Ernesto Cazal
Localidad: Municipio de Paipa,
Colombia (antigua Nueva Granada). Específicamente el Pantano de Vargas. Fecha:
25 de julio de 1819, un día luego del cumpleaños número 36 de Simón Bolívar.
Situación: El Libertador había
recién instalado el Congreso de Angostura, lo nombrarían presidente y jefe de
campaña para la liberación del territorio neogranadino. Luego de la victoria en
Las Queseras del Medio, estado Apure (por donde está el río Arauca), avanzaría
junto a su ejército (acompañado de la conocida Legión Británica de James Rooke)
hacia los llanos colombianos y se toparía, por el camino de Salitre de Paipa
junto a las frías cordilleras andinas, con las tropas realistas de José María
Barreiro mientras atravesaban el río Sogamoso. El ejército español tendría
ventaja de terreno, pero los patriotas contaban con un as bajo la manga de
Bolívar, estratega militar como pocos.
La batalla no se decidía. Desde
las once de la mañana se había encarnado la propia matanza entre ambos
ejércitos, el combate no tenía dueño. A eso de las cuatro de la tarde, los
realistas se sentían vencedores porque toda su caballería y artillería
conjuntas estaban dando la ñapa a los patriotas y a la avanzada británica de
Rooke. Bolívar dijo con pesadumbre: “¡Se nos vino la caballería y esto se
perdió!”. Entonces, es que comenzaría la leyenda.
Existen varias versiones. Que El
Libertador (en su versión en parte de guerra) volteó hacia el negro Juan José y
le dijo: “¡Coronel, salve Ud. la patria!”, a lo que le respondió: “Es que
Rondón no ha peleado todavía” (insertar aquí acento llanero y escarranchao);
otra versión dice que el breve diálogo fue a la inversa: Bolívar menta madre,
dice que todo está perdido cuando el negro, comandante de lanceros, le responde
casi con tono de reproche:
-Pero General, ¡si Rondón no ha
peleado todavía!
-¡Entonces salve Ud. la patria,
Coronel!
La otra versión es que Bolívar
exclamó, luego de la mentada desesperación y al ver al negro Juan José pendiente
de la jugada: “¡Aún no hemos perdido, porque Rondón no ha peleado todavía!”.
Lo cierto es que, al recibir la
orden, Juan José Rondón pegó el grito de “¡Que los valientes me sigan!”, y con
furia arrasó, junto a su escuadra de lanceros (14 tipos, dice la leyenda), con
los focos determinantes del ejército de Barreiro, lo que lo obligó a ceder
terreno hasta la derrota. La hazaña abrió la brecha para que, trece días
después los realistas fuesen derrotados y se rindieran casi en su totalidad a
las tropas independentistas en la famosa batalla de Boyacá. El Libertador nunca
olvidaría la decisiva participación de Rondón en la batalla, y un año después,
en víspera del aniversario de la batalla, escribía en carta a Santander: “No
hemos necesitado de Nonato ni de Piar, pero sin Rondón, que vale más que
aquéllos, yo no sé lo que hubiera sido en Vargas”; y, cada 24 de julio, en
lugar de recordar su cumpleaños, solía decir: “Mañana es San Rondón”.
Desde entonces, la frase Rondón
no ha peleado todavía es de uso popular en Venezuela, sobre todo en los llanos
y zonas andinas, territorios donde se vivió intensamente las guerras de
independencia, y se usa familiarmente cuando alguien se encuentra en una
situación difícil, en apuros, y quiere expresar que de igual forma puede salir
victorioso bajo recurso de un esfuerzo resguardado pero decisivo. Cuenta
Augusto Mijares, venezolano y ensayista de fuelle, que hasta en los juegos
populares de bolos, dominó o cartas, es frecuente oír la frase en cuestión.
Una breve síntesis biográfica de
Juan José Rondón Delgadillo nos haría poner en perspectiva su condición de
clase. Fue hijo de esclavos manumisos, Bernardo Rondón y Lucía Delgadillo, que
llegaron a ser libertos, y en 1790, no se sabe con exactitud el día y mes,
nació en el Alto Llano, es decir, en el estado Guárico. Dos pueblos se disputan
su cuna: Espino y Santa Rita de Manapire. J.A. De Armas Chitty fundamenta la
versión manapirense en datos suministrados por José Giacopini Zárraga, quien
afirma que el apellido Delgadillo es común en Santa Rita, y no existe en el
otro pueblo.
Se cuenta que Juan José fue peón
del hato La Barrosa, cerca de Espino, propiedad de unos españoles.
En 1812,
llegó a Ocumare, donde residían los propietarios, un batallón comandado por
Francisco Rosete, quien estaba unido por viejos lazos de amistad con los
propietarios del citado hato. Supo el caudillo realista que Rondón era un buen
domador de caballos y sus condiciones para hacerse fiero soldado eran notables;
Rosete lo invitó a ingresar en sus filas. Con 22 años aceptó la invitación y,
por sus habilidades, fue nombrado Capitán de un escuadrón de caballería. En
febrero de 1814 ingresa directamente en las filas de José Tomás Boves, llamado
por El Libertador “El Azote de Dios”.
En tiempos de guerra social, cuyo
pico fue el llamado Año Terrible (1814), un negro hijo de esclavos libertos
como lo fue Juan José luchar, fundirse en pleno con las hordas de José Tomás
Boves, significaba tener lo que nunca le perteneció. La oficialidad mantuana,
forjadora de las Primera y Segunda Repúblicas venezolanas, mantenían ideales
ilustrados (netamente europeos) y esclavos con buena cuota de latifundio en sus
manos. En aquella época, con un Bolívar que aún no había pasado por la
influencia de Pètion y el exilio antillano, la lucha de emancipación refería a
un cambio de dueños, y no a una vuelta de tuerca estructural: el esclavo, en
tierra republicana o no, seguiría siendo esclavo. Y Juan José, como toda la
negramenta insurrecta al lado del asturiano, peleó por querer dejar de ser
esclavo, y cómo no: por hacerse de las tierras y tesoros confiscados al
mantuanaje criollo.
Combatió incluso contra Bolívar
en San Mateo. Pero ya muerto Boves en diciembre de 1814, a comienzos de la
batalla de Urica, las hordas que buscaban la emancipación clasista dejó de
tener justo cauce. La mayoría de las tropas se dispersaron, sobre todo por el
critinismo de Morales de mirar de reojo, como mal necesario, a los negros que
habían peleado al lado del asturiano. Esta condición histórica, más el agregado
de que varios comandantes querían pasar por las armas al capitán Rondón (y a
muchos de sus hermanos de clase y distinción militar), hizo reflexionar al
negro Juan José, y pasó al bando patriota en agosto de 1817, como hicieron
muchísimos de sus compañeros de armas y de clase.
Fue perdonado, lobby que le hizo
el mismo Pedro Zaraza, debido a las habilidades de caballería anteriormente
mencionadas: rescataba ejemplares de remonte de la llanura adentro, reemplazaba
enormes madrinas necesarias para el trajín de la campaña guerrera, el ir y
venir, la marcha y contramarcha, tan forzada y necesaria. El ejército llanero
de Bolívar, comandado por el Catire Páez, lo tomó como hijo insurrecto para la
causa republicana, pero con cierto recelo, ya que provenía de las alas fúricas
y fantasmales (porque el recuerdo no piraba) de Boves. Formó parte del ejército
que derrotó al General Morillo en Las Cocuizas el 1 de abril de 1819; asimismo,
fue uno de los 153 héroes de Las Queseras del Medio (comandó una de las siete columnas
de los lanceros de Paéz), por lo que recibió la Orden de los Libertadores. El
mismo Catire relata en su Autobiografía:
Cuando vi a Rondón recoger tantos
laureles en el campo de batalla, no pude menos de exclamar: ―¡Bravo, bravísimo,
comandante! ―General, me contestó él, aludiendo a una reprensión que yo le
había dado después de la carga que dieron a López pocos días antes; general,
¡así se baten los hijos del Alto Llano!
Rondón continuó la marcha con
Bolívar en la campaña por la liberación de Nueva Granada, y viendo que el negro
era duro guácimo, lo ascendió a Coronel. La gloria alcanzó a Juan José con la
relatada Batalla de Pantano de Vargas, y fue determinante en la victoria en
Boyacá. Finiquitada la campaña en favor de la República, El Libertador mandó a
Rondón a residenciarse un tiempo en Bogotá, donde le asignó la misión de
conformar y entrenar a la denominada Caballería de la Guardia. Tras cumplir
aquella misión, cerca del año nuevo de 1820 parte hacia los valles de Cúcuta
para ponerse de nuevo a las órdenes de Simón.
Cuenta el escritor colombiano
Rafael Baena que reaparece el 24 de julio de 1821 en la Batalla de Carabobo,
“donde se encarga de cargar contra el centro de la formidable infantería
española y luego de perseguirla hasta los extramuros de Puerto Cabello”. Como
bien sabemos, durante esta gesta se selló la independencia del territorio
venezolano.
El 11 de agosto de 1822, en el
campo de Naguanagua, donde los lanceros de Páez triunfaron sobre las tropas
españolas, Rondón recibió una herida en uno de sus pies que, aunque leve, se
infectó, le causó gangrena y la muerte en algún patio de Valencia, doce días
después. Armas Chitty compara al negro Juan José, en controversia, con el
aristocrático Aquiles (el mítico héroe griego murió de un flechazo en su talón,
su único punto vulnerable según el poema homérico) y lo llama “el máximo héroe
que ha dado la llanura a Venezuela, después de Páez”. Sus restos reposan en el Panteón
Nacional desde 1896.
Por muchos años una de las
principales calles de Valle de la Pascua se llamó Juan José Rondón, pero hubo
un Concejo Municipal que se le ocurrió la brillante idea de quitar el nombre
del tipo a la dicha calle y le pusieron Schettino en honor a un mecánico de la
década de 1930. Por otro lado, paradójicamente, en Colombia le han hecho
numerosos homenajes a Rondón. Existe un municipio que lleva su nombre en
Arauca, un colegio militar del cual es epónimo, barrios en diferentes ciudades
llevan su nombre, un monumento de 33 metros en el lugar de la batalla de
Pantano de Vargas y hasta tiene un himno en su honor. Las pinturas que nos
recuerdan el rostro de Juan José son obras hechas por Constancio Franco y José
María Espinoza, ambos colombianos.
Existe la certeza histórica de
que Juan José Rondón era de raza negra, más el retrato que se le atribuye a
Constancio Franco lo muestra con rasgos de blanco (nariz perfilada, labios
finos, pelo casi liso) y color trigueño debido a la tendencia de los pintores
de la godarria a suprimir los rasgos negroides como el cabello crespo y
abundante, los labios gruesos, la nariz ancha y atenuar el color de piel.
No parecería extraño que
quisieran, también, cambiarle los nombres, tan populachos y rudimentarios, como
lo son Juan y José, al negro Rondón sólo para escribir otra historia, una que
no signifique como colectividad en emancipación, sino como la de héroes de
rasgos principescos. Nuestra historia como clase siempre está minada (porque
sirve como mina para el beneficio de los dueños): nosotros la hacemos mientras
otros (los burgueses y sus historiadores jalabolas) la escriben, la significan
según sus necesidades de clase. La historia se muestra, diciéndolo con el
escritor argentino Rodolfo Walsh, “como propiedad privada, cuyos dueños son los
dueños de todas las otras cosas”.
Augusto Mijares convierte a
Rondón en “imagen del doliente pueblo de Venezuela” por su vida, porque “fue
ingenuo y desinteresado, entusiasta y sufrido, sencillo y heroico”, pero sobre
todo por dos pormenores de acertada minuciosidad metafórica en cuanto historia:
su muerte, devenida de una “simple herida en un pie, que se le infectó y
convirtió en tétanos”; y Páez, en su Autobiografía, al narrar aquel hecho le da
el “título de Comandante, y no el de Coronel que le correspondía”, en señal de
que el olvido del poder pareciera tener algún interés en la redacción del Gran
Libro de la Historia.
Asimismo, el ensayista aragüeño
favorece a Rondón en detrimento de Boves y Fermín Toro como “tipo
representativo del pueblo venezolano”. Bien es sabido que el feroz asturiano
fue nombrado por Juan Vicente González como “el primer jefe de la democracia
venezolana”, y que el escritor caraqueño fue uno de los primeros manifestantes,
con la pluma, a favor de la llamada justicia e igualdad sociales. Pero es
Rondón, según Mijares, quien pasaría a ser el nombrado de los sin nombres. Y
tomando en cuenta la vida y muerte del negro guariqueño, podríamos estar de
acuerdo en que el tipo es imagen, no la única pero sí demostrativa y
dimensionada, del típico pelabola de la Venezuela adentro.
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