El objetivo de este artículo va a ser cuestionar lo que realmente supuso
la Constitución federal de 1787 de los Estados Unidos en materia de democracia.
Para ello, voy a desarrollar unos aspectos generales sobre la propia
Constitución; las posibles fórmulas de gobierno en las que los Padres
Fundadores se basaron para elaborarla; la opinión del concepto de «democracia»
entre las élites del país; y, por último, exponer una serie de conclusiones que
permitan resolver la problemática sobre si hubo una continuidad con respecto la
forma de gobierno anterior, un cambio moderado o si realmente significó una
transformación revolucionaria en cuanto al impulso democrático se refiere.
Introducción
La experiencia emancipadora de las Trece Colonias acaecida entre 1776 y 1783, finalizó con la elaboración de una Constitución federal que se puso en funcionamiento el 17 de septiembre de 1787. Considerada como la primera ley fundamental redactada de un Estado, ha despertado gran expectación en lo referente a su estudio y análisis. La problemática acerca de la puesta en práctica o no de una democracia extensiva a todos los niveles sociales después de la formulación constitucional, ha sido un tema de discusión desde antes de la entrada en vigor del proceso constituyente de los Estados Unidos y que ha llegado hasta la actualidad.
Escena de la firma de la Constitución de Estados Unidos por Howard Chandler Christy (1940)
Según mi criterio, no se ha separado el término «revolución» del concepto de «democracia», es decir, irían totalmente ligados. Este último derivaría del primero en términos de la Declaración de los Derechos de Virginia de 1776, la Guerra de Independencia y la ratificación de la Constitución federal en 1787. Las consecuencias directas de la Revolución varían en cuanto a las reflexiones historiográficas. Evidentemente, los soldados y los veteranos que participaron en la contienda la calificaron como tal, sin embargo, Jack. P. Greene atribuyó los acontecimientos producidos durante el conflicto no a aspectos revolucionarios, sino a un reemplazo de un gobierno lejano, es decir, la metrópoli, por uno más local porque siguiendo su punto de vista no se habrían producido alteraciones en cuanto a los vínculos de los derechos de propiedad con el pueblo colonial.
En contra de las postulaciones de los historiadores Bernard Bailyn, Gordon Wood y Edmund Morgan en las que el liderazgo y el gobierno garantizarían los derechos naturales y la defensa de un sistema de leyes que sería elegido por la «gente», John Murrin defiende la idea de que la «gente» en este periodo se refería a la población masculina blanca y libre que tenía algún tipo de propiedad. A su vez, esto último incluye que los efectos inmediatos de la Revolución americana fueron inapreciables para las mujeres, la población afroamericana, los esclavos, la población blanca que no llegaba a un determinado nivel de renta o propiedad y los indios nativos. Por otro lado, encontramos una visión más matizada en la que si bien es verdad que el derecho a voto por parte de todos no fue instaurado, sí que este pequeño paso, entendido como una transición hacia los valores democráticos tras los sucesos de Virginia y la propia Constitución, habría conseguido poner punto y final a la visión desigual del ser humano, es decir, va a permitir, entre otras cosas y de forma muy tardía, el cambio decisivo hasta la implantación definitiva del sufragio universal, sin importar raza, color o la situación anterior de esclavo descrita en la Enmienda Decimoquinta de la Constitución el 3 de febrero de 1870; o la extensión del voto femenino a partir de la Enmienda Decimonovena de la Constitución ratificada el 18 de agosto de 1920.
La Constitución de los Estados Unidos
La Constitución de los Estados Unidos establece las leyes fundamentales del país, refleja la forma de gobierno y precisa los derechos y libertades de la nación estadounidense y narra los objetivos del gobierno nacional y los medios para cumplirlos. Antes de su ratificación, los Padres Fundadores habían acordado una coalición entre los estados que se regían por los Artículos de la Confederación. No obstante, el Congreso nacido de los Artículos no disponía de la capacidad suficiente para hacer que los estados trabajaran de forma conjunta para afrontar todos los problemas de índole nacional.
Tras la Guerra de Independencia (1776-1783), los estados tuvieron que abordar toda la problemática de posguerra en materia de leyes y orden, la fiscalidad, la gestión de la deuda pública y la reactivación del comercio. Además, hicieron frente a la presión de las tribus nativas y mantuvieron relaciones diplomáticas con el extranjero. En este contexto, George Washington y Alexander Hamilton, entre otros, propusieron la creación de un gobierno nacional sólido sostenido bajo las directrices de una nueva constitución. La convención nacional que se estableció a raíz de Hamilton en Filadelfia en septiembre de 1787, dio paso al establecimiento de una Constitución. No formuló una simple confederación de estados, sino un gobierno que aplicó su autoridad de forma más o menos directa sobre el conjunto de la sociedad de los mismos. Esta ley fundamental, va a encargarse de asegurar los derechos de todos los individuos que cumplan los requisitos correspondientes.
La Constitución está formada por un preámbulo, 7 artículos y 27 enmiendas. En ella se formula la creación de un sistema federal a través de la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) entre el gobierno federal y los organismos gubernamentales del país. El poder ejecutivo estaría controlado por el Presidente, que hace que las leyes sean puestas en práctica; el poder legislativo, en manos del Congreso, formula las leyes de carácter estatal; y el poder judicial, dirigido por la Corte Suprema y otras instituciones o tribunales menores, que se encargan de aplicar e interpretar las leyes para resolver todos los conflictos judiciales en los tribunales federales. Esta Corte puede derogar cualquier ley, ya sea estatal, federal o local, que los magistrados, siendo mayoría, determinen que están incumpliendo los parámetros marcados por la Constitución. Los poderes federales más importantes serían los siguientes: la recaudación de impuestos (todo el tema de fiscalidad está tratado en el Artículo Uno de la Constitución, secciones segunda, octava, novena y décima respectivamente; así como dos enmiendas, la decimosexta y la vigesimocuarta), la declaración de guerra y la dirección del comercio interior y exterior. Además de los poderes reflejados en la Constitución, hay una serie de poderes denominados implícitos que permiten al gobierno aplicar las medidas necesarias en caso de que surgieran problemas en el país. Aunque el Congreso no tuviera facultad para emitir papel moneda, sí que podía pedir préstamos y acuñar moneda.
La
Constitución de los Estados Unidos de América, 1787, Artículo Uno
En casos muy concretos, el gobierno nacional y los estatales tienen poderes concurrentes, es decir, que ambos pueden aplicar. Las decisiones del gobierno nacional tienen primacía sobre las estatales en caso de que se produjera un conflicto. La autoridad que la Constitución no otorga al gobierno nacional, los poderes reservados, estarían depositados en el conjunto de los estados y el pueblo. A los estados se les concede la capacidad de administrar los divorcios, la enseñanza pública y los matrimonios. En cuanto al conjunto de la ciudadanía, se les transfiere el derecho de ostentar propiedades y de ser juzgados por un jurado.
El comienzo de la Convención estaba marcado para el 14 de mayo de 1787. Pese a esto, se tuvo que atrasar hasta el 25 de mayo porque pocos estados estaban presentes en la primera fecha. Doce estados respondieron a esta Convocatoria salvo Rhode Island que tenía miedo de perder sus poderes internos a raíz de esta Asamblea. De los 55 delegados presentes en la Convención, 39 firmaron la Constitución de los Estados Unidos el 17 de septiembre de 1787. Entre los delegados figuraban George Washington, presidente de la Convención y futuro primer Presidente del país, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton como representante de Nueva York, James Madison, que fue nombrado «Padre de la Constitución» como consecuencia de sus diálogos, acuerdos y decisiones con el objetivo de llevar a cabo una serie de compromisos entre todos los estados, así como de registrar todos los debates y todas las determinaciones propuestas. Otra personalidad importante fue el gobernador Morris por ser el encargado de «redactar» la Constitución. Por otro lado, tanto Joh Adams como Thomas Jefferson no estuvieron presentes porque estaban cumpliendo funciones en el extranjero como representantes del pueblo estadounidense. Importantes delegados como George Mason, Elbridge Gerry o Edmund Randolph se negaron a firmar la Constitución porque otorgaba demasiado poder al gobierno nacional.
Pocos meses después de la firma de la Constitución, Delaware y Nueva Hampshire, entre otros estados, la ratificaron. A pesar de todo, los Padres Fundadores no estaban satisfechos debido a la fuerte oposición hacia la misma en los importantes estados de Nueva York y Virginia. Los opositores reclamaban una carta de derechos, así como la crítica hacia la excesiva autoridad del Presidente y el elevado componente aristocrático del Senado. A los que aceptaban la ratificación de la Constitución se les llamó federalistas; mientras que al grupo de oposición se les denominó antifederalistas. Ambos sectores manifestaron sus causas por medio de panfletos y debates en las llamadas convenciones de ratificación. A partir de estos grupos van a surgir los primeros partidos políticos del país. Finalmente, todos los estados salvo Carolina del Norte y Rhode Island, decidieron ratificarla y pasar a formar parte del nuevo gobierno. Las dos excepciones mencionadas en la elaboración de una carta de derechos que va a desarrollarse más a raíz de que los federalistas se den cuenta de que para conseguir el apoyo de todos los estados importantes, debían otorgar a los ciudadanos una serie de enmiendas. Estas fueron 10 enmiendas aprobadas el 15 de diciembre de 1791 de las 12 propuestas originariamente. Los antifederalistas reconocieron su derrota tras la aprobación de la Constitución y se resignaron a intentar conseguir sus aspiraciones políticas por medio de la legalidad dictada por la ley fundamental del país. En la actualidad, aunque la población haya criticado las acciones de aquellos que les gobiernan, son pocos los que han considerado negativo el sistema constitucional o que han recriminado la necesidad de una segunda Convención Constitucional para reformarla y proponer un método más satisfactorio.
¿En qué se basaron?
Considero necesario hacer una aclaración sobre los aspectos más significativos de los que se sirvieron los Padres Fundadores para la elaboración de la Constitución, y que son importantes para aclarar la situación de la democracia tras el proceso constituyente del pueblo estadounidense.
Los representantes de la Convención constitucional encontraron un gran apoyo en su propia experiencia durante la formulación de un nuevo gobierno. Tuvieron en cuenta muchos hechos de consideración en la transformación del gobierno constitucional. Entre estos se encontraban el ofrecimiento de la Carta Magna, un documento de carácter constitucional inglés redactado en 1215, y la celebración de la Asamblea de Representantes en Jamestown en 1619. Algunas colonias prestaron su propia experiencia constitucional y de gobierno que demuestran un avance más elevado en cuanto a la tendencia por la libertad y la ley que otros regímenes coetáneos.
La disputa sobre dónde residía la soberanía, fue otro elemento de gran importancia. Los colonos concluyeron que la misma recaía sobre quien la había tenido desde sus orígenes, es decir, el pueblo. Es justo en esto donde los vínculos con la monarquía inglesa se rompen en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas colonias. Frente al término de una soberanía unitaria y absoluta que descansaba en el Parlamento Británico, se asentaba la idea de que la soberanía real se concentraba en el pueblo, y tal principio fue el que quedó establecido en la proclamación de independencia. No obstante, no debemos olvidar que la referencia inglesa siguió presente en la medida de que la idea de Constitución presentaba derechos naturales y morales, a saber, fundamentos de razón y justicia. A pesar de todo, los norteamericanos llegaron a la conclusión de que la Constitución inglesa no reflejaba sus intereses o las garantías que requerían y, por este motivo, surgió enseguida la idea de la necesidad de un documento escrito como vía hacia la protección de sus derechos y privilegios. Así fue como entendieron que las competencias ejecutivas, legislativas y judiciales se subordinarían a los términos de una Ley fundamental, asegurándose los derechos y las libertades de las Trece Colonias.
Durante el conflicto, muchos estados formularon sus propias constituciones. En 1777, John Jay, perteneciente al estado de Nueva York, colaboró en la redacción de una constitución para su estado. De la misma manera, John Adams, habitante del estado de Massachusetts, contribuyó en el proyecto constitucional de dicho estado en 1780. Los delegados de la Convención Constitucional con sede en Filadelfia, van a emplear muchas reflexiones e idea relacionadas directamente con la experiencia constitucional de los estados. Enlazando con esto, los delegados fueron fieles a sus propias experiencias. En el caso de Benjamin Franklin, ya había propuesto, en 1754, en el Congreso de Albany, una intentona por unificar las colonias bajo un gobierno central. En otro orden de ideas, Washington manifestaba la dificultad que había supuesto el entendimiento con el frágil gobierno de la Confederación durante la Guerra. Todos los mandatarios estaban convencidos en su deseo de que el nuevo sistema fuera lo bastante estable para dirigir a la nación, sin que repercutiera en las libertades de los estados y del conjunto de la sociedad.
Benjamín Franklin (1706-1790) fue político,
polímata, científico e inventor
estadounidense. Considerado como uno de los
Padres Fundadores de Estados Unidos,
su aportación a la unión de todas las
colonias en décadas anteriores al estallido
de la Revolución, ha sido considerada como
uno de los alicientes clave que
explican la unión de todas las colonias
contra la metrópoli a partir de 1776.
El concepto de «democracia»
En el artículo cuatro, cuarta sección, de la Constitución estadounidense se dicta lo siguiente: Los Estados Unidos garantizarán a todo Estado comprendido en esta Unión una forma republicana de gobierno (…) ¿Acaso esta forma «republicana» incluía una experiencia democrática efectiva a todos los sectores sociales del periodo formativo del país? Me atrevería a decir que no. Hoy en día, sin contar con las múltiples excepciones que siempre hay, no hacemos una distinción clara entre el término república y el de democracia. Los consideramos términos recíprocos. En contraposición, desde el punto de vista histórico, la república, como forma de gobierno, no equivalía a una democracia como tal. De hecho, sería un término bastante alejado del poder del pueblo. La historia nos ha demostrado que la república no tenía ningún tipo de intención en entrometer al pueblo en la legislación o en el gobierno de un determinado estado. Además, el término república es muy moderno en el sentido de la palabra, dicho de otro modo, deberíamos referirnos para entender al conjunto de gobiernos mixtos en los que los importante no es quién elige, sino quién gobierna y quién legisla a la denominada res publica.
Si nos adentramos en la historia, las repúblicas no habían sido concebidas como democracias. Por poner varios ejemplos, vamos a comentar la concepción de las mismas siguiendo a una figura del Renacimiento como es Nicolás Maquiavelo; y a la propia tradición grecorromana, muy influyente en los discursos de algunos Padres Fundadores. En el caso de Maquiavelo y los pensadores del Renacimiento en genera, la idea de que el conjunto de los hombres debía integrarse en las decisiones políticas fue totalmente excluida. Aunque Maquiavelo no pone en duda la capacidad de la sociedad popular, se mantiene en la base de que los que manipulan esa capacidad son los que deben gobernar por el bien del Estado. En efecto, nos relata que una turba sin liderazgo es estéril, así como que la multitud, a menos que esté dirigida por un hombre superior,
actuaría violando los principios de la razón humana. La actitud del pueblo quedaría relegada al cumplimiento de la ley y de las instituciones, pero no a criticarlas, ni a reprochar las propuestas más precisas según las necesidades. Defiende, a su vez, el papel de las élites como las únicas capaces de otorgar estabilidad a expensas del pueblo monopolizando los cargos políticos y la legislación.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) ha sido considerado como uno de los padres de la política moderna. Entre sus obras destaca El Príncipe (1513).
Respecto a la tradición grecorromana, la opinión de Aristóteles en su obra Política es la de ciudadanos que por denominación, sea cual sea su estatus económico y social en la ciudad, mientras sean varones, de cierta edad y gocen de un mínimo de propiedad, o incluso son ninguna, se turnan en gobernar y en ser gobernados. La democracia ateniense o la obra de Aristóteles no debe confundirse con república porque, aunque no todos estuvieron en los estratos políticos más influyentes, sí que es verdad que debían servir en las milicias del ejército. El caso de Roma es diferente porque no solo hay que reflejar que el pueblo romano no tenía ningún papel en el gobierno, sino que su voluntad fue totalmente pasado por alto de forma simulada para que no se percataran los abusos de poder de una forma gratuita aunque, a pesar de todo, eran los cónsules los que mandaban por encima de la aristocracia adquiriéndose, de este modo, un perfil más «monárquico».
Busto del filósofo griego Aristóteles (384-322 a.C.)
Centrándonos más en el caso de Grecia, las prerrogativas lanzadas por los Padres Fundadores contra las notables personalidades de la política ateniense, confirman la firme oposición hacia la democracia como forma de gobierno óptima para el conjunto de las colonias. Este repudio muestra sus orígenes en los referentes clásicos y encontró sustento en figuras griegas que fueron puestos como ejemplo porque avisaron de los peligros adjuntos a las formas de gobierno simple. John Adams, basándose en esto, afirmaba: Ninguna forma simple de gobierno puede ser segura. La Monarquía se transforma en Despotismo; la Aristocracia en Oligarquía; y la Democracia degenera pronto en Anarquía.
Platón configuró las tres formas de gobierno que, según él, eran las simples: monarquía, aristocracia y democracia y la transformación comprometida de cada una de ellas (la monarquía en tiranía; la aristocracia en oligarquía; y la democracia en oclocracia). Es aquí donde encontramos la gran influencia clásica en John Adams y su gran desconsideración hacia la democracia radical. Asoció la decadencia de Atenas y otras polis
con la presencia de gobiernos en manos de la asamblea del demos. Se cuestionaba, por ende, si era esta la forma de gobierno que podía aconsejarse a los estadounidenses para regir sus vidas. En consecuencia, el beneplácito fue universal al proponer, como mejor forma para eludir los errores de la historia griega y los riesgos procedentes de una sola asamblea popular como cuerpo legislativo, la creación de un gobierno misto que equilibrara los tres poderes. Aristóteles y Polibio fueron las figuras más influyentes en los que se apoyó la defensa del arquetipo mixto como el único apto para acometer de forma simultánea a los enemigos exteriores y la armonía necesaria para certificar el desarrollo interno.
Busto del filósofo griego Platón (427-347 a.C.)
Adams, como gran protector de las benevolencias del sistema, expone muchos ejemplos del mundo clásico que reflejan la consideración excepcional del equilibrio de poderes: no podrían sustentarse los derechos y libertades de la sociedad sin un ejecutivo firme y autónomo del legislativo. Además, ratifica la necesidad de un senado controlado por el ejecutivo y los delegados del pueblo para frenar sus ambiciones individuales. Por otro lado, advierte de la necesidad de no mantener el poder ejecutivo bajo control de un organismo aristocrático o democrático para neutralizar la corrupción. Por último, sugiere la aplicación de la independencia de los tres poderes porque este sería el único método por el que los Estados Unidos podrían escapar de los males de la decadencia de las
polis griegas.
John Adams (1735-1826) considerado como uno de los Padres Fundadores del país estadounidense, se convirtió en el 2º presidente del país desde 1797 hasta 1801.
La llegada de la siguiente generación hará que se renueve la imagen de Atenas y, por lo tanto, la democracia como forma de gobierno. De hecho, los diálogos de Pericles aludiendo a la guerra contra Esparta se van a convertir en un aliciente y fórmula de inspiración en la conquista del enclave de Orleans como ampara ante la coacción francesa. A partir de la década de 1790, la clase elitista comandada por Jefferson y Madison comenzó a constituir y corroborar enmiendas para instaurar un nuevo gobierno más democrático. Se impusieron reformulaciones dirigidas a neutralizar el modelo timocrático (establecida hasta ese momento y protegido desde los primeros compases de la Revolución) en la ampliación del voto, si bien, aunque se suprimiera la propiedad como formalidad incondicional en las elecciones y se incline a agudizarse el papel esencial de la representación, no se reafirma una democracia directa al estilo de la ateniense y se muestra cierta limitación al uso del concepto democracia reemplazado por uno más flojo: el de república. En definitiva, la preferencia por paradigmas políticos y sus interrumpidas variaciones convalida que los Padres Fundadores percibían la Historia Antigua como un ejemplo ilustre que podían acomodar a sus intereses definidos.
Enfocándonos más en la opinión de los fundadores en la tesis democrática, hay que tener en cuenta que las propuestas que habían evolucionado al redactar y discutir las constituciones estatales se adaptaron a la Constitución nacional y se configuraron. En la década de 1780, bajo los desórdenes sociales reinantes, el malestar económico que dirigía al precipicio el crédito público, la depresión del panorama internacional y la debilidad constante de la Confederación, hicieron que el objetivo se enfocara en el desarrollo de un poder nacional, la creación de un poder central nacional que aglutinara las fuerzas armadas, el tratamiento de los asuntos internacionales y, sobre todo, la gestión de los aspectos vitales de la vida corriente en un gobierno que dirigiera a los gobiernos menores. Sin embargo, la preocupación de los años 1787 y 1788 no fue la de formar un gobierno central que estabilizara la situación, sino el adaptar unos parámetros prerrevolucionarios a su situación actual mediante una interposición interpretada de sus intereses y formas de vida elitista.
Vamos a retomar los conceptos de república y democracia para dejar aclaradas las perspectivas sobre los mismos. Democracia y república eran términos muy ligados al comportamiento social colono; como ya hemos dicho, eran empleados frecuentemente como fórmulas sinónimas reflejando, a su vez, satisfacción y repudio. Si la palabra república era concebida como triunfo de la moral y la razón, la expresión democracia era inmediatamente relacionada con los desórdenes civiles y los ascensos de los tiranos. Durante los primeros años de la revolución el miedo hacia el llamado «despotismo democrático» fue elevándose por la creencia de que «un pueblo no sabe hacer reformas con moderación». A pesar de ello, parece ser que los llamados «Radicales» o dirigentes del movimiento revolucionario, no actuaron o aprovecharon las circunstancias para intentar reformular el orden existente, sino para limpiar una Constitución corrupta y frenar la extensión de las competencias internas de la autoridad. No creían conveniente que las clases bajas debatieran y solucionaran los problemas de Estado de gran importancia. Manifestaban que no serían eficaces o capaces de dirigir un país sin influencias demasiado radicales. Además, el componente de la costumbre y la tradición afirmaban que sin una clase social acomodada, independiente, educada y ociosa, establecida por encima de la gran mayoría de la sociedad, el gobierno no sería nada más que la infinita diversidad de los intereses particulares y discordantes de opiniones; y el resultado obtenido sería un mero caos.
Thomas Paine, en su folleto, Comon Sense,
sacado a la luz a principios de 1776, defendió la implantación de un sistema de asambleas unicamerales, nombradas de forma anual y dirigidas por un presidente, mediante un sistema de representación «más equilibrado», aunque sin olvidar que no hacía referencia directa a la democracia. A pesar de todo, esta idea de Paine fue criticada y vista como un peligro, principalmente, por Adams. Este acusaba a Paine de defender un proyecto muy democrático en el que no habría limitaciones por parte de la población y que, por lo tanto, se sufrirían penalidades. También, consideraba que las asambleas populares, eran inútiles para asumir el papel del poder ejecutivo, y muy desconocedoras de las leyes como para controlar el poder judicial. Por ello, describía que la asamblea unicameral sería un error pero que si incluso se separan los poderes en órganos ajenos a los de las asambleas, esto derivaría en un conflicto. Añade que es necesaria otra asamblea, esto es, un sistema bicameral que presidiera el poder legislativo y que además nombrara, aunque actuando de forma independiente, el poder ejecutivo y judicial. Adams prosigue con su alegato aludiendo y remarcando un aspecto que va en contra de toda la lógica democrática, en otros términos, su independencia (haciendo referencia al poder judicial) debe ser garantizada por la estabilidad vitalicia. Prosigue en que esta sería la fórmula más exacta de republicanismo porque limitaría la voluntad del pueblo y, en mi opinión, se contradice expresando que esto sería preferible al gobierno aristocrático cuando se refiere de forma evidente a un sistema de estas características.
Retrato de Thomas Paine (1737-1809), político, escritor, filósofo, intelectual radical y revolucionario estadounidense de origen inglés. Promotor del liberalismo y de la democracia, ha sido considerado como uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos.
Esta postura de Adams tuvo buena acogida. Según Carter Braxton, que sin estar del todo a favor con lo indicado por Adams, sí que manifestaba su apoyo en cuanto que se neutralizarían los males de los gobiernos populares, preñados de los desórdenes y desenfrenos propios de la simple democracia.
Defendía que los gobiernos democráticos muy raras veces han tenido éxito, pues muy raras veces el conjunto del pueblo ha contado con el poder de abnegación, el menosprecio de los ricos, del lujo, y del dominio de los otros, que es necesaria para sostener tales gobiernos.
No todos estuvieron de acuerdo, sino que hubo personalidades muy influyentes que intentaron organizar un gobierno más «democrático». Aprobaban que un segundo órgano de legislación fuera indispensable pero rechazaban la idea de que este organismo se dedicara a representar solo a un estrato social. Thomas Jefferson defendía, aunque con limitaciones, la designación de los senadores en un cargo vitalicio siempre y cuando esta elección sea aprobada por el conjunto del pueblo en elecciones. Asimismo, George Mason otorgó a la comisión constituyente oficial un modelo de elección de la cámara superior que no estaría compuesta por la voluntad popular, sino que estaría reservado a un grupo reducido y selecto de diputados elegidos, a su vez, por quienes tuvieran en posesión un número determinado de tierras con un valor límite de dos mil libras. Esta cifra podría considerarse excesiva si tenemos en cuenta que en 1763, durante el periodo colonial, encontramos ejemplos de rentas muy inferiores. En el caso de Delaware, se requería una propiedad de mínimo 50 acres de tierra o un bien con un valor mínimo de 40 libras; por último, en la colonia de Connecticut encontramos la misma situación que en el ejemplo anterior. Hay que tener en cuenta que los pequeños propietarios que cumplían con estos requisitos, no podían participar en las sesiones legislativas debido a que podían prolongarse durante varias semanas o meses, o sea, era un tiempo prolongado por el que dejaban totalmente desatendidas sus actividades agropecuarias.
En cuanto a la problemática de las tierras y su papel como elemento regulador y requisito imprescindible a la hora de practicar el voto, Noah Webster, en 1785, dictaba que el poder verdadero no era el reflejo de los ejércitos o el impacto de las formas culturales como la religión, sino la propiedad. Existe un un vínculo entre la propiedad y el dominio que podría trasladarse también al mundo clásico.
Dondequiera que pongamos los ojos veremos esta verdad: que la propiedad es la base del poder. ¿Pero qué porcentaje de la población podía votar siguiendo este criterio timocrático? Cuando la Constitución fue ratificada, solo los propietarios varones blancos podían ejercer el derecho al voto. Este porcentaje de población se ha estimado en torno a un 10-16% de la población estadounidense a finales del siglo XVIII. Si consideramos que la población norteamericana rondaba los 4.000.000 de habitantes en 1790 y que el número de mujeres y hombres era más o menos equilibrado, podemos establecer que aproximadamente podían votar entre 200.000 y 320.000 hombres repartidos entre las Trece Colonias.
El jurista británico William Blackstone (1723-1780) consideró que los sobornos por parte de los candidatos serían tan tentadores entre los sectores populares empobrecidos, que la mejor forma de conseguir unas elecciones sin amaños era imponiendo requisitos como la propiedad para poder votar.
Las elecciones: un derecho manipulado en la mujer y en los esclavos
Desgraciadamente para la historia de la humanidad, la mano de obra esclava ha sido una realidad que sigue perdurando en la actualidad. En el caso de los Estados Unidos de América, «el gran país de la libertad y de la democracia», la esclavitud estuvo muy extendida hasta bien entrado el siglo XIX. Los esclavos no eran considerados personas, sino simplemente mano de obra gratis t simples objetos de trabajo. No contaban con ningún tipo de derecho civil y podían ser traspasados o vendidos como un bien. No se les permitía realizar cualquier tipo de acción legal: contratos, matrimonio o adquirir propiedades. Si bien bastantes esclavos lucharon en los dos bandos con promesas de que se les premiaría con la libertad, la realidad fue muy diferente: sobre 1820 el número de esclavos afroamericanos en el país era de aproximadamente 1.300.000 frente a los 200.000 esclavos de color libres.
La proliferación religiosa de los Estados Unidos ha sido un factor importante desde la época colonial, sin embargo, la cuestión de la esclavitud se quedó al margen de la típica frase de «todos somos hijos de Dios» y se manifestaron multitud de interpretaciones de la Biblia para que se justificara, es decir, se fundamentó como orden divino la división de las razas y la superioridad de la raza blanca, estableciéndose así un panorama propicio para que el orden social y económico con cimiento esclavista se alargara, durante décadas, como un elemento necesario y justo en la nación de la «libertad».
La Decimotercera Enmienda, aprobada en 1865 tras la finalización de la Guerra Civil Estadounidense, prohibía la esclavitud dentro del territorio nacional concediéndose algunos derechos a los antiguos esclavos. La Decimocuarta Enmienda no eliminó la discriminación al derecho al voto por motivos raciales. no será hasta la Decimoquinta Enmienda, aprobada el 3 de febrero de 1870, cuando se establezca el derecho al voto sin ningún tipo de discriminación racial. A pesar de todo, los estados sureños se las ingeniaron para desarrollar métodos que limitaran los derechos electorales de los afroamericanos, por medio de la intimidación, la violencia y las leyes Jim Crow. Con la llegada de la presidencia de Lyndon, ya en los años 60 del siglo pasado, se desarrolló un fuerte programa que acabó con el racismo (Ley de Derechos Civiles de 1964) que hizo constatar e obligatorio cumplimiento de las enmiendas Decimocuarta y Decimoquinta, con el objetivo de destruir las prácticas discriminatorias y de segregación racial. Es justo en este momento cuando podemos hablar de un sufragio universal completo, o dicho de otra forma, sin distinciones de raza, sexo (1920) o color.
Otra lacra histórica ha sido el fuerte menosprecio hacia el papel de la mujer en la sociedad. La Revolución de las Trece Colonias no pudo haber progresado sin el apoyo moral, ideológico, material y médico que proporcionaron tanto hombres como mujeres. La guerra planteó la pregunta de si una mujer podía o no ser patriota, demostrándose que sí lo eran boicoteando los productos británicos y sirviendo en las fuerzas armadas de los Estados Unidos disfrazadas de hombres.
Mary Ludwig Hays McCauley «Molly Pitcher» (1744-1832) ha sido considerada como un icono real o no que simbolizó el sacrificio de muchas mujeres estadounidenses durante la Guerra de Independencia.
Lamentablemente, las restricciones al voto a nivel de género se basaban en las leyes electorales inglesas del siglo XVIII. Asociaron la debilidad a la mujer como un rasgo que vendría de la naturaleza, así como su supuesta incapacidad de poder defenderse en los asuntos de política. Resulta evidente que las mujeres exigieron el voto por su contribución a la victoria estadounidense en el conflicto; sin embargo, antes de 1848, momento en el que se produce una Declaración General de Derechos de las Mujeres redactada por Elizabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott, estudiar la evolución de la lucha por adquirir el sufragio femenino resulta complejo. No digo que no hubiese lucha o movimientos para reivindicar tal derecho pero, tal y como dicta Criado Torres basándose en postulados del siglo XVIII y principalmente de Feijoo: Al igual que la Historia la escriben los vencedores y no los derrotados, la supremacía es atribuida al género masculino porque son ellos los que escriben, los que se adueñan de todo, y los que dan al mundo su versión de las cosas.
En 1869, Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton crearon la National Woman Suffrage Association que se unió en 1890 a otra organización conocida como American Woman Suffrage Associations, dirigida por Lucy Stone; esta unión propició la creación de la Asociación Nacional de Mujeres Sufragistas de Estados Unidos y lideraron un movimiento para lograr el voto femenino. En 1913 había ya 12 estados que habían concedido el sufragio a la mujer siendo, en este momento, cuando el Partido Nacional de la Mujer, liderado por Alice Paul y Lucy Burns entre otras, forzó al Congreso a ratificar una nueva enmienda (la Decimonovena) que concedió el sufragio universal sin distinción de sexo en 1920.
Conclusión
La Revolución de las Trece Colonias de ningún modo, en cuanto a los Padres Fundadores y las pequeñas élites se refieren, fue vista como una revolución de carácter social. En un principio, nadie quería la eliminación del orden social establecido. Van a ser los propios hechos y experiencias de la Guerra de Independencia los que provocarán, en cierta medida, la aplicación de cambios en dicho orden como consecuencia de la represión ejercida contra los monárquicos y los contrarrevolucionarios en la que se expropiaron propiedades. Esto supuso un movimiento de carácter social que, en mi opinión, preocupó mucho a las élites coloniales partidarias del proceso emancipador pero sin «extremismos». Los grandes propietarios se dieron cuenta de que debían ceder ciertos derechos y participación política a un número más amplio de población para apaciguar los impulsos revolucionarios del sector popular. Frente a la concepción tradicional anterior al proceso revolucionario en la que se creía necesaria una superioridad entendida como una jerarquización del funcionamiento político, económico y social de la vida, las experiencias de la propia Revolución van a hacer que la percepción hacia la democracia se vea obligada a evolucionar.
Considero que, en medida de la posible, se ha descrito que el término «República» no incluye necesariamente «democracia»; pero, entonces, ¿se produjo continuidad tras la entrada en vigor de la Constitución federal de 1787? Yo creo que sí, aunque de forma parcial, porque si bien es verdad que se mantuvo una república democrática con reflejos claramente oligárquicos y aristocráticos y en los que se puso en práctica una auténtica exclusividad democrática por parte de unas élites que se eligen entre sí para consolidarse y mantener unos privilegios económicos con un galante timocráticos por encima de todas las cosas, va a ser justo el proceso revolucionario, como ya se ha mencionado, el que va a marcar las transformaciones necesarias para que el término «demcoracia», apesar de que a día de hoy no se encuentre recogido en la Constitución, deje de ser un término negativo que conducía hacia la anarquía para convertirse en la forma de gobierno que tenemos, en mayor o menos grado de eficacia, hoy día. Por otro lado, tenemos que tener en cuenta que los cambios y las transformaciones sociales no se producen de un día para otro, o dicho de otro modo, que hay que adjudicar al proceso revolucionario estadounidense un componente de transición que no impide que se reflejen las múltiples contradicciones de un sistema que, según los Padres Fundadores, enmarcaría la libertad personificada.
Por último, reflejar un dato que me parece interesante y que ayuda a comprender esto: ¿Quién fue el primer presidente de los Estados Unidos de América? Sí, fue George Washington. Sin embargo, dejando de lado su gran prestigio por conducir a la victoria a los ejércitos estadounidenses durante la Guerra de Independencia, hay que tener en cuenta que era propietario de una plantación de algodón con esclavos en Virginia, es decir, no eligieron como Presidente, evidentemente, a alguien de origen humilde.
George Washington (1732-1799) considerado como uno de los Padres Fundadores de la nación estadounidense, se convirtió en general de los victoriosos ejércitos revolucionarios durante la Guerra de Indpendencia y, posteriromente, será elegido como primer presidente (1789-1797) del joven país.
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