"La nomenclatura en las Américas ha reflejado muy a menudo, de manera simbólica, algunas de las aspiraciones de los poderes europeos hacia el nuevo mundo".
–John Phelan, "El origen de la idea de Latinoamérica".
Como zona geográfica, el término “América Latina” se refiere hoy a todo
el continente americano al sur del Río Grande, incluyendo México, América
Central, el Caribe y Suramérica. En principio, el adjetivo ‘latina’ proviene
de un legado imperial: designa las partes del nuevo mundo que fueron
colonizadas por naciones de la Europa latina como España, Francia y Portugal.
[1] Sin embargo, hay zonas del Caribe, Centro y Suramérica que fueron
dominadas por Inglaterra u Holanda. Del mismo modo, hay partes de
Norteamérica en Canadá y Estados Unidos que sí fueron colonizadas por Francia
y España pero no se consideran latinoamericanas. Además, las poblaciones
indígenas, que son muy numerosas en algunos países como Guatemala, Bolivia,
Ecuador, México y Perú, difícilmente pueden considerarse ‘latinas’, y quedan
típicamente excluidas del nombre dado a la región en donde viven. Tampoco es
enteramente apropiado el nombre de ‘latinos’ para la considerable presencia
de descendientes de africanos y asiáticos en el continente, quienes tienen
una importante influencia cultural. Así que cabe preguntarse cómo y por qué
existe esta difusa denominación.
Para comenzar, es útil recordar que la clasificación geográfica mundial
está íntimamente conectada con una historia de invasiones, intereses
económicos y tensiones de poder entre grupos humanos. Una mirada desde fuera
del planeta fácilmente podría percibir la tierra como una sola isla flotando
sobre un solo océano, cuestionando la división convencional del mundo en
cinco (o siete) continentes. Así lo mostró el matemático norteamericano
Buckminster Fuller cuando desarrolló, entre 1921 y 1954, la ecuación geométrica
para hacer el primer plano del mundo sin distorsión de las masas terrestres:
el mapa Dymaxion.
Como anotó Fuller sobre su
mapa, “Todos somos astronautas en una pequeña nave espacial llamada Tierra”.
El mapa Dymaxion también ayuda a dejar atrás la percepción desproporcionada
que, basada en el plano de navegación diseñado por Gerhardus Mercator (1569),
creó la impresión de que las masas del norte (donde se encuentran Europa y
Norteamérica) eran mucho mayores que las del sur, una ilusión visual que
predominódurante cuatrocientos años y todavía se enseña en muchas escuelas
de todo el mundo. [2]
Al ver este mapa parece difícil de creer que Latinoamérica (desde
México hasta la Patagonia) ocupa 9 millones de millas cuadradas, bastante más
grande que Canadá y Estados Unidos combinados, que tienen 7,4 millones de
millas cuadradas. Algo similar podría decirse de las proporciones entre
África y Europa al comparalas con el mapa de Fuller.
Proyección de Mercator (1569)
La
proyección de Mercator refleja la historia moderna en varios sentidos. El
mapa fue diseñado por un europeo en el siglo XVI para fines de navegación,
igual que el capitalismo se desarrolló en Europa por esa misma época con base
en el comercio y la colonización, y se extendió al resto del mundo. El hecho
de que el diseño de un europeo fuera el mapa generalizado para el planeta, es
indicio de la hegemonía comercial y colonizadora de varias naciones de ese
continente. La percepción de Europa como centro de referencia es fácil de
observar en términos comunes como “el hemisferio occidental” (¿al occidente
de dónde?), “el Medio Oriente” (¿al oriente de dónde?), o el “Nuevo Mundo”
(¿nuevo para quiénes?). En muchos niveles, el mundo ‘globalizado’ de hoy –así
como las ideas que tenemos sobre él–, fue también ‘diseñado’ por la dinámica
expansiva del mercantilismo europeo. La economía mundial se parece más al
mapa de Mercator que al de Fuller. También la actual distribución de la
tierra en zonas geográficas corresponde a los nombres y divisiones que se
generalizaron por los proyectos imperiales de España, Francia e Inglaterra, y
es resultado de la expansión europea desde el siglo XV.
América es producto
directo de esta expansión. No hay que olvidar que la expedición de Cristóbal
Colón tenía una motivación fundamentalmente mercantil. Y, como enfatizó el
intelectual mexicano Edmundo O’Gorman, el continente americano se inventó –no
se descubrió– a partir de las crónicas europeas, que a menudo proyectaron sus
fantasías de exotismo sobre este territorio nuevo para ellos. Y desde el
comienzo fue el ‘Nuevo Mundo’ espacio de disputas entre naciones europeas en
competencia por controlar la tierra, el comercio y la población de este
pedazo del mundo. Una breve historia de cómo se impuso el nombre mismo para
este continente es indicativa de dichas disputas, que nos permiten entender
mejor las divisiones de hoy.
Como se sabe, el ‘descubrimiento’ de estas tierras fue accidental, e
igualmente accidentado ha sido el proceso de nombrarlas. Colón pensó que
había llegado al continente asiático y durante varias décadas los textos de
la época se refirieron a este territorio como “Las Indias”. En España se
mantuvo esta denominación, modificada como “Las Indias Occidentales”, hasta
el siglo XVIII. [3]
Pero la noticia sobre
estas tierras llegó a otras partes de Europa a través de las cartas del
navegante florentino Américo Vespucci (Florencia, 1454 – Sevilla, 1512),
quien participó en varios viajes de exploración por las costas de lo que hoy
conocemos como Sudamérica. Al regresar del último viaje, Vespucci escribió en
1504 una carta en la que afirmaba que este territorio era "la cuarta
parte del mundo", y añadía: "Yo he descubierto el continente
habitado por más multitud de pueblos y animales que nuestra Europa, Asia o la
misma África". Esta carta se difundió por Europa y, en 1506, el monje
alemán Martín Waldseemüller incluyó la información en su libro de geografía,
proponiendo: "otra cuarta parte [del mundo] ha sido descubierta por
Americo Vesputio . . . [y] no veo razón para que no la llamemos América, como
la tierra de Americus, por Américo, su inventor". El libro incluía un
mapa en el que apareció por primera vez el nombre del continente y, para
1507, ya se habían hecho seis ediciones. Así fue como –sin hacer justicia a
Cristóbal Colón, que murió ignorado en 1506– comenzó a popularizarse en
Europa el nombre de América, como una manera simbólica de cuestionar la
exclusividad de España sobre los nuevos territorios.
Mapa de Waldseemüller: “ab Americo Inventore ...quasi Americi terram
sive Americam”
De este modo, si bien España tuvo la mayor parte de la autoridad sobre
las tierras recién invadidas, no la tuvo para nombrarlas. Y el acto de
nombrar es parte integral del proyecto de dominar. Poco después las potencias
europeas emergentes –primero Portugal y luego Inglaterra, Francia y Holanda–
disputaron con el reino español el derecho a poseer territorios del nuevo
continente, que se convirtió en escenario de proyectos comerciales e
imperiales en conflicto. El Caribe, que era la puerta de entrada para casi
todas las rutas de navegación, se fragmentó en pedazos de cada uno de estos
reinos. Los franceses e ingleses obtuvieron grandes zonas en el norte, los
portugueses en el sur. Y el resto, un gran territorio desde la Tierra del
Fuego hasta California y La Florida, fue parte del imperio español.
Tres siglos más tarde,
el nombre de América adquirió una connotación emancipatoria. Tanto en los
territorios españoles como en las colonias inglesas del norte, los
partidarios de la independencia defendieron un espíritu americanista para
oponerse a la Europa imperial. Después de independizarse en 1776, las
colonias del norte adoptaron el nombre de Estados Unidos de América. De
manera similar, los nuevos gobernantes de las colonias que se independizaron
de España entre 1810 y 1830 hablaban de “las repúblicas americanas” para
referirse a los países hispanohablantes del continente. En 1815 Simón Bolívar
(general de las fuerzas revolucionarias en Sudamérica) describía así su sueño
de unificar a las antiguas colonias españolas: “Yo deseo más que otro alguno
ver formar en América la más grande nación del mundo por su libertad y
gloria” (27). También en 1847 y 1864 se celebraron en Lima dos “Congresos
americanos” para promover la unión entre las nuevas naciones de habla
española.
Sin embargo, una vez consolidadas las nuevas repúblicas, este doble
americanismo se hizo cada vez más conflictivo. Hoy, el nombre de América se
disputa entre un país que lo adoptó como propio y el resto de los países del
continente, que han tenido que buscar nombres alternativos. En abril de 1987,
el artista chileno Alfredo Jaar presentó en el tablero electrónico de Times
Square, NY, un mapa de Estados Unidos atravesado con la frase: “This is not America”;
la palabra América se expandía luego hasta llenar la pantalla y la “R” se
convertía en un mapa de todo el continente americano. Comenta Peter Winn que esta obra:
was
an effort to shock U.S. citizens into realizing that ‘this country has
co-opted for itself the name America and even our everyday language forces us
to picture only one dimension of America.’ Many North Americans forget that
we share ‘America’ with thirty-three other sovereign nations and their nearly
half a billion people. What makes the equation of ‘America’ with the United
States particularly ironic is that the name first appeared on
sixteenth-century maps identified with South America, whose northeast coast
had been explored by Amerigo Vespucci. (3).
En efecto, la
fundación de los Estados Unidos en 1776 creó una ambigüedad para el nombre,
que desde entonces podía referirse a un país o a todo el continente. La
solución que encontraron los países angloparlantes fue obvia: considerar que
había dos Américas. [4] En español, muchos intelectuales y políticos
prefirieron hablar de “Los Estados Unidos de Norteamérica”, y continuaron
utilizando el sentido original de la palabra América para designar el
continente completo.
La elección misma de su nombre es un indicio del proyecto expansivo de
Estados Unidos y su “destino manifiesto” de ser líder de todo el continente,
lo que ha sido motivo de fricciones políticas hasta el día de hoy. En 1823 el
presidente James Monroe declaró con firmeza que ninguna nación americana
debería ser objeto de colonización por ninguna potencia europea, reafirmando
el derecho a la independencia de todos los países. Skidmore y Smith observan que la doctrina Monroe:
became
better known for its challenge to an apparent design of the European Holy
Alliance to help Spain reconquer its former colonies. President Monroe firmly
declared that ‘the American continents, by the free and independent condition
which they have assumed and maintained, are henceforth not to be considered
as subject for colonization by any European powers.’ Further scriptures
warned the Europeans against using indirect means to extend their political
power in the New World. As later punt in a popular slogan, the basic message
was clear: ‘America for the Americans’ (399).
Al mismo
tiempo, esta doctrina adjudicaba a los norteamericanos una autoridad moral y
paternalista sobre los demás. En el siglo XX esta autoridad se hizo efectiva
para defender los intereses económicos y políticos de Estados Unidos en
contra de la soberanía de otros países del continente. El eslogan popular de
la doctrina Monroe, “América para los americanos”, adquirió entonces un
sentido de ironía: ¿cuál de las Américas para cuáles de los americanos? Era
necesario entonces un nombre alternativo para la otra América. Ya en 1896, el
escritor y héroe de la independencia cubana José Martí preveía esta polémica
cuando escogió la frase “Nuestra América” como título para un ensayo suyo,
ahora famosísimo, en el que defendía la necesidad de que los países
hispanoamericanos afirmaran su afinidad entre sí y su soberanía frente al
Coloso del Norte.
Durante el siglo XIX, la conveniencia de un nombre alternativo que
agrupara a las naciones hispanohablantes independientes respondía también a
otros factores. Por un lado, actuar en bloque podría darles más influencia
internacional y su común denominador histórico y lingüístico era obvio. Por
otra parte, era importante mantener una distancia ideológica y política de
España, que ya no era una potencia en Europa. Finalmente, tanto la élite
hispanoamericana como la francesa tenían un creciente interés por enfatizar
sus conexiones culturales, políticas y comerciales.
El pensamiento francés propuso un modelo que se convirtió
en la base del término “América Latina”. En 1836, el economista político
Michel Chevalier publicó en París las crónicas de sus viajes por América, un
continente que, para él, reproducía las divisiones étnicas de Europa: “Las
dos ramas, latina y germana, se reproducen en el Nuevo Mundo. América del Sur
es –como la Europa meridional–, católica y latina. La América del Norte
pertenece a una población protestante y anglosajona” (Ardao 161). Muchos
intelectuales y políticos tanto europeos como hispanoamericanos comenzaron a
utilizar el adjetivo ‘latina’ para enfatizar las diferencias de estos países
con los Estados Unidos y sus afinidades con la cultura francesa. El
colombiano José María Torres Caicedo, por ejemplo, creó en París una “Liga
Latinoamericana” en 1861, y poco después publicó su libro Unión
latinoamericana (1865). En esta y otras publicaciones, Torres Caicedo
argumentaba que el adjetivo ‘latina’ era la mejor “denominación científica”
para la América de habla española, portuguesa y francesa. El autor colombiano
también denunciaba en su obra el carácter imperialista del “Destino
manifiesto” que el presidente Buchanan había articulado en 1857.
El gobierno francés, que se disputaba el dominio del mundo con
Inglaterra –la otra gran potencia europea–, estaba encantado con esta idea de
la afinidad cultural entre las naciones “latinas” de Europa y de América,
lógicamente bajo el lideraje de Francia: “Solo ella puede prevenir que toda
esta familia [latina] quede sumergida en la doble inundación de germanos o
anglosajones y de eslavos”, había dicho Chevalier (Phelan 465). Estos
argumentos justificaban el mercado para los productos franceses en los países
hispanoamericanos y el acceso privilegiado de Francia a las materias primas
del Nuevo Mundo. También en nombre de estas ideas se estableció un gobierno
francés en México entre 1861 y 1867. Por esos años se publicaba en París La
Revue des Races Latines (Revista de razas latinas), en la que se exaltaba la
superioridad “espiritual” de las culturas latinas. Algunas décadas después,
el intelectual uruguayo José Enrique Rodó haría famosa esta idea en un
influyente libro, Ariel (1900), subrayando la importancia de defender la
latinidad de los países hispanoamericanos contra el materialismo de la
cultura norteamericana.
Fue de esta manera que la expresión “América Latina”, concebida en
París, comenzó a consagrarse en contraste con la América anglosajona, en
afinidad con Francia y distanciada de España. Durante el siglo XX, el término
adquirió cada vez más prestigio para oponerse al intervencionismo
estadounidense y para designar el destino geopolítico común de la región al
sur del Río Grande (Canadá tuvo un destino muy diferente). En 1948 el término
se utilizó por primera vez para designar un organismo internacional: La
Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas. La
CEPAL se fundó para estudiar y mejorar las condiciones económicas de los
países americanos que tenían un desarrollo capitalista inferior al de los
países del norte. También en esos años, cuando se dinamizaron los estudios de
área en las universidades norteamericanas después de la Segunda Guerra
Mundial, el término “Latin American Studies” se convirtió en el preferido
para designar los estudios sobre países del continente al sur de los Estados Unidos,
incluyendo al Caribe angloparlante.
El nombre de América Latina fue creado, pues, por una historia de
invasiones, imposiciones y oposiciones. Igualmente, las regiones que ese
nombre designa tienen una historia de lucha por autodefinirse, ya que su pasado,
presente y futuro han estado determinados por una mentalidad foránea,
básicamente de origen europeo y, en el último siglo, norteamericano. Así lo formula Philip Swanson:
The
development of Latin American identity subsequently involved an internalization
of a fundamentally foreign sense of self that in many ways persists to the
present day. Even the political independence was the result of the drive of
Latin American-born elites who nonetheless prided themselves on the purity of
their European inheritance. Paradoxically, post-independence ‘progress’ was
also fuelled by European or, increasingly, North American values and
practices, leading to, for example, the overwhelming economic influence of
Britain in the nineteenth century and the USA in the twentieth century. (1) [5]
Y es esta historia
común de colonialismo y dependencia lo que realmente permite agrupar a tantos
países y culturas diferentes bajo el rótulo de “América Latina”. En la arena
internacional, la región ha tenido un destino común subalterno. En la arena
doméstica, en todos los países latinoamericanos hay una inmensa brecha entre
un pequeño grupo privilegiado y una mayoría que vive en condiciones
económicas muy difíciles. Hoy, es la región del mundo donde existe la mayor
disparidad entre ricos y pobres.
América Latina no es una unidad cultural sino una categoría
geopolítica: el grupo de países americanos que tienen menos poder
internacional por sus condiciones económicas o su historia de dependencia.
Estudiarlos como una sola región puede obliterar las profundas diferencias
que existen entre tantos países y grupos étnicos. También puede hacer olvidar
la desigualdad de condiciones y poder que existe, por ejemplo, entre Brasil o
Chile, que tienen economías bastante fuertes, y Haití o Nicaragua, cuyos
ingresos per cápita están entre los más bajos del mundo. [6] Al mismo tiempo,
pensarse como un solo bloque, enfatizar su destino compartido y estimular el
conocimiento mutuo, puede ayudar a que estos países encuentren soluciones
para problemas comunes entre ellos y tengan mayor influencia en las
decisiones internacionales.
Obras citadas
Ardao, Arturo. “Panamericanismo y latinoamericanismo”. América Latina
en sus ideas.
Ed.
Leopoldo Zea. México: Siglo XXI y UNESCO, 1993. 157-171.
Bolívar, Simón. "Carta de Jamaica". 1815. Zea 17-32.
Fernández Retamar, José. “Nuestra América y el Occidente”. Zea 153-184.
Martí, José. “Nuestra América”. Zea 119-128.
“Nombramiento de América”. Artehistoria online. 25 feb 2003.
http://www.artehistoria.com/historia/contextos/1488.htm
Phelan, John. “El origen de la idea de Latinoamérica”. Zea 461-476.
Skidmore,
Thomas and Peter Smith. Modern Latin America. 6th edition.
New
York: Oxford UP, 2005.
Swanson,
Philip, ed. The Companion to Latin American Studies. London: Arnold, 2003
Winn,
Peter. Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean.
Berkeley,
CA: U of California P, 1992
Zea, Leopoldo, ed. Fuentes de la cultura latinoamericana.
México:
Fondo de Cultura Económica, 1995.
Notas:
[1] “Latino” es adjetivo derivado del
nombre ‘latín’, el idioma que hablaban los antiguos romanos. Las zonas de
Europa que recibieron más larga influencia del imperio romano y que hoy
hablan lenguas romances (derivadas del idioma de la antigua Roma), se han
llamado ‘países latinos’: Francia, Portugal, España, Italia, y Rumania
(aunque este último es también un país eslavo).
[2] En 1998, la National Geographic
adoptó oficialmente la menos distorsionada proyección Winkel-Tripel, que
había sido diseñada por Oswald Winkel en 1921.
[3] Es paradójico que, todavía hoy,
las zonas caribeñas donde se habla inglés y a donde primero llegó Colón, se
denominan “West Indies” para diferenciarse del resto del Caribe.
[4] En la mayor parte del mundo
(incluyendo a la mayoría de los países europeos), América se considera un
solo continente. Es sobre todo en los países angloparlantes como Estados
Unidos e Inglaterra donde se considera que Norteamérica y Sudamérica son dos
continentes diferentes. Esta división fue la solución geográfica en el mundo
angloparlante para la ambigüedad de los nombres: usar America para
referirse al país, y The Americas para hablar del continente.
[5] Hay que recordar que las
historias de Europa occidental y de Estados Unidos también han estado
profundamente influenciadas por su contacto con América Latina y, en ese
sentido, la dependencia ha sido mutua. Así lo observa el intelectual cubano
Roberto Fernández Retamar: “Es absurdo . . . hacer la historia de nuestros
países [latinoamericanos] prescindiendo de la historia occidental. Pero ¿se
ha visto con bastante claridad que también es imposible estudiar la historia
occidental sin incluir la nuestra?” (303).
[6] En años recientes, algunos
grupos, en particular en Brasil y Venezuela, han propuesto la configuración
de una "Comunidad Sudamericana de Naciones", similar a la comunidad
europea, para unificar las economías de los países suramericanos (desde
Colombia hasta Argentina). Dice el politólogo de la Universidad de Brasilia
Luiz Alberto Moniz Bandeira, que los países suramericanos combinados tienen
"una masa económica mayor que la de Alemania y muy superior a la suma de
México y Canadá", así que "la Comunidad Sudamericana de Naciones
[sería] una potencia mundial" (Clarín, 18 oct 2005).
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