En el siglo XIV la civilización árabe
entra en un período de recesión y decaimiento. Desde el este al oeste su
antigua gloria se marchita. En Al-Andalus la Reconquista iba recuperando lenta
pero inexorablemente las ciudades más importantes del sur de la Península y
tras la derrota almohade en las Navas de Tolosa (1212) el avance cristiano se
aceleró. Un siglo más tarde sólo el reino nazarí de Granada gozaba de cierto
prestigio.
Ibn Jaldún nació el 27 de mayo de 1332
en Túnez. Los datos de que disponemos sobre su vida los debemos al propio
historiador quien redactó su autobiografía, algo bastante inusual para aquella
época y más excepcional aun en el mundo árabe. Sabemos que procedía de una
vieja familia árabe oriunda de Hadramawt, ligada a las luchas políticas de los
orientales, y que emigró a Occidente para establecerse en Al-Andalus (primero
en Carmona y luego en Sevilla). El empuje cristiano obligó a la familia Banu
Jaldún a cruzar nuevamente el estrecho y, tras pasar un tiempo en Ceuta,
finalmente se instalaron en Túnez, donde nacerá Ibn Jaldún.
Los primeros años de su vida los pasó
en Túnez donde recibió una educación acorde con su estatus. Junto con los
estudios del Corán y del Hadit (lengua árabe y jurisprudencia), estudió
filosofía y ciencias sociales. En 1349 sus padres y sus profesores murieron a
causa de la epidemia de peste que azotó la ciudad. Tras este suceso se inicia
una nueva etapa en la vida de Ibn Jaldún que le llevó a trabajar al servicio de
los sultanes más influyentes del norte de África. Durante estos años destaca su
estancia en Fez, en la corte de Abu Iman, donde retomó el estudio de las
ciencias tradicionales y se aventuró en el mundo de las ciencias puras (matemáticas
y astronomía).
En 1362 estuvo en Granada al servicio
del rey nazarí Muhammad V. Allí desempeñó distintos cargos, entre los que
sobresale la misión diplomática ante la corte del rey castellano Pedro I
(situada en aquel momento en Sevilla) para tratar las condiciones de la tregua
alcanzada entre ambos reinos. El monarca castellano, impresionado por la
personalidad de Ibn Jaldún, le invitó a pasarse a su “bando”, invitación que
éste rechazó. Uno de los rasgos de la vida del historiador árabe fue su
continua participación en distintas conspiraciones e intrigas palaciegas, lo
que implicó que cambiase en numerosas ocasiones de señor y fuese destituido e
incluso encarcelado en algún momento.
En 1375 decidió retirarse a la
fortaleza de Beni Salama. Los cuatro años que estuvo recluido en ella
voluntariamente los dedicó a la elaboración de la que será su gran obra
histórica: Al-Muqaddima (Los Prolegómenos). En 1379 abandonó su
enclaustramiento y se dirigió nuevamente a Túnez donde comenzó a difundir su obra.
Tan sólo tres años más tarde se embarcó rumbo a Alejandría. Egipto, gobernada
por los mamelucos, le acogió de manera entusiasta y le nombró cadi. El último
episodio de su vida política fue la embajada que encabezó para encontrarse en
Damasco con Tamerlán, caudillo tártaro cuyo ejército sitiaba la ciudad y
buscaba la conquista del mundo musulmán. Murió el 17 de marzo de 1406.
Ibn Jaldún fue autor de numerosas
obras de derecho, literatura, religión y filosofía, la gran mayoría de las
cuales no ha llegado hasta nosotros. Su reconocimiento, no obstante, se debe
menos a las aportaciones realizadas en estas materias que a su labor de
historiador. Aunque en este campo no cuenta con una abundante producción, las
pocas obras que escribió son de una gran trascendencia. Dentro de sus trabajos
históricos destaca (no por su calidad, sino por ser bastante inusual) su
autobiografía. En ella recoge sus vivencias aunque, de acuerdo con los hábitos
de su tiempo, sólo centra su atención en los hechos y no plasma sus emociones
ni recoge ningún elemento psicológico.
Su Historia Universal (Kitab al-Ibar),
también conocida como Historia de los Bereberes, relata en siete volúmenes la
historia árabe-islámica desde la creación del mundo hasta el siglo XIV. De los
siete volúmenes tan sólo el primero goza de un especial reconocimiento. Se
trata de la Introducción a la Historia Universal (o Los Prolegómenos). Tal ha
sido la repercusión de este volumen que desde hace dos siglos se publica por
separado y como una obra independiente, sin duda porque es en él donde Ibn
Jaldún condensa todo su pensamiento. Logra captar el sentir profundo de los
hechos históricos y abstraer las causas que los motivan, adelantándose de este
modo a la historiografía decimonónica europea.
Los Prolegómenos pueden ser definidos
como una introducción al trabajo del historiador o como una enciclopedia
sintética de los conocimientos metodológicos y culturales necesarios para
confeccionar una historia basada en criterios científicos. Su autor realiza un
complejo análisis de la sociedad, sin omitir ningún detalle. Busca comprender
los fundamentos del comportamiento social de los seres humanos, los procesos
básicos del desarrollo histórico y las motivaciones de las personas. En otras
palabras, nos hallamos ante un compendio de la historia del hombre.
La obra se divide en seis capítulos.
En el primero trata sobre la sociedad, sobre el mundo físico donde habitan los
grupos y las comunidades y de cómo ese entorno les influye. El segundo estudia
las sociedades rurales o primitivas. El tercero analiza las formas que adoptan
los estados y los gobiernos, es decir, las instituciones que constituyen las
comunidades humanas. El cuarto profundiza en las sociedades urbanas y más
evolucionadas. El quinto ahonda en los modos de vida de la humanidad. Y en el
último sugiere los medios para transmitir las artes y la cultura.
La concepción universal del saber de
Ibn Jaldun hace que profundice en diversas disciplinas, de las que la
sociología y la economía juegan un papel muy destacado. Ambas materias son
tratadas extensamente en Al-Muqaddima, y de ellas extrae conclusiones parecidas
a las que los filósofos de la Ilustración e incluso los marxistas enunciarán
siglos más tarde.
A modo de resumen basta decir que, en
el ámbito social, Ibn Jaldun postula que el hombre no puede vivir aislado, sino
que necesita hacerlo en sociedad, obligado por las condiciones naturales que le
rodean: las sociedades, estructuradas en familias o clanes, se organizan por un
espíritu de grupo y son dirigidas por el clan más poderoso, cuyo poder, aunque
respetado, puede ser alcanzado por cualquiera de los demás. La religión no es
un factor determinante para estos grupos, quienes pueden regirse por normas
civiles, aunque la sociedad será tanto más perfecta cuanto más influenciada se
encuentre por la religión. El último estadio de la organización humana lo
constituyen las sociedades sedentarias que, al aumentar en número, pierden la
identidad grupal y se hacen más débiles, quedando a merced de la invasión de
otros grupos guiados por un jefe tribal o despótico, lo que inicia nuevamente
el ciclo. Junto al componente socio-político, enuncia en el ámbito económico
teorías sobre la especialización de la sociedad, la acumulación de la riqueza y
las crisis económicas.
Ibn Jaldún plantea una teoría de la
historia basada en planteamientos empiristas y positivistas. Dada la
complejidad de su pensamiento, nos limitaremos a resumir sus principios
fundamentales con apoyo en las tesis de Miguel Cruz Hernández. Ibn Jaldún parte
de que la historia ha de estar fundamentada en el análisis de hechos concretos
que siempre tienen una explicación causal. Hay que tener presentes los
caracteres psicológicos de los grupos humanos, los caracteres económicos y
sociales y los acontecimientos políticos que condicionan el proceso histórico.
Se debe buscar la explicación de los hechos históricos, siempre que sea
posible, en las causas naturales. Por último, la finalidad de la historia es
sociológica pues tiene como objetivo estudiar la situación social del hombre e
informar de los fenómenos que la afectan. Todo lo cual hace que la unidad
histórica no la formen los individuos, ni los estados, sino los grupos sociales
homogéneos. Los individuos concretos protagonistas de la historia no son
conductores individuales de la masa sino un producto engendrado por dichos
grupos.
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