"ABYA YALA: TIERRA EN PLENA MADUREZ"

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Identidad colombiana en Fernando González Ochoa. Luis Alexánder Aponte Rojas






Suramérica como vanidad y mentira El punto de partida, para hablar de identidad en González, es la afirmación de que en Suramérica, cuyo mapa “se parece a un jamón con tres grandes venas […] y que se encuentra amarrado a Norteamérica por una débil longaniza”13, no hay nada original, nada propio, puesto que este continente ha sido producto de la copia e imposición de modelos e ideologías ajenas, un territorio que carece de substancia, porque “vanidad significa carencia de sustancia; apariencia vacía […] Acto de vanidad es el ejecutado para ser considerado socialmente. Aparentar es el fin social del vanidoso”14. Suramérica, entonces, es un territorio vanidoso, al que poco le importa el ser, más aún, éste se ve desplazado por el parecer. “Hemos agarrado ya a Suramérica: Vanidad. Copiadas constituciones, leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas, copiados; copiadas todas las formas”15. Pareciera que Suramérica ha desviado su destino desde el mismo momento en que los conquistadores españoles arribaron a este territorio, le hurtaron su esencia y le privaron de ejercer un papel protagónico en la historia de la humanidad, haciendo de éste el Continente de la apariencia. Por eso le es indispensable recuperar su ser, ese mismo ser que desapareció con la conquista y mutó en parecer, puesto que una auténtica manifestación de la cultura sólo se da desde el ser verdadero y no desde la apariencia, desde un ser  ajeno o impuesto, y debido a que lo aparente es apenas una imagen representativa de la esencia o intimidad. Se debe tener en cuenta que: Ambicioso de oro llegó Cristóbal Colón a esta tierra donde habitaba una raza adaptada y hermosa: quince o veinte millones de hombres fuertes y de costumbres naturales. Con él vinieron, con Cristóbal, los hombres que más deseaban oro el la Europa en “crisis”, los más ambiciosos y los más aventureros. En cien años sólo quedaron cinco millones de indios, y un fraile, el Padre las Casas, se hizo célebre porque los defendía. Asesinados cruelmente o diezmados por las minas, como esclavos, fueron sustituidos por negros de Dahomey. También llegaron al Nuevo mundo ingleses, franceses y portugueses ambiciosos. Y sacerdotes católicos de todas las razas que robaban oro para el rey y conciencias para el cielo. Sacerdotes ingleses, españoles y franceses que vinieron a fecundar a las pocas indias que aún quedaban. Este continente soleado fue el suave colchón de la sensualidad cosmopolita. Se dividió todo esto en castas rivales. Ser blanco, sin mezcla, era una gloria. Los mulatos, mestizos y zambos fueron engendrados por inmigrantes que tenían desarrollada la conciencia del pecado: así se explica el alma atormentada, triste de los iberoamericanos, somos los hijos del pecado16. El habitante de Suramérica, entonces, está llamado a luchar contra todos aquellos factores exógenos a partir de los cuales se ha constituido este territorio, puesto que el ser suramericano, y dentro de él el colombiano, sólo es manifestación de una esencia que no es propia, sino apariencia vacía. Los habitantes de los países del continente suramericano, en suma, no son más que seres vanidosos, con vergüenza de su propia madre o, en términos de José Martí, en Nuestra América, del delantal indio que les correspondió en suerte. Así, González, como predicador de la personalidad se siente llamado a instigar a los habitantes de estas tierras para hacerlos salir de esta aberración de querer ser otro distinto de lo que se es, habiéndose dado cuenta de que en Suramérica se establece un estilo de comportamiento, producto de estas actitudes de imitación. Posiblemente lo único que pueda tener de original esta cultura es su capacidad de copiar y reproducir modelos extranjeros, importados, por eso nada han sido capaces de parir, sino que “rezan como en Europa, legislan como en Europa y orinan como en Europa”17. Así, y siendo la verdadera obra el vivir la vida, la autoexpresión; en los países suramericanos esta vida carece de raíces, por lo que la autoexpresión es inexistente, nada hay de original. Desde luego esto tiene un fundamento histórico: En cuanto negros, somos esclavos, propiedad de europeos, fuimos prostituidos. En cuanto indios, fuimos descubiertos, convertidos; discutieron “si teníamos alma”; rompieron nuestros dioses; nos prostituyeron moral, religiosa, científicamente. En cuanto españoles, somos criollos, sin poder “probar la pureza de sangre”. Lo peor: que somos mezcla de las tres sangres; ocultamos como un pecado a nuestros ascendientes negros e indios. Somos seres que se avergüenzan de sus madres, o sea, los seres más despreciables que pueda haber en el mundo. En realidad, tal mezcla es un bien; pero en la conciencia tenemos la sensación del pecado. Vivimos, obramos, sentimos el complejo de la ilegitimidad. Por eso el suramericano simula europeísmo; por eso es dilapidador, prometedor, incapaz: porque tiene vergüenza del negro y del indio. Pregunto: ¿puede el suramericano vivir como europeo; competir con el europeo? No, porque es mulato. Su individualidad es mulata. Mientras simule, será inferior. La grandeza nuestra llegará el día en que aceptemos con inocencia (orgullo) nuestro propio ser18. Lo que el suramericano es, no lo es por azar, es producto de la historia de la conquista en la que una cultura dominante convirtió a los habitantes de Suramérica en una raza híbrida, violentada en su ser y convertida en una cosa distinta de lo que originalmente era, de ello se desprende su vergüenza por el indio y por el negro y su exagerada admiración por el blanco, al punto de simular europeísmo donde quiera que se encuentre. Suramérica se ha dejado poseer, entonces, por el demonio de querer ser otro, en este caso de querer ser lo que es el europeo, dando lugar a una mentalidad servil y colonial. Por eso, el mismo Fernando González afirma al respecto de la obra en la que expone esta problemática: “En los Negroides, examiné dramáticamente, o sea, partiendo de mi personita, eso que se llama vanidad, mentira, estar dominado por el demonio de querer ser otro, el complejo colonial, etc”19. La propuesta de González parte de la idea de que Suramérica debe aceptar su propio ser, que en otros términos no es más que construir un proyecto liberador tendiente a superar la condición de hibridez, producto de la opresión de los ilegítimos dueños de estas tierras. Por ello, tal proyecto debe tener como objetivo la afirmación de la personalidad suramericana, puesto que al hombre de estas tierras aún le falta crear al hombre. A ejemplo de Nietzsche, quien afirmara que el hombre es algo que debe ser superado, González considera que este continente, hasta ahora, sólo ha estado habitado por animales, apenas, parecidos al hombre. En cuanto a la caracterización realizada por González, la vanidad no es el único componente propio de esta cultura suramericana, como producto de la conquista. A través de la llegada del catolicismo, aparece también la conciencia de pecado, ocasionada por ser diferentes a los europeos, portadores del auténtico ser. Tal conciencia de pecado genera un profundo sentimiento de culpa en nuestra cultura, además de suscitar entre sus miembros el anhelo de ser otro distinto al que se es y de no aceptar su realidad como propia, generando, a su vez, una mala conciencia. Por eso Manjarrés, el Maestro de Escuela, podría tipificar perfectamente a la cultura suramericana en su composición: “Tenía conciencia de pecado. Este modo furtivo se encuentra en la especie humana; los otros animales…; sólo un perro danés, propiedad de una beata, ha tenido algo muy remoto, del aire de los tímidos. ¿De dónde más, sino de que la personalidad humana es compuesta, puede provenir la conciencia de pecado? ¿Cómo explicar al tímido?”20. Además, en Manjarrés, como en Suramérica, también se halla la mala conciencia: “¿Qué sucedía? Que el ser ‘tenía la culpa de su fracaso’ se consumía y entraba en la muerte. Por consiguiente, Manjarrés se sentía culpable; a medida que Josefa se moría. Él adquiría la mala conciencia”21. De tal forma, sentirse culpable, deudor de un pasado que no ha posible superar y del conquistador, genera una mala conciencia, que impide la liberación del hombre suramericano, a la vez, el surgimiento de ese principio claro, original de nuestro Ser. Llevamos el pasado como una herencia a la que nos es imposible renunciar, y seguimos rindiéndole culto, cada vez que nos es posible, al usurpador de nuestro Ser. El punto de partida para la superación de la actitud colonial y vanidosa existente entre los habitantes de este continente es la posibilidad de conocerse a sí mismo y de autoexpresarse sin sentir vergüenza de lo propio, de aquello que el ancestro indígena les ha dejado como herencia, tratando de enfrentar lo que venga a perturbar la comunión con el mundo en que les correspondió vivir y, sobre todo, a hacerlos habitar mundos que no les son propios y que resultan dañinos por ser mundos de apariencia y de mentira, los cuales sólo causan vergüenza de lo propio. Entonces, “El camino que debemos seguir sería comenzar por conocernos a nosotros mismos. Tomarnos a nosotros mismos en nuestro mundo, en el mundo en que vivimos. Aquí empezamos destripando los conceptos abstractos, prejuicios heredados o impuestos y sacamos la vivencia del cascarón de los ídolos”22. Resulta claro que la vanidad, característica propia del habitante de estas tierras, debe combatirse y debe florecer el orgullo de sí, la egoencia, que se proyecta como una fuerza poderosa capaz de sacar al hombre de esa actitud, que ha adquirido, de querer parecer y proyectar su ser desde lo que no es (con razón se puede afirmar que lo peor que poseemos es el gran poder de imitación que tenemos). Por ende, Suramérica, desde la perspectiva de Fernando González, se proyecta como “una raza en gestación; es el horno del hombre futuro; patria de cosas nuevas. Aquí es donde puede renovarse la expresión humana. El suramericano es hoy un animal apenas parecido al hombre”23. Aquí, además, como no se ha dado hasta ahora, debe tener lugar el surgimiento de una auténtica cultura, entendida como “el conjunto de las respuestas que brinda el espíritu a la vida: a las necesidades, reclamaciones e inquietudes de la existencia en el mundo”24. De lo que se trata, entonces, es del surgimiento de la gran conciencia. 


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