El paso entre los mares había sido una obsesión de los conquistadores españoles. Con furor lo buscaron; y lo encontraron demasiado al sur, allá por la remota y helada Tierra del Fuego. Y cuando alguno tuvo la idea de abrir la cintura angosta de América Central, el rey Felipe II mandó a parar: prohibió la excavación del canal, bajo pena de muerte, porque el hombre no debe separar lo que Dios unió.
Tres siglos después, una empresa francesa, la Compañía Universal del Canal Interoceánico, empezó los trabajos en Panamá. La empresa avanzó treinta y tres kilómetros y cayó estrepitosamente en quiebra.
Desde entonces, los Estados Unidos han decidido concluir el canal y quedarse con él. Hay un inconveniente: Colombia no está de acuerdo y Panamá es una provincia de Colombia. En Washington, el senador Hanna aconseja esperar, debido a la naturaleza de los animales con los que estamos tratando, pero el presidente Teddy Roosevelt no cree en la paciencia. Roosevelt envía unos cuantos marines y hace la independencia de Panamá. Y así se convierte en país aparte esta provincia, por obra y gracia de los Estados Unidos y sus buques de guerra.
En esta guerra mueren un chino y un burro,
víctimas de las andanadas de una cañonera colombiana, pero no hay más desgracia que lamentar. Manuel Amador, flamante presidente de Panamá, desfila entre banderas de los Estados Unidos, sentado en un sillón que la multitud lleva en andas. Amador va echando vivas a su colega Roosevelt.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario