Este "abogado enfermo, dolido del pulmón y con disentería" según uno de sus biógrafos, llegó a ser venerado por el pueblo campesino de la legendaria Provincia Gigante de las Indias. El Dr Francia preservó al Paraguay de los desgarramientos de las guerras civiles que afligieron a las otras flamantes Repúblicas emancipadas de la América Española y sentó las bases de una singular sociedad sin latifundios ni terratenientes, con fuerte presencia del Estado en empresas, estancias y servicios que con insospechada pujanza se desenvolvió durante casi treinta años bajo la vigilante mirada del benévolo Dictador perpetuo.
Nació en Asunción el 6 de enero de 1766. A los quince años viajó a estudiar a Córdoba de la que volvió a Asunción, cinco años después, doctorado en teología y con algunos estudios de derecho. El inglés Robertson, en Letters on Paraguay traza un retrato del Dictador a quien conoció ya maduro: "Moreno, de ojos negros muy penetrantes, su umbrosa cabellera que peinaba hacia atrás descubría su amplia frente para desvanecerse en naturales ondas sobre sus hombros, le daba un aire de dignidad que atraía la atención.
Pudo haber contraído la disentería en alguna posta polvorienta, comiendo charqui abombado o consumiendo aguas dudosas. Lo cierto es que la enfermedad lo acompañó mucho tiempo y hasta fue motivo para eludir algún compromiso indeseable. En una ocasión, el propio Francia narrará los pormenores de su padecimiento, recogidos por el escrupuloso cronista: " A más de lo que allí referí, me hallo padeciendo no sólo del pulmón, sino también de una diarrea con pujos que no se me ha querido cortar enteramente, en términos que vienen días que apenas puedo tenerme en pie por la debilidad proveniente de la mortificación de estas indisposiciones, sobre mis achaques habituales, y el poco alimento que uso a causa de la indigestión".
"El mismo portador de su último oficio me encontró recostado al pie de la cama, donde acababa de hacerme el remedio, que pocos días ha, me había recetado Don Juan Gelli, cuando vino a verme para el dolor del pulmón." ( José Antonio Vázquez, El doctor Francia visto y oído por sus contemporáneos, Eudeba, 1974).
El Dr Francia murió en Asunción en 1840. La altiva República independiente que fundó fue consolidada por sus sucesores, Carlos Antonio López y Francisco Solano López. A este último tocaría defender a sangre y fuego un proyecto alternativo que permitió a la patria de los guaraníes erigir el primer alto horno de Sudamérica y trazar los primeros ferrocarriles, en sendos emprendimientos del Estado. Fue la hora trágica de la guerra de la Triple Alianza (1865-1870) una agresión orquestada por una coalición entre Buenos Aires, el Imperio del Brasil y parte de la Banda Oriental. Pagando y haciendo pagar un alto precio, el Paraguay fue aniquilado.
Se pretendió expurgar al Dictador de la historia para convertirlo en producto exótico de la barbarie americana. Fueron dos médicos suizos, Juan Rodolfo Rengger y Marcelino Longchamps, los que inauguraron la literatura tendenciosa sobre el "tirano" con su obra "Ensayo histórico sobre la revolución del Dr Francia", (Imprenta de Moreau, París, 1828). Los autores llegaron al Río de La Plata en 1818 y por recomendación del célebre naturalista francés, Aimé Bonpland, se dirigieron al año siguiente a Asunción. En esa capital, fueron designados médicos de cuarteles y prisiones. En 1825 debieron irse apresuradamente del país por implicarse en una conspiración contra el Dr Francia. El libro que publicaron fue el primero que se conoció sobre la independencia del Paraguay y en sus páginas se desarrolla la tesis, que luego se repetiría hasta el cansancio sobre "el Paraguay lúgubre del dictador Francia". Durante muchos años, este texto fue la fuente principal de consulta para el estudio de la apoca de Francia.
El escritor inglés Thomas Carlyle ensayaría una defensa aunque fundada en la misma y prejuiciosa óptica europea. El argentino José María Ramos Mejía, psiquiatra y positivista lo incorporaría a su galería de casos clínicos en "La neurosis de los hombres célebres" (1878). Finalmente, el gran escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos, quizá en su obra más notable, "Yo el Supremo", recrea al Dictador como personaje de ficción pero reintegrándolo a la historia viva y compleja de Iberoamérica tal como lo conservaron en la memoria sus paisanos.
Los mismos paisanos que, al morir el caraí-guazú, a la una de la tarde del 20 de septiembre de 1840, inspiraron al poeta anónimo unos versos que circularon aquel triste día, de casa en casa y de mano en mano, recogiendo el desconsuelo de todo un pueblo:
"Hoy la mano del Criador
Como absoluto en obrar
Decretó a nuestro pesar
La muerte del Dictador.
Que acaso secreto arcano
Aciago y funesto día
Oye el pueblo la agonía
Y que ha muerto el soberano
El héroe republicano
Nuestro sabio Dictador
El digno y merecedor
De la más alta excelencia
Dispuso de su existencia
Hoy la mano del Criador
¡Oh! Que desgracia estupenda
hado fatal cruel momento.
¿Quién no tendrá sentimiento
a perdida tan tremenda?
Y pues se fue sin contienda
El sin segundo y sin par
Sepamos por él rogar
A la Magestad divina
Que ella así lo determina
Como absoluto en obrar.
Grave el buril su memoria
Su nombre quede esculpido
Que será el cuadro lucido
De nuestra dichosa historia
Él nos ha dado la gloria
De hacernos hoy respetar
Llorémosle sin cesar
Ciñamos un negro velo
Ya que tan severo el cielo
Decretó a nuestro pesar.
Ya va el ilustre campeón
Entre sus tropas formadas
Con banderas enlutadas
Lanzas, fusil y cañón.
Un sepulcro es su mansión
Donde yace con honor,
y el Gobierno sucesor
por su celo infatigable
hizo al pueblo soportable
la muerte del Dictador".
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