Revolucionario, ilustrado y liberal español nacido en Palma de Mallorca en 1757 y muerto en San Fernando de Nuevitas (Cuba) en septiembre de 1825.
Pertenecía a una familia de la pequeña burguesía isleña, propietaria de heredades agrícolas. Sus padres, según declaración propia, “tenían un comercio de yerro, cobre y alambre, junto a la Pescadería”. En su adolescencia, se sintió inclinado por la carrera eclesiástica e ingresó en el seminario del conciliar de San Pedro, pero más adelante sentó plaza de soldado y sirvió como artillero en varios destinos. Al filo de los veinte años se instaló en Salamanca, donde continuó los estudios de filosofía y teología; en 1778 obtuvo el título de Bachiller en filosofía. Más atraído por la Ilustración que por la iglesia, se decantó por el fomento de las actividades pedagógicas, seguidor entusiasta de Rousseau. Frecuentó los ambientes ilustrados dominantes en la Universidad y fue miembro correspondiente de la Real Sociedad Económica Matritense y de la Vascongada de Amigos del País (véase Sociedad Económica de Amigos del País).
En 1780 casó con Feliciana Obispo, de quien tuvo un hijo, Juan Antonio, con el que experimentó un nuevo sistema pedagógico, que se hizo notar en abril de 1785, al publicar los resultados de una prueba de “catorce tesis” a las que respondió “con asombrosa brillantez”. Jovellanos escribió de Picornell que era “famoso en las gacetas por los talentos precoces de un hijo suyo”. Un folleto, dedicado al conde de Floridablanca, le granjeó el interés del entonces secretario de Estado y su apoyo en la obtención de una pensión real. En Salamanca escribió el Discurso teórico-Práctico sobre la Educación de la Infancia, dirigido a los padres de familia (publicado en 1786) y el Catecismo político para instrucción de la infancia española, publicado más tarde en el Correo de Madrid, en 1790-91.
De sus ideas y actividades de esta época, nace la inclinación de algunos autores a considerarlo dentro del campo revolucionario y republicano, adscripción en absoluto confirmada por su comportamiento y tesis políticas de los años siguientes. La traducción del folleto de Mathon de la Cour, Discurso sobre los mejores medios de escitar y fomentar el patriotismo en una monarquía… (Madrid, 1790) parece confirmar una posición favorable a la “monarquía ilustrada”, en la que el rey se preocuparía “por proteger a los débiles y premiar a los buenos ciudadanos”.
Sin embargo el ambiente político, entre los años 1790 y 1795, no resultaba nada favorable para las tesis del “pedagogo ilustrado”, deseoso de recuperar el estilo de gobierno de Carlos III. Los enfrentamientos cortesanos, la llegada al poder del conde de Aranda, la radicalización francesa tras el asalto a las Tullerías, la privanza de Godoy y el destierro del conde de Aranda a Jaen, favoreció el desarrollo del llamado “partido aragonés” o de la “oposición”, en el que militó Picornell.
El descubrimiento de la llamada Conspiración de San Blas, gracias a la delación de unos plateros, que llevó a la detención de Picornell en la madrugada del 3 de febrero de 1795, permitió abortar una conjura iniciada meses antes, en la que participaban algunos “intelectuales” (médicos, abogados, profesores y “traductores”) y que contaba con el apoyo económico y político de “altos personajes de la corte enemigos de Godoy” (los Cuatro Grandes Partidarios a que se refiere Aguirrezábal en su tesis de 1972).
Los objetivos del levantamiento, según se explicitan en los Manifiestos y las Instrucciones aprehendidos, tras una crítica generalizada del sistema político vigente y el malestar causado “por el mal gobierno”, consistían en declarar la obligación del pueblo “a tomar la firme resolución de recobrar sus derechos, de hacerlos valer y respetar, con el fin de corregir el gobierno…”. Se establecería una Junta Suprema, para que “en nombre y representación del Pueblo Español…examine todos los males… y proceda a su total reforma”. De acuerdo con Aguirrezábal y Comellas (en un trabajo de 1983 que revisa la tesis de 1972), los conjurados se mueven constantemente entre la idea de revolución y de reforma, entre la depuración de los vicios del Antiguo Régimen y su transformación radical.
Conocidos los implicados y tras un largo y complicado proceso, en mayo de 1796 se acordó por el Consejo de Castilla la pena de horca y la confiscación de bienes de Juan Mariano Picornell, Sebastián Andrés, Manuel Cortés y Campomanes y José Lax de Boas, con penas menores para los demás. Pero la intervención de Godoy, el estudio de la causa por un consejero real y la decisión, pronunciada por el monarca el 26 de julio de ese mismo año, conmutaron su ejecución por un destierro a perpetuidad en “los castillos de ultramar”.
Cuando Picornell llegó a La Guaira, en Venezuela, en el inicio de su “aventura americana” acababa de cumplir 40 años. Estaba en plena forma intelectual y, recuperado de las dolencias de la prisión, iba a tomar parte en un conjunto de episodios nada ordinarios.
En febrero de 1797 se encontró en el castillo de La Guaira con los criollos comprometidos en conjuras “antipeninsulares”, a los que adoctrinó y preparó con la exposición de planes y la redacción de manifiestos y proclamas. Casto Fulgencio López, su biógrafo venezolano, recuerda que en abril y mayo llegaron Andrés, Cortés y Lax, sus compañeros de condena y que se unieron a la conspiración que preparaban Manuel Gual, capitán retirado y José María España, Justicia Mayor de una población cercana.
Picornell les transmitió “su viejo apotegma de América para y por americanos”, redactó un Discurso y unas Máximas Republicanas, tradujo Los derechos del hombre y del Ciudadano (sobre el texto de 1793 más radical que el de 1789) , participó en la creación de la bandera que contiene “el tricolor de Miranda” y encargó a Cortés un Soneto americano en el que se dice: “Viva nuestro Pueblo /Viva la Igualdad, / La Ley, la Justicia / Y la libertad”.
La “conspiración de Gual y España”, tampoco llegó a convertirse en realidad. Al saberse perseguidos, algunos conjurados huyeron, con Picornell a la cabeza, para refugiarse en Curaçao, Guadalupe y Trinidad, donde encontraron el apoyo del almirante inglés Sir Thomas Picton, que en junio de 1797 declaró su interés por la rebelión de las colonias españolas en América. En julio se descubrió el complot y fueron apresados algunos implicados, aunque los principales responsables pudieron escapar. España, que regresó a La Guaira, fue ejecutado en mayo de 1799.
Durante algunos meses, Picornell, Cortés y Gual desplegaron sus ardores subversivos por las islas del Caribe, que recorrieron de una a una, y participaron en todos los intentos de rebelión, inspirados en los ideales de la Revolución Francesa. No tardarían en conectar con Francisco Miranda, que desde Londres alentaba nuevos planes de intervención exterior. Pero en 1801 falleció en Trinidad Manuel Gual, probablemente envenenado, mientras Manuel Cortés se nacionalizaba francés en Guadalupe, al parecer con promesa formal de renunciar a cualquier provocación.
De Picornell, oculto bajo el nombre de Juan Bautista Altamira, el historiador estadounidense Harris G. Warren, que ha investigado esta época en los archivos cubanos, relata su paso por Baltimore y Filadelfia entre 1801 y 1806, como profesor de química e investigador físico en el College of Baltimore. Más tarde, embarcó rumbo a Francia, donde encontró apoyo entre los subalternos de Napoleón. En octubre de 1806 la Sociedad Médica de París lo recibió como “miembro asociado correspondiente”, pero al ser descubierto por el embajador español prefirió regresar a Martinique, donde se reunió de nuevo con Manuel Cortés. Juntos, en 1808, tras la invasión francesa de la Península, decidieron trasladarse a Inglaterra, movidos por un oscuro deseo de arrepentimiento. Cortés lo consiguió y se convirtió pronto en amigo y colaborador de Francisco Miranda, con el que publicó El Colombiano de Londres. Picornell, enfermo en Barbados, permaneció en las islas.
Poco después, a comienzos de 1810, Miranda se trasladó a Venezuela y encabezó el movimiento de Independencia, que se proclamó en julio de 1811. Entonces, el Congreso de Caracas llamó a Picornell y le nombró intendente de Policía de la capital, puesto que ejerció a lo largo de un año, en medio de protestas y críticas por su supuesta enemistad con el Precursor. Al rendirse Caracas a los realistas en julio de 1812, se trasladó a Baltimore donde, durante algún tiempo, “practicó la medicina bajo nombre y título supuestos”.
Pero en Baltimore se encontró con José Álvarez de Toledo, el diputado a las Cortes de Cádiz por Santo Domingo, que había escapado de Cádiz con el apoyo de la Logia Lautaro y promovía en Estados Unidos la independencia de las provincias americanas. Se inicia un nuevo periodo de actividades, que uniría temporalmente el destino de Picornell y Toledo, en una suma de acciones arriesgadas y confusas. En 1812 se sitúan unas supuestas conversaciones de ambos con el embajador español Luis de Onís, representante oficioso de la Regencia en Estados Unidos. En 1813 participaron en la invasión de Texas y el enfrentamiento militar con el gobernador de las Provincias Internas de Nueva España, el brigadier Joaquín Arredondo, que se saldó con la derrota y la huida de Toledo y Picornell. Obligados a separarse, Picornell se refugió en Nueva Orleans, donde se encontró con el general francés Jean Amable Humbert, cargado de planes para la ocupación de Texas, con el inconfesado propósito de instalar en ella a los franceses que estaban llegando a Estados Unidos.
Volvió con Humbert a la frontera y el 25 de noviembre proclamaron simbólicamente la creación de la “República de Texas o de las Provincias Internas de México” donde Picornell asumía la Presidencia del nuevo estado independiente. Dos días más tarde regresaron a Nueva Orleans, en busca de recursos y asistencias. El 6 de enero de 1814, a pesar de la opinión contraria de Toledo, publicó en L’Ami des Lois una proclama de intenciones políticas, a favor de la independencia de las provincias españolas de América.
Pero Nueva Orleans en esos años era una pieza maestra en la estrategia defensiva del embajador Luis de Onís, que mantenía apostado en el gran puerto del Golfo de México al cónsul Diego Morphy, responsable de un nutrido grupo de espías, dirigidos por el cura Antonio Sedella. Al conocer la presencia de Picornell en la ciudad, Sedella se apresuró a desplegar una intensa actividad de cerco y convencimiento personal, con lo que logró la conversión del prófugo y su incorporación a su red de espías, con la ayuda de un comerciante local llamado Ángel Benito de Ariza.
Picornell publicó en el Moniteur del 12 de febrero un anuncio en el que renunciaba a la presidencia de Texas y el mismo día redactó una extensa confesión de todas sus culpas. Prometió redimirse, descubrir y delatar las conspiraciones y conjuras de sus antiguos correligionarios y solicitó formalmente el perdón de la corona, que le fue concedido mucho más tarde, el 10 de febrero de 1816.
Entre sus muchos éxitos en esta nueva empresa, logró poner al servicio del embajador a los famosos hermanos piratas Lafitte; consiguió el arrepentimiento de Álvarez de Toledo, entonces “general de los ejércitos mexicanos” y participó en el fracaso de algunos intentos rebeldes, como los tramados por el insurgente Juan Pablo Anaya; el viaje de Humbert a México para entrevistarse con Morelos; la traición del cura José Antonio Pedrosa, enviado del insurgente general Ignacio Rayón; las actividades del “doctor” José Manuel Herrera en Nueva Orleans; los proyectos de intervención de Javier Mina y posteriormente del general Renovales, etc.
Convencida la corona de que la presencia de España en esa zona acabaría pronto, a mediados de 1818 se aprobó una real Orden que autorizaba a los españoles residentes en Luisiana a pasar a Cuba, donde podrían establecerse. En la comisión consular encargada de seleccionar a los aspirantes, aparece Picornell con el cargo de secretario; poco después solicitó permiso para ejercer la medicina en la isla de Cuba. Luis Noeli, enviado por el embajador Onís para ejecutar el juicio de residencia al vice-cónsul Fatio, escribió un informe favorable a la petición de Picornell, en el que alababa sus actividades en los últimos años y recomendaba que “pudiera exercer su facultad médica”, de tal modo que “se le diese una plaza de médico en uno de los nuevos establecimientos de esa Isla”.
Se trasladó a Cuba en 1820, tras establecerse inicialmente en Camagüey, algún tiempo después pasó a ocupar el cargo de regidor del Ayuntamiento en San Fernando de Nuevitas, donde presidió la Junta electoral en diciembre de 1823. Reelecto en 1824, según el historiador cubano José L. Franco, al año siguiente murió “completamente olvidado y en la indigencia”.
Bibliografía
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M. Ortuño Martínez
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