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Su madre murió sólo un mes más
tarde de que naciera él, momento en que su padre, un empleado
ferroviario, se instaló en Temuco, donde el joven Pablo Neruda cursó sus
primeros estudios y conoció a Gabriela Mistral. Allí también comenzó a
trabajar en un periódico, hasta que a los dieciséis años se trasladó a
Santiago, donde publicó sus primeros poemas en la revista Claridad.
Tras publicar algunos libros de poesía, en 1924 alcanzó fama internacional con Veinte poemas de amor y una canción desesperada, obra que, junto con Tentativa del hombre infinito,
distingue la primera etapa de su producción poética, señalada por la
transición del modernismo a formas vanguardistas influidas por el
creacionismo de Vicente Huidobro.
Los problemas
económicos indujeron a Pablo Neruda a emprender, en 1926, la carrera
consular que lo llevó a residir en Birmania, Ceilán, Java, Singapur y,
entre 1934 y 1938, en España, donde se relacionó con García Lorca,
Aleixandre, Gerardo Diego y otros componentes de la llamada Generación
del 27, y fundó la revista Caballo Verde para la Poesía. Desde
su primer manifiesto tomó partido por una «poesía sin pureza» y próxima a
la realidad inmediata, en consonancia con su toma de conciencia social.
En tal sentido, Neruda apoyó a los republicanos al estallar la guerra civil y escribió España en el corazón.
Progresivamente sus poemas experimentaron una transición hacia formas
herméticas y un tono más sombrío al percibir el paso del tiempo, el caos
y la muerte en la realidad cotidiana.
De regreso en
Chile, en 1939 Neruda ingresó en el Partido Comunista y su obra
experimentó un giro hacia la militancia política que culminó con la
exaltación de los mitos americanos de su Canto general. En 1945
fue el primer poeta en ser galardonado con el Premio Nacional de
Literatura de Chile. Al mismo tiempo, desde su escaño de senador utilizó
su oratoria para denunciar los abusos y las desigualdades del sistema.
Tal actitud provocó la persecución gubernamental y su posterior exilio
en Argentina.
De
allí pasó a México, y más tarde viajó por la URSS, China y los países
de Europa Oriental. Tras este viaje, durante el cual Neruda escribió
poemas laudatorios y propagandísticos y recibió el Premio Lenin de la
Paz, volvió a Chile. A partir de entonces, la poesía de Pablo Neruda
inició una nueva etapa en la que la simplicidad formal se correspondió
con una gran intensidad lírica y un tono general de serenidad.
Su
prestigio internacional fue reconocido en 1971, año en que se le
concedió el Premio Nobel de Literatura. El año anterior Pablo Neruda
había renunciado a la candidatura presidencial en favor de Salvador
Allende, quien lo nombró poco después embajador en París. Dos años más
tarde, ya gravemente enfermo, regresó a Chile. De publicación póstuma es
la autobiografía Confieso que he vivido.
XIX
(1800)
NUESTRA tierra, ancha tierra, soledades,
se pobló de rumores, brazos, bocas.
Una callada sílaba iba ardiendo,
congregando la rosa clandestina,
hasta que las praderas trepidaron
cubiertas de metales y galopes.
Fue dura la verdad como un arado.
Rompió la tierra, estableció el deseo,
hundió sus propagandas germinales
y nació en la secreta primavera.
Fue callada su flor, fue rechazada
su reunión de luz, fue combatida
la levadura colectiva, el beso
de las banderas escondidas,
pero surgió rompiendo las paredes,
apartando las cárceles del suelo.
El pueblo oscuro fue su copa,
recibió la substancia rechazada,
la propagó en los límites marítimos,
la machacó en morteros indomables.
Y salió con las páginas golpeadas
y con la primavera en el camino.
Hora de ayer, hora de mediodía,
hora de hoy otra vez, hora esperada
entre el minuto muerto y el que nace,
en la erizada edad de la mentira.
Patria, naciste de los leñadores,
de hijos sin bautizar, de carpinteros,
de los que dieron como un ave extraña
una gota de sangre voladora,
y hoy nacerás de nuevo duramente
desde donde el traidor y el carcelero
te creen para siempre sumergida.
Hoy nacerás del pueblo como entonces.
Hoy saldrás del carbón y del rocío.
Hoy llegarás a sacudir las puertas
con manos maltratadas,con pedazos
de alma sobreviviente, con racimos
de miradas que no extinguió la muerte,
con herramientas hurañas
armadas bajo los harapos.
XXIII TESTAMENTO
(1)
DEJO a los sindicatos
del cobre, del carbón y del salitre
mi casa junto al mar de Isla Negra.
Quiero que allí reposen los maltratados hijos
de mi patria, saqueada por hachas y traidores,
desbaratada en su sagrada sangre,
consumida en volcánicos harapos.
Quiero que al limpio amor que recorriera
mi dominio, descansen los cansados,
se sienten a mi mesa los oscuros,
duerman sobre mi cama los heridos.
Hermano, ésta es mi casa, entra en el mundo
de flor marina y piedra constelada
que levanté luchando en mi pobreza.
Aquí nació el sonido en mi ventana
como en una creciente caracola
y luego estableció sus latitudes
en mi desordenada geología.
Tu vienes de abrasados corredores,
de túneles mordidos por el odio,
por el salto sulfúrico del viento:
aquí tienes la paz que te destino,
agua y espacio de mi oceanía.
XXIV
TESTAMENTO
(2)
DEJO mis viejos libros, recogidos
en rincones del mundo, venerados
en su tipografía majestuosa,
a los nuevos poetas de América,
a los que un día
hilarán en el ronco telar interrumpido
las significaciones de mañana.
Ellos habrán nacido cuando el agreste puño
de leñadores muertos y mineros
haya dado una vida innumerable
para limpiar la catedral torcida,
el grano desquiciado, el filamento
que enredó nuestras ávidas llanuras.
Toquen ellos infierno, este pasado
que aplastó los diamantes, y defiendan
los mundos cereales de su canto,
lo que nació en el árbol del martirio.
Sobre los huesos de caciques, lejos
de nuestra herencia traicionada, en pleno
aire de pueblos que caminan solos,
ellos van a poblar el estatuto
de un largo sufrimiento victorioso.
Que amen como yo amé mi Manrique, mi Góngora,
mi Garcilaso, mi Quevedo:
fueron
titánicos guardianes, armaduras
de platino y nevada transparencia,
que me enseñaron el rigor, y busquen
en mi Lautréamont viejos lamentos
entre pestilenciales agonías.
Que en Maiakovsky vean cómo ascendió la estrella
y cómo de sus rayos nacieron las espigas.
XXV
DISPOSICIONES
Compañeros, enterradme en Isla Negra,
frente al mar que conozco, a cada área rugosa
de piedras y de olas que mis ojos perdidos
no volverán a ver.
Cada día de océano
me trajo niebla o puros derrumbes de
turquesa,
o simple extensión, agua rectilínea, invariable,
lo que pedí, el espacio que devoró mi frente.
Cada paso enlutado de cormorán, el vuelo
de grandes aves grises que amaban el
invierno,
y cada tenebroso círculo de sargazo
y cada grave ola que sacude su frío,
y más aún, la tierra que un escondido herbario
secreto, hijo de brumas y de sales, roído
por el ácido viento, minúsculas corolas
de la costa pegadas a la infinita arena:
todas las llaves húmedas de la tierra marina
conocen cada estado de mi alegría,
saben
que allí quiero dormir entre los párpados
del mar y de la tierra . . .
Quiero ser arrastrado
hacia abajo en las lluvias que el salvaje
viento del mar combate y desmenuza,
y luego por los cauces subterráneos, seguir
hacia la primavera profunda que renace.
Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y
un día
dajadla que otra vez me acompañe en la
tierra.
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