vicente Guerrero, continuaba con los planes de liberar a Cuba del yugo español.
Ese mismo año Guerrero instruyó de forma secreta a José Ignacio Basadre, quien
había estado muy vinculado a los planes anteriores para la emancipación
antillana, de que buscara en Haití colaboración para la independencia de Cuba,
pues desde hacía tiempo el presidente de Haití, Jean Pierre Boyer, había
ofrecido a México su participación en esta empresa. El plan de Guerrero tenía
un carácter más radical que los anteriores formulados durante el mandato
presidencial de Guadalupe de Victoria, pues se pensaba incorporar de forma
masiva en la intentona a la población negra y mulata de Cuba. El propio
presidente mexicano acababa de abolir la esclavitud en su país (16 de
septiembre de 1829), lo que facilitaba la concertación de una alianza
revolucionaria con Haití para la liberación de Cuba. Pero una vez más el
fracaso de este proyecto estuvo determinado por la postura del gobierno de los
Estados Unidos, decidido a conservar elstatus quo antillano. Joel Roberts
Poinsett, ministro estadounidense en México, reportaba el 14 de octubre de 1829
al secretario de Estado, Martin Van Buren (1829-1831):
“Señor: El
Coronel Basadre, a quien le di una carta para usted, sale hoy de México en una
misión para Francia, según se dice. Este señor es diputado a la cámara baja y
ocupa alta posición de confianza del Presidente.
Este gobierno ha
resuelto enviar a Haití una misión secreta con el fin de concertar medidas con
Boyer para excitar a los esclavos que están en Cuba a rebelarse, y tengo
motivos para creer que Basadre ha sido encargado de esa misión y que ida a
Francia es un mero pretexto para ocultar el verdadero objeto de su viaje. Le he
comunicado mis sospechas al Cónsul francés, siendo conveniente que el Gobierno
británico sea informado de ese empeño de excitar una guerra civil en Cuba; pero
la conducta de la Legación de ese Gobierno en esta Corte me ha impedido tener
alguna relación confidencial con ella sobre éste o sobre cualquier otro asunto.
Indiqué al
Ministro de Estado que estaba en conocimiento de las intenciones de este
Gobierno con relación a Cuba, no pudiendo sino desaprobarlas.
No trató de
negarlas, por lo que entonces declaré que estaba convencido de que mi Gobierno
no solo desaprobaría altamente toda empresa de esa clase, sino que se opondría
a ellas. Estoy convencido de que la condición de la isla de Haití no le
permitirá a Boyer tomar parte alguna activa en auxiliar los designios de este
Gobierno y que aun cuando pudiese hacerlo y se hallase dispuesto a ello, una
palabra de Francia se lo impediría. Pero estos designios dispondrían de la
cooperación activa de Bolívar y una multitud de emigrados de Cuba que andan
diseminados por estos continentes e islas adyacentes. No puedo sino creer que
los intereses de los Estados Unidos requieren que sean contrarrestados pronta y
eficazmente. Basadre lleva veinte patentes de buques de presa, que tiene
instrucciones de distribuir en los Estados Unidos”.[ix]
Asimismo, el 30 de noviembre de
1829 Van Buren escribió a su enviado extraordinario en México, Anthony Butler,
para hacerle saber que:
“Se había tenido noticia en
Washington de que el gobierno de México había enviado comisiones secretas a
Haití, para tratar de la posibilidad de producir un levantamiento de esclavos
en Cuba. Considera que semejante plan sería horroroso por las calamidades que
de él podrían desprenderse. Incluso afectaría las colonizaciones de la costa
sur de los Estados Unidos y por ello habría que impedir que se llevara a cabo
un levantamiento de semejante naturaleza en la isla cubana. Por ende, las
naciones europeas que tuvieran colonias en el continente se verían afectadas y
en consecuencia unidas en el asunto. El presidente de los Estados Unidos
ordenaba que se aprovecharan todas las ocasiones que se presentaran para hacer
entender al gobierno mexicano que los Estados Unidos estaban contrapuestos a
que se hiciesen semejantes intentos. Debería informar a su gobierno de cuanto
ocurriera con referencia al asunto, incluyendo los más íntimos detalles. Si se
diera cuenta de que el gobierno mexicano se negaba a desistir del proyecto y
trataba de llevarlo adelante, de inmediato daría aviso para que se tomaran las
precauciones necesarias”. [x]
Posteriormente, el propio Martin
Van Buren, en comunicación a su ministro en España, dejaría constancia escrita
sobre cual había sido la posición de su gobierno frente a la independencia de
Cuba y Puerto Rico:
“Contemplando con mirada celosa
estos últimos restos del poder español en América, estos dos Estados (Colombia
y México), unieron en una ocasión sus fuerzas y levantaron su brazo para
descargar un golpe, que de haber tenido éxito habría acabado para siempre con
la influencia española en esta región del globo, pero este golpe fue detenido
principalmente por la oportuna intervención de este gobierno (…) a fin de
preservar para su Majestad Católica estas inapreciables porciones de sus
posiciones coloniales.[xi]
A este pasaje bochornoso de la
historia de los Estados Unidos se referiría años más tarde nuestro Apóstol,
José Martí, en uno de sus célebres discursos: “Y ya ponía Bolívar el pie en el
estribo, cuando un hombre que hablaba inglés, y que venía del Norte con papeles
de gobierno, le asió el caballo de la brida y le habló así: “¡Yo soy libre, tú
eres libre, pero ese pueblo que ha de ser mío, porque lo quiero para mí, no
puede ser libre.¡”.[xii]
El último esfuerzo revolucionario
de los cubanos, en este período, estuvo representado en los que se llamó la
Conspiración de la Gran Legión del Águila Negra, con ramificaciones en
Inglaterra, los Estados Unidos y México. La primera denuncia de la conspiración
vino de Washington, como otras muchas en el futuro, cada vez que los cubanos
trataron de independizarse.[xiii] Ya de manera oficial Clay había declarado en
1827 que no entraba en la política del gobierno de los Estados Unidos prestar
estímulo o apoyo a los movimientos revolucionarios de Cuba.[xiv]
Finalmente, debido a esta
posición del gobierno de los Estados Unidos opuesta a la independencia de Cuba
y a otros factores de orden interno, la Isla solo pudo lograr la separación de
España a fines del siglo XIX. Pero la alegría de los cubanos duró muy poco,
pues los Estados Unidos que oportunistamente habían intervenido en el conflicto
cubano-español, convirtieron a la Isla en un enclave neocolonial yanqui. La
segunda independencia costaría todavía mucho esfuerzo y sangre a los cubanos y
llegaría con el alba del 1ro de enero de 1959.
Notas
[i] Citado por Philips Foner,
Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1973, t.1, p.169.
[ii] Considerado como uno de los
primeros espías estadounidenses en América Latina y declarado anteriormente en
Chile como persona non grata por su interferencia en los asuntos internos de
ese país cuando se desempeñaba como agente especial de los Estados Unidos.
[iii]Manuel Medina Castro,
Estados Unidos y América Latina, Siglo XIX, Casa de las Américas, 1968,
pp.165-166.
[iv] Ibídem, pp. 175-176.
[v] Germán A. de la Reza,
Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, Fundación Biblioteca
Ayacucho y Banco Central de Venezuela, 2010, pp.126-132.
[vi] Sergio Guerra, Jugar con
fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina, Fondo
Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010, p.243.
[vii] “De Henry Clay a Francisco
Dionisio Vives”, 14 de marzo de 1827. Archivo Personal de Rolando Rodríguez.
(Traducción del ESTI)
[viii] “De Francisco Dionisio
Vives al secretario de Estado y del despacho de la Guerra”, 6 de octubre de
1827, Archivo Personal de Rolando Rodríguez.
[ix] Citado por Manuel Medina
Castro, en: Ob.Cit, pp.550-551.
[x] Citado por Sergio Guerra en:
Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina,
Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010, pp.260-261.
[xi] Citado por Francisco Pérez
Guzmán, en: Bolívar y la Independencia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 2010, p.79.
[xii] Citado por Sergio Guerra
en: América Latina y la independencia de Cuba, Ediciones Ko´eyú, Caracas, 1999,
p.52 (Discurso de José Martí en el Hardman Hall, New York, 30 de noviembre de
1889.
[xiii] Herminio Portell Vilá:
Historia de Cuba. En sus relaciones con los Estados Unidos y España, Jesús
Montero Editor, La Habana, 1938, tomo 1. , p.278.
[xiv] Rolando Rodríguez en: Cuba:
La Forja de una Nación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, (2da
edición), t.1,
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