Jorge Larraín
El tema de la modernidad en
América latina está lleno de paradojas históricas. Fuimos descubiertos y
colonizados en los albores de la modernidad europea y nos convertimos en el
"otro" de su propia identidad, pero fuimos mantenidos deliberadamente
aparte de sus principales procesos por el poder colonial.
Abrazamos con entusiasmo la
modernidad ilustrada al independizarnos de España, pero más en su horizonte
formal, cultural y discursivo, que en la práctica institucional política y
económica, donde por mucho tiempo se mantuvieron estructuras tradicionales y/o
excluyentes. Cuando por fin la modernidad política y económica empezó a
implementarse en la práctica durante el siglo XX, surgieron sin embargo las
dudas culturales acerca de si realmente podíamos modernizarnos adecuadamente, o
de si era acertado que nos modernizáramos siguiendo los patrones europeos y
norteamericanos. Se ampliaron los procesos modernizadores en la práctica pero
surgió la pregunta inquietante acerca de si podíamos llevarlos a cabo en forma
auténtica. De este modo podría decirse que nacimos en la época moderna sin que
nos dejaran ser modernos; cuando pudimos serlo lo fuimos sólo en el discurso
programático y cuando empezamos a serlo en la realidad nos surgió la duda de si
esto atentaba contra nuestra identidad.
Desde principios del siglo XIX la
modernidad se ha presentado en América latina como una opción alternativa a la
identidad tanto por aquellos que sospechan de la modernidad ilustrada como por
aquellos que la quieren a toda costa. El positivismo decimonónico, por ejemplo,
quería el "orden y progreso" que la Ilustración podía darnos, y por
eso se oponía fuertemente a la identidad cultural indo-ibérica prevaleciente.
Su afán modernizador llegaba hasta el extremo de desconfiar de los propios
elementos raciales constitutivos indígenas y negros porque supuestamente no
tenían aptitudes para la civilización(2). Sarmiento, por ejemplo,
explícitamente argumentaba que la verdadera lucha en América latina era una lucha
entre civilización y barbarie. La primera estaba representada por Europa y los
Estados Unidos; la segunda, resultaba de la inferioridad racial. Prado mantenía
que el principal obstáculo para el progreso en América latina provenía del
factor social primario: la raza. Gil Fortoul, a su vez, argüía de manera
similar que algunas razas, como la europea, tenían mejores aptitudes que otras
para la civilización. No debe sorprender entonces que algunas de las políticas
que propugnaban para modernizar a América latina consistían en mejorar su raza
mediante la inmigración de europeos blancos.
Las teorías optimistas de la
modernización de los años 50 definen a América latina en transición a una
modernidad cuyo modelo o paradigma es sacado de las sociedades europeas y
norteamericana. El proceso de modernización se concibe como una necesidad
histórica que repite el camino recorrido por las sociedades avanzadas y, aunque
existen obstáculos proveniente de una cultura tradicional, a la larga es
prácticamente inevitable. En muchas de las posiciones neoliberales
contemporáneas en Latinoamérica está implícita la idea de que la aplicación de
políticas económicas apropiadas es la condición suficiente de un desarrollo
acelerado que inevitablemente nos llevará a una modernidad similar a la
norteamericana o europea. De un modo similar, Claudio Véliz exalta hoy día la
modernidad de tipo anglosajón que está llegando a América latina en la medida
que nuestra supuesta identidad barroca, bombardeada por artefactos de consumo,
ha empezado a desaparecer en los noventa(3).
Pero también aquellos que se
oponen a la modernidad ilustrada en el siglo XX lo hacen en función de nuestra
supuesta identidad de sustrato religioso, indígena o hispánico(4). Para los
indigenistas la modernidad ha atentado contra nuestra verdadera identidad que
se sitúa en las tradiciones indígenas olvidadas y oprimidas por siglos de
explotación desde la conquista. Para los hispanistas nuestra identidad está en
los valores cristiano-españoles que han sido olvidados por los procesos
modernizadores desde la independencia. Tanto el uno como el otro proponen
volver al pasado para encontrar en la matriz cultural indígena o española la
esencia perdida de nuestro ser. En época más reciente Morandé, critica los
intentos modernizadores en América latina porque niegan nuestra verdadera
identidad. La modernización, tal como ha ocurrido en América latina, sería
antitética con nuestro ser más profundo en la medida que ha buscado su último
sostén en el modelo ilustrado racional europeos(5). La elite intelectual y
dirigente de América latina ha sido incapaz de reconocer sus raíces culturales
más profundas de sustrato católico y por eso ha conducido a sus países a
experimentos modernizantes que, al oponerse a nuestra verdadera identidad, sólo
podían fracasar.
Entre estos dos extremos están
aquellos como Octavio Paz y Carlos Fuentes que, sin oponerse ni adherirse
explícitamente a la modernidad ilustrada, tratan de mostrar cuán difícil ha
sido el proceso de modernización latinoamericano debido al legado hispánico
barroco, hasta el punto que, para Fuentes "somos un continente en búsqueda
desesperada de su modernidad"(6) y para Paz, desde principios del siglo XX
estaríamos "instalados en plena pseudo-modernidad"(7). De algún modo,
nuestra identidad habría dilatado la búsqueda de modernidad o habría permitido
que alcanzáramos sólo un remedo de modernidad.
Es curioso comprobar como, a
pesar de las diferencias entre todos estos autores y de sus posturas
favorables, neutrales u opuestas a la modernidad, en todos ellos la modernidad
se concibe como un fenómeno eminentemente europeo que sólo puede entenderse a
partir de la experiencia y autoconciencia europeas. Por lo tanto se supone que
es totalmente ajena a América latina y sólo puede existir en esta región en
conflicto con nuestra verdadera identidad. Algunos se oponen a ella por esta
razón y otros la quieren imponer a pesar de esta razón, pero ambos reconocen la
existencia de un conflicto que hay que resolver en favor de una u otra. Tanto
la modernidad como la identidad se absolutizan como fenómenos de raíces
contrapuestas.
A diferencia de estas teorías
absolutistas que presentan la modernidad y la identidad en América latina como
fenómenos de alguna manera mutuamente excluyentes, yo veo su continuidad e
imbricación. El mismo proceso histórico de construcción de identidad, es, desde
un determinado momento, un proceso de construcción de la modernidad. Desde el
punto de vista de su evolución histórica la modernidad es un proceso complejo
que sigue diversas rutas(8). Es cierto que la modernidad nace en Europa, pero
Europa no monopoliza toda su trayectoria. Otras rutas son la japonesa, la
norteamericana, la africana y la latinoamericana(9). Precisamente por ser un
fenómeno globalizante, la modernidad es activa y no pasivamente incorporada, adaptada
y recontextualizada en América latina en la totalidad de sus dimensiones
institucionales. Que en estos mismos procesos e instituciones hay diferencias
importantes con Europa, no cabe duda. América latina tiene una manera
específica de estar en la modernidad. Por eso nuestra modernidad no es
exactamente la misma modernidad europea; es una mezcla, es híbrida, es fruto de
un proceso de mediación que tiene su propia trayectoria; no es ni puramente
endógena ni puramente impuesta; algunos la han llamado subordinada o
periférica(10).
Su primera fase durante el siglo
XIX podría denominarse, con un cierto grado de contradicción, oligárquica, por
su carácter restringido. Dos rasgos de esta etapa vale la pena destacar.
Primero, en esta fase se adoptan ideas liberales, se expande una educación
laica, se construye un estado republicano y se introducen formas democráticas
de gobierno, pero todo esto con extraordinarias restricciones de hecho a la
participación amplia del pueblo. Segundo, a diferencia de la trayectoria
europea, la industrialización se pospone y se sustituye por un sistema
exportador de materias primas que mantiene el atraso de los sectores
productivos.
De este modo, la modernidad
latinoamericana durante el siglo XIX fue más política y cultural que económica
y, en general, bastante restringida. Con todo, y a pesar de sus limitaciones,
las modernizaciones logradas van de la mano con la reconstitución de una
identidad cultural en que los valores de la libertad, de la democracia, de la
igualdad racial, de la ciencia y de una educación laica y abierta experimentan
un avance considerable con respecto a los valores prevalecientes en la colonia.
No se trata de que los nuevos valores y prácticas ilustradas hayan desplazado
totalmente al polo cultural indo-ibérico, pero sí lo modificaron y readecuaron
en forma importante.
La segunda fase durante la
primera mitad del siglo XX coincide históricamente con la primera crisis de la
modernidad europea y de alguna manera la refleja, sólo que en América latina
las consecuencias son específicas: el poder oligárquico empieza a derrumbarse,
la llamada "cuestión social" se hace urgente, vienen regímenes de
carácter populista que incorporan a las clases medias al gobierno y se inician
procesos de industrialización sustitutiva. Esta etapa de crisis y cambio en
América latina va acompañada en sus comienzos del surgimiento de una conciencia
anti-imperialista(11), de una valorización del mestizaje(12), de una conciencia
indigenista acerca de la discriminación de los indios(13) y de una creciente
conciencia social sobre los problemas de la clase obrera.
Más tarde y en el contexto de la
gran depresión, esta época difícil parece promover discursos y ensayos de
carácter bastante pesimista que acentúan los rasgos negativos de nuestra
identidads(14) o sueñan con rescatar los rasgos hispánicos de nuestro
carácter(15). De este período son, por ejemplo, las tesis de Martínez Estrada
acerca del resentimiento de los latinoamericanos(16); las proposiciones de
Alcides Arguedas sobre la duplicidad del carácter boliviano(17) y las ideas de
Octavio Paz acerca de la personalidad doble y resentida de los mexicanos(18).
Se ve así como una etapa de cambios económicos y políticos importantes va
acompañada también de nuevas formas de conciencia social y de una búsqueda
identitaria que ensaya varios caminos pero que en todo caso ha abandonado las
certezas decimonónicas y que, en algunos casos significativos, intenta afirmar
una identidad latinoamericana contra la modernidad. Sin embargo, la línea gruesa
pro-moderna de apertura política, derechos sociales e industrialización es en
la práctica el eje en torno al cual giran los grandes debates y los procesos
identitarios básicos.
La tercera fase desde fines de la
Segunda Guerra Mundial, consolida democracias de participación más amplia e
importantes procesos de modernización de la base socioeconómica
latinoamericana. Entre ellos destaca la industrialización, la ampliación del
consumo y del empleo, la urbanización creciente y la expansión de la educación.
Aún con sus deficiencias y
problemas, el avance de la modernidad en la postguerra es notable y muestra la
continua importancia cultural de las ideas racionalistas y desarrollistas
europeas y norteamericanas. Es en esta época que se consolida en América latina
una conciencia general sobre la necesidad del desarrollo. Sea en el pensamiento
de la sociología de la modernización de origen norteamericano, sea en el
pensamiento contestatario autóctono que desarrollaron la teoría de la
dependencia y algunos intentos socialistas, o sea en el más reciente
neoliberalismo, la premisa básica continúa siendo el desarrollo y la
modernización como único medio para superar la pobreza. Sin embargo en todas
estas posiciones subsiste la tendencia a pensar la modernidad como algo esencialmente
europeo o norteamericano que América latina debe adquirir. La importancia
cultural de este hecho y su impacto sobre los procesos de construcción de
identidad no deben ser subestimados.
A fines de los sesenta se entra
en una nueva etapa de crisis que coincide con la segunda crisis de la
modernidad europea: se estanca el proceso de industrialización y desarrollo,
viene agitación social y laboral, y se cae en dictaduras militares, los que
demuestran la precariedad de las instituciones políticas modernas
latinoamericanas en comparación con las europeas. Esta segunda crisis de la
modernidad en parte explica y coincide con una crisis de identidad bastante
profunda que está, una vez más, marcada por el pesimismo y las dudas acerca de
si el camino de la modernidad que se ha seguido ha sido errado. Surgen así en
los ochenta neo-indigenismos, concepciones religiosas de la identidad
latinoamericana e incluso formas de postmodernismo, todos los cuales son
profundamente críticos de la modernidad. Sin embargo, por más serios que son
estos ataques a la modernidad, el proyecto de avanzar rápidamente en la senda
de la modernidad continua imponiéndose y ahora con un sesgo más radical
influido por el neoliberalismo.
De esta trayectoria específica
surgen algunos rasgos importantes y peculiares de nuestra modernidad actual que
marcan diferencias con la modernidad europea. El primer rasgo al que quiero
referirme es el clientelismo o personalismo político y cultural. La
incorporación y reclutamiento de nuevos miembros del Estado, las universidades
y los medios de comunicación se continúa haciendo a través de redes
clientelísticas o personalistas de amigos y partidarios. No existen o están muy
poco desarrollados los procesos del concurso público, lo que muestra tanto la
ausencia de canales modernos de movilidad social como la estrechez y alta
competitividad de los medios culturales y políticos(19).
Un segundo rasgo podría
denominarse tradicionalismo ideológico, que consiste en que los grupos
dirigentes aceptan y promueven los cambios necesarios para el desarrollo en la
esfera económica, pero rechazan los cambios implicados o requeridos por tal
transformación en otras esferas(20). Por ejemplo, ciertos grupos dirigentes
abogan por la total libertad en la esfera económica pero apelan a valores
morales tradicionales de respeto a la autoridad y al orden, de defensa de la
familia y la tradición, alimentando dudas sobre la democracia y oponiéndose,
por ejemplo, a leyes de divorcio o a la despenalización del adulterio para la mujer(21).
Un tercer rasgo importante que ha
subsistido desde la Colonia, a veces en forma más o menos atenuada, a veces en
forma más o menos exacerbada, es el autoritarismo. Esta es una tendencia o modo
de actuar que persiste en la acción política, en la administración de las
organizaciones públicas y privadas, en la vida familiar y, en general, en
nuestra cultura, que le concede una extraordinaria importancia al rol de la
autoridad y al respeto por la autoridad. Su origen está claramente relacionado
con los tres siglos de vida colonial en que se constituyó un fuerte polo
cultural indo-ibérico que acentuaba el monopolio religioso y el autoritarismo
político(22).
Otro rasgo importante es el
racismo encubierto. La existencia de racismo en América latina está bien
documentada aunque es un área relativamente descuidada de las ciencias sociales
y generalmente no se percibe como un problema social importante(23). Es claro,
sin embargo que desde muy temprano ha habido en América latina una valorización
exagerada de la "blancura" y una visión negativa de los indios y
negros. Es sabido que varios gobiernos intentaron "mejorar la raza"
mediante políticas de "blanqueo" que favorecían la inmigración de
europeos. Existe también una segregación espacial mediante la cual las regiones
indígenas son las más pobres y abandonadas y los barrios pobres de las ciudades
contienen una mayor proporción de gente de piel más oscura, sean indios,
mestizos, mulatos o negros. Un rasgo significativo que nos diferencia de otras
modernidades es la falta de autonomía y desarrollo de la sociedad civil. En
América latina la sociedad civil (esfera privada de los individuos, clases, y
organizaciones regidas por la ley civil) es débil, insuficientemente
desarrollada y muy dependiente de los dictados del Estado y la política. Esta
es una de las consecuencias de la inexistencia de clases burquesas fuertes y
autónomas que hayan desarrollado la economía y la cultura con independencia del
apoyo estatal y de la política.
La marginalidad y la economía
informal constituyen otro rasgo típico de nuestra modernidad. A pesar de los
procesos de crecimiento económico bastante dinámicos en los noventa, subsiste
una marginalidad económica y social en grandes sectores de la población
latinoamericana. Un rasgo actual de la modernidad latinoamericana de mucha
importancia es la vuelta a una estrategia de desarrollo extravertido, o basado
en las exportaciones (export-led), después de años de seguir una estrategia
proteccionista para lograr un desarrollo industrial. Pero esta estrategia, no
tiene los mismos resultados en toda América latina. Aparte de Brasil y México
que logran tasas significativas de exportaciones industriales, el resto de
América latina pareciera seguir un modelo extravertido de desarrollo que
difiere de las estrategias asiáticas y europeas, por su especialización en la
exportación de productos naturales semi-elaborados. Otro rasgo importante es la
fragilidad de la institucionalidad política de los países latinoamericanos. La
ola de dictaduras militares que empieza en los sesenta y cubre los setenta y
parte de los ochenta no respetó ni aun aquellos países que, como Chile, tenían
fama de estabilidad institucional. Es cierto que hoy se vive un período de
vuelta a la democracia pero los síntomas de la debilidad institucional
permanecen muy evidentes en toda América latina y con especial fuerza en
Argentina, Venezuela, Colombia, Perú y casi toda América Central.
Es importante mencionar como
rasgo relativamente reciente de la modernidad, especialmente la chilena, la
despolitización relativa de la sociedad. Las dictaduras militares buscaron una
despolitización de la sociedad, eliminando elecciones, aboliendo partidos políticos
y cerrando parlamentos. Su política de exclusiones y violaciones de los
derechos humanos, sin embargo obtuvo a la larga el resultado opuesto; la
sociedad se politizó más intensamente y en un sentido contrario a los gobiernos
militares. Esto llevó a la búsqueda de grandes acuerdos y coaliciones que
permitieran un retorno a la democracia. Una de las condiciones de este proceso
de búsqueda de consenso democrático fue autonomizar el área económica y sacarla
de los vaivenes de la discusión política diaria. De ahora en adelante el
sistema económico se autorregula de acuerdo a las leyes del mercado y se
introduce una política económica de consenso sobre el manejo de las grandes
variables macro-económicas. Una vez autonomizado el subsistema económico, la política
pierde la capacidad de observar e intervenir sobre la economía. De este modo,
lo que había sido un área inmensa de desacuerdo y disputa política, queda fuera
de la discusión. De aquí se puede concluir que la redemocratización en Chile,
mediatizada por el proceso de autonomización de la economía, ha resultado en
una considerable y significativa despolitización de la sociedad(24).
Por último, otro rasgo muy
reciente es la revalorización de la democracia política y de los derechos
humanos. Sin perjuicio de lo dicho en el punto anterior sobre la
despolitización relativa de la sociedad, es obvio que una de las tendencias más
poderosas que ha contribuido a ella es la revalorización de la democracia y los
derechos humanos por los sectores intelectuales y las mayorías populares de
América latina.
En conclusion, la modernidad
latinoamericana no es inexistente, ni igual a la modernidad europea, ni
inauténtica. Tiene su curso histórico propio y sus características específicas,
sin perjuicio de compartir muchos rasgos generales. La trayectoria
latinoamericana hacia la modernidad es simultáneamente parte importante del
proceso de construcción de identidad: no se opone a una identidad ya hecha,
esencial, inamovible y constituida para siempre en el pasado, ni implica la
adquisición de una identidad ajena (anglosajona, por ejemplo). Tanto la
modernidad como la identidad en América latina son procesos que se van
construyendo históricamente y que no implican necesariamente una disyuntiva
radical, aunque puedan existir tensiones entre ellos.
Quiero, finalmente tratar de
responder a la pregunta acerca de por qué, si los procesos de modernización han
ido entrelazados con los procesos de construcción de identidad en América
latina, ha existido sin embargo una tendencia tan manifiesta a considerar la
modernidad como algo externo y en oposición a la identidad. Esta pregunta es
muy difícil de contestar con total seguridad y sólo podemos esbozar algunas
hipótesis preliminares. El primer hecho que puede tener importancia en esta explicación
es la postergación por tres siglos del comienzo de la modernidad debido al
bloqueo colonial español y portugués que estableció barreras culturales que
rodearon a sus dominios. Esto significó que cuando los precursores de la
independencia empezaron a empaparse de las ideas modernas a través de viajes y
contrabando de libros, la modernidad no podía sino presentarse como algo
externo que otros habían desarrollado fuera de América latina. Esto dejó una
impronta en el imaginario social que tiende a asociar modernidad con Europa o
Estados Unidos, y que ha durado por mucho tiempo.
La persistencia de esta idea fue
reforzada durante todo el siglo XIX y hasta los años treinta por una economía
extravertida y una orientación cultural que continúa mirando hacia Europa como
la fuente misma de toda cultura. Cuando empieza la crisis del régimen
oligárquico y surgen pensamientos que cuestionan nuestra extraversión, la
modernidad aparece una vez más como una imposición externa, esta vez con
sentido negativo y contrario a nuestra identidad. Los intentos por encontrar o
reafirmar una identidad propia en momentos de crisis llevaron a criticar lo
ajeno, y precisamente la modernidad hasta ese momento había sido considerada un
fenómeno de carácter extranjero. De allí que por acción y reacción hasta la
Segunda Guerra Mundial, desde ángulos opuestos, la modernidad fue concebida
como algo externo.
En los últimos cincuenta años la
situación ha cambiado pero no totalmente. Varias teorías anti-imperialistas y
de la dependencia han continuado poniendo en duda la viabilidad del capitalismo
en Latinoamérica mientras el polo neoliberal la luchado por una total y
renovada extraversión que en último término logró imponerse. La polaridad entre
modernidad e identidad ha por lo tanto continuado en el imaginario social
mientras en la práctica nuestra identidad y modernidad continúan construyéndose
estrechamente ligadas.
1. Una versión de esta ponencia,
más desarrollada en algunos aspectos y menos desarrollada en otros, ha sido
publicada en la revista Estudios Públicos, Nº 66, Otoño 1997, bajo el
título "La trayectoria latinoamericana a la modernidad".
2. Autores tales como J. PRADO,
J. GIL FORTOUL, C.O. BUNGE, J. INGENIEROS, J.B. ALBERDI, D.F. SARMIENTO,
propiciaban abiertamente la inmigración europea blanca para mejorar nuestra
raza. Véase sobre esto Terán, O., Ed., América latina: Positivismo y Nación,
Mexico, Editorial Katún, 1983.
3. Véase VÉLIZ, C., The New World of the Gothic
Fox: Culture and Economy in English and Spanish America, Berkeley, University
of California Press, 1994.
4. Se incluyen aquí diversas
formas de indigenismo, hispanismo y tradicionalismo religioso en las que
destacan autores tales como Jaime EYZAGUIRRE, Osvaldo LIRA y Pedro MORANDÉ. E.
BRADFORD BURNS es aquí un caso especial porque aunque acepta que la modernidad
triunfó en América latina, lo hizo a costa de la identidad y bienestar del
pueblo. Véase su libro The
Poverty of Progress: Latin America in the Nineteenth Century, Berkeley,
University of California Press, 1980.
5. Véase MORANDÉ, P., Cultura y
Modernización en América Latina, Cuadernos del Instituto de Sociología,
Santiago, Universidad Católica de Chile, 1984.
6. FUENTES, Carlos, Valiente
Mundo Nuevo: Épica, Utopía y Mito en la Novela Hispanoamericana, Madrid,
Narrativa Mondadori, 1990, pp. 12-13.
7. Véase PAZ, O., El Ogro
Filantrópico, México, Joaquín Hortiz, 1979, p. 64.
8. La idea de diversas
trayectorias hacia la modernidad ha sido desarrollada por G. THERBORN, European
Modernity and Beyond, London, Sage, 1995, y por P. WAGNER, A Sociology of
Modernity, Liberty and Discipline, London, Routledge, 1994.
9. Esta clasificación de
trayectorias difiere de la propuesta por G. THERBORN y de la usada por C. MARIN
en su tesis doctoral. Therborn propone 4 rutas: la europea, la de los mundos
nuevos (incluyendo Norteamérica y Sudamérica), la de la zona colonial (África y
el Pacífico del sur) y la de los países de modernización inducida externamente
(Japón) (Ibíd., pp. 5-6). Marín distingue al menos 5 trayectorias: Europa
Occidental, América del Norte y Australia, Europa del Este y la Unión
Soviética, América latina y finalmente Japón y el sudeste asiático. Difiero de
Therborn porque a mi manera de ver Norteamérica y Sudamérica no pueden ubicarse
en la misma trayectoria. Con respecto a Marín creo que Europa del Este es sólo
un subgrupo iniciado en 1945 de una trayectoria europea común de 4 siglos y
medio; además es necesario considerar a África.
10. BRUNNER, J.J., Cartografías
de la Modernidad, Santiago, Dolmen, 1994, p. 144. Cristián Parker se ha
referido también a una "modernización periférica" en América latina.
Véase su libro Otra Lógica en América Latina: Religión Popular y Modernización
Capitalista, Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1993, capítulo 3.
11. Especialmente con respecto a
las actividades de Estados Unidos. Véase RODÓ, J.E., Ariel, Salamanca, Anaya,
1976.
12. Véase VASCONCELOS, J., La
Raza Cósmica, Barcelona, S.A., 1927.
13. Autores importantes de esta
tendencia, aunque algunas veces con puntos de vista diferentes son L.E.
VALCÁRCEL, M. GONZÁLEZ PRADA, J.C. MARIÁTEGUI, H. CASTRO POZO, V.R. HAYA DE LA
TORRE, V. LOMBARDO TOLEDANO y G. AGUIRRE BELTRÁN.
14. De este período son, por
ejemplo, las tesis acerca del resentimiento de los latinoamericanos; acerca de
la duplicidad del carácter boliviano y acerca de la personalidad doble y
resentida de los mexicanos. Véase respectivamente MARTÍNEZ ESTRADA, Ezequiel,
Radiografía de la Pampa, Buenos Aires, Editorial Losada, 1946; ARGUEDAS,
Alcides "Pueblo Enfermo" en SILES GUEVARA, J., Las cien obras
capitales de la literatura boliviana, La Paz, Editorial Los Amigos del Libro,
1975; y PAZ, Octavio El laberinto de la Soledad, México, Fondo de Cultura
Económica, 1959.
15. Véase EYZAGUIRRE, J.,
Hispanoamérica del Dolor, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1947 y LIRA,
O., Hispanidad y Mestizaje, Santiago, Editorial Covadonga, 1985.
16. MARTÍNEZ ESTRADA, E.,
Radiografía de la Pampa, Buenos Aires, Editorial Losada, 1946.
17. ARGUEDAS, A., Op. Cit. en Las
Cien obras...Op. Cit.
18. PAZ, O., Op. Cit.
19. Difiero en esto de Manuel
Barrera quien ha argumentado que con el tipo de Estado surgido del
autoritarismo y del neoliberalismo "ha desaparecido el clientelismo".
Pienso que sus argumentos sólo consiguen mostrar una probable disminución del
clientelismo en ciertas áreas de la vida nacional, pero en modo alguno su
desaparición. Véase M. Barrera, "Las reformas económicas neoliberales y la
representación de los sectores populares en Chile", Estudios Sociales,
Nº 88, 2 trimestre, 1996.
20. Véase sobre esto GERMANI, G.,
Política y Sociedad en una Época de Transición, Buenos Aires, Editorial Paidós,
1965, p. 112.
21. Renato Cristi ha argumentado
convincentemente que el pensamiento conservador en Chile nunca se opuso al
liberalismo como tal, sino más bien al "elemento democrático que se adueña
de su capital de ideas a partir del siglo XIX." Véase "Estado
nacional y pensamiento conservador en la obra madura de Mario Góngora" en
CRISTI, R. y RUIZ, C., El pensamiento conservador en Chile, Santiago, Editorial
Universitaria, 1992, p. 157. 22. Como lo ha sostenido J.L. DE IMAZ, "por
tres siglos existió una relación muy clara entre el autoritarismo político y el
rol legitimador de la Inquisición." Véase Sobre la Identidad
Iberoamericana, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1984, p. 121.
23. En el caso del Perú, por
ejemplo, FLORES GALINDO ha observado: "En el Perú nadie se definiría como
racista. Sin embargo, las categorías raciales no sólo tiñen sino que a veces
condicionan nuestra percepción social. Están presentes en la conformación de
grupos profesionales, en los mensajes que transmiten los medios de comunicación
o en los llamados a los concursos de belleza... el racismo existe no obstante
que los términos raciales, suprimidos en los procedimientos de identificación
pública, no tienen circulación oficial. Pero un fenómeno por encubierto y hasta
negado, no deja de ser menos real." Véase Buscando un Inca, Lima,
Editorial Horizonte, 1994, p. 215. Igualmente, en el caso de México, Raúl BÉJAR
dice que "es un lugar común decir que en el país no existe discriminación
racial..."; pero es posible afirmar que "el prejuicio ha crecido en
la historia cultural de México..." y que esto afecta "especialmente
al indio o casi indio.. a los negros... y los chinos...". Véase BÉJAR, R.,
El Mexicano, aspectos culturales y psicosociales, UNAM, México, 1988, pp.
213-214.
24. Véase sobre esto COUSIÑO, C.,
y VALENZUELA, E., Politización y Monetarización en América Latina, Santiago,
Cuadernos del Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de
Chile, 1994.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario