Entre las mujeres que representan tanto a la heroína de
extraordinario relieve como a la mujer del hogar que anima con su
ejemplo a su esposo y a cuantos saben de su valor cívico y alta calidad
moral, está Luisa Cáceres de Arismendi. Su respuesta al jefe español
Urreiztieta, en momentos en que está prisionera en las bóvedas del
Castillo de Santa Rosa, en La Asunción y espera el nacimiento de un
hijo, es el mejor retrato moral de su personalidad, la más elocuente
definición de su papel, en la historia de Venezuela: "Jamás lograréis
-dijo Luisa Cáceres- que aconseje a mi esposo a faltar a sus deberes."
Luisa Cáceres nació en Caracas en el año 1799 y murió en la misma
ciudad en 1866. Su padre, José Domingo Cáceres, era una personalidad
representativa de la cultura caraqueña de su tiempo: latinista,
gramático, historiador y pedagogo. Y tuvo por esposa a doña Carmen Díaz.
El autor de la primera biografía que se escribió sobre Luisa Cáceres,
don Mariano Briceño, recuerda que iniciándose el año de 1814, Luisa
Cáceres que acababa de cumplir quince años empezó a figurar en los
grupos sociales de la clase social a que pertenecía y de Inmediato se
distinguió porque "en su cuerpo competían lo acabado de sus formas con
la sencilla gentileza de su porte, y a las bellas facciones de su rostro
daban expresión particular la pureza de su alma y los cándidos
Pensamientos de su Infancia."
Recuerda asimismo Mariano Briceño que en las fiestas de Nochebuena de
1813, presentados por José Félix Ribas se conocieron Juan Bautista
Arismendi y Luisa Cáceres Díaz. Arismendi quedó profundamente
impresionado por los encantos Personales, la Inteligencia y personalidad
de la Joven. Arismendi era viudo de doña María del Rosario Irala. Las
necesidades de la guerra obligan al General Arismendi a marcharse a la
Isla de Margarita en donde reclamaban con urgencia de su presencia
directoria.(...) Los Cáceres logran llegar ante la amenaza de Boves que
sitia la ciudad, huyen a la Isla de Margarita donde Juan Bautista
Arismendi los recibe con alegría y el 4 de diciembre de 1814 celebra su
matrimonio con Luisa Cáceres.
Pocas semanas más tarde, comenzando el año de 1815, el General
Arismendi asume las funciones de Gobernador Provincial de Margarita. Muy
Pronto se altera la paz de la Isla con la llegada de la poderosa
expedición que a bordo de una escuadra naval trae el General español
Pablo Morillo. Arismendi decide iniciar la resistencia al invasor
monárquico y se atrinchera, junto con su esposa, en la Parte norte de
Margarita. Ante su empecinamiento patriota, insobornable frente a las
tentaciones y amenazas, Arismendi rechaza o elude las proposiciones del
jefe español Cobián a quien se le ha confiado el control del norte de la
isla. Y el 24 de septiembre, Cobián ordena la prisión de Luisa Cáceres
de Arismendi que es conducida, primero a La Asunción donde se le señala
la casa de la familia Anés por cárcel, mientras todos los bienes de
Arismendi son confiscados. Días más tarde es encerrada en las bóvedas
del Castillo de Santa Rosa.
Eduardo Blanco, el insigne autor de "Venezuela Heroica" recuerda la
vida de Luisa Cáceres de Arismendi en la prisión: "Gimiendo prisionera
en los calabozos de la fortaleza de Santa Rosa, en La Asunción,
maltratada con salvaje furor, aquella criatura angelical, abandonada a
los ultrajes de sus verdugos, sin más amparo que la enérgica austeridad
de la virtud, eleva a Dios su alma y resiste con suprema energía como
las mártires cristianas, las horas espantosas de su largo suplicio,
sintiendo palpitar en su seno la inocente criatura como ella condenada a
expiar el heroísmo del caudillo insular. A las frecuentes
intimidaciones del jefe español Urreiztieta, llenas de encono y
amenazas, para que alcance del General Arismendi el sometimiento de la
isla, contesta siempre con heroísmo: «Jamás lograréis de mí que le
aconseje faltar a sus deberes»." Recuerdan sus biógrafos que "algunos
éxitos militares de Arismendi le permitieron en esos mismos días, hacer
prisioneros a varios jefes españoles y entre ellos al Comandante Cobián,
jefe del Castillo de Santa Rosa en donde estaba prisionera Luisa
Cáceres. El comando español le propuso al jefe patriota el canje de su
esposa por Cobián y otros prisioneros españoles. "Diga usted al jefe
español que sin Patria no quiero esposa", respondió Arismendi.
Luisa Cáceres dio a luz en su celda de prisionera en el Castillo
margariteño una niña que nació muerta, "a causa seguramente de los malos
tratos que durante todo su embarazo recibió su madre". Semanas más
tarde, Luisa Cáceres es trasladada a La Guaira y después de permanecer,
durante varias semanas, recluida y vigilada estrechamente en el Convento
de la Concepción en Caracas la devuelven a La Guaira para ser encerrada
en las terribles bóvedas del puerto. Recuerda Briceño que en 1816, fue
embarcada en unión de otros prisioneros patriotas a bordo del barco "El
Pópulo" con destino a España, pero un buque corsario norteamericano
apresó la nave y sus pasajeros-prisioneros fueron desembarcados en las
islas Azores. El término final de esta odisea fue Cádiz adonde llegó la
heroína en enero de 1817. Un nuevo gesto de su firmeza republicana pone
en evidencia el temple de su personalidad, pues las autoridades
españolas le ofrecen libertad plena si firma un acta renunciando a sus
ideas de independencia y república. La respuesta de la venezolana es la
misma que tuvo cuando estaba prisionera y embarazada, en las bóvedas del
Castillo de Margarita: no renuncio a mis deberes. Finalmente con la
valiosa intervención de un amigo inglés y de Francisco Carabaño logra
evadirse de España para viajar a los Estados Unidos. Llega a Filadelfia
en mayo de 1818. Y después de recibir noticias de su esposo victorioso
regresa a Margarita en julio del mismo año 1818, siendo recibida con el
justo homenaje de un pueblo que la veía como un símbolo de fe, de
valentía, como una lección viva. Como la Patria encarnada en una mujer.
A lo largo del resto de su vida mantuvo esa justa preeminencia de
máxima heroína, de fundadora de la patria, atenta a intervenir en los
grandes acontecimientos con su presencia, su influencia y su palabra
acatada y respetada. En junio de 1866, a la edad de sesenta y siete
años, murió en Caracas. La República agradecida le acordó los honores
del Panteón Nacional a sus restos y numerosas instituciones, plazas y
monumentos perpetúan su nombre ejemplar.
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