"ABYA YALA: TIERRA EN PLENA MADUREZ"

martes, 11 de julio de 2017

Siglo XVIII: Motines, protestas, revueltas e insurrecciones

Antecedentes del desmoronamiento del dominio español en América Latina (II)

Con base en: Siglo XVIII: El colonialismo español ante el inconformismo social. Motines, protestas, revueltas e insurrecciones. Texto inédito de Gustavo Quezada.
Mientras en Europa la muerte del feudalismo daba paso al capitalismo, y con éste a una transformación de las formas económicas, políticas, sociales, técnicas, culturales, dominantes, en el Nuevo Mundo la vida dejaba atrás la pasividad y daba paso a miles de voces y protestas para pedir fin de los monopolios, libertad de comercio, menos impuestos, abolición de la esclavitud, regreso a las formas indígenas de vida y sociedad, e incluso fin de la monarquía. Los levantamientos y protestas sucedían sin coordinación pero reflejaban la inconformidad que será antesala de protestas e insurrecciones que golpearían la Colonia. Los hechos muestran que la Colonia no fue tan bondadosa ni tan tranquila como se dijo.
 

La inconformidad era atizada por un conjunto de medidas tomadas allende los mares, urgidas algunas por la creciente demanda de recursos frescos que reclamaban los ejércitos trenzados en guerras imperiales y de conquista, o por el derroche de los monarcas y sus cortes. Más oro y mano de obra para sostener la clase ociosa que dormitaba en España.
De ahí que, al comenzar el siglo XVIII, el ciclo de expansión del colonialismo se oriente a buscar nuevas tierras para el cultivo, indios para reducir (encomienda) y establecimientos mineros; según las nuevas necesidades y políticas de la Casa borbónica de los reyes, con exhibición del Despotismo Ilustrado y su frase “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Con sus escoltas militares y la señal de la Cruz, las sotanas de los misioneros abrían caminos. A la vanguardia iban los padres de la Compañía de Jesús.
Son éstas acciones que despiertan reacción. Así, en ese siglo y en las zonas de frontera se actualizaron los conflictos que se creían superados en la primera parte del siglo XVI: resistencia indígena, surgimiento de grupos mesiánicos y milenaristas, enfrentamiento entre frailes y colonos, además de muerte, etnocidio y genocidio sistemático de aborígenes.
Tal como a nuestros pueblos chibchas, hacia 1722, por ejemplo, con la diosa Nayarit, su principal divinidad, representada por cuatro esqueletos completos ataviados, y el oráculo de la Mesa del Nayar como punto de cohesión, los cora de Nayarit, cercanos a Guadalajara (México), fueron reducidos. Sin embargo, secretamente continuaron practicando sus cultos. Los jesuitas destruyeron el oráculo y lograron la dispersión transitoria de la comunidad, un ataque que facilitó su sometimiento a la política de reducciones.
En todo caso, en la América española, antes de los Gritos y las Actas de Independencia, durante todo el siglo XVIII al ritmo de las reformas borbónicas, la inconformidad tuvo decenas de estallidos. Tanto de las clases subalternas como de algunos sectores del criollaje. Borradas de los textos oficiales, aunque su enumeración es larga vamos a ver las más conocidas, aunque fueron muchas más.
Los brotes del descontento nacieron de seis grandes motivos: 1. Guerras de frontera, 2. Rebeliones indígenas, 3. Enfrentamiento criollo a los monopolios privados y religiosos. 4. Apoyos a las misiones jesuitas. 5. Rebelión de los esclavos. 6. En contra del sistema impositivo, los estancos y las restricciones a la producción de los textiles en los obrajes.

Guerras de frontera 
En el norte del Virreinato de la Nueva España (México): la resistencia de los indios de Colotlán (1702), los yaqui (1740-1741), los pimas altos (1751) y los cora de Nayarit (1767). En el Virreinato de Perú y la Capitanía General de Chile, los continuos alzamientos de los araucanos. La rebelión de los pehuenches, telhueches y huilliches de la cordillera y la Pampa (1729); en la audiencia de Charcas, el alzamiento de los pueblos nómadas del Chaco y de Tucumán (1746). Y el surgimiento de las confederaciones militares interétnicas de la frontera del Virreinato con la Amazonia (1766).
Felipe II, rey contrarreformista por excelencia, a quien le toca el desastre de la Armada Invencible, que marca el nacer del poderío militar inglés. ¡El mar de las Indias libre para Inglaterra!; se obliga a varias medidas que afectan profundamente la España y América:
Impuso las políticas de los cardenales en el Concilio de Trento. Estableció la Inquisición y sus penas de muerte. En América impidió que se continuara estudiando las grandes civilizaciones americanas y ordenó a los franciscanos el envío a España de los códices aztecas y mayas, rescatados por los misioneros, en particular fray Bernardino de Sahún. Prohibió difundir la obra que exaltara los valores de las culturas indígenas, y que se dieran a conocer sus creencias y sus costumbres. Estableció censura para las obras que hablaran de la Conquista, y los conflictos entre la Iglesia, el Estado y los conquistadores. Vedó la circulación de los libros, incluidos los documentos papales, que no llevaran el placet real. Exigió que sus súbditos sólo pudieran ir a las universidades españolas. Limitó el acceso de la nobleza indígena al título de don y su ingreso a la Iglesia y las universidades. Les quitó a las comunidades de franciscanos, dominicos y agustinos el control de los pueblos nativos, que entregó a curas seglares. Y prohibió toda nueva expedición de descubrimiento y conquista, de tal modo que el poblamiento español en América quedó circunscrito a los límites alcanzados hasta 1560 (1). Para este Suplemento, este punto es el que más se destaca.
Significó la existencia de una amplia frontera en torno a virreinatos, presidencias, audiencias y gobernaciones, que en una colonización militar-religiosa exploraron sólo los cazadores de esclavos e indios para las encomiendas, o fue entregada a las órdenes religiosas para las misiones. Curiosamente, los jesuitas, orden constituida apenas en 1535 y autorizada por los Papas en 1540, que llega aquí en el último cuarto del siglo XVI, es a quienes se concedió el mayor número de misiones y el más amplio poder para ‘cristianizar’ a los entonces llamados salvajes. Se expandieron por el norte de México, el piedemonte oriental de la Nueva Granada y Perú, con énfasis en la Audiencia de Charcas y las ‘misiones’ de Paraguay.
Dolor, pasos de Mingas, su vestir con resistencia, pintura en los rostros, máscaras y sonar de las marimbas chiapanecas y otras luchas con ayer. Por su relación con el actual indigenismo y su importancia para la investigación histórico-cultural de los movimientos que se pudieran reseñar, mencionamos los más llamativos:
  • Por el México de hoy, los indios de Colotlán (Mextitlán-Nueva Galicia) afectados por la expansión de la frontera agrícola y ganadera de los colonos españoles se sublevaron en 1702, incendiaron las estancias españolas y enfrentaron al virreinato. El arzobispo virrey Ortega Montañés los apacigua, y envía un oidor de Guadalajara a restablecer las fronteras (2).
  • Los indígenas de la nación yaqui (gobernación de Sinaloa, actual estado de Sonora), sometidos a reducciones jesuitas desde el siglo XVII, instigados por el gobernador español Huidrobo, se rebelaron en 1740 contra la Compañía de Jesús. Dirigidos por sus caciques el Muni y Bernabé, liberaron una gigantesca franja de territorio que quedó vedada a los españoles. Pero respetaron temporalmente las misiones. En 1741 intentan tomar la ciudad de Tecoripa pero son derrotados y forzados a la paz. Huidrobo, quien los había motivado al alzamiento, recorrió los pueblos, censó la población y devolvió las tierras a sus anteriores propietarios, aunque, era su intención, gran número de nativos no volvió a las misiones y se integró al trabajo de haciendas y minas (3).
  • Los pimas altos, de Sonora y Arizona, se rebelaron en 1750 contra la expansión española y la presencia de misiones. Su líder, Luis del Sáric, cambió su nombre por Bacquiopa, enemigo de las casas de adobe, y enfrentó a colonos y jesuitas. Restableció la religión ancestral, la construcción de sus casas en materiales tradicionales y su lengua. Seducido con el nombramiento de capitán y, ante el peligro de invasiones apaches, acordó campañas conjuntas con los españoles, que apresaron a Sanic, quien murió en presidio (4).
  • Los cora se reunían a escuchar a los oráculos. Es notable el papel de las mujeres: bautizaban, curaban y confesaban moribundos, en clara simbología de sincretismo cultural. Expulsados los jesuitas, los cora fueron entregados a control franciscano. En 1767, el indio Antonio López, Granito, vio la ocasión de restablecer sus antiguos rituales y lograr su independencia. El alzamiento se extendió. Jefes indígenas como Manuel Ignacio Doye se destacaron. Pero fueron derrotados y sus jefes enviados a presidio. Labradores mestizos, colonos y mineros repoblaron la región, gente de razón al decir del comandante español” (5). 
  • Araucanos. Situación semejante vivió la Capitanía General de Chile. Los araucanos nunca fueron sometidos. Luego de largos conflictos (siglos XVI-XVII), al final firman la paz (1726). Empieza la construcción de pueblos jesuitas al modelo guaraní, sin lograr la voluntad de los indígenas de vivir y reducirse. En 1764, el Gobernador-Presidente de Chile, Antonio de Guill y Gonzaga, en aplicación de las políticas borbónicas, que exigían censos de indios tributarios y su reducción a pueblos de indios, citó a los araucanos a parlamento. En apariencia, éstos accedieron, pero en diciembre de 1766 de improviso incendiaron pueblos en construcción, profanaron iglesias de misiones y acosaron a los españoles.
La autoridad contó con apoyo pehuenche y se inició una guerra de depredación sobre los araucanos. La paz se logró por intervención del obispo franciscano de Asunción y por el compromiso español de no insistir en los “pueblos de indios”. Expulsados los jesuitas, los franciscanos los reemplazan e insisten en las reducciones, lo que revivió alzamientos. Los españoles armaron grupos de bandidos (paramilitares, hoy) para asolar la Araucania. Por la paz de Negrete termina la guerra, con el compromiso español de respetar la vida de las comunidades6. Hoy permanece latente el conflicto. Los araucanos no han abandonado su lucha por la autonomía, y la defensa territorial, de su cultura y sus valores ancestrales. 
Recuadro1

De las 13 colonias a los Estados Unidos

“El 3 de septiembre de 1783 se firmó en París un tratado general de paz, en virtud del cual Inglaterra reconoce la independencia de los Estados Unidos, con un territorio que se extendía desde el Canadá hasta la Florida (devuelta por Inglaterra a España, y comprendía los actuales estados de Alabama, Mississippi y Louisiana) y desde la costa atlántica hasta el río Mississippi”.
El tratado fue la consecuencia de una guerra rápida –se inició el 6 de julio de 1775–, la misma que surgió de una insurrección contra el autoritarismo inglés. En pocos años, el acto de rebeldía se convirtió en revolución, y la guerra civil en un conflicto internacional que implicó a Francia, España y Holanda, a favor de las colonias y en contra del Imperio inglés. De esta manera, la prolongada confrontación imperialista europea se trasladaba a miles de kilómetros de su asiento natural.

Poblamiento original
El país que hoy se conoce como los Estados Unidos empezó a ser invadido y colonizado, de manera informal y desordenada desde el siglo XVI, por los imperios holandés –New York–, inglés –Virginia–, francés –territorio que llega hasta Montreal– y español –Florida. Tras su apetito de dominio estaban el oro y el control del comercio en aguas del Atlántico y del Caribe. Los ingleses, los últimos que se propusieron esta empresa en aquella parte del mundo, se sintieron en libertad de hacerlo una vez que le destruyeron al imperio español (1588) la “Armada Invencible”.
Las expediciones que viajaban por aquellos años, con autorización de sus soberanos, no contaban con suficiente infraestructura ni gente para instalarse por largo tiempo en las tierras usurpadas a la población nativa, y muchas de ellas fueron aniquiladas, bien por el clima y el hambre, bien por los invadidos.
Sólo en el siglo XVII se instalaron con intensión de quedarse –al igual que en las Antillas– múltiples expediciones, una de ellas integrada por ingleses (que buscaban, como Calvino, purificar la iglesia anglicana), salida de su país en medio de las luchas que habían cobrado la cabeza del Rey Carlos I. Tras ellos, viajaron otros muchos protestantes, puritanos, defensores del individualismo para interpretar la Biblia y resolver los problemas de su vida espiritual. “Una raza viril de puritanos que rechazaban por igual la intervención del Rey y del diablo en su vida colectiva” fue la que pobló y fundó el estado de Massachusetts.
Viajaron y llevaron consigo su necesidad espiritual, y también su experiencia de trabajo y su anhelo de vida sin opresión. En el caso de los ingleses, se trataba de una clase media que surgió de una larga tradición popular, erigida por la naciente burguesía, la misma que le había dado cuerpo al Parlamento con su Cámara de los Comunes, como contrapeso del monarca. En estas condiciones, los colonos se dieron una forma de gobierno popular mediante asambleas a las cuales asistían los integrantes de la iglesia puritana. Cuando la población se multiplicó, la asamblea fue integrada por delegados. Todos los asistentes tenían derecho a voz y voto.
A la par, y como instrumento de trabajo, fueron llevados los esclavos negros, los primeros de los cuales fueron desembarcados en 1619. Su población se multiplicó de manera acelerada: en 1690 equivalían al ocho por ciento de la población y al 21 por ciento en 1770, cuando los colonos ya sumaban 1.800.000 en aquellas tierras.
Fruto de su labor económica, con la cual daban cuentan del feudalismo en Inglaterra, estos colonos traspiraban espíritu libre (sic), creativo, emprendedor, y sentido de la disciplina, dentro de un claro espíritu capitalista. Pronto empezaron a construir barcos para comerciar con las Antillas, así como fundar industrias.
Si nos percatamos del momento en que empezó esta inmensa empresa de colonización –siglo XVII–, podemos deducir que la historia moderna de los Estados Unidos empezó tarde, pues para esa época los españoles ya sumaban más de un siglo en el sur y el centro del continente americano, y en los territorios hoy conocidos como México, Colombia y Perú se contaba con gobiernos bien establecidos, universidades y ciudades. Era tal la presencia del imperio español en estas tierras, que para 1574 se contaban 160 mil españoles dispersos por toda la región.
Se multiplican los viajeros
El control de los mares le permitió al Imperio inglés imponer su naciente poder en el norte de América. Las nuevas tierras prometían grandes ganancias para la monarquía, y de ahí que ésta entregara con prontitud títulos de propiedad a comerciantes, nobles y otros personajes sobre inmensas extensiones del Nuevo Mundo. Cada uno de los beneficiados promulgó sus normas de convivencia, y, tras la oportunidad de superar la pobreza o de vivir en libertad de conciencia, motivó el poblamiento por inmigrantes de diversidad de países, entre ellos finlandés, alemán, francés, holandés, húngaro, moravo, judío, polaco y sueco.
Esta multicultura y el anhelo de una nueva vida tensiona la relación entre la Corona y esta población que cada vez desea menos control. Ya en 1633 se firma un documento por tres poblaciones –Pacto de Mayflower, considerado la primera constitución de la democracia moderna–, en el cual se estipula la igualdad de todos los ciudadanos, sin restricciones de carácter religioso, y se dispone que las leyes serán hechas “para el pueblo y por el pueblo”, sin mencionar en pasaje alguno al Rey. Tampoco se tomaba en cuenta a las mujeres, reducidas al hogar, ni a los pobladores originarios de estas tierras, sometidos a exterminio, ni a los esclavos, negados de cualquier derecho.
Población con igual espíritu llega a lo que se conocería como Pensilvania (cuáqueros), en este caso opuestos a la guerra, practicantes de una hermandad religiosa sin jerarquías, impulsores de la resistencia pasiva, e imbuidos de alta capacidad de trabajo y ahorro. Precisaban algunos de sus preceptos que el gobierno no podía ser arbitrario ni opresor, que todo contribuyente tenía derecho al voto y que todo cristiano podía desempeñar empleos públicos, cualquiera fuera su credo. A ellos se debe el criterio de que los presos tendrían que trabajar.
En Baltimore se asentó una población que legisló precisando que quien allí habitara gozaba de todos los privilegios del ciudadano inglés, decretando leyes por medio de su Asamblea e imponiendo contribuciones que hasta entonces se suponía que eran del resorte de la monarquía inglesa. Se negaban a pagar impuestos a Inglaterra, y las decisiones de su Asamblea no requerían aprobación del Rey. Además, la libertad religiosa fue un precepto celosamente guardado por sus habitantes.
Así, favorecidos por decisiones del Rey, que entregaba “sus territorios” para que le generan riqueza, se pobló una parte de lo que hoy conocemos como Estados Unidos, identificada por entonces como las colonias inglesas en Norte América, que eran 13: Virginia, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, New Hampshire, New York, Pensilvania, New Jersey, Delaware, Maryland, Georgia y las dos Carolinas. Miles de miles atravesaron mares para buscar mejor vida. Sin embargo, como toda sociedad capitalista y pese a la normatividad aprobada, la clase dirigente recibía la mayor parte de los beneficios del trabajo de toda esta nueva población.
Así, aunque parece un poblamiento de libres e iguales, el nacimiento de los Estados Unidos se da en contradicción: “libres y esclavos, amos y criados”; pero también –y esto vendrá con el paso de los años– terratenientes y gente sin tierra, ricos y pobres (para 1770, el 1 por ciento de los terratenientes acumulaba el 44 por ciento de la riqueza generada por los inmigrantes y los esclavos), lo cual exacerbará las contradicciones entre sus pobladores entrado el siglo XVIII. La guerra contra los ingleses las ocultará y postergará, pero también las maniobras de una clase dirigente de origen inglés que contaba con experiencia política, y que, emitiendo leyes y normas, evitó que negros, indios y gente pobre se uniera. Un levantamiento les hubiera costado el poder y la vida.
Las contradicciones y la guerra
Las colonias nacieron, si así puede decirse, cargadas de espíritu capitalista y determinadas por sus prácticas productivas, es decir, nacieron con el sello de una embrionaria pero pujante y dinámica matriz social de índole burguesa.
Tal espíritu chocará con los requerimientos económicos del Imperio, una vez concluida su victoriosa guerra de los siete años contra Francia (1763). Esta obvia necesidad de recursos se multiplicará al incrementarse los ataques de los pueblos originarios en defensa de su usurpado territorio, contra los poblados de los invasores (en este mismo año los pueblos Potawatoni, Huron, Ottawa, liderados por el gran guerrero Pontiac, declararon la guerra a los blancos invasores), ataques que hicieron evidente la necesidad de sostener un ejército de 10.000 soldados que defendiera las colonias.
Para aquel momento, las colonias habían desarrollado una fuerte economía y, de acuerdo con el criterio imperial, podían sostener el ejército que los resguardaría. Por ello y para ello, se trató de aplicar la normatividad imperial –la misma que aplicaba España– de monopolio sobre el comercio, a la par que se establecían nuevos impuestos, algunos de los cuales –cobrando tres peniques sobre cada galón de melaza– significaban acabar con la industria del ron, una de las más importantes de las colonias. El té, el timbre de todo tipo de documento, el papel y otra multitud de productos más fueron grabados.
La normatividad imperial castigaba el contrabando, pero él mismo era norma en Norte América –un deber patriótico, según el decir de los comerciantes–, alcanzando cada año un una cifra –de la época– de 3.750.000 dólares. Esas mismas normas sólo permitían el comercio en buques ingleses.
Pero en la medida en que se trató de aplicar las viejas y nunca obedecidas normas, y en la medida asimismo en que se buscó hacer realidad los nuevos impuestos, la rebeldía se extendió. Las primeras medidas puestas en práctica para hacer entrar en razón al Imperio fueron de desobediencia civil: no comprar productos ingleses y cerrar los puertos a los buques de aquella procedencia. Quien se oponía a esta decisión era perseguido, lo cual propició una emigración hacia el Caribe y las Antillas de no menos de 100 mil colonos. Así, en medio de una tensión que cada vez ganaba nuevos ribetes, se fue llegando a lo que no querían los habitantes de aquellas colonias: desconocer el Rey y separarse de Inglaterra.
De esta manera, los dos millones aproximados de personas que habitaban las colonias en 1770 se encontraron en Asamblea de delegados. El 5 de septiembre de 1774 fue citado el primer Congreso Continental de las Colonias, al que asistieron todos menos Georgia. El segundo se llevaría a cabo el 10 de mayo de 1775, un mes después de haberse escuchado los primeros disparos contra las tropas ingleses en el poblado de Lexington, generando un inmediato sitio sobre Boston. Este congreso saldría investido con los poderes de gobierno de todas las provincias durante la guerra, imponiéndose como tarea inmediata la conformación de un ejército al mando de Washington y la emisión de papel moneda para sostenerlo.
Tras dos meses, el 6 julio de 1775, la guerra contra el imperio es declarada de manera formal, y un año después, el 4 de julio de 1776, el Congreso declara la independencia de las Colonias Unidas, estableciendo que “estas colonias son y por derecho deben ser Estados libres e independientes; que quedan absueltas de toda alianza con la Corona británica, y que todo vínculo político entre ellas y el Estado de Gran Bretaña queda totalmente disuelto”.
Las escaramuzas entre ambos ejércitos ganan espacio pero en ningún momento de gran calado. La debilidad y la inexperiencia del ejército libertador no lo permite, y la indecisión de los invasores hace que todo siga sin resolverse. Pero se presenta un definitivo y sustancial giro, llevando las escaramuzas al estado real de guerra: en febrero de 1778, los franceses reconocen el nuevo Estado y celebran con el mismo un tratado de ayuda y alianza militar. Dos meses después, ya han desembarcado en territorio de las 13 colonias sus fuerzas, además de armas y dinero. Vendría luego la ayuda española, que durante los dos últimos años de guerra captura los fuertes de Natchez, Mobile, Pensacola y otras guarniciones inglesas al sur de Norte América. Los holandeses hacen lo propio en el mar, ocupando y requisando cientos de barcos ingleses.
El aporte de Francia en tropas en notable. En ocasiones concentra hasta 5.500 de sus soldados en un ataque, como cuando al mando del Conde Rochambeau amenaza a New York. Estos movimientos, más fuertes bajas inglesas en otras batallas, acercan el momento final de la guerra, que llega el 17 de octubre de 1781 con la batalla de Yorktown. Ésta, sin ser trascendental, le dará un viraje político absoluto a la misma.
En efecto, cercado por tropas francesas y locales, el Lord Cornwallis pierde –rendido– sus 7.000 hombres. La noticia llega a Londres y hace renunciar al gabinete de Lord North, reemplazado por Rockingham, quien comprende que la independencia vendría tarde o temprano, poniéndoles fin a las hostilidades para concentrarse contra sus enemigos en Europa: Francia, España, Holanda, Portugal, Rusia, Suecia, Dinamarca.
Con el triunfo como sello imborrable de su decisión, un nuevo Congreso Continental de la Unión, celebrado en Filadelfia en 1787, con la participación de 55 delegados, le da cuerpo a Estados Unidos de Norte América. Los intereses de esos delegados quedan incorporados en las normas y convenios firmados, que potenciarán al gobierno federal: “Los fabricantes querían tarifas protectoras; los prestamistas querían acabar con el uso del dinero en metálico para la devolución de las deudas; los especuladores inmobiliarios querían protección para invadir los territorios indios; los propietarios de esclavos necesitaban seguridad federal contra las revueltas de estos y su fuga; los obligacionistas querían un gobierno capaz de recaudar dinero con base en un sistema impositivo nacional para así pagar la deuda pública.
“Por fuera del espíritu de la Constitución habían quedado los esclavos, los criados contratados, los indios, las mujeres y los no propietarios de tierras”.
Con la aprobación de esta Constitución, la primera conocida como marco regulatoria de la convivencia al interior de una sociedad, resumen y precisión de patria, nace el Estado – Nación, el mismo que se extendió y consolidó por doquier en pocos años, y con él la soberanía popular como precepto fundamental de la democracia y del Estado moderno. De su mano, viene, la rebelión, sagrado derecho de los pueblos para protegerse del autoritarismo y de las dictaduras.
“La Constitución, entonces, ilustra la complejidad del sistema americano: sirve a los intereses de una élite rica pero deja también medianamente satisfechos a los pequeños terratenientes, a los trabajadores y agricultores de salario medio, y así se construye un apoyo de amplia base”.
Vendrá luego la historia de expansión e invasión que llevará a más de 50 los estados de la Unión.

 



Rebeliones indígenas

De los pobladores conquistados desde el siglo XVI, que aspiraron a devolver las ruedas de la historia. En la Capitanía General de Guatemala hubo tres alzamientos principales y otros secundarios: el independentista de Francisco Gómez de Lamadriz en Chiapas (1701), el independentista y mesiánico de los zendales también en Chiapas (1712), el alzamiento maya en Yucatán, de Jacinto UcCanek, “Serpiente Negra” (1761). Además, sublevaciones en Salamá (1734) y San Juan de Chamelco (1735).
Virreinato de Perú: alzamiento indígena y mestizo en Cochabamba (1730), motín incásico en Alto Perú, dirigido por Juan Vélez de Córdoba (1739-41), el de Juan Santos Atahualpa-Apu-Inca en Tarma (1742-1761), el de Lorenzo Farfán de los Godos (1780), la insurrección independentista de los Túpac-Amaru (Gabriel y Diego) y Julián Aspasa, Túpac-Katari (1780-81) y la repercusión y adhesiones a Túpac-Amaru en la Nueva Granada y el Virreinato del Río de la Plata (1781).
Mesianismo maya. En la Capitanía General de Guatemala, con población sobreviviente de la antigua civilización maya, cuando España envió en 1701 al visitador Francisco Gómez de Lamadriz se conoció un primer brote de independentismo. El visitador se enfrentó a la aristocracia criolla; pidió apoyo a mestizos, negros, mulatos, indígenas y plebe, desconociendo al presidente de la Audiencia. Acosado por los españoles, se refugió en Chiapas con protección de los obispos de ésta y Guatemala. Desde allí llamó a indígenas a sublevarse contra la Audiencia. Sus seguidores bloquearon caminos, se negaron tributar, se fortificaron, armaron a las mujeres y combatieron con éxito a los españoles, reconociendo como rey sólo a Lamadriz, luego derrotado, apresado y enviado a España. Allí se le juzgó.
Mayordoma Mayor de la Virgen. La rebelión tomó forma religiosa en 16 pueblos, proclamó la independencia, asumiendo con la Virgen, como muchas sublevaciones cimarronas, los ornamentos y símbolos del opresor. En 1712, los indios tzeltales, tzotziles y zendales, de etnia maya, descontentos por las exacciones de Martín González de Vergara, alcalde mayor, y el incremento de impuestos eclesiásticos. Dicen que la Virgen del Rosario se le apareció a la indígena María del Rosario, que se convirtió en intermediaria y oráculo. Se trataba, según Sebastián Gómez, el Santo, acólito suyo, de que los indígenas iniciaran una romería a Cancuc para ver morir a la Virgen. Los judíos (los españoles) saldrían de Ciudad Real para matarla. Por ello, ya no había reyes, presidentes ni obispos, los tributos quedaban suprimidos y la única reina era María del Rosario. Entonces, la violencia se desató contra los leales al poder español. Los indios de las cofradías respaldaron el alzamiento.
María del Rosario fue declarada Mayordoma Mayor de la Virgen, y el indio Sebastián Gómez, El Santo, proclamado Vicario de San Pedro. Con esta función se dedicó a ordenar nuevos sacerdotes que anunciaban la segunda venida de la Virgen. Las blancas capturadas eran obligadas a vestirse como indias. El capitán general de Guatemala arrasó con los pueblos indígenas, destruyó sembrados y ahorcó rebeldes. Caído Cancuc en noviembre de 1712, se contaron más de mil indios ejecutados. Pero la rebelión continuó hasta 1716, cuando murió María del Rosario de parto (7).
En 1761, Jacinto UcCanek, “Serpiente Negra”, indígena tributario, vestido con la corona y el manto de la Virgen de Nuestra Señora de la Concepción, apareció en una capa de humo durante la misa en Quisteil. El cura que oficiaba huyó. UcCanek, con apoyo en las profecías del Chilam Balam y de 15 brujos, quería acabar con el dominio español entre los mayas. Quisteil fue arrasado y exterminada la mayor parte de la población, UcCanek fue capturado y torturado para expulsarle los demonios que lo poseían; luego, despedazado y quemados sus miembros el 19 de diciembre de 1761.


Enfrentamiento de los criollos a monopolios privados y religiosos
En defensa de sus intereses, fueron los casos de los Comuneros del Paraguay (1717-1735); Andrés López del Rosario, Andresote (1730-1733), un levantamiento en Guanare y el motín de San Felipe del Fuerte (1741), la Rebelión de Tocuyo y Francisco León en Venezuela contra la Compañía Güipuzcoana del Comercio, con predominio vasco (1749-1751), que puso a canarios y vizcaínos frente a frente. Una empresa que en 1760 tiene cuatro jabeques, tres balandras, dos goletas, una lancha grande y cinco botes, y pequeñas canoas armadas, y que en su astillero en España construye y envía dos jabeques de 18 cañones sin carga y listos para combatir. En 1764, además de 12 patrullas terrestres, tiene 10 navíos y 518 marineros.
Compañía Guipuzcoana en Venezuela. Las revueltas de López del Rosario (1730-1732), y Juan Francisco León en Venezuela (1749-1751) se orientaron contra esta Compañía, creada por Felipe V en 1728, para monopolizar el comercio y controlar el contrabando que adelantaba Holanda. Su creación indicaba: uno, que Venezuela, marginal en los siglos XVI y XVII, dada la relativa ausencia de minas de oro y plata, y comunidades indígenas con posibilidades de ser reducidas, en el siglo XVIII inicia un acelerado desarrollo agrícola y comercial; dos, que ante este hecho la Corona le prestó mayor atención a la Gobernación. En 1677 designó para sus puertos cinco naves de la Armada Real.
La concesión a la Guipuzcoana implicaba el monopolio del comercio, y además el derecho y el deber de reprimir el contrabando que dio lugar a las patentes de corso. Como estímulo significativo, al comienzo el monopolio garantizó mercados para los productos agrarios de criollos y mestizos de Venezuela. Pero luego la compañía se tornó un obstáculo, ya que su condición monopolista mantenía precios arbitrarios y jugaba con los productores.
Canoas y contrabando. Andrés López del Rosario. Zambo cimarrón, se coludió con los contrabandistas y las autoridades holandesas de Curazao. Con un ejército de cimarrones, indígenas y neerlandeses, cortó las rutas de la Guipuzcoana. A pesar de la confrontación contra la Compañía, y aunque su lucha fue limitada, declaró la independencia y planteó liberar a los esclavos y defender a los pobres, según los criterios de los cimarrones desde el siglo XVI. Militarmente derrotado, huyó a Curazao, donde murió.
Juan Francisco León, canario, hacendado, dueño de plantaciones de tabaco y cacao, cuando el gobernador de Caracas nombró al vasco Martín de Echevarría como cabo de guerra y juez de comiso en Panaquire y Caucagua, despojándolo a él de este cargo, armó un ejército y se levantó. Cercó a Caracas e inmovilizó al ejército español. En 1751 cayó preso y fue desterrado a Cádiz, donde murió. La particularidad de su rebelión fue la protesta contra la compañía, nunca contra el rey o las autoridades españolas: “[…] sin que se entienda que este mi escrito y pedimento se dirija a conspiración, tumulto, sedición, rebelión ni perturbación de la tranquila paz de esta referida ciudad y su provincia ni menos a desobedecimiento de los reales preceptos de nuestro soberano […]” (8).



La Compañía Guipuzcoana se liquidó finalmente en 1784.

Apoyos a las misiones jesuitas
Constan la resistencia guaraní en Paraguay (1750-1753) y alzamientos en Guanajuato, Puebla, San Luis Potosí y Pátzcuaro, México (1767), estimulados por la expulsión de los jesuitas y las medidas del visitador José de Gálvez. La rebelión guaraní fue por mantener los niveles de vida y la protección de las misiones a los criollos. Los intentos de España por mantenerlas luego de la expulsión jesuita, fracasaron, y los indígenas, su saber y sus ganados se enmontaron o se perdieron. Aunque hubo revueltas opuestas a su expulsión, entre ellas en México (1767), en 1768 los jesuitas tuvieron que entregar las misiones y salir al destierro.
Las misiones jesuitas. En 1609 los jesuitas construían reducciones en América del Sur, con centro en el actual Paraguay y colindante con Uruguay, Argentina y Brasil, obra sin par en el mundo, que aún hoy desata polémica. El ‘Estado’ jesuita comprendía 30 poblados en cuatro áreas contiguas, limitadas por las cuencas de los ríos Alto Paraná y Uruguay.
Los jesuitas (atentos con una medida precautelativa, sólo los indígenas encargados del comercio de mate aprendían el español) lograron que con sustento en el colectivismo primitivo indígena, los guaraníes se cristianizaran y se avinieran a vivir en poblados, cultivar la tierra, criar ganado y aprendieran los oficios artesanales, con tierras de propiedad privada familiar, aba-mbaé, y el privilegio de tierras de trabajo y propiedad colectiva, tupa-mbaé, o tierras de Dios. En sus reducciones aumentó la población y hubo acumulación de riquezas muebles e inmuebles en competencia, causa de choque con los criollos (9). 
En política y administración dependían del rey; en teoría, los caciques guaraníes dirigían sus territorios. Pero eran los jesuitas quienes controlaban las reducciones. Para defenderlas de los portugueses y los encomenderos españoles de caballo, lanza, espada y otras armas ofensivas y defensivas que al gobernador de la tierra parecieran necesarias, según real cédula de 1536; y para respaldar a los virreyes y gobernadores ante los criollos paraguayos, siempre levantiscos, lograron autorización de los reyes para armar a los indígenas.
Así, con ellos constituyeron verdaderos y temibles ejércitos para enfrentar a los cazadores de esclavos portugueses, a los criollos de Asunción y los obispos que querían incorporarlos a su jurisdicción, disolver las reducciones y encomendar a los indígenas. Siempre los litigios se resolvieron, primero, por medio de la guerra, y luego por la legislación española, que los favorecía en cuanto permanecían fieles al rey y las máximas autoridades coloniales. Con estas políticas lograron construir en la primera mitad del siglo XVIII un Estado dentro del Estado, autoabastecido por el sistema de reducciones, haciendas, colegios y casas de comercio, modo convertido en gran preocupación para los reyes ilustrados y sus ministros.
Asunción en rebeldía. En el Chaco, primer gran conflicto (1717). Don Diego Reyes Balmaceda llegó como gobernador. Entró en conflicto con la Audiencia y encarceló a muchos del criollaje. Los jesuitas y las reducciones se plegaron al Gobernador, quien en campaña contra los indios payaguás en el Chaco, en lugar de dar a los indígenas capturados en encomienda a los criollos, los entregó a los jesuitas. El regidor José de Ávalos protestó y el Gobernador lo arrestó. El cabildo se quejó ante la Audiencia de Charcas, que envió al jurista panameño y protector de indios José Antequera y Castro, que depuso al Gobernador y lo reemplazó. Pero el Virrey de Lima lo destituyó y restituyó al Gobernador. Los jesuitas intervinieron a su favor con tropas indígenas. Luego de escaramuzas, Antequera huyó a Córdoba y Buenos Aires, donde fue apresado. Fernando de Mompó, también abogado, continuó la lucha, y Asunción fue ocupada (1733). Y en 1735, don Bruno Zabala, al mando del ejército y con ocho mil guaraníes, derrotó a los insurrectos y ejecutó a los responsables.
Aún con la fortaleza militar de las reducciones guaraníes, en lucha al lado de los virreyes y los reyes, es decir, del Estado español, los criollos tenían ambiciones: “que los indios de las reducciones se encomienden a los españoles para su servicio, como mitayos en el beneficio de la hierba (mate) y el cultivo de sus campos, y como esclavos, y que aumenten su tributo y paguen los diezmos” (10). Con tardío sustento teórico en la escolástica y el compromiso de principios del siglo XVI con Carlos V y la Casa de Austria, su rebeldía se autodenominó “comunera” para articular con la tradición hispana en contra del absolutismo de Felipe V.
Primer ‘jaque’ al rey. Contradictoriamente, el argumento de José Antequera y Fernando de Mompó, al enfrentar a jesuitas y autoridades, fue por completo jesuita: el Rey, al privilegiar a los jesuitas en su relación con los guaraníes, violó el pacto callado con el pueblo, se puso más allá del bien común. Era un tirano. Entonces, al pueblo le asistía el derecho a rebelarse (11). Por primera vez, con razones, los criollos desconocieron en la América española del siglo XVIII el derecho divino del Rey y se alzaron en contra suya.
El 13 de marzo de 1750, tras la guerra de sucesión austriaca en que España se enfrentó de nuevo a Inglaterra y su aliada Portugal, se firmó el Tratado de Madrid, que cambió por una línea que seguía los accidentes geográficos, la recta norte-sur del Tratado de Tordesillas, para definir las fronteras Portugal-España a comienzos del siglo XVI. Así, España recuperó la colonia de Sacramento, en manos de Brasil, pero siete poblados guaraníes y varias estancias de ganado de las misiones quedaron en territorio portugués, siendo necesario su traslado hacia el oeste. Tras dos años de demoras y mediciones, tres poblados no opusieron resistencia y se trasladaron de acuerdo con las órdenes del Rey y los jesuitas.
Cuatro poblados se rebelaron contra España y los jesuitas (12) e iniciaron una guerra de guerrillas opuesta a la entrega de territorios a Portugal. Luego de espantosa mortandad de guaraníes, españoles y portugueses, y con intervención de tropas llegadas de Buenos Aires, los pueblos rebeldes fueron sometidos. Hoy, los guaraníes de Paraguay apenas están en trance de superar la derrota del siglo XVIII. Muerto Fernando VI (1759), su sucesor Carlos III ordenó revisar el Tratado de Madrid, y en 1762 devolvió las tierras a jesuitas y guaraníes.
Expulsión de jesuitas. La resistencia monárquica europea ante los jesuitas, vistos como incondicionales del Papado; el motín del Esquilache (13) obligó a Carlos III a huir de Madrid. Los ministros lograron que el 2 de abril de 1767 la compañía fuese expulsada de América.


Rebeliones de los esclavos
En Cuba, La Habana (1726) y Santiago (1731), sublevación general de esclavos dirigida por Manuel de Espinosa (1749), los negros perleros de Margarita en Cumbé (1603) y de Nirgua (1628) Guillermo Rivas (1771) y José Leonardo Chirinos (1792) en Venezuela; los esclavos de Guarne en la Nueva Granada (1781); en Perú los alzamientos de esclavos en las haciendas cañeras y los viñedos de Ancash, San Jacinto, San José de la Pampa y Motocachi (1768), de Cuajara y de Concepción (1798). Con la salvedad de la rebelión de los esclavos en Haití, que culminaría con la Independencia (1804), por lo general ellos huían, construían palenques y resistían el cerco español y de los esclavistas. Desde fines de siglo, conocedores por rumores –o radio bemba, dicen hoy– de la Revolución Francesa y los sucesos de Haití, en todas sus protestas y pronunciamientos exigieron aplicar la Ley de los franceses (14).

Contra el sistema impositivo, estancos y restricciones a la producción textilera en los obrajes
El odio antichapetón crecía. Los criollos afirmaban su identidad ante España, así su conducta fuera solapada y utilitaria con los mestizos, los indios y los esclavos. El proceso de diferenciación del criollo frente al español aumentaba. Las protestas eran a nombre del pueblo, que recibía el poder directamente de Dios y lo había transferido al Rey, quien, por tanto, estaba obligado a garantizar el bien común; si no, el pueblo tenía derecho a recuperar la soberanía, a la rebelión y hasta al tiranicidio. De estos enunciados se deriva que fueran nulos los impuestos sin autorización del pueblo (de los cabildos). El descontento se elevó contra los ‘malos’ funcionarios, que tergiversaban las órdenes del Rey o no le informaban la situación real de sus súbditos.
En Cuba, entre 1717 y 1723, vegueros del tabaco, comerciantes y terratenientes obligaron a la suspensión del estanco real del tabaco; en Perú y Ecuador, el cacique de Andahuaylas y los pueblos de Talavera, San Jerónimo y Anta se declararon contra el empadronamiento de indios y la mita de Huancavelica (1726). También, en Cajamarca y Cotabamba (1730) y Lucanas y Atansulla (1736). La rebelión de Alejo Calatayud en Charcas (1731), la conspiración limeña (1750); la de los barrios de Quito (1765), que se prolongó con alzamientos populares hasta comenzar el siglo XIX; los alzamientos de Tarma y Jauja contra los repartimientos (1755-1757); en Huamachuco y Otuzco, contra la extensión del tributo de indios a los mestizos (1758); la rebelión de los arrieros de La Paz contra las aduanas (1777); en Maras, Urubamba y Cuzco, contra los repartimientos; en, Chile contra el estanco del tabaco (1775). En La Paz, contra los estancos (1776); en Arequipa, contra estancos, aduanas y medidas de asimilación del mestizo al indio para el cobro de tributos (1776). En México, los alzamientos contra las políticas de José de Gálvez (1767) y la Rebelión de los Machetes de Pedro Portilla (1799); en la Nueva Granada, el Alférez Real en Vélez (1749) y la Revolución de los Comuneros. Y en la Capitanía General de Venezuela (1781), la extensión del movimiento de los comuneros neogranadinos hasta Mérida.(15)
Rebelión de los barrios de Quito. A mediados del siglo XVIII, la situación de la Audiencia de Quito era muy difícil: Al terremoto de 1755 se sumaron la peste de 1759 y la quiebra de las ‘fábricas’ de paños y telas, por la imposición de productos traídos de España o Cartagena. Además, se agregó la presión de los guardias de rentas dirigidos por don Juan Díaz de Herrera, funcionario español nombrado por el virrey Messía de la Cerda, dada la efectividad que demostró en la administración de las alcabalas en la Nueva Granada para imponer el estanco del aguardiente y en general la política fiscal de la corona española.
Una vez en Quito, en octubre de 1764, el Virrey enfrentó la resistencia de los hacendados, la Iglesia y el cabildo, que vieron perjudiciales las medidas. El 7 de diciembre de 1764, el cabildo abierto las impugnó, sobre todo las del estanco del aguardiente y las alcabalas. Como no hubo conciliación, el 22 de mayo de 1765, luego de aparecer pasquines contra las medidas y los chapetones, estallaron motines en los barrios populares, extendidos a toda la ciudad hasta altas horas de la noche, cuando los jesuitas se comprometieron a que todos los ramos de estancos e impuestos permanecerían como antes. La Audiencia aceptó el pacto.
Mientras los blancos, la gente de blasón, la nobleza criolla, estaban en sus casas, los indígenas sin ramos que estancar y sobre los cuales cobrar la alcabala participaron en los motines que afectaron la casa del estanco y la del administrador. El vocerío se dirigía contra los funcionarios españoles y los chapetones en general (16). Los motines se replicaron el 24 de junio, con más de 300 muertos entre los amotinados y con evidente furia antichapetona. La Audiencia aceptó las peticiones populares, y el día 27 de junio ordenó que los españoles solteros dejaran la ciudad. Pero, como sucederá con los pactos firmados con los Comuneros de la Nueva Granada, pronto se ignoraron los acuerdos, y con el ejército se restableció la quietud y se reimpusieron los estancos y las alcabalas desde febrero de 1767.
Reconstrucción del Tahuantinsuyo. Hasta Túpac Amaru y los Comuneros de la Nueva Granada (1780-1781), no hay evidencias de la asimilación del pensamiento ilustrado en la América española. Desde 1776, Túpac maru envió memoriales pidiendo exenciones para los indígenas de la mita minera en Potosí y que se acabaran los repartimientos (venta de productos españoles por los corregidores, que los indígenas tenían obligación de comprar) y se aplicaran las Leyes de Indias. Al no ser escuchado, preparó el alzamiento. El 4 de octubre de 1780 capturó al corregidor Arriaga, del pueblo indígena de Tinta, y el 10 lo ejecutó. Creó su consejo de gobierno, nombró capellán y escribió a los pueblos, llamando a la insurrección. El 16 de noviembre declaró la libertad de los esclavos; el 18 derrotó en Sangarará al corregidor Cabrera y amenazó al Cuzco. Pero aun contra las indicaciones de su esposa, no se tomó el Cuzco en el momento oportuno, que, por su ubicación y su valor simbólico (antigua capital de los incas), le hubiera abierto las puertas de todo Perú. Cuando hizo el intento el 2 de diciembre, debió levantar el sitio el 9. La ciudad ya tenía refuerzos del regente visitador José Antonio de Areche y el Virrey de Lima. Cercado en Tinta por los españoles y derrotado los días 18 y 19 de marzo de 1781, cayó prisionero el 16 de abril. Trasladado a Lima, se le juzgó y ejecutó el 18 de mayo con su esposa Micaela Bastidas, unos lugartenientes y sus hijos. Su hermano Diego y otro de sus hijos siguieron la rebelión y en la actual Bolivia –1781– su primo Julián Aspasa, Túpac Katari y Bartolina Sisa, sometieron a sitio por varios meses a La Paz. España logró el total control hasta 1782.
En Túpac Amaru, antes que teorías europeas, hay un intento: reconstruir el imperio de los cuatro puntos cardinales: el Tahuantinsuyo. Él mismo exigió por años que los españoles lo reconocieran como legítimo heredero del último Túpac Amaru, del cual descendía por línea materna (17). Lo mismo hicieron como justificación Juan Vélez de Córdoba (1739) y Juan Santos Atahualpa (1742-1761). En sus documentos, Túpac Amaru se reafirmará en su condición: “El señor Don José Gabriel Tupa Amaro Inga, descendiente del Rey Natural de este reino del Perú, principal y único señor de él” (18). A pesar de estudiar en el colegio de San Francisco de Borja, regentado por jesuitas, no utiliza conceptos de la escolástica tardía (19).
Túpac Amaru protestó contra los corregidores, los repartimientos, la mita, el visitador Areche, las pensiones (tributo de indios), los malos curas. Aunque se refirió a las nuevas cargas impositivas, todo indica que su clamor venía de las entrañas de los incas, haciendo extensivo el clamor a la totalidad de lo que fuera la línea de expansión del Tahuantinsuyo, desde el Virreinato de la Nueva Granada hasta el del Río de la Plata. La jura de su corona encontrada en Silos (hoy Santander del Norte), decía: Don José I, por la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, Santafé, Quito, Chile, Buenos Aires y Continente, de los mares del Sur. Duque de la Superlativa, señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el gran Paitití, comisionado y distribuidor de la piedad divina por el Erario sin par. Por cuanto es acordado por mi Consejo, en junta prolija, por repetidas ocasiones, ya secretas y ya públicas, que los reyes de Castilla han tenido usurpada la corona y los dominios de mis gentes cerca de tres siglos, pensionándome los vasallos con insoportables gabelas y tributos, sisas, lanzas, aduanas, alcabalas, estancos, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregidores y demás ministros, todos iguales en la tiranía” (20).
Pero mantiene obediencia a la Iglesia: “Por tanto y por los justos clamores que con generalidad han llegado al cielo, en el nombre de Dios todopoderoso, mando que ninguna de las pensiones se obedezca en cosa alguna, ni a los ministros europeos intrusos, y sólo se deberá todo respeto al sacerdocio”. Túpac Amaru y los alzamientos indígenas del Perú durante el siglo XVIII mantuvieron esta constante. Su interés nacía del pasado. Estos eventos se magnificarán en la Audiencia de Santafé del Virreinato de la Nueva Granada con la dimensión y el grito “¡Guerra a Santa Fe! ¡Viva el Rey y muera el mal gobierno!”.

Comuneros de la Nueva Granada
El movimiento comunero de 1781 se manifestó contra el sistema impositivo borbón: alcabalas, estancos, Armada de Barlovento, diezmos, sisas, guías, tornaguías, peajes, pontazgos y aquellos adversos a la producción y el comercio. Reclamó de España que los cargos de primera, segunda y tercera clase fueran para los granadinos. Quiso controlar el abuso clerical sobre los indígenas y exigió la devolución de las minas de sal de Zipaquirá y sus tierras como a “verdaderos dueños” (21). La petición de la libertad de los esclavos nunca se planteó ni se negoció. Fue un hecho de la gesta de Galán en el Magdalena y los esclavos de Guarne (actual Antioquia) y de don Javier de Mendoza en los Llanos Orientales.
Los comuneros se apoyaron en la escolástica tardía y las tradiciones españolas sobre el fuero de ciudades y villas, libres de impuestos sin consentimiento. 
El regente visitador, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, expidió el 12 de octubre de 1780 la Instrucción General “para el más exacto y arreglado manejo de la Reales Rentas de Alcabala y Armada de Barlovento, que deben administrarse unidas en todo el distrito actualmente sujeto y dependiente del Tribunal y Real Audiencia de Cuentas del Nuevo Reino de Granada” (22). Así se inició en la Nueva Granada el régimen impositivo borbón.
Los estancos del tabaco y el aguardiente venían de décadas atrás. Los pueblos del oriente de la Provincia de Tunja habían manifestado con motines su descontento. Para estos pueblos, que alcanzaron alto grado de producción mercantil simple (cultivadores libres de tabaco, algodón y caña de azúcar, artesanos y pequeños y medianos comerciantes), la resolución era muy inoportuna. Fuera de los problemas de tierras y la miseria indígena, la peste de viruela diezmó la población. Empezó entonces un vasto movimiento que, por sus implicaciones, fue el más profundo contra España en América, sólo comparable al de Túpac Amaru (23).
Toda la Real Audiencia se insubordinó. Primero fueron los productores libres de la provincia, amotinados desde el 16 de marzo de 1781 y la constitución del Supremo Consejo de Guerra en Socorro. Miles de campesinos, artesanos y pequeños comerciantes, armados de garrotes, piedras y arcabuces, se dirigieron a la capital en reclamo de la abolición de los decretos de Gutiérrez de Piñeres. Un destacamento español fue derrotado el 7 de mayo en Puente Real de Vélez (Puente Nacional). Así quedó expedito el camino hacia la capital.
Ahora se unieron los indígenas de Ambrosio Pisco, descendiente de los últimos caciques, quienes, informados de los eventos de Perú, reconocieron como rey a Túpac Amaru. En junio y julio se sublevaron los esclavos de la hoya del Magdalena y la actual Antioquia. En fin, el movimiento se extendió a lo que hoy son Tolima, Huila y los Llanos Orientales, y la Capitanía General de Venezuela. En los Llanos, don Javier de Mendoza liberó los esclavos, entregó la tierra a los indígenas, expulsó a los curas y desconoció al Rey de España.
En Venezuela, los comuneros, siguiendo el ejemplo neogranadino, nombraron juntas del común y capitanes, armaron ejército, desconocieron a Gutiérrez de Piñeres y sus reglamentos, y convocaron a las restantes ciudades de la capitanía. En la Nueva Granada, la marcha comunera llegó hasta Zipaquirá, con el resultado de las Capitulaciones, episodio explicado en otro lugar de este suplemento.
La ‘pacificación’ de los comuneros se dio en una coyuntura muy compleja para España: Inglaterra bloqueaba sus puertos, los katari en Perú insistían en la insurrección, los indígenas del Chaco adoptaban a Túpac Amaru (ya muerto) como su Rey, y el incendio se extendía por Chile, Panamá y México.
Francisco Miranda, en escena. Las Capitulaciones y otros documentos dejan ver que el movimiento se limitó a reclamos criollos, y de propietarios y productores mestizos e indígenas. El desconocimiento del Rey y la demanda de independencia se dieron con la destrucción de armas y símbolos reales por los comuneros; también, en los movimientos clandestinos en el Caribe. Francisco de Miranda luchaba al lado de España contra Inglaterra en la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
En vista de la libertad que todo hombre goza, en especial en las Islas Británicas, al criollo español continental le apetece ser inglés, así deba pagar dobles impuestos. Cree que es precisa la paga de derechos para engrandecer la Corona, pero, bajo el mando español paga triple derecho, sin asomo de libertad comercial. “Una absoluta opresión que sólo puede creerse por quien lo haya palpado, y sería en verdad hombre muy hábil cuyo pincel pudiese representar la esclavitud bajo la cual penan los americanos españoles” (24).
La Cédula del pueblo, poema que circuló profusamente en Socorro desde abril de 1781, plantea una notoria situación: al lado de estrofas que proclaman la independencia, hay protestas contra las políticas de modernización educativa y secularización de la corona española y sus ministros y funcionarios, es decir, protestas francamente conservadoras:
¿Qué hizo con los estudios? Confundirlos. ¿Qué intentó con los frailes? Acabarlos.
¿Qué piensa con los clérigos? Destruirlos. ¿Qué con los monasterios? Destrozarlos. ¿Y qué con los vasallos? El fundirlos, ya que por sí no puede degollarlos. Pero no hay que admirar que esto le cuadre, cuando gustoso enloqueció a su padre25.
Esta Cédula, escrita quizá por fray Ciriaco de Archila, lego del convento de Santo Domingo, no se puede considerar guía programática de los comuneros, pero muestra que algunas expresiones del alzamiento venía de sectores adversos a las reformas borbónicas, sobre todo las más progresistas. Se enfrentaron a España en la década de 1780 y luego en la Independencia, para frenar el desarrollo histórico y oponerse a la modernización. Los veremos con su sello político e ideológico de clase en las Constituciones de 1811 a 1814 y luego incrustándose en el poder concluida la revolución de independencia.


Se acercan otros tiempos…
El siglo XVIII no fue de paz. Así como los indígenas y otros sectores resistieron la dominación española en los siglos XVI y XVII, en este buena parte de los sectores sociales confrontaron la política de los borbones. No vencieron pero lograron aplazar algunas medidas. Se golpeó de muerte a la encomienda y se detuvo la parcelación de resguardos; se autorizó la colonización mestiza, los indígenas accedieron al oficio de artesanos y se mejoró el trato a los esclavos (jornada de 8 horas, asistencia en enfermedad y vejez). Se vio que era posible otra sociedad y otros modos de vida. Empezaron a caer las estructuras mentales sembradas por el imperio. En ciertos lugares, como en la Araucania, en el pie de monte amazónico y el Chaco lograron pactos con los españoles que inhibían nuevos procesos de colonización y reducción, así como reconocimiento y participación en la administración y el ejército, a disgusto criollo, e incluso que pudieran declararse blancos, aunque pagando la limpieza de sangre. La aristocracia mantuana de Venezuela, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, protestó por esta limpieza de los pardos y su participación en las milicias reales.
Los movimientos sociales alzados por toda la región fueron precursores de la Independencia, no triunfaron pero sí abrieron compuertas, fortalecieron los sentimientos protonacionales que estallarán en la Guerra independentista. Se requerirá una fuerte presencia del espíritu y la cultura, un más avanzado desarrollo económico y una coyuntura internacional más favorable, hechos que se presentan en la última década del siglo XVIII y en la primera del XIX, para que los criollos (españoles americanos) estuvieran en condiciones de pronunciarse como lo que siempre fueron: la clase hegemónica de las colonias españolas. Esta clase, hacia 1780, era todavía un sector precario, débil, sin conciencia de sí, explicación de sus permanentes vacilaciones. No apoyaron decididamente a Juan Francisco León, fueron clandestinos en las revueltas de Quito, se opusieron a Túpac Amaru y muchos jugaron dobles cartas en el movimiento comunero.
Los mestizos, claros y decididos aunque asimismo sin visión de conjunto, participaron más significativamente. Venciendo la resistencia de los desconfiados criollos, fueron el eje popular en la Revolución de Independencia. Hay que reiterar ante los indígenas, los esclavos y buen número de mestizos su notoria ausencia en las primeras fases de la revolución, su escasa participación luego de 1816, y, en la mayoría de los indígenas, su franca lealtad con el Rey, aun después de la Batalla de Ayacucho. Un problema pendiente de revisión sobre los criterios dominantes en la gesta emancipadora de 1810.
Por el contenido de sus reivindicaciones concretas, en los hechos, rebasaron los precarios resultados de la emancipación y anunciaron los conflictos sociales que desde el siglo XIX conforman aún la sustancia de la política social en Sur América. No vencieron en su momento, no manejaron el pensamiento político moderno ni tuvieron una clase o un sector social definido que los dirigiera. Pero con sus líderes José Leonardo Chirinos, Túpac Amaru y José Antonio Galán dejaron una estela de inconformidad, autenticidad y heroísmo. Por eso todavía debemos estudiarlos y hacerlo con asombro. 

1    Gustavo Adolfo Quesada Vanegas. Filosofía del Descubrimiento y la Conquista en Colombia. Bogotá: UNAD, 2000, Cap.  2.
2    Segundo E. Moreno Yáñez, “Motines, revueltas y revoluciones en Hisponamérica”, en: Historia general de América Latina, Vol. IV: Procesos americanos hacia la redefinición colonial, p. 424. 
3    ibíd., p. 425.
4    Segundo E. Moreno Yánez, op. cit., p. 426.
5     ibid., pp. 427-428.
6     ibíd., pp. 429-430.
7     ibíd., pp. 435-436.
8    Pérez, op. cit., p. 39. 
9    Alberto Armani. Ciudad de Dios y Ciudad del Sol: El Estado jesuita de los guaraníes (1609-1768). México: FCE, 1996. En particular, capítulo III: El ‘Estado’ jesuita de los guaraníes, pp. 96-168.
10     Citado por Joseph Pérez, op. cit., p. 24.
11    Pérez, op. cit., pp. 26-28.
12    Armani, op. cit., p. 198. 
13    El Marqués de Esquilache, en alza generalizada de precios y escasez de pan que afectaba a los españoles, sobre todo a los de Madrid, prohibió usar chambergo y capa larga como antihigiénicos. El 23 de marzo de 1766, la población arrancó el cartel sobre el asunto y se inició un motín que destruyó la casa de Esquilache.
14    Conocidos los Derechos del Hombre y la Revolución Francesa, los esclavos acogieron las medidas. Las denominaron Ley de los franceses. Para la Nueva Granada ver: Mario Aguilera Peña y Renán Vega Cantor. Ideal democrático y revuelta popular. Bogotá: ISMAC, 1991. pp. 73-74.
15    Para una descripción de los movimientos sociales, consultar: Segundo E. Moreno Yánez. Motines, revueltas y revoluciones en Hispanoamérica.
16     Pérez, op. cit., pp. 53- 55.
17    Boleslao Lewin. Túpac-Amaru: Su época, su lucha, su hado. Buenos Aires: Siglo Veinte, 1973. pp. 36-37.
18    Manifiesto de Túpac Amaru a los habitantes de Arequipa. ibíd., p. 155. 
19    “Una real cédula confirmará el influjo de los Comentarios reales en los hechos de 1780-1781; allí se manda recoger los ejemplares del libro” donde han aprendido esos naturales muchas cosas perjudiciales”. Joseph Pérez. Los movimientos precursores de la emancipación. Madrid: Alhambra, 1977. p. 114.
20    Manuel Briceño. Los comuneros: Historia de la insurrección de 1781. Bogotá: Imprenta de Silvestre y Compañía, 1880. Documento Nº XV. pp. 139-140.
21     Capitulaciones de Zipaquirá. Briceño. Documento XIII. op. cit., pp. 121-137.
22     Cárdenas Acosta, op. cit., p. 320.
23     De la rica bibliografía sobre los comuneros, se recomienda, para una mirada actual, de Mario Aguilera Peña, ganador del concurso de la Universidad Nacional de Colombia en los 200 años de la gesta comunera: Los comuneros: Guerra social y lucha anticolonial. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1985.
24     Proposiciones de don Vicente Aguiar y don Dionisio de Contreras a través del comisionado Luis Vidalle a la Corona Inglesa. Briceño. Documento XXXVI. op. cit., p. 235.
25        Cédula del Pueblo, estrofa 17. Cárdenas Acosta, op. cit., p. 124.

América insurrecta
NUESTRA tierra, ancha tierra, soledades,se pobló de rumores, brazos, bocas.Una callada sílaba iba ardiendo,congregando la rosa clandestina,hasta que las praderas trepidaroncubiertas de metales y galopes.

Fue dura la verdad como un arado.

Rompió la tierra, estableció el deseo,hundió sus propagandas germinalesy nació en la secreta primavera.Fue callada su flor, fue rechazadasu reunión de luz, fue combatidala levadura colectiva, el besode las banderas escondidas,pero surgió rompiendo las paredes,apartando las cárceles del suelo.

El pueblo oscuro fue su copa,recibió la substancia rechazada,la propagó en los límites marítimos,la machacó en morteros indomables.Y salió con las páginas golpeadasy con la primavera en el camino.Hora de ayer, hora de mediodía,hora de hoy otra vez, hora esperadaentre el minuto muerto y el que nace,en la erizada edad de la mentira.

Patria, naciste de los leñadores,de hijos sin bautizar, de carpinteros,de los que dieron como un ave extrañauna gota de sangre voladora,y hoy nacerás de nuevo duramentedesde donde el traidor y el carcelerote creen para siempre sumergida.

Hoy nacerás del pueblo como entonces.

Hoy saldrás del carbón y del rocío.Hoy llegarás a sacudir las puertascon manos maltratadas,con pedazosde alma sobreviviente, con racimosde miradas que no extinguió la muerte,con herramientas hurañasarmadas bajo los harapos.
Pablo Neruda
Los pequeños héroes
Hace un poco más de dos siglos reinaba en el mundo –sin salvarse toda ‘Nuestra América’ de su nefasto poder– una peligrosa enfermedad que regresaba sin descanso cada tanto para asolar infinidad de hogares, atacando con especial sevicia a los menores: la viruela.
Su poder era tal que 15.000 personas morían al año en Francia; en Alemania, 72.000; en Rusia, dos millones (1852-1860); en Santa Fe, capital de la Nueva Granada (1781), 4.500, de una población total de no más de 15.000 personas. Poder y muerte aterrorizaban por igual. Sin embargo, muchos trataron de sobreponerse a su designio, entre ellos científicos e investigadores como José Celestino Mutis. 
Cuando Santa Fe fue invadida por la viruela en 1781, y tras ser consciente que la única forma efectiva conocida hasta entonces para evitar devastadores efectos era aplicarse la misma enfermedad en el cuerpo –a través de una pequeña escinción, en la cual se untaba con un hilo la pus de la viruela– Mutis procedio a inocularse la enfermedad. Tras su ejemplo, y rompiendo mitos y rezos, alcanzó a inocular a no menos de 1.700 santafereños. Pero aún faltaba que llegará la cura total: la vacuna.
Tras el río de muertos, la enfermedad dejó la cabecera de la Nueva Granada pero el sabio no quedó tranquilo, pues sabía que aquélla regresaría. Al saber que en Inglaterra Edward Jenner había realizado con éxito la primera inoculación contra la viruela (a partir de una secreción recogida de una pústula vacuna –viruela de vacas– en la mano de una lechera que se había infectado durante su ordeño), descubriendo la vacuna contra la mortal enfermedad, le escribió al Rey Carlos IV solicitándole que la hiciera llegar a estas tierras. Misión difícil, toda vez que la vacuna ya estaba descubierta pero no la forma de resguardarla. Y la manera ingeniada para hacerlo fueron las víctimas favoritas de la viruela: los niños.
Viaje salvador
Es así como “el 30 de diciembre de 1803, la corbeta María de Pita zarpó del puerto de La Coruña rumbo a la Nueva Granada. A bordo de ella viajaban 22 niños (acompañados por el médico Francisco Javier de Balmis y el cirujano José Salvani), uno de los cuales había sido inoculado con la vacuna de Jenner. Una pequeña ampollita le había brotado en lo alto del brazo, donde había sido punzado con una lanceta. Esta única y benigna viruela era la reacción al germen y a la vez el antídoto. Permanecería sobre su piel a lo sumo nueve días, al cabo de los cuales cicatrizaría. Pero antes que eso ocurriera, con ella misma se inocularía a otro niño, y así se iría replicando de brazo en brazo para conservarla hasta arribar a las costas de América, donde podía ser reproducida ampliamente […] Esta misión fue conocida como El viaje de las luces”.
Este viaje no estuvo exento de tropiezos y riesgos. Luego de varias peripecias, no quedaba más que un niño con la viruela en sazón para ser replicada, cuando avistaron Puerto Cabello. “De inmediato, un bote fue echado con urgencia al agua para bajar a tierra y avisar la emergencia que se vivía, pues, si no se utilizaba aquel mismo día, el pequeño grano se cerraría para siempre. 28 niños con sus padres corrieron a la playa para ofrecer sus brazos y salvar la vacuna en sus propios cuerpos”.
En adelante, lo que se hizo fue dividir la expedición cuanto fuera posible. En las bifurcaciones de los ríos, en los caminos y en el cruce de rutas, alguien capacitado y responsable se hacía cargo de un nuevo grupo de niños que portaban el vaccino y partía en otra dirección. La vacuna sólo se podía conservar propagándola, relevando unos niños por otros. En Venezuela se inmunizó a 107 poblaciones y cerca de 100 mil personas. En Calabozo, el 15 de noviembre de 1804, el doctor Carlos del Pozo obtuvo la propagación de las viruelas en las vacas locales, y fundó así el primer banco de vacuna en el Nuevo Mundo.
Comenzaba la lucha contra la viruela. Dos grandes brazos de la expedición salieron de Venezuela luego de 50 días allí. El doctor Balmis, a bordo de la María de Pita, partió hacia Cuba, mientras José Salvani se enrutó para la Nueva Granada en el bergantín San Luis, cada uno con un grupo de niños portadores a bordo. Llegaría a Cartagena, de donde salieron misiones por toda la Nueva Granada; una, a cargo de Salvani, remontaría el Magdalena para llegar a la capital, Santa Fe; otra se dirigiría hacia Ocaña y Cúcuta, y una tercera hacia Portobelo y Panamá.
Los mensajes que anunciaban la partida de las misiones motivaban a la organización de comisiones responsables, todas integradas con niños dispuestos a ser vacunados y portar el vaccino hasta nuevo sitio. Una de ellas llegó, en mayo de 1804, a manos de Mutis, quien de inmediato hizo lo necesario para que todo saliera bien. “En la ruta, los niños cumplían con su misión de pueblo en pueblo: en Mompós, 1.800 personas se vacunaron; en Honda, 2.000; en Mariquita, 600; en Guaduas, 3.000. Un comerciante de Medellín llegó con tres menores y logró vacunar a 6.000 habitantes de su comarca”. Las aguas se remontaban con lentitud. El paso era lento. El 17 de diciembre de 1804, las campanas anunciaron con alborozo en Santa Fe la llegada de la esperada misión y se decretó la obligatoriedad de vacunarse.
Allí, el esputo que arrojaba Salvani no dejó sospecha de que portaba tuberculosis. Pese a la grave enfermedad, el médico no renunció a su misión. Luego de descansar y tomar brebajes de Mutis –sinapismos de mostaza, jarabes de borraja, infusiones de garrotillo–, el médico continuó con renovado grupo de niños, vía Ibagué hacia la Audiencia de Quito, asolada por la epidemia. Ahí marchaba Tobías, el más pequeño, que llegaría con él hasta Bolivia. La inmensa e incansable marcha llegaría al Alto Perú y Buenos Aires. Varios sanitaristas llevarían la vacuna a la Patagonia y el Estrecho de Magallanes, liderados por el ayudante médico Manuel Julián Grajales, el mismo que partiera de Cartagena a Cúcuta y Ocaña.
En los caminos habría buenas o desagradables sorpresas. La lucha por la Independencia ya se daba por doquier, avanzando las banderas de la libertad y la ciencia. Los niños llevaban banderas de papel con las que alegraban y avisaban de su misión. En caminos reales de Perú se toparon con Nucapayo, chasqui descendiente de los incas, que los guió con sabiduría; en Arequipa, con un mozo de espadas abandonado por su cuadrilla, quien, entusiasmado por la labor infantil, dejó de pinchar toros y decidió hacerlo para salvar vidas.
La gesta de los niños seguía. En Perú, cuando miraron todo lo hecho, alcanzaron a divisar la inmensidad de su labor: “Entre Santa Fe de Bogotá y Piura, las vacunaciones totalizan 100.401”. Con razón se asegura que “la Expedición filantrópica de la vacuna antivariolosa fue la más grande proeza científica y humanitaria de la era moderna”, razón para ser recordada con gratitud, y motivo para conmemorar cada año el Día de los Niños.
La salud de Salvani iba en descenso. Ya no sólo era el pecho y los pulmones; también un ojo perdido por infección. Pero no desfallecía: “Pero cómo voy a rendirme viendo marchar a mi lado a los niños descalzos, que soportan los soles ecuatoriales y las borrascas del trópico sin quejarse. Si no se rinden ellos, ¿voy a rendirme yo?”. Persistencia, fuerza que se agotaron en Cochabamba el 21 de julio de 1810. Para entonces, la columna expedicionaria integrada por los niños que comandó había vacunado a más de medio millón de personas y recorrido siete mil kilómetros.
Logros y tropiezos, pues la guerra llevó a la muerte a importantes impulsores de la lucha contra la viruela, desestimuló el cuidado de los bancos de vacuna y desintegró las juntas que buscaban conservar la vacuna. Además, con el paso de los años y los triunfos contra la viruela, la gente bajó la guardia y perdió el hábito de la inoculación, la cual propicio que en muchas ocasiones regresara el ataque de la mortal enfermedad.
“A lo largo del siglo XIX no fue posible encontrar una forma de preservar el antídoto distinta de replicarlo continuamente […]. Sólo en 1898, cuando se fundó el Instituto Carrasquilla o Parque de la Vacuna, empezó a producirse el antídoto en tierras criollas”. Pese a esto, hasta 1925 el sanatorio varioloso de Bogotá carecía de mínimas condiciones. La lucha sólo permitiría dar un total parte de victoria el 9 de diciembre de 1979, cuando la Comisión mundial para la certificación de la erradicación de la viruela, compuesta por 21 expertos de 19 países, informó que la terrible enfermedad había sido erradicada de la faz de la Tierra. n

Túpac Amaru (1781)
Condorcanqui Túpac Amaru,
sabio señor, padre justo,
viste subir a Tungasuca
la primavera desolada
de los escalones andinos,
y con ella sal y desdicha,
iniquidades y tormentos.
Señor Inca, padre cacique,
todo en tus ojos se guardaba
como en un cofre calcinado
por el amor y la tristeza.
El indio te mostró la espalda
en que las nuevas mordeduras
brillaban en las cicatrices
de otros castigos apagados,
y era una espalda y otro espalda, 
toda la altura sacudida
por las cascadas del sollozo.
Era un sollozo y otro sollozo.
Hasta que armaste la jornada
de los pueblos color de tierra,
recogiste el llanto en tu copa
y endureciste los senderos.
Llegó el padre de las montañas, 
la pólvora levanató caminos,
y hacia los pueblos humillados
llegó el padre de la batalla.
Tiraron la manta en el polvo,
se unieron los viejos cuchillos,
y la caracola marina
llamó los vínculos dispersos.
Contra la piedra sanguinaria
contra la inercia desdichada,
contra el metal de las cadenas.
Pero dividieron tu pueblo
y al hermano contra el hermano
enviaron, hasta que cayeron
las piedras de tu fortaleza:
ataron tus miembros cansados
a cuatro caballos rabiosos
y descuartizaron la luz 
del amanecer implacable.
Túpac Amaru, sol vencido,
desde tu gloria desgarrada
sube como el sol en el mar
una luz desaparecida.
Los hondos pueblos de la arcilla,
los telares sacrificados
las húmedas casas de arena
dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac es una semilla,
dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac se guarda en el surco,
dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac germina la tierra 

Pablo Neruda

José Antonio Galán, “Unión de los oprimidos contra los opresores”
Los grupos sociales en la Nueva Granada hacia 1781
Para comprender en mejor forma las contradicciones que llevaron a la Revolución de los Comuneros, veamos algo sobre los grupos sociales existentes.
Desde la invasión y con el correr de los años se fueron mezclando los españoles con indígenas y negros, y estos entre sí, surgiendo nuevos grupos mestizos, mulatos, zambos. En el seno de esa cambiante población también surgieron grandes diferencias económicas y de poder. Para la época que nos ocupa (1775-1782), en una población aproximada de un millón de habitantes, los principales grupos raciales y sociales (las clases estaban en proceso de diferenciación y formación) eran los siguientes:
Indígenas. La mayor parte de ellos, confinados en resguardos, trabajaban como siervos en haciendas de los grandes propietarios blancos y de unos pocos mestizos, en construcción de caminos, y en transporte a hombro de pasajeros y mercancías. Otros más eran muy pequeños comerciantes, y comerciantes medianos unos pocos. Por último, había amplios grupos confinados en zonas selváticas, de condiciones de casi total aislamiento de la vida nacional.
Negros o afrodescendientes. La mayoría, esclavos en minas de oro, bogas de los ríos, peones de ganadería, transporte de pasajeros y carga, obras públicas y oficios domésticos. Unos pocos ‘libres’, en mínimas labores artesanales y de comercio.
Mestizos. O sea, hijos de indígena y blanco, el grupo social de mayor crecimiento y el más dinámico. Algunos, de mediana capacidad económica, desarrollaban actividades de comercio, ganadería y artesanía.
Mulatos. Esto es, hijos de negra y blanco; muy escasos, de blanca y negro. Algunos eran esclavos o en condiciones equivalentes; otros, asalariados en oficios domésticos, ganadería y puertos. Unos pocos ‘independientes’ laboraban en artesanías y comercio.
Blancos: españoles ricos y pobres: criollos, ricos y de mediana capacidad económica. Eran funcionarios públicos, comerciantes, ganaderos, agricultores. Los cargos públicos se compraban por los criollos mediante dinero. En la misma forma se adquirían títulos de nobleza.
La sociedad en su conjunto estaba llena de contradicciones, una de las cuales separaba a españoles y criollos ricos, lo cual fomentaba sus enlaces familiares y con ellos su fortalecimiento económico, iniciándose la formación de la burguesía colombiana que aspiraba al poder político.
En las zonas en que habría de iniciarse la Rebelión de los Comuneros (Socorro, Mogotes, San Gil, Pinchote, Chima), se cultivaban productos agrícolas, en parcelas pequeñas y muy pocas medianas. Existía una gran actividad de artesanía: textil, de cueros, fiques, jabones, dulces, velas; transporte intenso en recuas de mulas, y el más activo comercio del oriente del país y quizá de todo el país.
En 1779 había en nuestro país 15 diferentes alcabalas o impuestos que todo lo gravaban: mercancías importadas de España, pequeñas artesanías del país, comercio de pulperías o tiendas, carnicerías y almacenes; molienda de caña y actividades agrícolas y ganaderas en haciendas o pequeñas propiedades; operaciones de finca raíz y otras más. Un impuesto se hizo sentir con especial fuerza en la región de Socorro, de desarrollo textil: el impuesto al algodón hilado, que servía como una especie de moneda para intercambio de productos. A los indígenas, principales artesanos, se les grababa su producción de algodón hilado y luego los productos con él elaborados.
La Rebelión de los Comuneros
Informados y despiertos habitantes del Nuevo Reino seguían con atención los acontecimientos, uno de ellos Juan Francisco Berbeo, vinculado en diferentes formas a la Rebelión de los Comuneros. Era un modesto propietario y negociante cuya riqueza en Socorro lo ponía en situación de persona muy importante en la región.
Estallido del conflicto
En la mañana del sábado 16 de marzo, día de mercado y afluencia de gentes de las montañas vecinas, a sabiendas de que ese día se fijaría en las paredes un nuevo edicto sobre impuestos, se organizó un grupo de protesta, que, a tambor batiente, desembocó en la plaza del Socorro con gritos desafiantes contra las nuevas y las viejas cargas, y contra las autoridades y “el mal gobierno”. En esta movilización totalmente ‘subversiva’ y sin antecedentes en esa época participaron tejedores y comerciantes en mantas, expendedores de carne, los poderosos del pueblo por su poder económico. Gozaban de influencia en la población, en la misma medida en que Berbeo la tenía incluso sobre ellos. Al grupo de amotinados se sumó Manuela Beltrán, aguerrida trabajadora tabacalera que llevó la voz cantante en la manifestación, con el feliz y revolucionario gesto, en esas circunstancias, de arrancar y despedazar el edicto de “su majestad”, aumentando la decisión y el valor de los manifestantes y espectadores.
El gesto de Manuela comunicó su propia audacia a la ira contenida de la multitud, y millares hicieron sentir el terrible poder de un pueblo enfurecido. Ese día de 1781 hubo en el Socorro revolucionarios actos que fueron preludio al desencadenamiento definitivo del furor popular. Mientras crecía la expectativa y la posición de alerta, sucedieron nuevos amotinamientos el 30 de marzo en los que la “vieja Magdalena”, mulata valerosa, se enfrentó airada a un sacerdote realista que trató de encabezar una procesión pidiéndole al pueblo que se pacificara y respetara la autoridad.
Al conocerse en Santa Fe lo que ocurría en el Socorro, al principio no se le dio mayor importancia, pero, ante nuevas noticias sobre el extendido movimiento comunero, se enviaron 50 alabarderos (soldados) al mando de un capitán al Puente Real de Vélez, donde se cruzaban los caminos hacia la capital. Pronto los socorranos supieron del avance de las tropas realistas y Berbeo también ordenó la marcha sobre el Puente Real, iniciándose la enorme movilización que llegaría a las puertas de Santa Fe.
El ejército del común tenían jerarquía de mando: un Estado Mayor General, al frente del cual estaba el generalísimo Berbeo, investido de máximos poderes político-militares. Puente Real constituyó la primera victoria militar de los rebeldes. Armas, pertrechos y dineros pasaron a su poder, además de que se produjo un pánico enorme en la capital al conocerse la noticia.
Movilización y conflictos
La organización económico-social de la región de Tunja era bien diferente a la de Socorro y poblaciones vecinas, primaban los grandes latifundios y haciendas en manos de unos pocos criollos ricos, que explotaban la mano de obra indígena en condiciones de total sumisión. Para el momento que nos ocupa, en esta zona aún vivían (Tunja, Duitama, Sogamoso) unos 50.000 indígenas; el proceso de mestizaje había sido inferior al de otros sitios; estaba casi totalmente ausente la población negra y mulata; la actividad artesanal comercial casi no existía y toda la vida libre económica giraba en torno a las grandes haciendas, imprimiendo a sus habitantes una actitud pasiva, resignada y conformista en cuya formación jugaron papel especial los curas doctrineros.
La presencia comunera fue vista con temor y prevención por los hacendados gamonales y con simpatía por los sectores ‘libres’ y algunos indígenas. En Sogamoso y Tunja, varios capitanes comuneros hicieron contacto con grupos populares, invitándolos a rebelarse, pero hubo un desacierto: muchos jefes fueron elegidos entre gente no pobre, sin perfil popular y sin que el pueblo indígena comprendiera de qué se trataba aquello… Ambrosio Pisco, indígena rico, descendiente de autoridades chibchas y cacique (jefe) reconocido, consiguió la movilización de 4.000 indígenas aportados por los resguardos de la amplia región.
Enormes multitudes con abundancia de machetes, palos, hondas y horquillas se fueron reuniendo en Nemocón y Mortiño, antes de Zipaquirá, camino a Santa Fe. Las tropas, quizá 15.000 personas (¡quince mil!), acamparon ordenadamente durante unos 20 días, en época de lluvias. Durante este tiempo durmieron a la intemperie, se alimentaron, atendieron a sus enfermos, se apoyaron mutuamente y se divirtieron.
José Antonio Galán, líder popular
Hasta Nemocón llegó el 24 de mayo el capitán charaleño a la cabeza de las tropas que por meses venía organizando y entrenando. Su familia era pobre, campesina, y cultivaba la tierra y vendía productos en el Socorro, adonde Galán viajaba con frecuencia. Fue su padre un español gallego, carente de bienes, y su madre una sencilla mestiza. Eran cuatro hijos y tres de ellos, Juan Nepomuceno, Hipólito e Hilario, acompañaron valerosamente a su hermano mayor.
A Galán se le recuerda como hombre de buena estatura, fuerte, acostumbrado desde niño al trabajo físico. Entusiasta, decidido, levantisco, arrojado, convincente por su acción y su palabra. Un hecho decisivo en su vida sucedió en 1779: fue reclutado a la fuerza para el servicio militar. ¡Tenía 30 años! ¿Qué motivó tal reclutamiento, cuando tenía tan ‘avanzada’ edad para ello y cuando el Regimiento en Cartagena, adonde fue destinado, se integraba casi totalmente por negros, zambos y mulatos, llevados de las zonas litorales? Tal reclutamiento equivalía a castigo y destierro. Para la rebelión sería muy útil la experiencia de Galán, nombrado capitán del pueblo. Lo encontramos en Puente Real de Vélez el 7 de mayo al frente de la fuerza charaleña, quizá la más disciplinada. Recibe de Berbeo una importante misión: avanzar sobre Chiquinquirá, Fúquene, Ubaté y Tausa para levantar e incorporar a sus moradores, lo que hace con eficiencia, a tiempo que otros capitanes y Berbeo hacen lo propio por donde pasan: nombran capitanes, eliminan impuestos, declaran libre el cultivo del tabaco y la venta de aguardiente, y toman los dineros del Gobierno para financiar el movimiento.
Entre los comuneros había contradicciones. Una, el carácter y el modo de ser del santandereano (rebelde, independiente, inquieto) cuyos desarrollo económico y carácter social ya vimos, distintos del boyacense (Tunja, Duitama, Sogamoso), con predominio indígena y cuyos jefes, manipulados por los latifundistas, de quieres dependen, se oponían a marchar sobre Bogotá y no querían enfrentarse a la autoridad española. Incluso Berbeo, máximo jefe rebelde, dio órdenes a sus subalternos: “Con todo vigor contendrán las gentes que pretendan entrar a la ciudad a insultar y robar”, y consigue que Pisco, con 4.000 indígenas que comanda, se sitúe a la salida de Zipaquirá y tapone la entrada a Bogotá. Berbeo y Pisco coinciden, pues ambos son tenderos y comerciantes en grande. Pisco tiene en Bogotá un gran almacén de artesanías indígenas y de productos de la tierra cultivados por éstos.
El movimiento de Galán le había dado prestigio y crecimiento numérico. Se calcula que 20.000 personas se suman a las tropas de Galán, y se sabe que los artesanos y la gente del pueblo santafereño harían causa común con él. Al frente del Virreinato estaba el arzobispo Caballero y Góngora, veterano, astuto e inteligente político que comprendió lo que se avecinaba. El único camino era negociar. A toda prisa se reunió con Berbeo en Zipaquirá, y se afirma que entre éste y el Arzobispo hubo un mano a mano, un “toma y dame”. El éxito del Virrey consistió en impedir la toma de Bogotá, utilizando las contradicciones comuneras; el de Berbeo, en firmar las Capitulaciones (nombre dado a las negociaciones). Él y su grupo lograron grandes beneficios económicos, pero no para los artesanos pobres ni para los indígenas.
La misión de Galán
La orden de Berbeo a Galán y la actitud de éste indican la escisión definitiva entre la élite terrateniente que dirigía político-militarmente el movimiento y el sector revolucionario del común: el primer grupo, liderado por Berbeo, a fin de conjurar el peligro de la revolución social, se sentaba en Mortiño para negociar la paz, buscando ventajas y evitando que los hechos les hicieran perder el control de la situación.
Fue opuesta la posición del grupo de Galán, que, al desobedecer la orden de Berbeo, expandía y articulaba el movimiento insurreccional, con directrices revolucionarias, lo cual se manifiesta en su conducta por el río Magdalena agitando la liberación de los esclavos, la proclamación del inca Túpac Amaru y una favorable acción para los trabajadores sin tierra ante los hacendados. Salió con su tropa hacia Honda el 25 de mayo, por la ruta Facatativá-Villeta-Guaduas, con su experiencia en sublevar y organizar pueblos. Las autoridades de Santa Fe, informadas de la marcha de Galán, enviaron tropas para oponérsele, a las que Galán desarmó el día 27 cerca de Facatativá. Los hombres del Gobierno mostraron pocos deseos de pelear.
Galán movilizó a la población, depuso funcionarios, nombró capitanes del pueblo, designó nuevas autoridades y liberó presos. Su estandarte llevaba la consigna “Unión de los oprimidos contra los opresores”. Estaban cerca de la rica región minera de Mariquita, explotada por negros esclavos, haciéndose más agudas las contradicciones por la cercana presencia de éstos en las minas, el puerto, la boga del río, además de inconformes mulatos sin trabajo. Galán hizo avanzar la proyección político-social del Movimiento Comunero al declarar la libertad de los esclavos de la mina de Mal Paso, noticia que voló y se irradió hacia las zonas mineras de trabajo esclavo en Antioquia, donde se produjo el levantamiento de los comuneros de Guarne, y hacia las zonas indígenas (caribes) de Coyaima, Chaparral, Purificación, Natagaima y Neiva.
Dispersión comunera y desmovilización de Galán
En Zipaquirá, por orden de Berbeo, cientos de Comuneros se dispersaron rabiosos y apesadumbrados por no marchar sobre Santa Fe. Tenían malos presentimientos. La desmovilización y la dispersión comunera facilitaron el pronto desconocimiento de las Capitulaciones, para lo cual los pérfidos gobernantes alegaron múltiples razones.
La rebelión de Galán
El día 14 de junio, Galán hace llegar a múltiples partes un mensaje de invitación a reanudar la lucha, en la que dice, entre otras cosas: “Veamos si a costa de nuestras vidas atajamos ese pernicioso cáncer que amenaza nuestra ruina”. ¿Cuál cáncer? “El malogrado avance de la vez pasada, que no ha dejado vendidos, a lo que no encontramos otro remedio que volver a acometer…”, se refería a las Capitulaciones.
En los días siguientes, Galán pasa a diversas poblaciones y se esfuerza, mediante cartas claras y sencillas, en levantar de nuevo la rebelión popular. Para estas fechas se le atribuye este juramento: “En nombre de Dios, de mis mayores y de la libertad, ¡ni un paso atrás, siempre adelante, y lo que fuere menester… sea!”. Su correspondencia lleva un lenguaje clasista, de unión de los oprimidos contra los opresores.
Pero en esta nueva etapa, el héroe encuentra incomprensión, pues mucha gente se cree beneficiada con las Capitulaciones; por la desconfianza y el temor por las traiciones de tantos; por el desconcierto ante las sucias ofertas de Salvador Plata, poderoso terrateniente de Santander, y por la posición de Berbeo, que no apoya el nuevo movimiento. Carente de ayuda, con deserciones en sus filas, sin recursos, Galán es capturado el 13 de octubre por la gente de Plata, a la que se han unido tropas del Gobierno, después de un corto combate en el que muere su hermano Nepomuceno y él es herido. El 9 de noviembre, junto con 25 compañeros, llega preso a Santa Fe.
Sentencias de Galán y compañeros
En un juicio completamente parcializado, sin mínimas condiciones de defensa, adelantado por los propios afectados, es decir, los gobernantes españoles que se convirtieron en juez y parte, Galán y tres de sus compañeros fueron condenados a muerte, y otros a prisión perpetua y destierro el 30 de enero de 1782. La sentencia de muerte se cumplió espectacularmente en Santa Fe el 1º de febrero.
La sentencia contra Galán merece que se lea y se conserve. En ella se refleja la desfachatez de todos los gobernantes opresores, su cinismo, su crueldad y su odio contra quienes luchan contra su poder y sus privilegios.
Parte de la sentencia dice: Condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado y llevado al lugar del suplicio, donde sea puesto en la horca hasta cuando naturalmente muera; que, bajado, se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes y pasado por la llamas (para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo); su cabeza será conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro, la izquierda en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento, y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes; declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esa manera se dé olvido a su infame nombre y acabe con tan vil persona, tan detestable memoria, sin que quede otra que la del odio y espanto que inspiran la fealdad y el delito (Sentencias iguales contra Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel Ortiz, compañeros en la rebelión).n
Comuneros del Socorro
Fue Manuela Beltrán 
(cuando rompió los bandos
del opresor, y gritó «Mueran los déspotas») 
la que los nuevos cereales 
desparramó por nuestra tierraFue en Nueva Granada, en la villa 
del Socorro. Los comuneros 
sacudieron el virreinato
en un eclipse precursor.
Se unieron contra los estancos,
contra el manchado privilegio, 
y levantaron la cartilla
de las peticiones forales.
Se unieron con armas y piedras,
milicia y mujeres, el pueblo, 
orden y furia, encaminados 
hacia Bogotá y su linaje.
Entonces bajó el Arzobispo.«Tendréis todos vuestros derechos,
en nombre de Dios lo prometo».El pueblo se juntó en la plaza.
Y el Arzobispo celebró
una misa y un juramento.
Él era la paz justiciera.
«Guardad las armas. Cada uno 
a vuestra casa», sentenció.
Los comuneros entregaron 
las armas. En Bogotá
festejaron al Arzobispo, 
celebraron su traición, 
su perjurio, en la misa pérfida, 
y negaron pan y derecho.
Fusilaron a los caudillos, 
repartieron entre los pueblos 
sus cabezas recién cortadas, 
con bendiciones del Prelado
y bailes en el virreinato. 
Primeras, pesadas semillas 
arrojadas a las regiones, 
permanecéis, ciegas estatuas, 
incubando en la noche hostil
la insurrección de las espigas. 
Pablo Neruda
Bicentenario: espacio para la reflexión individual y en equipo
La conmemoración de dos siglos de la primera independencia es una importante oportunidad para apropiarse y reinterpretar nuestra historia pretérita y presente. Es posible hacerlo en colectivo o de manera individual. Aquí, una pequeña guía de lectura y algunas actividades propuestas en pro de que la efeméride sea algo más que simple propaganda.
¿Por qué el Imperio español autoriza y estimula de nuevo, entrado el siglo XVIII, la colonización de nuevos territorios, el sometimiento de los indígenas, la búsqueda de mayor cantidad de oro y la consecución de nuevos ingresos vía impuestos?
¿Cómo se manifiesta la inconformidad en la América hispánica contra estas medidas?
¿Se usa hoy todavía en nuestro país el tipo de violencia que aplicaron las autoridades coloniales contra José Antonio Galán y sus compañeros de causa?
¿Se conserva en nuestro país la memoria de los Comuneros de Socorro? ¿Sí? ¿Cómo? ¿No? ¿Por qué?
¿Cuál es y qué sintetiza la principal frase acuñada por José Antonio Galán en su lucha contra el imperio español?
¿Cuáles son las semejanzas y las diferencias entre el dominio inglés (en Norte América) y el español (en América Latina)?
¿Qué explica que en la lucha por la salud adelantada por la humanidad hubiera tanta voluntad y desinterés por beneficios individuales, y que ahora la salud se haya convertido en una mercancía y el derecho a ella en un privilegio?
Precisar algunas de las características principales del Estado-Nación moderno.
¿Cómo se fundó y se potenció el racismo en los Estados Unidos?
¿Cómo se puede explicar que, a pesar de sufrir nuestra región la invasión y la colonización española un siglo antes que los Estados Unidos, durante el cual se fundaron universidades y ciudades, haya quedado Colombia relegada en poco tiempo respecto a lo que hoy se conoce como la mayor potencia mundial?
En el punto anterior, ¿qué papel desempeñan la tecnología y la cultura?
Actividades públicas para conmemorar el Bicentenario en el barrio, el sindicato, la cooperativa, el liceo, la universidad, etcétera:
1.    Representar mediante un montaje artístico el levantamiento de los Comuneros de Socorro.
2.    Preparar para una lectura de poemas algunos apartes del Canto general, de Pablo Neruda.
3.    Adelantar un debate público, identificando como tema-motivo las dos más importantes rebeliones conocidas en el Continente en el siglo XVIII (levantamiento indígenas comandado por Túpac Amaru y Comuneros de Socorro).
Para llevarlo a cabo, seleccionar un monitor y dos relatores. Motivar el debate a partir de exposiciones a cargo de cuatro responsables (2 por levantamiento). Identifíquense las causas que propiciaron las protestas, los errores que se cometieron en las mismas por sus organizadores y las consecuencias derivadas de su derrota para sus pueblos, así como para toda Latinoamérica.

4. Como formas de gobierno y de poder, preparar cabildos abiertos para los próximos meses. Definir temáticas, recoger y procesar información. Citar a todos los interesados a los mismos. Definir metodologías y responsables para garantizar que se desarrollen de manera adecuada.



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LA IMPORTANCIA DE CARAL-SUPE

“Caral es importante porque es la civilización más antigua del continente americano, ya que surgió en el año 3,000 a.C. Es decir, Caral se originó simultáneamente con las civilizaciones de Mesopotamia y Egipto. Esto quiere decir que la civilización peruana es más antigua que India, China, Fenicia, Creta, Grecia, Mesoamérica, Israel, Roma y Persia.
Al ser Caral una civilización significa que también es una alta cultura, en muchos aspectos más desarrollada que las otras civilizaciones del mundo. Por ejemplo, Caral inventó los anfiteatros 2,000 años antes que la civilización griega, las momias de la civilización peruana son 3,000 años más antiguas que las de Egipto, la orfebrería del Perú fue la más adelantada del mundo antiguo, la agricultura del Perú es 3,000 años más antigua que la de Egipto y las redes de pescar de Perú son las más antiguas del mundo, entre otros aportes de la civilización peruana”.
Víctor Colán Ormeño, historiador.

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