Arde América de la cordillera al mar
Han pasado dos siglos desde que el sable del verdugo partió el cuello de Túpac Amaru, el último de los Incas, en la Plaza Mayor del Cuzco. Se realiza ahora el mito que en aquel entonces nació de su muerte. La profecia se cumple: la cabeza se junta con el cuerpo y Túpac Amaru, renacido, ataca.
José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, entra en el pueblo de Sangarara, al son de grandes caracoles marinos, para cortar el mál gobierno de tanto ladrón zángano que nos roba la miel de nuestros panales. Tras su caballo blanco, crece un ejército de desesperados. Pelean con hondas, palos y cuchillos estos soldados desnudos. Son, la mayoría, indios que rinden la vida en vómito de sangre en los socavones de Potosí o se extenúan en obrajes y haciendas.
Truenos de tambores, nubes de banderas, cincuentamil hombres coronando las sierras: avanza y arrasa Túpac Amaru, libertador de indios y negros, castigador de quienes nos han puesto en este estado de morir tan deplorable. Los mensajeros galopan sublevando poblaciones desde el valle del Cuzco hasta la costa de Arica y las fronteras del Tucumán, porque quienes caigan en esta guerra tienen seguridad de que renacerán después.
Muchos mestizos se suman al levantamiento. También unos cuantos criollos, europeos de sangre, pero americanos de nacimiento.
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