Antecedentes del desmoronamiento del dominio español en
América Latina (II)
Con base en: Siglo XVIII: El colonialismo español ante el
inconformismo social. Motines, protestas, revueltas e insurrecciones. Texto
inédito de Gustavo Quezada.
Mientras en Europa la muerte del feudalismo daba paso al
capitalismo, y con éste a una transformación de las formas económicas,
políticas, sociales, técnicas, culturales, dominantes, en el Nuevo Mundo la
vida dejaba atrás la pasividad y daba paso a miles de voces y protestas para
pedir fin de los monopolios, libertad de comercio, menos impuestos, abolición
de la esclavitud, regreso a las formas indígenas de vida y sociedad, e incluso
fin de la monarquía. Los levantamientos y protestas sucedían sin coordinación
pero reflejaban la inconformidad que será antesala de protestas e
insurrecciones que golpearían la Colonia. Los hechos muestran que la Colonia no
fue tan bondadosa ni tan tranquila como se dijo.
La inconformidad era atizada por un conjunto de medidas tomadas allende los mares, urgidas algunas por la creciente demanda de recursos frescos que reclamaban los ejércitos trenzados en guerras imperiales y de conquista, o por el derroche de los monarcas y sus cortes. Más oro y mano de obra para sostener la clase ociosa que dormitaba en España.
De ahí que, al comenzar el siglo XVIII, el ciclo de
expansión del colonialismo se oriente a buscar nuevas tierras para el cultivo,
indios para reducir (encomienda) y establecimientos mineros; según las nuevas
necesidades y políticas de la Casa borbónica de los reyes, con exhibición del
Despotismo Ilustrado y su frase “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Con
sus escoltas militares y la señal de la Cruz, las sotanas de los misioneros
abrían caminos. A la vanguardia iban los padres de la Compañía de Jesús.
Son éstas acciones que despiertan reacción. Así, en ese
siglo y en las zonas de frontera se actualizaron los conflictos que se creían
superados en la primera parte del siglo XVI: resistencia indígena, surgimiento
de grupos mesiánicos y milenaristas, enfrentamiento entre frailes y colonos,
además de muerte, etnocidio y genocidio sistemático de aborígenes.
Tal como a nuestros pueblos chibchas, hacia 1722, por
ejemplo, con la diosa Nayarit, su principal divinidad, representada por cuatro
esqueletos completos ataviados, y el oráculo de la Mesa del Nayar como punto de
cohesión, los cora de Nayarit, cercanos a Guadalajara (México), fueron
reducidos. Sin embargo, secretamente continuaron practicando sus cultos. Los
jesuitas destruyeron el oráculo y lograron la dispersión transitoria de la
comunidad, un ataque que facilitó su sometimiento a la política de reducciones.
En todo caso, en la América española, antes de los Gritos y
las Actas de Independencia, durante todo el siglo XVIII al ritmo de las
reformas borbónicas, la inconformidad tuvo decenas de estallidos. Tanto de las
clases subalternas como de algunos sectores del criollaje. Borradas de los
textos oficiales, aunque su enumeración es larga vamos a ver las más conocidas,
aunque fueron muchas más.
Los brotes del descontento nacieron de seis grandes motivos:
1. Guerras de frontera, 2. Rebeliones indígenas, 3. Enfrentamiento criollo a
los monopolios privados y religiosos. 4. Apoyos a las misiones jesuitas. 5.
Rebelión de los esclavos. 6. En contra del sistema impositivo, los estancos y
las restricciones a la producción de los textiles en los obrajes.
En el norte del Virreinato de la Nueva España (México): la resistencia
de los indios de Colotlán (1702), los yaqui (1740-1741), los pimas altos (1751)
y los cora de Nayarit (1767). En el Virreinato de Perú y la Capitanía General
de Chile, los continuos alzamientos de los araucanos. La rebelión de los
pehuenches, telhueches y huilliches de la cordillera y la Pampa (1729); en la
audiencia de Charcas, el alzamiento de los pueblos nómadas del Chaco y de
Tucumán (1746). Y el surgimiento de las confederaciones militares interétnicas
de la frontera del Virreinato con la Amazonia (1766).
Felipe II, rey contrarreformista por
excelencia, a quien le toca el desastre de la Armada Invencible, que marca el
nacer del poderío militar inglés. ¡El mar de las Indias libre para Inglaterra!;
se obliga a varias medidas que afectan profundamente la España y América:
Impuso las políticas de los cardenales en el Concilio de
Trento. Estableció la Inquisición y sus penas de muerte. En América impidió que
se continuara estudiando las grandes civilizaciones americanas y ordenó a los
franciscanos el envío a España de los códices aztecas y mayas, rescatados por
los misioneros, en particular fray Bernardino de Sahún. Prohibió difundir la
obra que exaltara los valores de las culturas indígenas, y que se dieran a
conocer sus creencias y sus costumbres. Estableció censura para las obras que
hablaran de la Conquista, y los conflictos entre la Iglesia, el Estado y los
conquistadores. Vedó la circulación de los libros, incluidos los documentos
papales, que no llevaran el placet real. Exigió que sus súbditos sólo pudieran
ir a las universidades españolas. Limitó el acceso de la nobleza indígena al
título de don y su ingreso a la Iglesia y las universidades. Les quitó a las
comunidades de franciscanos, dominicos y agustinos el control de los pueblos
nativos, que entregó a curas seglares. Y prohibió toda nueva expedición de
descubrimiento y conquista, de tal modo que el poblamiento español en América
quedó circunscrito a los límites alcanzados hasta 1560 (1). Para este
Suplemento, este punto es el que más se destaca.
Significó la existencia de una amplia frontera en torno a
virreinatos, presidencias, audiencias y gobernaciones, que en una colonización
militar-religiosa exploraron sólo los cazadores de esclavos e indios para las
encomiendas, o fue entregada a las órdenes religiosas para las misiones. Curiosamente,
los jesuitas, orden constituida apenas en 1535 y autorizada por los Papas en
1540, que llega aquí en el último cuarto del siglo XVI, es a quienes se
concedió el mayor número de misiones y el más amplio poder para ‘cristianizar’
a los entonces llamados salvajes. Se expandieron por el norte de México, el
piedemonte oriental de la Nueva Granada y Perú, con énfasis en la Audiencia de
Charcas y las ‘misiones’ de Paraguay.
Dolor, pasos de Mingas, su vestir con resistencia, pintura
en los rostros, máscaras y sonar de las marimbas chiapanecas y otras luchas con
ayer. Por su relación con el actual indigenismo y su importancia para la
investigación histórico-cultural de los movimientos que se pudieran reseñar,
mencionamos los más llamativos:
- Por el México de hoy, los indios de Colotlán
(Mextitlán-Nueva Galicia) afectados por la expansión de la frontera
agrícola y ganadera de los colonos españoles se sublevaron en 1702,
incendiaron las estancias españolas y enfrentaron al virreinato. El
arzobispo virrey Ortega Montañés los apacigua, y envía un oidor de
Guadalajara a restablecer las fronteras (2).
- Los indígenas de la nación yaqui (gobernación de
Sinaloa, actual estado de Sonora), sometidos a reducciones jesuitas desde
el siglo XVII, instigados por el gobernador español Huidrobo, se rebelaron
en 1740 contra la Compañía de Jesús. Dirigidos por sus caciques el Muni y
Bernabé, liberaron una gigantesca franja de territorio que quedó vedada a
los españoles. Pero respetaron temporalmente las misiones. En 1741
intentan tomar la ciudad de Tecoripa pero son derrotados y forzados a la
paz. Huidrobo, quien los había motivado al alzamiento, recorrió los
pueblos, censó la población y devolvió las tierras a sus anteriores
propietarios, aunque, era su intención, gran número de nativos no volvió a
las misiones y se integró al trabajo de haciendas y minas (3).
- Los pimas altos, de Sonora y Arizona, se rebelaron
en 1750 contra la expansión española y la presencia de misiones. Su líder,
Luis del Sáric, cambió su nombre por Bacquiopa, enemigo de las casas de
adobe, y enfrentó a colonos y jesuitas. Restableció la religión ancestral,
la construcción de sus casas en materiales tradicionales y su lengua.
Seducido con el nombramiento de capitán y, ante el peligro de invasiones
apaches, acordó campañas conjuntas con los españoles, que apresaron a
Sanic, quien murió en presidio (4).
- Los cora se reunían a escuchar a los oráculos. Es
notable el papel de las mujeres: bautizaban, curaban y confesaban
moribundos, en clara simbología de sincretismo cultural. Expulsados los
jesuitas, los cora fueron entregados a control franciscano. En 1767, el
indio Antonio López, Granito, vio la ocasión de restablecer sus antiguos
rituales y lograr su independencia. El alzamiento se extendió. Jefes
indígenas como Manuel Ignacio Doye se destacaron. Pero fueron derrotados y
sus jefes enviados a presidio. Labradores mestizos, colonos y mineros
repoblaron la región, gente de razón al decir del comandante español”
(5).
- Araucanos. Situación semejante vivió la Capitanía
General de Chile. Los araucanos nunca fueron sometidos. Luego de largos
conflictos (siglos XVI-XVII), al final firman la paz (1726). Empieza la
construcción de pueblos jesuitas al modelo guaraní, sin lograr la voluntad
de los indígenas de vivir y reducirse. En 1764, el Gobernador-Presidente
de Chile, Antonio de Guill y Gonzaga, en aplicación de las políticas
borbónicas, que exigían censos de indios tributarios y su reducción a
pueblos de indios, citó a los araucanos a parlamento. En apariencia, éstos
accedieron, pero en diciembre de 1766 de improviso incendiaron pueblos en
construcción, profanaron iglesias de misiones y acosaron a los españoles.
La autoridad contó con apoyo pehuenche y se inició una
guerra de depredación sobre los araucanos. La paz se logró por intervención del
obispo franciscano de Asunción y por el compromiso español de no insistir en
los “pueblos de indios”. Expulsados los jesuitas, los franciscanos los
reemplazan e insisten en las reducciones, lo que revivió alzamientos. Los
españoles armaron grupos de bandidos (paramilitares, hoy) para asolar la
Araucania. Por la paz de Negrete termina la guerra, con el compromiso español
de respetar la vida de las comunidades6. Hoy permanece latente el conflicto.
Los araucanos no han abandonado su lucha por la autonomía, y la defensa
territorial, de su cultura y sus valores ancestrales.
Recuadro1
De las 13 colonias a los Estados Unidos
“El 3 de septiembre de 1783 se firmó en París un tratado
general de paz, en virtud del cual Inglaterra reconoce la independencia de los
Estados Unidos, con un territorio que se extendía desde el Canadá hasta la
Florida (devuelta por Inglaterra a España, y comprendía los actuales estados de
Alabama, Mississippi y Louisiana) y desde la costa atlántica hasta el río
Mississippi”.
El tratado fue la consecuencia de una guerra rápida –se
inició el 6 de julio de 1775–, la misma que surgió de una insurrección contra
el autoritarismo inglés. En pocos años, el acto de rebeldía se convirtió en
revolución, y la guerra civil en un conflicto internacional que implicó a
Francia, España y Holanda, a favor de las colonias y en contra del Imperio
inglés. De esta manera, la prolongada confrontación imperialista europea se
trasladaba a miles de kilómetros de su asiento natural.
Poblamiento original
El país que hoy se conoce como los Estados Unidos empezó a
ser invadido y colonizado, de manera informal y desordenada desde el siglo XVI,
por los imperios holandés –New York–, inglés –Virginia–, francés –territorio
que llega hasta Montreal– y español –Florida. Tras su apetito de dominio
estaban el oro y el control del comercio en aguas del Atlántico y del Caribe.
Los ingleses, los últimos que se propusieron esta empresa en aquella parte del
mundo, se sintieron en libertad de hacerlo una vez que le destruyeron al
imperio español (1588) la “Armada Invencible”.
Las expediciones que viajaban por aquellos años, con
autorización de sus soberanos, no contaban con suficiente infraestructura ni
gente para instalarse por largo tiempo en las tierras usurpadas a la población
nativa, y muchas de ellas fueron aniquiladas, bien por el clima y el hambre,
bien por los invadidos.
Sólo en el siglo XVII se instalaron con intensión de
quedarse –al igual que en las Antillas– múltiples expediciones, una de ellas integrada
por ingleses (que buscaban, como Calvino, purificar la iglesia anglicana),
salida de su país en medio de las luchas que habían cobrado la cabeza del Rey
Carlos I. Tras ellos, viajaron otros muchos protestantes, puritanos, defensores
del individualismo para interpretar la Biblia y resolver los problemas de su
vida espiritual. “Una raza viril de puritanos que rechazaban por igual la
intervención del Rey y del diablo en su vida colectiva” fue la que pobló y
fundó el estado de Massachusetts.
Viajaron y llevaron consigo su necesidad espiritual, y
también su experiencia de trabajo y su anhelo de vida sin opresión. En el caso
de los ingleses, se trataba de una clase media que surgió de una larga
tradición popular, erigida por la naciente burguesía, la misma que le había
dado cuerpo al Parlamento con su Cámara de los Comunes, como contrapeso del
monarca. En estas condiciones, los colonos se dieron una forma de gobierno
popular mediante asambleas a las cuales asistían los integrantes de la iglesia
puritana. Cuando la población se multiplicó, la asamblea fue integrada por
delegados. Todos los asistentes tenían derecho a voz y voto.
A la par, y como instrumento de trabajo, fueron llevados los
esclavos negros, los primeros de los cuales fueron desembarcados en 1619. Su
población se multiplicó de manera acelerada: en 1690 equivalían al ocho por
ciento de la población y al 21 por ciento en 1770, cuando los colonos ya
sumaban 1.800.000 en aquellas tierras.
Fruto de su labor económica, con la cual daban cuentan del
feudalismo en Inglaterra, estos colonos traspiraban espíritu libre (sic),
creativo, emprendedor, y sentido de la disciplina, dentro de un claro espíritu
capitalista. Pronto empezaron a construir barcos para comerciar con las
Antillas, así como fundar industrias.
Si nos percatamos del momento en que empezó esta inmensa
empresa de colonización –siglo XVII–, podemos deducir que la historia moderna
de los Estados Unidos empezó tarde, pues para esa época los españoles ya
sumaban más de un siglo en el sur y el centro del continente americano, y en
los territorios hoy conocidos como México, Colombia y Perú se contaba con
gobiernos bien establecidos, universidades y ciudades. Era tal la presencia del
imperio español en estas tierras, que para 1574 se contaban 160 mil españoles
dispersos por toda la región.
Se multiplican los viajeros
El control de los mares le permitió al Imperio inglés
imponer su naciente poder en el norte de América. Las nuevas tierras prometían
grandes ganancias para la monarquía, y de ahí que ésta entregara con prontitud
títulos de propiedad a comerciantes, nobles y otros personajes sobre inmensas
extensiones del Nuevo Mundo. Cada uno de los beneficiados promulgó sus normas
de convivencia, y, tras la oportunidad de superar la pobreza o de vivir en
libertad de conciencia, motivó el poblamiento por inmigrantes de diversidad de
países, entre ellos finlandés, alemán, francés, holandés, húngaro, moravo,
judío, polaco y sueco.
Esta multicultura y el anhelo de una nueva vida tensiona la
relación entre la Corona y esta población que cada vez desea menos control. Ya
en 1633 se firma un documento por tres poblaciones –Pacto de Mayflower,
considerado la primera constitución de la democracia moderna–, en el cual se
estipula la igualdad de todos los ciudadanos, sin restricciones de carácter
religioso, y se dispone que las leyes serán hechas “para el pueblo y por el
pueblo”, sin mencionar en pasaje alguno al Rey. Tampoco se tomaba en cuenta a
las mujeres, reducidas al hogar, ni a los pobladores originarios de estas
tierras, sometidos a exterminio, ni a los esclavos, negados de cualquier
derecho.
Población con igual espíritu llega a lo que se conocería
como Pensilvania (cuáqueros), en este caso opuestos a la guerra, practicantes
de una hermandad religiosa sin jerarquías, impulsores de la resistencia pasiva,
e imbuidos de alta capacidad de trabajo y ahorro. Precisaban algunos de sus
preceptos que el gobierno no podía ser arbitrario ni opresor, que todo
contribuyente tenía derecho al voto y que todo cristiano podía desempeñar
empleos públicos, cualquiera fuera su credo. A ellos se debe el criterio de que
los presos tendrían que trabajar.
En Baltimore se asentó una población que legisló precisando
que quien allí habitara gozaba de todos los privilegios del ciudadano inglés,
decretando leyes por medio de su Asamblea e imponiendo contribuciones que hasta
entonces se suponía que eran del resorte de la monarquía inglesa. Se negaban a
pagar impuestos a Inglaterra, y las decisiones de su Asamblea no requerían aprobación
del Rey. Además, la libertad religiosa fue un precepto celosamente guardado por
sus habitantes.
Así, favorecidos por decisiones del Rey, que entregaba “sus
territorios” para que le generan riqueza, se pobló una parte de lo que hoy
conocemos como Estados Unidos, identificada por entonces como las colonias
inglesas en Norte América, que eran 13: Virginia, Massachusetts, Connecticut,
Rhode Island, New Hampshire, New York, Pensilvania, New Jersey, Delaware,
Maryland, Georgia y las dos Carolinas. Miles de miles atravesaron mares para
buscar mejor vida. Sin embargo, como toda sociedad capitalista y pese a la
normatividad aprobada, la clase dirigente recibía la mayor parte de los
beneficios del trabajo de toda esta nueva población.
Así, aunque parece un poblamiento de libres e iguales, el
nacimiento de los Estados Unidos se da en contradicción: “libres y esclavos,
amos y criados”; pero también –y esto vendrá con el paso de los años–
terratenientes y gente sin tierra, ricos y pobres (para 1770, el 1 por ciento
de los terratenientes acumulaba el 44 por ciento de la riqueza generada por los
inmigrantes y los esclavos), lo cual exacerbará las contradicciones entre sus
pobladores entrado el siglo XVIII. La guerra contra los ingleses las ocultará y
postergará, pero también las maniobras de una clase dirigente de origen inglés
que contaba con experiencia política, y que, emitiendo leyes y normas, evitó
que negros, indios y gente pobre se uniera. Un levantamiento les hubiera
costado el poder y la vida.
Las contradicciones y la guerra
Las colonias nacieron, si así puede decirse, cargadas de
espíritu capitalista y determinadas por sus prácticas productivas, es decir,
nacieron con el sello de una embrionaria pero pujante y dinámica matriz social
de índole burguesa.
Tal espíritu chocará con los requerimientos económicos del
Imperio, una vez concluida su victoriosa guerra de los siete años contra
Francia (1763). Esta obvia necesidad de recursos se multiplicará al
incrementarse los ataques de los pueblos originarios en defensa de su usurpado
territorio, contra los poblados de los invasores (en este mismo año los pueblos
Potawatoni, Huron, Ottawa, liderados por el gran guerrero Pontiac, declararon
la guerra a los blancos invasores), ataques que hicieron evidente la necesidad
de sostener un ejército de 10.000 soldados que defendiera las colonias.
Para aquel momento, las colonias habían desarrollado una
fuerte economía y, de acuerdo con el criterio imperial, podían sostener el
ejército que los resguardaría. Por ello y para ello, se trató de aplicar la
normatividad imperial –la misma que aplicaba España– de monopolio sobre el
comercio, a la par que se establecían nuevos impuestos, algunos de los cuales
–cobrando tres peniques sobre cada galón de melaza– significaban acabar con la
industria del ron, una de las más importantes de las colonias. El té, el timbre
de todo tipo de documento, el papel y otra multitud de productos más fueron
grabados.
La normatividad imperial castigaba el contrabando, pero él
mismo era norma en Norte América –un deber patriótico, según el decir de los
comerciantes–, alcanzando cada año un una cifra –de la época– de 3.750.000
dólares. Esas mismas normas sólo permitían el comercio en buques ingleses.
Pero en la medida en que se trató de aplicar las viejas y
nunca obedecidas normas, y en la medida asimismo en que se buscó hacer realidad
los nuevos impuestos, la rebeldía se extendió. Las primeras medidas puestas en
práctica para hacer entrar en razón al Imperio fueron de desobediencia civil:
no comprar productos ingleses y cerrar los puertos a los buques de aquella
procedencia. Quien se oponía a esta decisión era perseguido, lo cual propició
una emigración hacia el Caribe y las Antillas de no menos de 100 mil colonos.
Así, en medio de una tensión que cada vez ganaba nuevos ribetes, se fue
llegando a lo que no querían los habitantes de aquellas colonias: desconocer el
Rey y separarse de Inglaterra.
De esta manera, los dos millones aproximados de personas que
habitaban las colonias en 1770 se encontraron en Asamblea de delegados. El 5 de
septiembre de 1774 fue citado el primer Congreso Continental de las Colonias,
al que asistieron todos menos Georgia. El segundo se llevaría a cabo el 10 de
mayo de 1775, un mes después de haberse escuchado los primeros disparos contra
las tropas ingleses en el poblado de Lexington, generando un inmediato sitio
sobre Boston. Este congreso saldría investido con los poderes de gobierno de
todas las provincias durante la guerra, imponiéndose como tarea inmediata la
conformación de un ejército al mando de Washington y la emisión de papel moneda
para sostenerlo.
Tras dos meses, el 6 julio de 1775, la guerra contra el
imperio es declarada de manera formal, y un año después, el 4 de julio de 1776,
el Congreso declara la independencia de las Colonias Unidas, estableciendo que
“estas colonias son y por derecho deben ser Estados libres e independientes;
que quedan absueltas de toda alianza con la Corona británica, y que todo
vínculo político entre ellas y el Estado de Gran Bretaña queda totalmente
disuelto”.
Las escaramuzas entre ambos ejércitos ganan espacio pero en
ningún momento de gran calado. La debilidad y la inexperiencia del ejército
libertador no lo permite, y la indecisión de los invasores hace que todo siga
sin resolverse. Pero se presenta un definitivo y sustancial giro, llevando las
escaramuzas al estado real de guerra: en febrero de 1778, los franceses
reconocen el nuevo Estado y celebran con el mismo un tratado de ayuda y alianza
militar. Dos meses después, ya han desembarcado en territorio de las 13
colonias sus fuerzas, además de armas y dinero. Vendría luego la ayuda
española, que durante los dos últimos años de guerra captura los fuertes de
Natchez, Mobile, Pensacola y otras guarniciones inglesas al sur de Norte América.
Los holandeses hacen lo propio en el mar, ocupando y requisando cientos de
barcos ingleses.
El aporte de Francia en tropas en notable. En ocasiones
concentra hasta 5.500 de sus soldados en un ataque, como cuando al mando del
Conde Rochambeau amenaza a New York. Estos movimientos, más fuertes bajas
inglesas en otras batallas, acercan el momento final de la guerra, que llega el
17 de octubre de 1781 con la batalla de Yorktown. Ésta, sin ser trascendental,
le dará un viraje político absoluto a la misma.
En efecto, cercado por tropas francesas y locales, el Lord
Cornwallis pierde –rendido– sus 7.000 hombres. La noticia llega a Londres y
hace renunciar al gabinete de Lord North, reemplazado por Rockingham, quien
comprende que la independencia vendría tarde o temprano, poniéndoles fin a las
hostilidades para concentrarse contra sus enemigos en Europa: Francia, España,
Holanda, Portugal, Rusia, Suecia, Dinamarca.
Con el triunfo como sello imborrable de su decisión, un
nuevo Congreso Continental de la Unión, celebrado en Filadelfia en 1787, con la
participación de 55 delegados, le da cuerpo a Estados Unidos de Norte América.
Los intereses de esos delegados quedan incorporados en las normas y convenios
firmados, que potenciarán al gobierno federal: “Los fabricantes querían tarifas
protectoras; los prestamistas querían acabar con el uso del dinero en metálico
para la devolución de las deudas; los especuladores inmobiliarios querían
protección para invadir los territorios indios; los propietarios de esclavos
necesitaban seguridad federal contra las revueltas de estos y su fuga; los
obligacionistas querían un gobierno capaz de recaudar dinero con base en un
sistema impositivo nacional para así pagar la deuda pública.
“Por fuera del espíritu de la Constitución habían quedado
los esclavos, los criados contratados, los indios, las mujeres y los no
propietarios de tierras”.
Con la aprobación de esta Constitución, la primera conocida
como marco regulatoria de la convivencia al interior de una sociedad, resumen y
precisión de patria, nace el Estado – Nación, el mismo que se extendió y
consolidó por doquier en pocos años, y con él la soberanía popular como
precepto fundamental de la democracia y del Estado moderno. De su mano, viene,
la rebelión, sagrado derecho de los pueblos para protegerse del autoritarismo y
de las dictaduras.
“La Constitución, entonces, ilustra la complejidad del
sistema americano: sirve a los intereses de una élite rica pero deja también
medianamente satisfechos a los pequeños terratenientes, a los trabajadores y
agricultores de salario medio, y así se construye un apoyo de amplia base”.
Vendrá luego la historia de expansión e invasión que llevará
a más de 50 los estados de la Unión.
Rebeliones indígenas
De los pobladores conquistados desde el siglo XVI, que
aspiraron a devolver las ruedas de la historia. En la Capitanía General de
Guatemala hubo tres alzamientos principales y otros secundarios: el
independentista de Francisco Gómez de Lamadriz en Chiapas (1701), el
independentista y mesiánico de los zendales también en Chiapas (1712), el
alzamiento maya en Yucatán, de Jacinto UcCanek, “Serpiente Negra” (1761).
Además, sublevaciones en Salamá (1734) y San Juan de Chamelco (1735).
Virreinato de Perú: alzamiento indígena y mestizo en
Cochabamba (1730), motín incásico en Alto Perú, dirigido por Juan Vélez de
Córdoba (1739-41), el de Juan Santos Atahualpa-Apu-Inca en Tarma (1742-1761),
el de Lorenzo Farfán de los Godos (1780), la insurrección independentista de
los Túpac-Amaru (Gabriel y Diego) y Julián Aspasa, Túpac-Katari (1780-81) y la
repercusión y adhesiones a Túpac-Amaru en la Nueva Granada y el Virreinato del
Río de la Plata (1781).
Mesianismo maya. En la Capitanía General de Guatemala, con
población sobreviviente de la antigua civilización maya, cuando España envió en
1701 al visitador Francisco Gómez de Lamadriz se conoció un primer brote de
independentismo. El visitador se enfrentó a la aristocracia criolla; pidió
apoyo a mestizos, negros, mulatos, indígenas y plebe, desconociendo al
presidente de la Audiencia. Acosado por los españoles, se refugió en Chiapas
con protección de los obispos de ésta y Guatemala. Desde allí llamó a indígenas
a sublevarse contra la Audiencia. Sus seguidores bloquearon caminos, se negaron
tributar, se fortificaron, armaron a las mujeres y combatieron con éxito a los
españoles, reconociendo como rey sólo a Lamadriz, luego derrotado, apresado y
enviado a España. Allí se le juzgó.
Mayordoma Mayor de la Virgen. La rebelión tomó forma
religiosa en 16 pueblos, proclamó la independencia, asumiendo con la Virgen,
como muchas sublevaciones cimarronas, los ornamentos y símbolos del opresor. En
1712, los indios tzeltales, tzotziles y zendales, de etnia maya, descontentos
por las exacciones de Martín González de Vergara, alcalde mayor, y el
incremento de impuestos eclesiásticos. Dicen que la Virgen del Rosario se le
apareció a la indígena María del Rosario, que se convirtió en intermediaria y
oráculo. Se trataba, según Sebastián Gómez, el Santo, acólito suyo, de que los
indígenas iniciaran una romería a Cancuc para ver morir a la Virgen. Los judíos
(los españoles) saldrían de Ciudad Real para matarla. Por ello, ya no había
reyes, presidentes ni obispos, los tributos quedaban suprimidos y la única
reina era María del Rosario. Entonces, la violencia se desató contra los leales
al poder español. Los indios de las cofradías respaldaron el alzamiento.
María del Rosario fue declarada Mayordoma Mayor de la
Virgen, y el indio Sebastián Gómez, El Santo, proclamado Vicario de San Pedro.
Con esta función se dedicó a ordenar nuevos sacerdotes que anunciaban la
segunda venida de la Virgen. Las blancas capturadas eran obligadas a vestirse
como indias. El capitán general de Guatemala arrasó con los pueblos indígenas,
destruyó sembrados y ahorcó rebeldes. Caído Cancuc en noviembre de 1712, se
contaron más de mil indios ejecutados. Pero la rebelión continuó hasta 1716,
cuando murió María del Rosario de parto (7).
En 1761, Jacinto UcCanek, “Serpiente Negra”, indígena
tributario, vestido con la corona y el manto de la Virgen de Nuestra Señora de
la Concepción, apareció en una capa de humo durante la misa en Quisteil. El
cura que oficiaba huyó. UcCanek, con apoyo en las profecías del Chilam Balam y
de 15 brujos, quería acabar con el dominio español entre los mayas. Quisteil
fue arrasado y exterminada la mayor parte de la población, UcCanek fue
capturado y torturado para expulsarle los demonios que lo poseían; luego,
despedazado y quemados sus miembros el 19 de diciembre de 1761.
Enfrentamiento de los criollos a monopolios privados y
religiosos
En defensa de sus intereses, fueron los casos de los
Comuneros del Paraguay (1717-1735); Andrés López del Rosario, Andresote
(1730-1733), un levantamiento en Guanare y el motín de San Felipe del Fuerte
(1741), la Rebelión de Tocuyo y Francisco León en Venezuela contra la Compañía
Güipuzcoana del Comercio, con predominio vasco (1749-1751), que puso a canarios
y vizcaínos frente a frente. Una empresa que en 1760 tiene cuatro jabeques,
tres balandras, dos goletas, una lancha grande y cinco botes, y pequeñas canoas
armadas, y que en su astillero en España construye y envía dos jabeques de 18
cañones sin carga y listos para combatir. En 1764, además de 12 patrullas
terrestres, tiene 10 navíos y 518 marineros.
Compañía Guipuzcoana en Venezuela. Las revueltas de López
del Rosario (1730-1732), y Juan Francisco León en Venezuela (1749-1751) se
orientaron contra esta Compañía, creada por Felipe V en 1728, para monopolizar
el comercio y controlar el contrabando que adelantaba Holanda. Su creación
indicaba: uno, que Venezuela, marginal en los siglos XVI y XVII, dada la
relativa ausencia de minas de oro y plata, y comunidades indígenas con
posibilidades de ser reducidas, en el siglo XVIII inicia un acelerado
desarrollo agrícola y comercial; dos, que ante este hecho la Corona le prestó
mayor atención a la Gobernación. En 1677 designó para sus puertos cinco naves
de la Armada Real.
La concesión a la Guipuzcoana implicaba el monopolio del
comercio, y además el derecho y el deber de reprimir el contrabando que dio
lugar a las patentes de corso. Como estímulo significativo, al comienzo el
monopolio garantizó mercados para los productos agrarios de criollos y mestizos
de Venezuela. Pero luego la compañía se tornó un obstáculo, ya que su condición
monopolista mantenía precios arbitrarios y jugaba con los productores.
Canoas y contrabando. Andrés López del Rosario. Zambo
cimarrón, se coludió con los contrabandistas y las autoridades holandesas de
Curazao. Con un ejército de cimarrones, indígenas y neerlandeses, cortó las
rutas de la Guipuzcoana. A pesar de la confrontación contra la Compañía, y
aunque su lucha fue limitada, declaró la independencia y planteó liberar a los
esclavos y defender a los pobres, según los criterios de los cimarrones desde
el siglo XVI. Militarmente derrotado, huyó a Curazao, donde murió.
Juan Francisco León, canario, hacendado, dueño de
plantaciones de tabaco y cacao, cuando el gobernador de Caracas nombró al vasco
Martín de Echevarría como cabo de guerra y juez de comiso en Panaquire y
Caucagua, despojándolo a él de este cargo, armó un ejército y se levantó. Cercó
a Caracas e inmovilizó al ejército español. En 1751 cayó preso y fue desterrado
a Cádiz, donde murió. La particularidad de su rebelión fue la protesta contra
la compañía, nunca contra el rey o las autoridades españolas: “[…] sin que se
entienda que este mi escrito y pedimento se dirija a conspiración, tumulto,
sedición, rebelión ni perturbación de la tranquila paz de esta referida ciudad
y su provincia ni menos a desobedecimiento de los reales preceptos de nuestro
soberano […]” (8).
La Compañía Guipuzcoana se liquidó finalmente en 1784.
Apoyos a las misiones jesuitas
Constan la resistencia guaraní en Paraguay (1750-1753) y
alzamientos en Guanajuato, Puebla, San Luis Potosí y Pátzcuaro, México (1767),
estimulados por la expulsión de los jesuitas y las medidas del visitador José
de Gálvez. La rebelión guaraní fue por mantener los niveles de vida y la
protección de las misiones a los criollos. Los intentos de España por
mantenerlas luego de la expulsión jesuita, fracasaron, y los indígenas, su
saber y sus ganados se enmontaron o se perdieron. Aunque hubo revueltas
opuestas a su expulsión, entre ellas en México (1767), en 1768 los jesuitas
tuvieron que entregar las misiones y salir al destierro.
Las misiones jesuitas. En 1609 los jesuitas construían
reducciones en América del Sur, con centro en el actual Paraguay y colindante
con Uruguay, Argentina y Brasil, obra sin par en el mundo, que aún hoy desata
polémica. El ‘Estado’ jesuita comprendía 30 poblados en cuatro áreas contiguas,
limitadas por las cuencas de los ríos Alto Paraná y Uruguay.
Los jesuitas (atentos con una medida precautelativa, sólo
los indígenas encargados del comercio de mate aprendían el español) lograron
que con sustento en el colectivismo primitivo indígena, los guaraníes se
cristianizaran y se avinieran a vivir en poblados, cultivar la tierra, criar
ganado y aprendieran los oficios artesanales, con tierras de propiedad privada
familiar, aba-mbaé, y el privilegio de tierras de trabajo y propiedad
colectiva, tupa-mbaé, o tierras de Dios. En sus reducciones aumentó la
población y hubo acumulación de riquezas muebles e inmuebles en competencia,
causa de choque con los criollos (9).
En política y administración dependían del rey; en teoría,
los caciques guaraníes dirigían sus territorios. Pero eran los jesuitas quienes
controlaban las reducciones. Para defenderlas de los portugueses y los
encomenderos españoles de caballo, lanza, espada y otras armas ofensivas y
defensivas que al gobernador de la tierra parecieran necesarias, según real
cédula de 1536; y para respaldar a los virreyes y gobernadores ante los
criollos paraguayos, siempre levantiscos, lograron autorización de los reyes
para armar a los indígenas.
Así, con ellos constituyeron verdaderos y temibles ejércitos
para enfrentar a los cazadores de esclavos portugueses, a los criollos de
Asunción y los obispos que querían incorporarlos a su jurisdicción, disolver
las reducciones y encomendar a los indígenas. Siempre los litigios se
resolvieron, primero, por medio de la guerra, y luego por la legislación
española, que los favorecía en cuanto permanecían fieles al rey y las máximas
autoridades coloniales. Con estas políticas lograron construir en la primera
mitad del siglo XVIII un Estado dentro del Estado, autoabastecido por el
sistema de reducciones, haciendas, colegios y casas de comercio, modo
convertido en gran preocupación para los reyes ilustrados y sus ministros.
Asunción en rebeldía. En el Chaco, primer gran conflicto
(1717). Don Diego Reyes Balmaceda llegó como gobernador. Entró en conflicto con
la Audiencia y encarceló a muchos del criollaje. Los jesuitas y las reducciones
se plegaron al Gobernador, quien en campaña contra los indios payaguás en el
Chaco, en lugar de dar a los indígenas capturados en encomienda a los criollos,
los entregó a los jesuitas. El regidor José de Ávalos protestó y el Gobernador
lo arrestó. El cabildo se quejó ante la Audiencia de Charcas, que envió al
jurista panameño y protector de indios José Antequera y Castro, que depuso al
Gobernador y lo reemplazó. Pero el Virrey de Lima lo destituyó y restituyó al
Gobernador. Los jesuitas intervinieron a su favor con tropas indígenas. Luego
de escaramuzas, Antequera huyó a Córdoba y Buenos Aires, donde fue apresado.
Fernando de Mompó, también abogado, continuó la lucha, y Asunción fue ocupada
(1733). Y en 1735, don Bruno Zabala, al mando del ejército y con ocho mil
guaraníes, derrotó a los insurrectos y ejecutó a los responsables.
Aún con la fortaleza militar de las reducciones guaraníes,
en lucha al lado de los virreyes y los reyes, es decir, del Estado español, los
criollos tenían ambiciones: “que los indios de las reducciones se encomienden a
los españoles para su servicio, como mitayos en el beneficio de la hierba
(mate) y el cultivo de sus campos, y como esclavos, y que aumenten su tributo y
paguen los diezmos” (10). Con tardío sustento teórico en la escolástica y el
compromiso de principios del siglo XVI con Carlos V y la Casa de Austria, su
rebeldía se autodenominó “comunera” para articular con la tradición hispana en
contra del absolutismo de Felipe V.
Primer ‘jaque’ al rey. Contradictoriamente, el argumento de
José Antequera y Fernando de Mompó, al enfrentar a jesuitas y autoridades, fue
por completo jesuita: el Rey, al privilegiar a los jesuitas en su relación con
los guaraníes, violó el pacto callado con el pueblo, se puso más allá del bien
común. Era un tirano. Entonces, al pueblo le asistía el derecho a rebelarse
(11). Por primera vez, con razones, los criollos desconocieron en la América
española del siglo XVIII el derecho divino del Rey y se alzaron en contra suya.
El 13 de marzo de 1750, tras la guerra de sucesión austriaca
en que España se enfrentó de nuevo a Inglaterra y su aliada Portugal, se firmó
el Tratado de Madrid, que cambió por una línea que seguía los accidentes
geográficos, la recta norte-sur del Tratado de Tordesillas, para definir las
fronteras Portugal-España a comienzos del siglo XVI. Así, España recuperó la
colonia de Sacramento, en manos de Brasil, pero siete poblados guaraníes y
varias estancias de ganado de las misiones quedaron en territorio portugués,
siendo necesario su traslado hacia el oeste. Tras dos años de demoras y
mediciones, tres poblados no opusieron resistencia y se trasladaron de acuerdo
con las órdenes del Rey y los jesuitas.
Cuatro poblados se rebelaron contra España y los jesuitas
(12) e iniciaron una guerra de guerrillas opuesta a la entrega de territorios a
Portugal. Luego de espantosa mortandad de guaraníes, españoles y portugueses, y
con intervención de tropas llegadas de Buenos Aires, los pueblos rebeldes
fueron sometidos. Hoy, los guaraníes de Paraguay apenas están en trance de
superar la derrota del siglo XVIII. Muerto Fernando VI (1759), su sucesor
Carlos III ordenó revisar el Tratado de Madrid, y en 1762 devolvió las tierras
a jesuitas y guaraníes.
Expulsión de jesuitas. La resistencia monárquica europea
ante los jesuitas, vistos como incondicionales del Papado; el motín del
Esquilache (13) obligó a Carlos III a huir de Madrid. Los ministros lograron
que el 2 de abril de 1767 la compañía fuese expulsada de América.
Rebeliones de los esclavos
En Cuba, La Habana (1726) y Santiago (1731), sublevación
general de esclavos dirigida por Manuel de Espinosa (1749), los negros perleros
de Margarita en Cumbé (1603) y de Nirgua (1628) Guillermo Rivas (1771) y José
Leonardo Chirinos (1792) en Venezuela; los esclavos de Guarne en la Nueva
Granada (1781); en Perú los alzamientos de esclavos en las haciendas cañeras y
los viñedos de Ancash, San Jacinto, San José de la Pampa y Motocachi (1768), de
Cuajara y de Concepción (1798). Con la salvedad de la rebelión de los esclavos
en Haití, que culminaría con la Independencia (1804), por lo general ellos
huían, construían palenques y resistían el cerco español y de los esclavistas.
Desde fines de siglo, conocedores por rumores –o radio bemba, dicen hoy– de la
Revolución Francesa y los sucesos de Haití, en todas sus protestas y
pronunciamientos exigieron aplicar la Ley de los franceses (14).
Contra el sistema impositivo, estancos y restricciones a
la producción textilera en los obrajes
El odio antichapetón crecía. Los criollos afirmaban su identidad
ante España, así su conducta fuera solapada y utilitaria con los mestizos, los
indios y los esclavos. El proceso de diferenciación del criollo frente al
español aumentaba. Las protestas eran a nombre del pueblo, que recibía el poder
directamente de Dios y lo había transferido al Rey, quien, por tanto, estaba
obligado a garantizar el bien común; si no, el pueblo tenía derecho a recuperar
la soberanía, a la rebelión y hasta al tiranicidio. De estos enunciados se
deriva que fueran nulos los impuestos sin autorización del pueblo (de los
cabildos). El descontento se elevó contra los ‘malos’ funcionarios, que
tergiversaban las órdenes del Rey o no le informaban la situación real de sus
súbditos.
En Cuba, entre 1717 y 1723, vegueros del tabaco,
comerciantes y terratenientes obligaron a la suspensión del estanco real del
tabaco; en Perú y Ecuador, el cacique de Andahuaylas y los pueblos de Talavera,
San Jerónimo y Anta se declararon contra el empadronamiento de indios y la mita
de Huancavelica (1726). También, en Cajamarca y Cotabamba (1730) y Lucanas y
Atansulla (1736). La rebelión de Alejo Calatayud en Charcas (1731), la
conspiración limeña (1750); la de los barrios de Quito (1765), que se prolongó
con alzamientos populares hasta comenzar el siglo XIX; los alzamientos de Tarma
y Jauja contra los repartimientos (1755-1757); en Huamachuco y Otuzco, contra
la extensión del tributo de indios a los mestizos (1758); la rebelión de los
arrieros de La Paz contra las aduanas (1777); en Maras, Urubamba y Cuzco, contra
los repartimientos; en, Chile contra el estanco del tabaco (1775). En La Paz,
contra los estancos (1776); en Arequipa, contra estancos, aduanas y medidas de
asimilación del mestizo al indio para el cobro de tributos (1776). En México,
los alzamientos contra las políticas de José de Gálvez (1767) y la Rebelión de
los Machetes de Pedro Portilla (1799); en la Nueva Granada, el Alférez Real en
Vélez (1749) y la Revolución de los Comuneros. Y en la Capitanía General de
Venezuela (1781), la extensión del movimiento de los comuneros neogranadinos
hasta Mérida.(15)
Rebelión de los barrios de Quito. A mediados del siglo
XVIII, la situación de la Audiencia de Quito era muy difícil: Al terremoto de
1755 se sumaron la peste de 1759 y la quiebra de las ‘fábricas’ de paños y
telas, por la imposición de productos traídos de España o Cartagena. Además, se
agregó la presión de los guardias de rentas dirigidos por don Juan Díaz de
Herrera, funcionario español nombrado por el virrey Messía de la Cerda, dada la
efectividad que demostró en la administración de las alcabalas en la Nueva
Granada para imponer el estanco del aguardiente y en general la política fiscal
de la corona española.
Una vez en Quito, en octubre de 1764, el Virrey enfrentó la
resistencia de los hacendados, la Iglesia y el cabildo, que vieron
perjudiciales las medidas. El 7 de diciembre de 1764, el cabildo abierto las
impugnó, sobre todo las del estanco del aguardiente y las alcabalas. Como no
hubo conciliación, el 22 de mayo de 1765, luego de aparecer pasquines contra
las medidas y los chapetones, estallaron motines en los barrios populares,
extendidos a toda la ciudad hasta altas horas de la noche, cuando los jesuitas
se comprometieron a que todos los ramos de estancos e impuestos permanecerían
como antes. La Audiencia aceptó el pacto.
Mientras los blancos, la gente de blasón, la nobleza
criolla, estaban en sus casas, los indígenas sin ramos que estancar y sobre los
cuales cobrar la alcabala participaron en los motines que afectaron la casa del
estanco y la del administrador. El vocerío se dirigía contra los funcionarios
españoles y los chapetones en general (16). Los motines se replicaron el 24 de
junio, con más de 300 muertos entre los amotinados y con evidente furia
antichapetona. La Audiencia aceptó las peticiones populares, y el día 27 de
junio ordenó que los españoles solteros dejaran la ciudad. Pero, como sucederá
con los pactos firmados con los Comuneros de la Nueva Granada, pronto se
ignoraron los acuerdos, y con el ejército se restableció la quietud y se
reimpusieron los estancos y las alcabalas desde febrero de 1767.
Reconstrucción del Tahuantinsuyo. Hasta Túpac Amaru y los
Comuneros de la Nueva Granada (1780-1781), no hay evidencias de la asimilación
del pensamiento ilustrado en la América española. Desde 1776, Túpac maru envió
memoriales pidiendo exenciones para los indígenas de la mita minera en Potosí y
que se acabaran los repartimientos (venta de productos españoles por los
corregidores, que los indígenas tenían obligación de comprar) y se aplicaran
las Leyes de Indias. Al no ser escuchado, preparó el alzamiento. El 4 de
octubre de 1780 capturó al corregidor Arriaga, del pueblo indígena de Tinta, y
el 10 lo ejecutó. Creó su consejo de gobierno, nombró capellán y escribió a los
pueblos, llamando a la insurrección. El 16 de noviembre declaró la libertad de
los esclavos; el 18 derrotó en Sangarará al corregidor Cabrera y amenazó al
Cuzco. Pero aun contra las indicaciones de su esposa, no se tomó el Cuzco en el
momento oportuno, que, por su ubicación y su valor simbólico (antigua capital
de los incas), le hubiera abierto las puertas de todo Perú. Cuando hizo el
intento el 2 de diciembre, debió levantar el sitio el 9. La ciudad ya tenía
refuerzos del regente visitador José Antonio de Areche y el Virrey de Lima.
Cercado en Tinta por los españoles y derrotado los días 18 y 19 de marzo de
1781, cayó prisionero el 16 de abril. Trasladado a Lima, se le juzgó y ejecutó
el 18 de mayo con su esposa Micaela Bastidas, unos lugartenientes y sus hijos.
Su hermano Diego y otro de sus hijos siguieron la rebelión y en la actual
Bolivia –1781– su primo Julián Aspasa, Túpac Katari y Bartolina Sisa,
sometieron a sitio por varios meses a La Paz. España logró el total control
hasta 1782.
En Túpac Amaru, antes que teorías europeas, hay un intento:
reconstruir el imperio de los cuatro puntos cardinales: el Tahuantinsuyo. Él
mismo exigió por años que los españoles lo reconocieran como legítimo heredero
del último Túpac Amaru, del cual descendía por línea materna (17). Lo mismo
hicieron como justificación Juan Vélez de Córdoba (1739) y Juan Santos
Atahualpa (1742-1761). En sus documentos, Túpac Amaru se reafirmará en su
condición: “El señor Don José Gabriel Tupa Amaro Inga, descendiente del Rey
Natural de este reino del Perú, principal y único señor de él” (18). A pesar de
estudiar en el colegio de San Francisco de Borja, regentado por jesuitas, no
utiliza conceptos de la escolástica tardía (19).
Túpac Amaru protestó contra los corregidores, los
repartimientos, la mita, el visitador Areche, las pensiones (tributo de
indios), los malos curas. Aunque se refirió a las nuevas cargas impositivas,
todo indica que su clamor venía de las entrañas de los incas, haciendo
extensivo el clamor a la totalidad de lo que fuera la línea de expansión del
Tahuantinsuyo, desde el Virreinato de la Nueva Granada hasta el del Río de la
Plata. La jura de su corona encontrada en Silos (hoy Santander del Norte),
decía: Don José I, por la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, Santafé, Quito,
Chile, Buenos Aires y Continente, de los mares del Sur. Duque de la
Superlativa, señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el gran Paitití,
comisionado y distribuidor de la piedad divina por el Erario sin par. Por
cuanto es acordado por mi Consejo, en junta prolija, por repetidas ocasiones,
ya secretas y ya públicas, que los reyes de Castilla han tenido usurpada la
corona y los dominios de mis gentes cerca de tres siglos, pensionándome los
vasallos con insoportables gabelas y tributos, sisas, lanzas, aduanas, alcabalas,
estancos, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregidores y demás
ministros, todos iguales en la tiranía” (20).
Pero mantiene obediencia a la Iglesia: “Por tanto y por los
justos clamores que con generalidad han llegado al cielo, en el nombre de Dios
todopoderoso, mando que ninguna de las pensiones se obedezca en cosa alguna, ni
a los ministros europeos intrusos, y sólo se deberá todo respeto al
sacerdocio”. Túpac Amaru y los alzamientos indígenas del Perú durante el siglo
XVIII mantuvieron esta constante. Su interés nacía del pasado. Estos eventos se
magnificarán en la Audiencia de Santafé del Virreinato de la Nueva Granada con
la dimensión y el grito “¡Guerra a Santa Fe! ¡Viva el Rey y muera el mal
gobierno!”.
Comuneros de la Nueva Granada
El movimiento comunero de 1781 se manifestó contra el
sistema impositivo borbón: alcabalas, estancos, Armada de Barlovento, diezmos,
sisas, guías, tornaguías, peajes, pontazgos y aquellos adversos a la producción
y el comercio. Reclamó de España que los cargos de primera, segunda y tercera
clase fueran para los granadinos. Quiso controlar el abuso clerical sobre los
indígenas y exigió la devolución de las minas de sal de Zipaquirá y sus tierras
como a “verdaderos dueños” (21). La petición de la libertad de los esclavos
nunca se planteó ni se negoció. Fue un hecho de la gesta de Galán en el
Magdalena y los esclavos de Guarne (actual Antioquia) y de don Javier de
Mendoza en los Llanos Orientales.
Los comuneros se apoyaron en la escolástica tardía y las tradiciones
españolas sobre el fuero de ciudades y villas, libres de impuestos sin
consentimiento.
El regente visitador, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres,
expidió el 12 de octubre de 1780 la Instrucción General “para el más exacto y
arreglado manejo de la Reales Rentas de Alcabala y Armada de Barlovento, que
deben administrarse unidas en todo el distrito actualmente sujeto y dependiente
del Tribunal y Real Audiencia de Cuentas del Nuevo Reino de Granada” (22). Así
se inició en la Nueva Granada el régimen impositivo borbón.
Los estancos del tabaco y el aguardiente venían de décadas
atrás. Los pueblos del oriente de la Provincia de Tunja habían manifestado con
motines su descontento. Para estos pueblos, que alcanzaron alto grado de
producción mercantil simple (cultivadores libres de tabaco, algodón y caña de
azúcar, artesanos y pequeños y medianos comerciantes), la resolución era muy
inoportuna. Fuera de los problemas de tierras y la miseria indígena, la peste
de viruela diezmó la población. Empezó entonces un vasto movimiento que, por
sus implicaciones, fue el más profundo contra España en América, sólo
comparable al de Túpac Amaru (23).
Toda la Real Audiencia se insubordinó. Primero fueron los
productores libres de la provincia, amotinados desde el 16 de marzo de 1781 y
la constitución del Supremo Consejo de Guerra en Socorro. Miles de campesinos,
artesanos y pequeños comerciantes, armados de garrotes, piedras y arcabuces, se
dirigieron a la capital en reclamo de la abolición de los decretos de Gutiérrez
de Piñeres. Un destacamento español fue derrotado el 7 de mayo en Puente Real
de Vélez (Puente Nacional). Así quedó expedito el camino hacia la capital.
Ahora se unieron los indígenas de Ambrosio Pisco,
descendiente de los últimos caciques, quienes, informados de los eventos de
Perú, reconocieron como rey a Túpac Amaru. En junio y julio se sublevaron los
esclavos de la hoya del Magdalena y la actual Antioquia. En fin, el movimiento
se extendió a lo que hoy son Tolima, Huila y los Llanos Orientales, y la Capitanía
General de Venezuela. En los Llanos, don Javier de Mendoza liberó los esclavos,
entregó la tierra a los indígenas, expulsó a los curas y desconoció al Rey de
España.
En Venezuela, los comuneros, siguiendo el ejemplo
neogranadino, nombraron juntas del común y capitanes, armaron ejército,
desconocieron a Gutiérrez de Piñeres y sus reglamentos, y convocaron a las
restantes ciudades de la capitanía. En la Nueva Granada, la marcha comunera
llegó hasta Zipaquirá, con el resultado de las Capitulaciones, episodio
explicado en otro lugar de este suplemento.
La ‘pacificación’ de los comuneros se dio en una coyuntura
muy compleja para España: Inglaterra bloqueaba sus puertos, los katari en Perú
insistían en la insurrección, los indígenas del Chaco adoptaban a Túpac Amaru
(ya muerto) como su Rey, y el incendio se extendía por Chile, Panamá y México.
Francisco Miranda, en escena. Las Capitulaciones y otros
documentos dejan ver que el movimiento se limitó a reclamos criollos, y de
propietarios y productores mestizos e indígenas. El desconocimiento del Rey y
la demanda de independencia se dieron con la destrucción de armas y símbolos
reales por los comuneros; también, en los movimientos clandestinos en el
Caribe. Francisco de Miranda luchaba al lado de España contra Inglaterra en la
Guerra de Independencia de Estados Unidos.
En vista de la libertad que todo hombre goza, en especial en
las Islas Británicas, al criollo español continental le apetece ser inglés, así
deba pagar dobles impuestos. Cree que es precisa la paga de derechos para
engrandecer la Corona, pero, bajo el mando español paga triple derecho, sin
asomo de libertad comercial. “Una absoluta opresión que sólo puede creerse por
quien lo haya palpado, y sería en verdad hombre muy hábil cuyo pincel pudiese
representar la esclavitud bajo la cual penan los americanos españoles” (24).
La Cédula del pueblo, poema que circuló profusamente en
Socorro desde abril de 1781, plantea una notoria situación: al lado de estrofas
que proclaman la independencia, hay protestas contra las políticas de
modernización educativa y secularización de la corona española y sus ministros
y funcionarios, es decir, protestas francamente conservadoras:
¿Qué hizo con los estudios? Confundirlos. ¿Qué intentó con
los frailes? Acabarlos.
¿Qué piensa con los clérigos? Destruirlos. ¿Qué con los
monasterios? Destrozarlos. ¿Y qué con los vasallos? El fundirlos, ya que por sí
no puede degollarlos. Pero no hay que admirar que esto le cuadre, cuando
gustoso enloqueció a su padre25.
Esta Cédula, escrita quizá por fray Ciriaco de Archila, lego
del convento de Santo Domingo, no se puede considerar guía programática de los
comuneros, pero muestra que algunas expresiones del alzamiento venía de
sectores adversos a las reformas borbónicas, sobre todo las más progresistas.
Se enfrentaron a España en la década de 1780 y luego en la Independencia, para
frenar el desarrollo histórico y oponerse a la modernización. Los veremos con
su sello político e ideológico de clase en las Constituciones de 1811 a 1814 y
luego incrustándose en el poder concluida la revolución de independencia.
Se acercan otros tiempos…
El siglo XVIII no fue de paz. Así como los indígenas y otros
sectores resistieron la dominación española en los siglos XVI y XVII, en este
buena parte de los sectores sociales confrontaron la política de los borbones.
No vencieron pero lograron aplazar algunas medidas. Se golpeó de muerte a la
encomienda y se detuvo la parcelación de resguardos; se autorizó la
colonización mestiza, los indígenas accedieron al oficio de artesanos y se
mejoró el trato a los esclavos (jornada de 8 horas, asistencia en enfermedad y
vejez). Se vio que era posible otra sociedad y otros modos de vida. Empezaron a
caer las estructuras mentales sembradas por el imperio. En ciertos lugares,
como en la Araucania, en el pie de monte amazónico y el Chaco lograron pactos
con los españoles que inhibían nuevos procesos de colonización y reducción, así
como reconocimiento y participación en la administración y el ejército, a disgusto
criollo, e incluso que pudieran declararse blancos, aunque pagando la limpieza
de sangre. La aristocracia mantuana de Venezuela, a fines del siglo XVIII y
comienzos del XIX, protestó por esta limpieza de los pardos y su participación
en las milicias reales.
Los movimientos sociales alzados por toda la región fueron
precursores de la Independencia, no triunfaron pero sí abrieron compuertas,
fortalecieron los sentimientos protonacionales que estallarán en la Guerra
independentista. Se requerirá una fuerte presencia del espíritu y la cultura,
un más avanzado desarrollo económico y una coyuntura internacional más
favorable, hechos que se presentan en la última década del siglo XVIII y en la
primera del XIX, para que los criollos (españoles americanos) estuvieran en
condiciones de pronunciarse como lo que siempre fueron: la clase hegemónica de
las colonias españolas. Esta clase, hacia 1780, era todavía un sector precario,
débil, sin conciencia de sí, explicación de sus permanentes vacilaciones. No
apoyaron decididamente a Juan Francisco León, fueron clandestinos en las
revueltas de Quito, se opusieron a Túpac Amaru y muchos jugaron dobles cartas
en el movimiento comunero.
Los mestizos, claros y decididos aunque asimismo sin visión
de conjunto, participaron más significativamente. Venciendo la resistencia de
los desconfiados criollos, fueron el eje popular en la Revolución de
Independencia. Hay que reiterar ante los indígenas, los esclavos y buen número
de mestizos su notoria ausencia en las primeras fases de la revolución, su
escasa participación luego de 1816, y, en la mayoría de los indígenas, su
franca lealtad con el Rey, aun después de la Batalla de Ayacucho. Un problema
pendiente de revisión sobre los criterios dominantes en la gesta emancipadora
de 1810.
Por el contenido de sus reivindicaciones concretas, en los
hechos, rebasaron los precarios resultados de la emancipación y anunciaron los
conflictos sociales que desde el siglo XIX conforman aún la sustancia de la
política social en Sur América. No vencieron en su momento, no manejaron el
pensamiento político moderno ni tuvieron una clase o un sector social definido
que los dirigiera. Pero con sus líderes José Leonardo Chirinos, Túpac Amaru y
José Antonio Galán dejaron una estela de inconformidad, autenticidad y
heroísmo. Por eso todavía debemos estudiarlos y hacerlo con asombro.
1 Gustavo Adolfo Quesada Vanegas.
Filosofía del Descubrimiento y la Conquista en Colombia. Bogotá: UNAD, 2000,
Cap. 2.
2 Segundo E. Moreno Yáñez, “Motines,
revueltas y revoluciones en Hisponamérica”, en: Historia general de América
Latina, Vol. IV: Procesos americanos hacia la redefinición colonial, p.
424.
3 ibíd., p. 425.
4 Segundo E. Moreno Yánez, op. cit., p.
426.
5 ibid., pp. 427-428.
6 ibíd., pp. 429-430.
7 ibíd., pp. 435-436.
8 Pérez, op. cit., p. 39.
9 Alberto Armani. Ciudad de Dios y Ciudad
del Sol: El Estado jesuita de los guaraníes (1609-1768). México: FCE, 1996. En
particular, capítulo III: El ‘Estado’ jesuita de los guaraníes, pp. 96-168.
10 Citado por Joseph Pérez, op. cit., p.
24.
11 Pérez, op. cit., pp. 26-28.
12 Armani, op. cit., p. 198.
13 El Marqués de Esquilache, en alza
generalizada de precios y escasez de pan que afectaba a los españoles, sobre
todo a los de Madrid, prohibió usar chambergo y capa larga como antihigiénicos.
El 23 de marzo de 1766, la población arrancó el cartel sobre el asunto y se
inició un motín que destruyó la casa de Esquilache.
14 Conocidos los Derechos del Hombre y la
Revolución Francesa, los esclavos acogieron las medidas. Las denominaron Ley de
los franceses. Para la Nueva Granada ver: Mario Aguilera Peña y Renán Vega
Cantor. Ideal democrático y revuelta popular. Bogotá: ISMAC, 1991. pp. 73-74.
15 Para una descripción de los movimientos
sociales, consultar: Segundo E. Moreno Yánez. Motines, revueltas y revoluciones
en Hispanoamérica.
16 Pérez, op. cit., pp. 53- 55.
17 Boleslao Lewin. Túpac-Amaru: Su época,
su lucha, su hado. Buenos Aires: Siglo Veinte, 1973. pp. 36-37.
18 Manifiesto de Túpac Amaru a los
habitantes de Arequipa. ibíd., p. 155.
19 “Una real cédula confirmará el influjo
de los Comentarios reales en los hechos de 1780-1781; allí se manda recoger los
ejemplares del libro” donde han aprendido esos naturales muchas cosas
perjudiciales”. Joseph Pérez. Los movimientos precursores de la emancipación.
Madrid: Alhambra, 1977. p. 114.
20 Manuel Briceño. Los comuneros: Historia
de la insurrección de 1781. Bogotá: Imprenta de Silvestre y Compañía, 1880.
Documento Nº XV. pp. 139-140.
21 Capitulaciones de Zipaquirá. Briceño.
Documento XIII. op. cit., pp. 121-137.
22 Cárdenas Acosta, op. cit., p. 320.
23 De la rica bibliografía sobre los
comuneros, se recomienda, para una mirada actual, de Mario Aguilera Peña, ganador
del concurso de la Universidad Nacional de Colombia en los 200 años de la gesta
comunera: Los comuneros: Guerra social y lucha anticolonial. Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 1985.
24 Proposiciones de don Vicente Aguiar y
don Dionisio de Contreras a través del comisionado Luis Vidalle a la Corona
Inglesa. Briceño. Documento XXXVI. op. cit., p. 235.
25 Cédula del Pueblo,
estrofa 17. Cárdenas Acosta, op. cit., p. 124.
América insurrecta
NUESTRA tierra, ancha tierra, soledades,
se pobló de rumores, brazos, bocas.
Una callada sílaba iba ardiendo,
congregando la rosa clandestina,
hasta
que las praderas trepidaron
cubiertas de metales y galopes.
Fue
dura la verdad como un arado.
Rompió la
tierra, estableció el deseo,
hundió sus propagandas germinales
y nació en la secreta primavera.
Fue callada su flor, fue
rechazada
su reunión de luz,
fue combatida
la levadura colectiva, el beso
de las
banderas escondidas,
pero surgió rompiendo
las paredes,
apartando las cárceles del
suelo.
El pueblo oscuro fue su copa,
recibió la substancia rechazada,
la propagó en los límites
marítimos,
la machacó en
morteros indomables.
Y salió con las páginas golpeadas
y con la primavera en el camino.
Hora
de ayer, hora de mediodía,
hora
de hoy otra vez, hora esperada
entre el minuto muerto y el que nace,
en
la erizada edad de la mentira.
Patria, naciste de los leñadores,
de hijos sin bautizar, de
carpinteros,
de los que dieron como un ave extraña
una
gota de sangre voladora,
y hoy nacerás
de nuevo duramente
desde donde el traidor y el carcelero
te
creen para siempre sumergida.
Hoy nacerás
del pueblo como entonces.
Hoy saldrás
del carbón y del rocío.
Hoy
llegarás a sacudir las puertas
con
manos maltratadas,con pedazos
de alma sobreviviente, con racimos
de
miradas que no extinguió la muerte,
con
herramientas hurañas
armadas
bajo los harapos.
Pablo Neruda
Los pequeños héroes
Hace un poco más de dos siglos reinaba en el mundo –sin
salvarse toda ‘Nuestra América’ de su nefasto poder– una peligrosa enfermedad
que regresaba sin descanso cada tanto para asolar infinidad de hogares,
atacando con especial sevicia a los menores: la viruela.
Su poder era tal que 15.000 personas morían al año en
Francia; en Alemania, 72.000; en Rusia, dos millones (1852-1860); en Santa Fe,
capital de la Nueva Granada (1781), 4.500, de una población total de no más de
15.000 personas. Poder y muerte aterrorizaban por igual. Sin embargo, muchos
trataron de sobreponerse a su designio, entre ellos científicos e
investigadores como José Celestino Mutis.
Cuando Santa Fe fue invadida por la viruela en 1781, y tras
ser consciente que la única forma efectiva conocida hasta entonces para evitar
devastadores efectos era aplicarse la misma enfermedad en el cuerpo –a través
de una pequeña escinción, en la cual se untaba con un hilo la pus de la
viruela– Mutis procedio a inocularse la enfermedad. Tras su ejemplo, y
rompiendo mitos y rezos, alcanzó a inocular a no menos de 1.700 santafereños.
Pero aún faltaba que llegará la cura total: la vacuna.
Tras el río de muertos, la enfermedad dejó la cabecera de la
Nueva Granada pero el sabio no quedó tranquilo, pues sabía que aquélla
regresaría. Al saber que en Inglaterra Edward Jenner había realizado con éxito
la primera inoculación contra la viruela (a partir de una secreción recogida de
una pústula vacuna –viruela de vacas– en la mano de una lechera que se había
infectado durante su ordeño), descubriendo la vacuna contra la mortal
enfermedad, le escribió al Rey Carlos IV solicitándole que la hiciera llegar a
estas tierras. Misión difícil, toda vez que la vacuna ya estaba descubierta
pero no la forma de resguardarla. Y la manera ingeniada para hacerlo fueron las
víctimas favoritas de la viruela: los niños.
Viaje salvador
Es así como “el 30 de diciembre de 1803, la corbeta María de
Pita zarpó del puerto de La Coruña rumbo a la Nueva Granada. A bordo de ella
viajaban 22 niños (acompañados por el médico Francisco Javier de Balmis y el
cirujano José Salvani), uno de los cuales había sido inoculado con la vacuna de
Jenner. Una pequeña ampollita le había brotado en lo alto del brazo, donde
había sido punzado con una lanceta. Esta única y benigna viruela era la
reacción al germen y a la vez el antídoto. Permanecería sobre su piel a lo sumo
nueve días, al cabo de los cuales cicatrizaría. Pero antes que eso ocurriera,
con ella misma se inocularía a otro niño, y así se iría replicando de brazo en
brazo para conservarla hasta arribar a las costas de América, donde podía ser
reproducida ampliamente […] Esta misión fue conocida como El viaje de las
luces”.
Este viaje no estuvo exento de tropiezos y riesgos. Luego de
varias peripecias, no quedaba más que un niño con la viruela en sazón para ser
replicada, cuando avistaron Puerto Cabello. “De inmediato, un bote fue echado
con urgencia al agua para bajar a tierra y avisar la emergencia que se vivía,
pues, si no se utilizaba aquel mismo día, el pequeño grano se cerraría para
siempre. 28 niños con sus padres corrieron a la playa para ofrecer sus brazos y
salvar la vacuna en sus propios cuerpos”.
En adelante, lo que se hizo fue dividir la expedición cuanto
fuera posible. En las bifurcaciones de los ríos, en los caminos y en el cruce
de rutas, alguien capacitado y responsable se hacía cargo de un nuevo grupo de
niños que portaban el vaccino y partía en otra dirección. La vacuna sólo se
podía conservar propagándola, relevando unos niños por otros. En Venezuela se
inmunizó a 107 poblaciones y cerca de 100 mil personas. En Calabozo, el 15 de
noviembre de 1804, el doctor Carlos del Pozo obtuvo la propagación de las
viruelas en las vacas locales, y fundó así el primer banco de vacuna en el
Nuevo Mundo.
Comenzaba la lucha contra la viruela. Dos grandes brazos de
la expedición salieron de Venezuela luego de 50 días allí. El doctor Balmis, a
bordo de la María de Pita, partió hacia Cuba, mientras José Salvani se enrutó
para la Nueva Granada en el bergantín San Luis, cada uno con un grupo de niños
portadores a bordo. Llegaría a Cartagena, de donde salieron misiones por toda
la Nueva Granada; una, a cargo de Salvani, remontaría el Magdalena para llegar
a la capital, Santa Fe; otra se dirigiría hacia Ocaña y Cúcuta, y una tercera
hacia Portobelo y Panamá.
Los mensajes que anunciaban la partida de las misiones
motivaban a la organización de comisiones responsables, todas integradas con
niños dispuestos a ser vacunados y portar el vaccino hasta nuevo sitio. Una de
ellas llegó, en mayo de 1804, a manos de Mutis, quien de inmediato hizo lo
necesario para que todo saliera bien. “En la ruta, los niños cumplían con su
misión de pueblo en pueblo: en Mompós, 1.800 personas se vacunaron; en Honda,
2.000; en Mariquita, 600; en Guaduas, 3.000. Un comerciante de Medellín llegó
con tres menores y logró vacunar a 6.000 habitantes de su comarca”. Las aguas
se remontaban con lentitud. El paso era lento. El 17 de diciembre de 1804, las
campanas anunciaron con alborozo en Santa Fe la llegada de la esperada misión y
se decretó la obligatoriedad de vacunarse.
Allí, el esputo que arrojaba Salvani no dejó sospecha de que
portaba tuberculosis. Pese a la grave enfermedad, el médico no renunció a su
misión. Luego de descansar y tomar brebajes de Mutis –sinapismos de mostaza,
jarabes de borraja, infusiones de garrotillo–, el médico continuó con renovado
grupo de niños, vía Ibagué hacia la Audiencia de Quito, asolada por la
epidemia. Ahí marchaba Tobías, el más pequeño, que llegaría con él hasta
Bolivia. La inmensa e incansable marcha llegaría al Alto Perú y Buenos Aires.
Varios sanitaristas llevarían la vacuna a la Patagonia y el Estrecho de
Magallanes, liderados por el ayudante médico Manuel Julián Grajales, el mismo
que partiera de Cartagena a Cúcuta y Ocaña.
En los caminos habría buenas o desagradables sorpresas. La
lucha por la Independencia ya se daba por doquier, avanzando las banderas de la
libertad y la ciencia. Los niños llevaban banderas de papel con las que
alegraban y avisaban de su misión. En caminos reales de Perú se toparon con
Nucapayo, chasqui descendiente de los incas, que los guió con sabiduría; en
Arequipa, con un mozo de espadas abandonado por su cuadrilla, quien,
entusiasmado por la labor infantil, dejó de pinchar toros y decidió hacerlo
para salvar vidas.
La gesta de los niños seguía. En Perú, cuando miraron todo
lo hecho, alcanzaron a divisar la inmensidad de su labor: “Entre Santa Fe de
Bogotá y Piura, las vacunaciones totalizan 100.401”. Con razón se asegura que
“la Expedición filantrópica de la vacuna antivariolosa fue la más grande proeza
científica y humanitaria de la era moderna”, razón para ser recordada con
gratitud, y motivo para conmemorar cada año el Día de los Niños.
La salud de Salvani iba en descenso. Ya no sólo era el pecho
y los pulmones; también un ojo perdido por infección. Pero no desfallecía:
“Pero cómo voy a rendirme viendo marchar a mi lado a los niños descalzos, que
soportan los soles ecuatoriales y las borrascas del trópico sin quejarse. Si no
se rinden ellos, ¿voy a rendirme yo?”. Persistencia, fuerza que se agotaron en
Cochabamba el 21 de julio de 1810. Para entonces, la columna expedicionaria
integrada por los niños que comandó había vacunado a más de medio millón de
personas y recorrido siete mil kilómetros.
Logros y tropiezos, pues la guerra llevó a la muerte a
importantes impulsores de la lucha contra la viruela, desestimuló el cuidado de
los bancos de vacuna y desintegró las juntas que buscaban conservar la vacuna.
Además, con el paso de los años y los triunfos contra la viruela, la gente bajó
la guardia y perdió el hábito de la inoculación, la cual propicio que en muchas
ocasiones regresara el ataque de la mortal enfermedad.
“A lo largo del siglo XIX no fue posible encontrar una forma
de preservar el antídoto distinta de replicarlo continuamente […]. Sólo en
1898, cuando se fundó el Instituto Carrasquilla o Parque de la Vacuna, empezó a
producirse el antídoto en tierras criollas”. Pese a esto, hasta 1925 el
sanatorio varioloso de Bogotá carecía de mínimas condiciones. La lucha sólo
permitiría dar un total parte de victoria el 9 de diciembre de 1979, cuando la Comisión
mundial para la certificación de la erradicación de la viruela, compuesta por
21 expertos de 19 países, informó que la terrible enfermedad había sido
erradicada de la faz de la Tierra. n
Túpac Amaru (1781)
Condorcanqui Túpac Amaru,
sabio señor, padre justo,
viste subir a Tungasuca
la primavera desolada
de los escalones andinos,
y con ella sal y desdicha,
iniquidades y tormentos.
Señor Inca, padre cacique,
todo en tus ojos se guardaba
como en un cofre calcinado
por el amor y la tristeza.
El indio te mostró la espalda
en que las nuevas mordeduras
brillaban en las cicatrices
de otros castigos apagados,
y era una espalda y otro espalda,
toda la altura sacudida
por las cascadas del sollozo.
Era un sollozo y otro sollozo.
Hasta que armaste la jornada
de los pueblos color de tierra,
recogiste el llanto en tu copa
y endureciste los senderos.
Llegó el padre de las montañas,
la pólvora levanató caminos,
y hacia los pueblos humillados
llegó el padre de la batalla.
Tiraron la manta en el polvo,
se unieron los viejos cuchillos,
y la caracola marina
llamó los vínculos dispersos.
Contra la piedra sanguinaria
contra la inercia desdichada,
contra el metal de las cadenas.
Pero dividieron tu pueblo
y al hermano contra el hermano
enviaron, hasta que cayeron
las piedras de tu fortaleza:
ataron tus miembros cansados
a cuatro caballos rabiosos
y descuartizaron la luz
del amanecer implacable.
Túpac Amaru, sol vencido,
desde tu gloria desgarrada
sube como el sol en el mar
una luz desaparecida.
Los hondos pueblos de la arcilla,
los telares sacrificados
las húmedas casas de arena
dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac es una semilla,
dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac se guarda en el surco,
dicen en silencio: “Túpac”,
y Túpac germina la tierra
Pablo Neruda
José Antonio Galán, “Unión de los oprimidos contra los
opresores”
Los grupos sociales en la Nueva Granada hacia 1781
Para comprender en mejor forma las contradicciones que
llevaron a la Revolución de los Comuneros, veamos algo sobre los grupos
sociales existentes.
Desde la invasión y con el correr de los años se fueron
mezclando los españoles con indígenas y negros, y estos entre sí, surgiendo
nuevos grupos mestizos, mulatos, zambos. En el seno de esa cambiante población
también surgieron grandes diferencias económicas y de poder. Para la época que
nos ocupa (1775-1782), en una población aproximada de un millón de habitantes,
los principales grupos raciales y sociales (las clases estaban en proceso de
diferenciación y formación) eran los siguientes:
Indígenas. La mayor parte de ellos, confinados en
resguardos, trabajaban como siervos en haciendas de los grandes propietarios
blancos y de unos pocos mestizos, en construcción de caminos, y en transporte a
hombro de pasajeros y mercancías. Otros más eran muy pequeños comerciantes, y
comerciantes medianos unos pocos. Por último, había amplios grupos confinados
en zonas selváticas, de condiciones de casi total aislamiento de la vida
nacional.
Negros o afrodescendientes. La mayoría, esclavos en minas de
oro, bogas de los ríos, peones de ganadería, transporte de pasajeros y carga,
obras públicas y oficios domésticos. Unos pocos ‘libres’, en mínimas labores
artesanales y de comercio.
Mestizos. O sea, hijos de indígena y blanco, el grupo social
de mayor crecimiento y el más dinámico. Algunos, de mediana capacidad
económica, desarrollaban actividades de comercio, ganadería y artesanía.
Mulatos. Esto es, hijos de negra y blanco; muy escasos, de
blanca y negro. Algunos eran esclavos o en condiciones equivalentes; otros,
asalariados en oficios domésticos, ganadería y puertos. Unos pocos
‘independientes’ laboraban en artesanías y comercio.
Blancos: españoles ricos y pobres: criollos, ricos y de
mediana capacidad económica. Eran funcionarios públicos, comerciantes, ganaderos,
agricultores. Los cargos públicos se compraban por los criollos mediante
dinero. En la misma forma se adquirían títulos de nobleza.
La sociedad en su conjunto estaba llena de contradicciones,
una de las cuales separaba a españoles y criollos ricos, lo cual fomentaba sus
enlaces familiares y con ellos su fortalecimiento económico, iniciándose la
formación de la burguesía colombiana que aspiraba al poder político.
En las zonas en que habría de iniciarse la Rebelión de los
Comuneros (Socorro, Mogotes, San Gil, Pinchote, Chima), se cultivaban productos
agrícolas, en parcelas pequeñas y muy pocas medianas. Existía una gran
actividad de artesanía: textil, de cueros, fiques, jabones, dulces, velas;
transporte intenso en recuas de mulas, y el más activo comercio del oriente del
país y quizá de todo el país.
En 1779 había en nuestro país 15 diferentes alcabalas o
impuestos que todo lo gravaban: mercancías importadas de España, pequeñas
artesanías del país, comercio de pulperías o tiendas, carnicerías y almacenes;
molienda de caña y actividades agrícolas y ganaderas en haciendas o pequeñas
propiedades; operaciones de finca raíz y otras más. Un impuesto se hizo sentir
con especial fuerza en la región de Socorro, de desarrollo textil: el impuesto
al algodón hilado, que servía como una especie de moneda para intercambio de
productos. A los indígenas, principales artesanos, se les grababa su producción
de algodón hilado y luego los productos con él elaborados.
La Rebelión de los Comuneros
Informados y despiertos habitantes del Nuevo Reino seguían
con atención los acontecimientos, uno de ellos Juan Francisco Berbeo, vinculado
en diferentes formas a la Rebelión de los Comuneros. Era un modesto propietario
y negociante cuya riqueza en Socorro lo ponía en situación de persona muy
importante en la región.
Estallido del conflicto
En la mañana del sábado 16 de marzo, día de mercado y
afluencia de gentes de las montañas vecinas, a sabiendas de que ese día se
fijaría en las paredes un nuevo edicto sobre impuestos, se organizó un grupo de
protesta, que, a tambor batiente, desembocó en la plaza del Socorro con gritos
desafiantes contra las nuevas y las viejas cargas, y contra las autoridades y
“el mal gobierno”. En esta movilización totalmente ‘subversiva’ y sin antecedentes
en esa época participaron tejedores y comerciantes en mantas, expendedores de
carne, los poderosos del pueblo por su poder económico. Gozaban de influencia
en la población, en la misma medida en que Berbeo la tenía incluso sobre ellos.
Al grupo de amotinados se sumó Manuela Beltrán, aguerrida trabajadora
tabacalera que llevó la voz cantante en la manifestación, con el feliz y
revolucionario gesto, en esas circunstancias, de arrancar y despedazar el
edicto de “su majestad”, aumentando la decisión y el valor de los manifestantes
y espectadores.
El gesto de Manuela comunicó su propia audacia a la ira
contenida de la multitud, y millares hicieron sentir el terrible poder de un
pueblo enfurecido. Ese día de 1781 hubo en el Socorro revolucionarios actos que
fueron preludio al desencadenamiento definitivo del furor popular. Mientras
crecía la expectativa y la posición de alerta, sucedieron nuevos amotinamientos
el 30 de marzo en los que la “vieja Magdalena”, mulata valerosa, se enfrentó
airada a un sacerdote realista que trató de encabezar una procesión pidiéndole
al pueblo que se pacificara y respetara la autoridad.
Al conocerse en Santa Fe lo que ocurría en el Socorro, al
principio no se le dio mayor importancia, pero, ante nuevas noticias sobre el
extendido movimiento comunero, se enviaron 50 alabarderos (soldados) al mando
de un capitán al Puente Real de Vélez, donde se cruzaban los caminos hacia la
capital. Pronto los socorranos supieron del avance de las tropas realistas y
Berbeo también ordenó la marcha sobre el Puente Real, iniciándose la enorme
movilización que llegaría a las puertas de Santa Fe.
El ejército del común tenían jerarquía de mando: un Estado
Mayor General, al frente del cual estaba el generalísimo Berbeo, investido de
máximos poderes político-militares. Puente Real constituyó la primera victoria
militar de los rebeldes. Armas, pertrechos y dineros pasaron a su poder, además
de que se produjo un pánico enorme en la capital al conocerse la noticia.
Movilización y conflictos
La organización económico-social de la región de Tunja era
bien diferente a la de Socorro y poblaciones vecinas, primaban los grandes
latifundios y haciendas en manos de unos pocos criollos ricos, que explotaban
la mano de obra indígena en condiciones de total sumisión. Para el momento que
nos ocupa, en esta zona aún vivían (Tunja, Duitama, Sogamoso) unos 50.000
indígenas; el proceso de mestizaje había sido inferior al de otros sitios;
estaba casi totalmente ausente la población negra y mulata; la actividad
artesanal comercial casi no existía y toda la vida libre económica giraba en
torno a las grandes haciendas, imprimiendo a sus habitantes una actitud pasiva,
resignada y conformista en cuya formación jugaron papel especial los curas
doctrineros.
La presencia comunera fue vista con temor y prevención por
los hacendados gamonales y con simpatía por los sectores ‘libres’ y algunos
indígenas. En Sogamoso y Tunja, varios capitanes comuneros hicieron contacto
con grupos populares, invitándolos a rebelarse, pero hubo un desacierto: muchos
jefes fueron elegidos entre gente no pobre, sin perfil popular y sin que el
pueblo indígena comprendiera de qué se trataba aquello… Ambrosio Pisco,
indígena rico, descendiente de autoridades chibchas y cacique (jefe)
reconocido, consiguió la movilización de 4.000 indígenas aportados por los
resguardos de la amplia región.
Enormes multitudes con abundancia de machetes, palos, hondas
y horquillas se fueron reuniendo en Nemocón y Mortiño, antes de Zipaquirá,
camino a Santa Fe. Las tropas, quizá 15.000 personas (¡quince mil!), acamparon
ordenadamente durante unos 20 días, en época de lluvias. Durante este tiempo
durmieron a la intemperie, se alimentaron, atendieron a sus enfermos, se
apoyaron mutuamente y se divirtieron.
José Antonio Galán, líder popular
Hasta Nemocón llegó el 24 de mayo el capitán charaleño a la
cabeza de las tropas que por meses venía organizando y entrenando. Su familia
era pobre, campesina, y cultivaba la tierra y vendía productos en el Socorro,
adonde Galán viajaba con frecuencia. Fue su padre un español gallego, carente
de bienes, y su madre una sencilla mestiza. Eran cuatro hijos y tres de ellos,
Juan Nepomuceno, Hipólito e Hilario, acompañaron valerosamente a su hermano
mayor.
A Galán se le recuerda como hombre de buena estatura,
fuerte, acostumbrado desde niño al trabajo físico. Entusiasta, decidido,
levantisco, arrojado, convincente por su acción y su palabra. Un hecho decisivo
en su vida sucedió en 1779: fue reclutado a la fuerza para el servicio militar.
¡Tenía 30 años! ¿Qué motivó tal reclutamiento, cuando tenía tan ‘avanzada’ edad
para ello y cuando el Regimiento en Cartagena, adonde fue destinado, se
integraba casi totalmente por negros, zambos y mulatos, llevados de las zonas
litorales? Tal reclutamiento equivalía a castigo y destierro. Para la rebelión
sería muy útil la experiencia de Galán, nombrado capitán del pueblo. Lo
encontramos en Puente Real de Vélez el 7 de mayo al frente de la fuerza
charaleña, quizá la más disciplinada. Recibe de Berbeo una importante misión:
avanzar sobre Chiquinquirá, Fúquene, Ubaté y Tausa para levantar e incorporar a
sus moradores, lo que hace con eficiencia, a tiempo que otros capitanes y
Berbeo hacen lo propio por donde pasan: nombran capitanes, eliminan impuestos,
declaran libre el cultivo del tabaco y la venta de aguardiente, y toman los
dineros del Gobierno para financiar el movimiento.
Entre los comuneros había contradicciones. Una, el carácter
y el modo de ser del santandereano (rebelde, independiente, inquieto) cuyos desarrollo
económico y carácter social ya vimos, distintos del boyacense (Tunja, Duitama,
Sogamoso), con predominio indígena y cuyos jefes, manipulados por los
latifundistas, de quieres dependen, se oponían a marchar sobre Bogotá y no
querían enfrentarse a la autoridad española. Incluso Berbeo, máximo jefe
rebelde, dio órdenes a sus subalternos: “Con todo vigor contendrán las gentes
que pretendan entrar a la ciudad a insultar y robar”, y consigue que Pisco, con
4.000 indígenas que comanda, se sitúe a la salida de Zipaquirá y tapone la
entrada a Bogotá. Berbeo y Pisco coinciden, pues ambos son tenderos y
comerciantes en grande. Pisco tiene en Bogotá un gran almacén de artesanías
indígenas y de productos de la tierra cultivados por éstos.
El movimiento de Galán le había dado prestigio y crecimiento
numérico. Se calcula que 20.000 personas se suman a las tropas de Galán, y se
sabe que los artesanos y la gente del pueblo santafereño harían causa común con
él. Al frente del Virreinato estaba el arzobispo Caballero y Góngora, veterano,
astuto e inteligente político que comprendió lo que se avecinaba. El único
camino era negociar. A toda prisa se reunió con Berbeo en Zipaquirá, y se
afirma que entre éste y el Arzobispo hubo un mano a mano, un “toma y dame”. El
éxito del Virrey consistió en impedir la toma de Bogotá, utilizando las
contradicciones comuneras; el de Berbeo, en firmar las Capitulaciones (nombre
dado a las negociaciones). Él y su grupo lograron grandes beneficios
económicos, pero no para los artesanos pobres ni para los indígenas.
La misión de Galán
La orden de Berbeo a Galán y la actitud de éste indican la
escisión definitiva entre la élite terrateniente que dirigía
político-militarmente el movimiento y el sector revolucionario del común: el
primer grupo, liderado por Berbeo, a fin de conjurar el peligro de la
revolución social, se sentaba en Mortiño para negociar la paz, buscando
ventajas y evitando que los hechos les hicieran perder el control de la
situación.
Fue opuesta la posición del grupo de Galán, que, al
desobedecer la orden de Berbeo, expandía y articulaba el movimiento
insurreccional, con directrices revolucionarias, lo cual se manifiesta en su
conducta por el río Magdalena agitando la liberación de los esclavos, la
proclamación del inca Túpac Amaru y una favorable acción para los trabajadores
sin tierra ante los hacendados. Salió con su tropa hacia Honda el 25 de mayo,
por la ruta Facatativá-Villeta-Guaduas, con su experiencia en sublevar y
organizar pueblos. Las autoridades de Santa Fe, informadas de la marcha de
Galán, enviaron tropas para oponérsele, a las que Galán desarmó el día 27 cerca
de Facatativá. Los hombres del Gobierno mostraron pocos deseos de pelear.
Galán movilizó a la población, depuso funcionarios, nombró
capitanes del pueblo, designó nuevas autoridades y liberó presos. Su estandarte
llevaba la consigna “Unión de los oprimidos contra los opresores”. Estaban
cerca de la rica región minera de Mariquita, explotada por negros esclavos,
haciéndose más agudas las contradicciones por la cercana presencia de éstos en
las minas, el puerto, la boga del río, además de inconformes mulatos sin
trabajo. Galán hizo avanzar la proyección político-social del Movimiento
Comunero al declarar la libertad de los esclavos de la mina de Mal Paso, noticia
que voló y se irradió hacia las zonas mineras de trabajo esclavo en Antioquia,
donde se produjo el levantamiento de los comuneros de Guarne, y hacia las zonas
indígenas (caribes) de Coyaima, Chaparral, Purificación, Natagaima y Neiva.
Dispersión comunera y desmovilización de Galán
En Zipaquirá, por orden de Berbeo, cientos de Comuneros se
dispersaron rabiosos y apesadumbrados por no marchar sobre Santa Fe. Tenían
malos presentimientos. La desmovilización y la dispersión comunera facilitaron
el pronto desconocimiento de las Capitulaciones, para lo cual los pérfidos
gobernantes alegaron múltiples razones.
La rebelión de Galán
El día 14 de junio, Galán hace llegar a múltiples partes un
mensaje de invitación a reanudar la lucha, en la que dice, entre otras cosas:
“Veamos si a costa de nuestras vidas atajamos ese pernicioso cáncer que amenaza
nuestra ruina”. ¿Cuál cáncer? “El malogrado avance de la vez pasada, que no ha
dejado vendidos, a lo que no encontramos otro remedio que volver a acometer…”,
se refería a las Capitulaciones.
En los días siguientes, Galán pasa a diversas poblaciones y
se esfuerza, mediante cartas claras y sencillas, en levantar de nuevo la
rebelión popular. Para estas fechas se le atribuye este juramento: “En nombre
de Dios, de mis mayores y de la libertad, ¡ni un paso atrás, siempre adelante,
y lo que fuere menester… sea!”. Su correspondencia lleva un lenguaje clasista,
de unión de los oprimidos contra los opresores.
Pero en esta nueva etapa, el héroe encuentra incomprensión,
pues mucha gente se cree beneficiada con las Capitulaciones; por la
desconfianza y el temor por las traiciones de tantos; por el desconcierto ante
las sucias ofertas de Salvador Plata, poderoso terrateniente de Santander, y
por la posición de Berbeo, que no apoya el nuevo movimiento. Carente de ayuda,
con deserciones en sus filas, sin recursos, Galán es capturado el 13 de octubre
por la gente de Plata, a la que se han unido tropas del Gobierno, después de un
corto combate en el que muere su hermano Nepomuceno y él es herido. El 9 de
noviembre, junto con 25 compañeros, llega preso a Santa Fe.
Sentencias de Galán y compañeros
En un juicio completamente parcializado, sin mínimas
condiciones de defensa, adelantado por los propios afectados, es decir, los gobernantes
españoles que se convirtieron en juez y parte, Galán y tres de sus compañeros
fueron condenados a muerte, y otros a prisión perpetua y destierro el 30 de
enero de 1782. La sentencia de muerte se cumplió espectacularmente en Santa Fe
el 1º de febrero.
La sentencia contra Galán merece que se lea y se conserve.
En ella se refleja la desfachatez de todos los gobernantes opresores, su
cinismo, su crueldad y su odio contra quienes luchan contra su poder y sus
privilegios.
Parte de la sentencia dice: Condenamos a José Antonio Galán
a que sea sacado de la cárcel, arrastrado y llevado al lugar del suplicio,
donde sea puesto en la horca hasta cuando naturalmente muera; que, bajado, se
le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes y pasado por la llamas
(para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo); su cabeza será
conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha
puesta en la plaza del Socorro, la izquierda en la villa de San Gil; el pie
derecho en Charalá, lugar de su nacimiento, y el pie izquierdo en el lugar de
Mogotes; declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y
aplicados al fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esa manera
se dé olvido a su infame nombre y acabe con tan vil persona, tan detestable
memoria, sin que quede otra que la del odio y espanto que inspiran la fealdad y
el delito (Sentencias iguales contra Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel
Ortiz, compañeros en la rebelión).n
Comuneros del Socorro
Fue Manuela Beltrán
(cuando rompió los bandos
del opresor, y gritó «Mueran los déspotas»)
la que los nuevos cereales
desparramó por nuestra tierra
Fue en
Nueva Granada, en la villa
del Socorro. Los comuneros
sacudieron el virreinato
en un eclipse precursor.
Se unieron contra los estancos,
contra el manchado privilegio,
y levantaron la cartilla
de las peticiones forales.
Se unieron con armas y piedras,
milicia y mujeres, el pueblo,
orden y furia, encaminados
hacia Bogotá y su linaje.
Entonces bajó el Arzobispo.
«Tendréis todos vuestros derechos,
en nombre de Dios lo prometo».
El
pueblo se juntó en la plaza.
Y el Arzobispo celebró
una misa y un juramento.
Él era la paz justiciera.
«Guardad las armas. Cada uno
a vuestra casa», sentenció.
Los comuneros entregaron
las armas. En Bogotá
festejaron al Arzobispo,
celebraron su traición,
su perjurio, en la misa pérfida,
y negaron pan y derecho.
Fusilaron a los caudillos,
repartieron entre los pueblos
sus cabezas recién cortadas,
con bendiciones del Prelado
y bailes en el virreinato.
Primeras, pesadas semillas
arrojadas a las regiones,
permanecéis, ciegas estatuas,
incubando en la noche hostil
la insurrección de las espigas.
Pablo Neruda
Bicentenario: espacio para la reflexión individual y en
equipo
La conmemoración de dos siglos de la primera independencia
es una importante oportunidad para apropiarse y reinterpretar nuestra historia
pretérita y presente. Es posible hacerlo en colectivo o de manera individual.
Aquí, una pequeña guía de lectura y algunas actividades propuestas en pro de
que la efeméride sea algo más que simple propaganda.
¿Por qué el Imperio español autoriza y estimula de nuevo,
entrado el siglo XVIII, la colonización de nuevos territorios, el sometimiento
de los indígenas, la búsqueda de mayor cantidad de oro y la consecución de
nuevos ingresos vía impuestos?
¿Cómo se manifiesta la inconformidad en la América hispánica
contra estas medidas?
¿Se usa hoy todavía en nuestro país el tipo de violencia que
aplicaron las autoridades coloniales contra José Antonio Galán y sus compañeros
de causa?
¿Se conserva en nuestro país la memoria de los Comuneros de
Socorro? ¿Sí? ¿Cómo? ¿No? ¿Por qué?
¿Cuál es y qué sintetiza la principal frase acuñada por José
Antonio Galán en su lucha contra el imperio español?
¿Cuáles son las semejanzas y las diferencias entre el
dominio inglés (en Norte América) y el español (en América Latina)?
¿Qué explica que en la lucha por la salud adelantada por la
humanidad hubiera tanta voluntad y desinterés por beneficios individuales, y
que ahora la salud se haya convertido en una mercancía y el derecho a ella en
un privilegio?
Precisar algunas de las características principales del
Estado-Nación moderno.
¿Cómo se fundó y se potenció el racismo en los Estados
Unidos?
¿Cómo se puede explicar que, a pesar de sufrir nuestra
región la invasión y la colonización española un siglo antes que los Estados
Unidos, durante el cual se fundaron universidades y ciudades, haya quedado
Colombia relegada en poco tiempo respecto a lo que hoy se conoce como la mayor
potencia mundial?
En el punto anterior, ¿qué papel desempeñan la tecnología y
la cultura?
Actividades públicas para conmemorar el Bicentenario en el
barrio, el sindicato, la cooperativa, el liceo, la universidad, etcétera:
1. Representar mediante un montaje
artístico el levantamiento de los Comuneros de Socorro.
2. Preparar para una lectura de poemas
algunos apartes del Canto general, de Pablo Neruda.
3. Adelantar un debate público,
identificando como tema-motivo las dos más importantes rebeliones conocidas en
el Continente en el siglo XVIII (levantamiento indígenas comandado por Túpac
Amaru y Comuneros de Socorro).
Para llevarlo a cabo, seleccionar un monitor y dos
relatores. Motivar el debate a partir de exposiciones a cargo de cuatro
responsables (2 por levantamiento). Identifíquense las causas que propiciaron
las protestas, los errores que se cometieron en las mismas por sus
organizadores y las consecuencias derivadas de su derrota para sus pueblos, así
como para toda Latinoamérica.
4. Como formas de gobierno y de poder, preparar cabildos
abiertos para los próximos meses. Definir temáticas, recoger y procesar información.
Citar a todos los interesados a los mismos. Definir metodologías y responsables
para garantizar que se desarrollen de manera adecuada.
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