Alonso Sánches de Huelva |
En
la madrugada del día 12 de Octubre del año 1492 surgió, desde la carabela
castellana “Pinta”, ya próxima a las costas atlánticas americanas, la grave voz
del lepero Rodrigo de Triana anunciando la presencia de tierra firme. En ese
mismo instante, daría comienzo uno de los mayores hitos de la Humanidad, como
fue el Descubrimiento de América desde un punto de vista histórico, un gran
acontecimiento en el que las tierras y los marinos onubenses coadyuvaron a su
consecución.
Tal
hecho es reflejado por el Almirante genovés Cristóbal Colón en su 'Diario de a
bordo' en tales términos: “..Navegó al Oessudoeste. Tuvieron mucha mar y más
que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la
nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo y tomaron otro palillo
labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace
en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña también vieron otras señales
de tierra y un palillo cargado de escaramujos. Con estas señales respiraron y
alegráronse todos. Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, veintisiete
leguas.
Después
del sol puesto, navegó a su primer camino, al Oeste; andarían doce millas cada
hora y hasta dos horas después de media noche andarían noventa millas, que son
veintidós leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba
delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas que el Almirante había
mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana;
puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de
popa, vio lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese
tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repostero de estrados del Rey, y díjole
que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y viola; díjole también a
Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina enviaban en el armada por
veedor, el cual no vio nada porque no estaba en lugar do la pudiese ver.
Después de que el Almirante lo dijo, se vio una vez o dos, y era como una
candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser
indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra.
Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbraban decir y cantar a su
manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestólos el Almirante
que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y
que al que le dijese primero que veía tierra le daría luego un jubón de seda,
sin las otras mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil
maravedís de juro a quien primero la viese.
Representación de la llegada de Cristóbal Colon a estas tierras de América |
Existen
dos crónicas literarias, llamadas las “Sagas de los Groenlandeses” o las “Sagas
de Eric el Rojo”, que datan del siglo XIII y que narran diversas expediciones y
asentamientos vikingos en América del Norte, en concreto, en Terranova. En
efecto, en el año 1000 d.C., Leif Erikson, hijo de Eric el Rojo, efectuaría una
expedición rumbo al Oeste de Groenlandia, ya que supo de la existencia
Las
tierras halladas por los vikingos en este periplo fueron las formadas por la
Isla de Baffin, que denominaron Helluland. Pero, al hallar gran cantidad de
terreno pétreo, decidieron proseguir el viaje y tomaron rumbo al sur, donde
hallarían una tierra cubierta de bosques, desembarcando ahora sí en la
península del Labrador, la cual denominaron Markland. Adentrándose de nuevo
hacia el sur, la expedición encontró una nueva tierra en la cual abundaban,
según las crónicas, muchas praderas pobladas de vegetación, ríos repletos de
pescados y viñedos, por lo que denominaron a esta tierra Vinland, y donde
todavía hoy pueden admirarse los restos del asentamiento vikingo de L´Anse aux
Meadows, localizado en Terranova, Canadá. No obstante, la colonización vikinga
en Norteamérica duró muy pocos años, abandonando los escandinavos estas lejanas
tierras por causa de un súbito enfriamiento del clima, luchas de poder internas
y continuas guerras con las poblaciones indígenas americanas.
Así
las cosas, y demostrada por la arqueología y dos fuentes escritas la presencia
vikinga en tierras de América del Norte, retomemos nuevamente ahora el
propósito colombino efectuando unas preguntas clave: ¿Por qué tenía Cristóbal
Colón tan firme idea de la existencia de tierras más allá del océano? ¿Tenía
datos fidedignos de éxito de la realización de tan arriesgada empresa
descubridora? ¿Su convicción era tan fuerte porque sabía con antelación lo que
hallaría más allá del horizonte?
Estas
preguntas sólo pueden ser respondidas atendiendo a los escritos y las obras de
diversos y destacados cronistas españoles tanto contemporáneos como posteriores
al Descubrimiento, quienes en sus obras aportan informaciones y datos que
confirmarían que el Almirante genovés pudo conocer de antemano la existencia de
lejanas tierras en base a accidentales llegadas de otros marinos.
Bartolomé de las Casas |
Igualmente,
afirma Las Casas: “...Colón quiso inquirir dél la causa y el lugar de donde
venía, porque algo se le debía traslucir por secreto que quisiesen los que
venían tenerlo, mayormente viniendo tan maltratados, o porque por piedad de
verlo tan necesitado el Colón recoger y abrigarlo quisiese, hobo, finalmente de
venir a ser curado y abrigado en su casa, donde al cabo diz que murió; el cual
en recognoscimiento de la amistad vieja o de las aquéllas buenas y caritativas
obras, viendo que se quería morir descubrió a Cristóbal Colón todo lo que les
había acontecido y dióle los rumbos y caminos que habían llevado y traído, por
la carta de marear y por las alturas, y el paraje donde esta isla dejaba o
había hallado, lo cual todo traía por escripto”.
Esta
historia, que muchos autores pretendieron identificar con la leyenda, hace
referencia al marinero onubense Alonso Sánchez, el protagonista de la
denominada por la historiografía 'Leyenda del Piloto Desconocido'. También,
este mismo hecho es mencionado en la obra 'Historia General de las Indias' del
cronista Francisco López de Gómara (1511-1566) en tales términos: “Navegando
una carabela por nuestro mar Océano tuvo tan forzoso viento de Levante y tan
continuo, que fue a parar en tierra no sabida ni puesta en el mapa o carta de
marcar. Volvió de allá en muchos más días que fue; y cuando acá llegó no traía
mas que al piloto y a otros tres o cuatro marineros, que, como venían enfermos
de hambre y de trabajo, se murieron dentro de poco tiempo en el puerto. He aquí
cómo se descubrieron las Indias por desdicha de quien primero las vio, pues
acabó la vida sin gozar de ellas y sin dejar, a lo menos sin haber memoria de
cómo se llamaba, ni de donde era, ni que año las halló. Bien que no fue culpa
suya, sino malicia de otros o envidia de la que llaman fortuna”.
Prosigue
López de Gómara afirmando: “...concuerdan todos en que falleció aquél piloto en
casa de Cristóbal Colón, en cuyo poder quedaron las escrituras de la carabela y
la relación de todo aquél largo viaje, con la marca y altura de las tierras
nuevamente vistas y halladas”. Y concluye el cronista: “Muertos que fueron el
piloto y marineros de la carabela española que descubrió las Indias, propuso
Cristóbal Colón irlas a buscar”.
Por
su parte, otro cronista, el inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) afirma en su
obra 'Comentarios Reales de los Incas' lo siguiente: “Cerca del año de mil y
cuatrocientos y ochenta y cuatro, un piloto natural de la villa de Huelva, en
el Condado de Niebla, llamado Alonso Sánchez de Huelva, tenía un navío pequeño,
con el cual contrataba por la mar, y llevaba de España a las Canarias algunas
mercaderías que allí se le vendían bien, y de las Canarias cargaba de los
frutos de aquellas islas y las llevaba a la isla de la Madera, y de allí se
volvía a España cargado de azúcar y conservas. Andando en ésta su triangular
contratación, atravesando de las Canarias a la isla de la Madera, le dio un
temporal tan recio y tempestuoso que no pudiendo resistirle, se dejó llevar de
la tormenta y corrió veinte y ocho o veinte y nueve días sin saber por dónde ni
adónde, porque en todo este tiempo no pudo tomar el altura. Padecieron los del
navío grandísimo trabajo en la tormenta, porque ni les dejaba comer ni dormir.
Al cabo de este largo tiempo se aplacó el viento y se hallaron cerca de una
isla; no se sabe de cierto cuál fue, mas de que se sospecha que fue la que
ahora llaman Santo Domingo: y es de mucha consideración que el viento que con
tanta violencia y tormenta llevó aquel navío no pudo ser otro sino el solano,
que llaman leste, porque la isla de Santo Domingo está al poniente de las
Canarias, el cual viento, en aquel viaje, antes aplaca las tormentas que las
levanta.
El piloto saltó a tierra, tomó el altura y
escribió por menudo todo lo que vio y lo que le sucedió por la mar a ida y a
vuelta, y, habiendo tomado agua y leña, se volvió a tiento, sin saber el viaje
tampoco a la venida como a la ida, por lo cual gastó más tiempo del que le
convenía. Y por la dilación del camino les faltó el agua y el bastimento, de
cuya causa, y por el mucho trabajo que a ida y venida habían padecido,
empezaron a enfermar y morir de tal manera que de diez y siete hombres que
salieron de España no llegaron a la Tercera más de cinco, y entre ellos el
piloto Alonso Sánchez de Huelva. Fueron a parar a casa del famoso Cristóbal
Colón, genovés, porque supieron que era gran piloto y cosmógrafo y que hacía
cartas de marear, el cual los recibió con mucho amor y les hizo todo regalo por
saber cosas acaecidas en tan extraño y
largo naufragio como el que decían haber padecido.
....Este fue el primer principio y
origen del descubrimiento del Nuevo Mundo, de la cual grandeza podía loarse la pequeña
villa de Huelva, que tal hijo crió, de cuya relación, certificado Cristóbal
Colón insistió tanto en su demanda, prometiendo cosas nunca vistas ni oídas,
guardando como hombre prudente el secreto de ellas, aunque debajo de confianza
dio cuenta de ellas a algunas personas de mucha autoridad cerca de los Reyes
Católicos, que le ayudaron a salir con su empresa, que si no fuera por esta
noticia que Alonso Sánchez de Huelva le dio, no pudiera de sola su imaginación
de cosmografía prometer tanto y tan certificado como prometió ni salir tan
presto con la empresa del descubrimiento, pues, según aquel autor, no tardó
Colón más de sesenta y ocho días en el viaje hasta la isla de Guanatianico, con
detenerse algunos días en la Gomera a tomar refresco que, si no supiera por la
relación de Alonso Sánchez qué rumbos había de tomar en un mar tan grande, era
casi milagroso haber ido allá en tan breve tiempo”.
Alonso Sánchez |
Como
se aprecia, es común en estos cronistas de Indias la referencia al 'Piloto
Desconocido' a la hora de establecer los orígenes del Descubrimiento, marino a
quien elevan como la máxima inspiración para la ejecución de la empresa
colombina en base a su supuesto viaje más allá del Atlántico; sin embargo, y
pese a que existen más autores de los siglos modernos que mencionan al onubense
Alonso Sánchez como el precursor del Descubrimiento, no existen a día de hoy
estudios suficientemente especializados que ahonden en esta teoría, sino que,
como vemos, estamos ante una tradición oral común en los conquistadores españoles
que fue puesta por escrito por algunos de los más destacados cronistas de la
época, bien por enaltecer la preponderancia hispánica frente al descubridor
extranjero una vez que éste cayó en desgracia para la Monarquía, o bien,
llegado el caso, por defender la verdad de lo acontecido. Sea como fuere, y
puesto que los documentos antiguos han de analizarse con sumo cuidado a fin de
no arrastrar intencionalidades y propagandas determinadas, sólo pongo de
manifiesto una leyenda con visos de veracidad en algunos aspectos que otorgan
un protagonismo, aun mayor, a los expertos marinos de Huelva en la hazaña
descubridora de comienzos de la Edad Moderna y que tantas glorias daría los
siglos siguientes a la nación española.
Alonso Sánchez de Huelva. El primero en llegar a tierras de la hoy América |
El
profesor Juan Manzano pone el acento en los relatos que en el siglo XVI y XVII
hicieron, respectivamente, el licenciado
Baltasar
Porreño y Gonzalo de Illescas. Esas literaturas nos hablan de “un cierto
marino, cuyo nombre hasta ahora no se sabe ni de dónde partió ni qué viaje
llebava, mas que andava por el Mar Océano de Poniente…”.
El
dicho marino, al parecer, se vio zarandeado en medio de su travesía por una
tormenta de las legendarias, las que hunden a uno en el fondo del mar o le
elevan al mundo de los dioses. Al parecer, a este hombre tuvo la segunda de
esas suertes, pues fue a parar a un mundo “fuera de toda conversación y noticia
de lo que los marineros savian (…), adonde vio por los ojos tierras extrañas
nunca vistas ni oídas”.
¿Qué
oficio desarrolló allí aquella tripulación? Nada sabemos. ¿Fueron ellos los que
vieron y cataron aquellas perlas de las que Colón parecía prendado? Tal vez,
pero el caso es que por muy bellas y fértiles que fueran las tierras a las que
arribaron, a los hombres les gustan siempre más las suyas propias, aunque sean
más yermas, de modo que un indefinido tiempo después se hicieron a la mar con
la buena suerte, porque eso fue y no desgracia, que otra tormenta la tramó con
ellos y llevó al anónimo explorador a la isla de Madeira, donde estaba entonces
el vivillo Colón, en cuyos brazos expiró el desdichado piloto no sin antes
contar cuantos secretos marítimos aquella mortal aventura le había reportado.
¿Dónde
pudieron encontrar inspiración esos autores de los siglos XVI y XVII? Pues lo
cierto es que ya antes que ellos otros habían deslizado pistas de interés para
construir una historia así.
Por
ejemplo, Gonzalo Fernández de Oviedo (Historia General y Natural de las Indias,
Sevilla, 1535) legó lo siguiente a las generaciones venideras:
“Quieren
decir algunos que una carabela que desde España pasaba para Inglaterra (…) le
sobrevinieron tales e tan forzosos tiempos, e tan contrarios, que hobo
necesidad de correr al Poniente tantos días, que reconosció una o más de las
islas destas partes e Indias (…) e que después le hizo tiempo a su propósito y
tornó a dar la vuelta…”
Oviedo
relata la muerte de toda la tripulación y añade:
“dícese
que, junto con esto, que este piloto era tan íntimo amigo de Cristóbal Colón
(…) y en mucho secreto dio parte dello a Colom, e le rogó que hiciese una carta
y asentase en aquella tierra que había visto”
¿Quién
era este desconocido marino? ¿De qué tierra partió? ¿Dónde le encuentra Colón?
Según algunos, era andaluz y Colón se tropieza con él en Madeira; según otros,
era vizcaíno y el futuro Almirante le encuentra moribundo en Cabo Verde o en
Porto Santo.
¿Qué
dice el hijo de Colón, Hernando, al respecto? Por supuesto, nada claro, no vaya
a ser que le quiten los entorchados de Almirante a su padre, pero no puede
soslayar en el capítulo IX de su Historia del Almirante los relatos que se
contaban sobre las hazañas de navegantes como Pedro Correa, Martín Vicente,
Pedro Velasco o el portugués Vicente Díaz, todos los cuales parecen tener
noticias –o al menos indicios- de islas y tierras ignotas situadas al poniente.
Pero
más claro es el cronista Francisco López de Gómara: “he aquí cómo se
descubrieron las Indias por desdicha de quien primero las vio, pues acabó la
vida sin gozar dellas”. Y a continuación explica cuanto ya sabemos a propósito
de la muerte del piloto anónimo en brazos de Colón y el trasvase de
conocimientos del muerto al vivo.
Incluso
el reconocido Bartolomé de Las Casas se hace eco del suceso y habla del
desconocido descubridor, “el cual”, escribe el dominico, “en recognoscimiento
de la amistad vieja o de aquellas buenas y caritativas obras, viendo que se
quería morir, descubrió a Cristóbal Colón todo lo que les había acontecido y
dióle los rumbos y caminos que había llevado y traído”
UN
ENCUENTRO DECISIVO
Si
los cronistas tienen razón y la propuesta de Juan Manzano es cierta, debemos
preguntarnos ¿dónde y cuándo tuvo lugar ese encuentro? ¿Fue en Porto Santo?
¿Fue en Azores? ¿Fue en Madeira?
No
hay acuerdo entre los que citan el suceso. Oviedo escribió que unos “dicen que
Colón estaba entonces en la isla de la Madera e otros quieren decir que en la
de Cabo Verde, y que allí aportó la carabela que he dicho”. Gómara prefiere ver
el encuentro en Cabo Verde, mientras que Bartolomé de Las Casas se queda con
Madeira, donde sabe, según él mismo escribió, que Colón residió durante un
tiempo. Y allí cree Manzano ver el escenario “donde tuvo lugar el decisivo
encuentro de los protonautas con el futuro descubridor de América”. Por tanto,
no sería en Porto Santo.
¿Y
cuándo? En eso, tras calcular lo que se sabe de las andanzas comerciales del
escurridizo Colón, Manzano se inclina por el año 1478.
Pero,
por supuesto, para que ese encuentro fuera posible y tuviera la trascendencia
que todos le suponen, lo primero que tenemos que admitir es la propia
existencia del piloto, de su nave derrotada y de su viaje fatal. ¿Qué dicen las
crónicas al respecto?
No
hay tampoco acuerdo absoluto entre los autores de aquellas narraciones sobre
por dónde iba la nave desdichada antes de que una tormenta la arrojara a los
pechos tremendos de la Mar Océana y se viera zarandeada hasta encallar en
alguna ignota cala o arrecife. Oviedo propone como ruta de esta nave la que
uniría un puerto español con Inglaterra, pero entonces habría un inconveniente
terrible para creer el resto de la historia y que ya hizo notar algún autor
avisado, como Taber: en esa posible ruta no hay ni vientos ni corrientes
capaces de derrotar así una nave como para llevarla sin comerlo ni beberlo al
Caribe.
Miremos
por tanto a otro lado. López de Gómara prefiere creer que el buque iba de
camino entre Canarias y Madeira, e incluso se ha dicho que llegaba de Guinea. Y
entonces sí hay contexto marítimo como para que tal accidente se produjera
debido a los vientos y corrientes imperantes en la zona.
Tenemos,
por tanto, ya al barco en manos de los vientos y las corrientes que le alejan
de su rumbo y destino, y tiempo después la quilla muerde la playa de alguna
isla. ¿Cuál? ¿Llegaron realmente a América? Manzano recoge la descripción de
Oviedo y ésta no nos saca de muchas dudas, pues afirma: “recosció (el piloto
perdido) una o más de las islas destas partes e Indias” –él escribe “destas”
porque su texto se redactó en América-.
Peor
nos lo pone López de Gómara al afirmar que “fue a parar en tierra no sabida ni
puesta en el mapa”. Pero gracias a los dioses, emerge la pluma cabal de Las
Casas para ofrecer un dato correspondiente al primer viaje colombino que alegra
al profesor Manzano:
“(los
indios) tenían reciente memoria de haber llegado a esta isla Española otros
hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años”
Ahí
está la prueba de la presencia de la tripulación perdida. Ellos serían, según
sus cuentas, esos “hombres blancos” de los que hablaban los indios. ¿Por qué
ellos?, se preguntará el lector, pues, según el criterio del erudito citado,
porque estuvieron en esas tierras “antes que nosotros no muchos años”; es
decir, no muchos años antes de que Colón y Las Casas se dejaran caer por allí.
Es
muy probable, casi seguro, que el profesor Manzano esté en lo cierto y su
fantástico trabajo atine con la diana, pero hay algo que no me cuadra del todo
y es cómo resuelve el concepto de “no muchos años”. ¿Cuántos son “no muchos”
para los indígenas? ¿El cómputo del tiempo de aquellos nativos coincidía con el
de Las Casas? ¿Son “no muchos años” los necesarios entre la llegada del
protonauta y la de Colón?
Recuerde
el lector, y ya se verá en breve cuando viajemos en el tiempo para acompañar al
Almirante en su histórica navegación, que la expedición española encontró en
algunas islas a hombres y mujeres de color blanco. ¿Quiénes eran? Sin duda, no
podrían ser descendientes del protonauta y sus muchachos, puesto que se acaba
de decir que anduvieron por allí “no muchos años” antes, con lo que potenciales
retoños suyos –sífilis de por medio, como enseguida se explicará- no habrían
tenido tiempo de medrar hasta ser hombres cabales a los ojos de Colón, ¿o sí?
Puede
ser que esos blancos, como avanzamos en su momento, tengan que ver con los
templarios que Antonio de la Riva nos propuso en el capítulo tercero de esta
biografía maldita del Almirante. O peor aún, con las gentes que procedentes del
cielo, según descubriremos leyendo el diario de Colón, esperaban los nativos de
aquellas tierras.
LA
ODISEA DEL PROTO-ASTRONAUTA
Imaginemos
cierta la tesis de Juan Manzano, algo que no nos resulta demasiado costoso
puesto que intuimos que es correcta en gran medida. Y una vez admitida, leamos
la reconstrucción del caso que el historiador ha realizado.
En
su opinión, el accidentado viaje de aquel buque llevó a sus ocupantes a la
región del Cibao, territorio que años más tarde don Cristóbal bautizará como La
Española. Según esta teoría, los navegantes “se detuvieron en algún otro punto
de esta isla, en la de Guadalupe y en la tierra firme del Sur (la costa de
Paria)”, pero no regresaron de inmediato, sino que permanecieron allí un
tiempo, lo que resultaría mortal para casi todos ellos, según prosigue la tesis
del profesor Manzano.
En
efecto, los cronistas –Oviedo, Gómara o Las Casas- que se ocupan de la
desgraciada fortuna de estos hombres anónimos, dibujan el dantesco espectáculo
de la muerte salpicando la nave en su regreso como si fue la espuma de mar.
Y
cuando el futuro Almirante Colón los encuentra, apenas queda un hilo de vida en
un puñado de hombres. Han muerto el capitán del buque y buena parte de su
tripulación, pero la fortuna sonríe a Cristóbal y el piloto aún es capaz de
echar un pulso a la muerte durante varios días, que son los que aprovecha Colón
para, según Manzano, adquirir los conocimientos básicos para su proyecto. En
nuestra opinión, solo fue la confirmación de lo que Colón sabía por otras
fuentes.
¿Qué
extraño mal mermó a la tripulación de la carabela derrotada?
La
explicación la cree advertir Juan Manzano en el sorprendente descubrimiento que
hace Colón años después en una zona norte de La Española, donde encuentra
varios hombres y mujeres blancos, como ya dijimos. Parecen ser bastantes, tal
vez demasiados para la explicación de Juan Manzano, creo yo.
El
caso es que el eminente estudioso propone que aquellas gentes eran el fruto de
los desahogos de la marinería perdida entre las prietas carnes de las
indígenas, y para ello trata de moldear el escenario como la ocasión merece:
unos hombres arrojados por un destino aterrador en medio de un mundo sin
nombre; unas hembras que se pasean ofreciendo sin disimulo lo que en Europa
mucho se disimulaba y más aún se tapaba; semanas de abstinencia, siempre en
vísperas de la muerte…Y ocurrió lo que parece lógico, aunque no sabemos la
opinión que esa lógica europea provocó en las zagalas desnudas de ropa y
prejuicios católicos.
Y,
como conclusión tras los meses que tales gestas requieren, nacieron los hombres
y mujeres blancos que se encontrará Colón.
Por
mi parte, ya he explicado que muchos partos me parecen a mí y que muy crecida
estaba la prole para ser hombres y mujeres hechos y derechos los que por allí
merodeaban teniendo en cuenta que habían pasado tal vez sólo dieciséis años del
accidentado desembarco de la carabela sin nombre. Pero el caso es que Manzano
lo cree así y encuentra una explicación a la enfermedad de los marineros en el
contagio al contacto con las mozas taínas, las cuales les transmitieron la
spirochaeta pallida; es decir, la sífilis, una enfermedad entonces desconocida
en Europa. Sin embargo, el propio Manzano tiene que reconocer que el asunto del
origen de esta enfermedad, que el cree americano, es “una cuestión no resuelta
todavía definitivamente por los especialistas”.
Las
Casas, en su Apologética Historia, parece coincidir en el diagnóstico al
asegurar que “es cosa muy averiguada que todos los españoles incontinentes, que
en esta isla no tuvieron la virtud de la castidad, fueron contaminados dellas
(se refiere a las bubas de la sífilis), de ciento no se escapaba uno si no era
cuanto la otra parte nunca las había tenido; los indios, hombres y mujeres, que
las tenían, eran muy poco afligidos dellas, y cuasi no más que si tuvieran
viruelas, pero a los españoles les eran los dolores dellas muy grande y continuo
tormento, mayormente todo el tiempo que las bubas no salían”.
Solo
en los momentos en los que la enfermedad comenzó a mostrar su cara más letal y
terrible, con pústulas, fiebres y dolores insoportables, aquellos marineros
perdidos y dados a la caza de la entrepierna indígena fueron conscientes de su
terrible situación e hicieron planes para regresar.
Y
entonces aparejaron su nave y buscaron el modo y manera de retornar a casa,
pero en el intento muchos murieron y solo halló con vida Colón a una ínfima ración
de la tripulación.
En
síntesis, esa es la explicación de lo ocurrido por parte del profesor Manzano.
Tal vez ocurrió así, pero sigue siendo para mi enigmático si también fue cosa
de accidente que pudiera acertar aquella gente a coger la ruta correcta de
regreso teniendo en cuenta que nunca jamás habían estado antes allí.
Otro
aspecto del debate es el origen del piloto informante de Colón. López de Gómara
habla de un “piloto español”, pero como bien aclara Manzano, eso no quiere
decir que fuera español tal y como hoy lo entenderíamos, puesto que en aquella
época el calificativo podría servir para cualquier peninsular, incluyendo los
portugueses. Las crónicas no aclaran nada al respecto. Es verdad que Las Casas
afirma haber oído que el buque había partido un infortunado día de Portugal,
pero pudiera ser que la tripulación no fuera de allí.
En
1609, mucho tiempo después por tanto, el inca Garcilaso se sacó de la manga la
leyenda de que aquel piloto era de Huelva y que atendió por el nombre de Alonso
Sánchez. Muchos han dado crédito a esa idea, caso de Edward Rosset en su novela
Cristóbal Colón. Rumbo a Cipango, pero no hay pruebas que la confirmen ni que
la desmientan.
Manzano,
muy atinadamente, advierte que si el accidente que llevó a América a aquellos
hombres tuvo lugar entre 1476-77, cuando Colón vivía en Madeira, todavía no se
había firmado el Tratado de Alcaçovas entre Portugal y Castilla, que fue
suscrito en 1479. Y, como ya hemos escrito en otro momento, fue ese documento
el que permitió a Portugal explorar en solitario la ruta de Guinea hacia las
Indias por el sur, de modo que hasta entonces era perfectamente posible que un
buque castellano anduviera por aquellas latitudes y se viera zarandeado por la
tormenta perfecta hasta encallar a la vera de las entrepiernas taínas.
Ahora
bien, si todo esto fue así y si el gran secreto de Colón fue justamente aquella
información privilegiada que le confió antes de expirar el piloto desconocido,
¿cómo es que luego ha escrito sobre ello tanta gente? ¿Qué extraño secreto era
ese?
El
profesor Juan Manzano explica el caso diciendo que seguramente se comenzó a
divulgar después de una de las noches más extraordinarias de la historia de la
humanidad, la del 9 al 10 de octubre de 1492 –a ella regresaremos como se
merece en capítulos venideros-, cuando Colón se ve obligado a contar su secreto
mejor guardado a Martín Alonso Pinzón ante la revuelta de la marinería.
Explica
el autor cuyas ideas resumimos que los descendientes de Pinzón se encargaron de
que no apareciera aquella confesión en los pleitos colombinos que se librarán
años después de modo que pudieran presentar a su antepasado, Martín Alonso,
como el hombre que entregó a Colón el plano decisivo del descubrimiento,
siniestro episodio que nos aguarda en páginas futuras. Con ello querían otorgar
a su antepasado la gloria que debiera corresponder al protonauta.
Pero
lo cierto es que si los Pinzones querían ocultar esa información para darse
ellos importancia, esta explicación no explica, sino que confunde. ¿Cómo se
pudo divulgar tanto el supuesto secreto de Colón? Manzano, tal vez porque cayó
en la misma cuenta que nosotros, atribuye esa circunstancia a aquellas frases
escritas por Las Casas sobre la presencia, según el testimonio de los nativos,
de unos hombres blancos que habían estado por allí años antes. Dice Manzano que
seguramente cuando los españoles supieron la lengua de los nativos y escucharon
esa historia ataron cabos y cayeron en la cuenta de que el Almirante sabía algo
de todo aquello.
Pero,
claro, eso suponiendo que aquellos hombres blancos fueran los de la carabela
extraviada y no otros; tal vez los verdaderos autores de los días de aquellas
gentes blancas que Colón tropezó. Unos hombres blancos y barbados, sí, pero
llegado mucho tiempo atrás.
LAS
ENSEÑANZAS DEL PILOTO MORIBUNDO
¿Qué
pudo decir en sus momentos postreros el piloto? ¿Qué enseñanzas aprendió de él
el Almirante para su futura industria?
Por
supuesto, Juan Manzano Manzano cree que toda la ciencia que Colón desplegó
sobre las olas embravecidas del Atlántico años después se debió a las
confidencias que con un hilo de voz le transmitió el infortunado navegante. Y
aunque nunca sabremos si todo lo aprendió de él, como propone este autor, o
solo confirmó lo que ya sabía, como a mi me gusta pensar, lo cierto es que el
propio Almirante nos da pistas de una misteriosa conversación con alguien en
España. Lean, si no lo creen, su Diario en las notas garrapateadas el día 30 de
Octubre, según versión posterior de Las Casas:
“…y
dice que había de trabajar de ir al Gran Can, que es muy grande, según le fue
dicho antes de que partiese de España”
¿”Según
le fue dicho antes de que partiese de España”? ¿Quién se lo dijo? Para Manzano,
sin duda fue el piloto anónimo. Otros autores, como Emiliano Jos (La génesis
colombina del descubrimiento) prefieren creer que lo había leído en la obra de
Marco Polo. No pudo ser, razona Jos, la carta de Toscanelli pues ese documento
lo había leído en Portugal y no en España. Pero eso no es lo que se dice en el
Diario. Literalmente la frase es esta: “le fue dicho”; es decir, no que lo
hubiera leído. Por tanto, alguien se lo dijo. La pregunta es quién fue ese
confidente.
Según
el autor de Colón y su secreto, la verdadera fuente de información que el Almirante
tuvo para su proeza fue lo que en pago por su caridad le ofreció el desgraciado
piloto.
¿Cuáles
fueron esos informes que confió el moribundo explorador? Pues que entre 700 y
750 leguas al oeste de las islas Canarias había una multitud de islas en las
cuales vivían gentes que, como Colón escribió en su Diario, no eran ni negras
ni blancas, sino “de la color de los canarios”. Y que por allí iban algunos
desnudos y que de isla en isla viajaban en canoas. Y entre esas islas había una
más grande, que será la que Colón bautice como La Española, que poseía dos
ricas minas de oro.
Una
de esas minas estaba en una región montañosa que los lugareños llamaban Cibao,
donde reinaba a sus anchas un jefecillo al que conocían como Caonaboa. El
extraño nombre, traducido convenientemente, entusiasmó más a Colón, puesto que
Caona significaba oro y boa podía traducirse como casa. De modo que sumó Colón
las piezas y le quedó esto: Señor de la Casa de Oro, y su mente se echó a volar
y se entusiasmó más, como escribiría Hernando Colón. Es decir, más de lo que ya
lo estaba antes de saber todos estos detalles.
Y
por el piloto aprendió que la otra mina de oro estaba más al sur. Y también
tuvo noticia de algo que nos sorprenderá más adelante: la existencia de unos
extraños pozos o agujeros abiertos por manos desconocidas, no por la
tripulación accidentada, que los encontró allí cuando llegó. ¿Quiénes pudieron
haber practicado aquellas perforaciones si los indios no disponían de
instrumentos capaces de hacerlo? Si no fueron los compañeros del piloto
anónimo, ¿de quién tenemos que sospechar? ¿Tal vez de otros hombres blancos?
¿De quiénes?
El
moribundo habló a Colón de la existencia de una isla en la que solo vivían
mujeres y a la que por allí se llamaba Matininó. Y otra isla, le dijo, estaba
poblada por terribles caníbales. Era la que recibía el nombre de Carib.
Entre
esas dos islas, que se situaban en la puerta de entrada a aquellas tierras,
había un grupo de arrecifes y pequeñas islas tremendamente peligrosas para la
navegación. En concreto, en un mapa habría que dibujarlas a 50 leguas al este,
y serán las que Colón denomine después Once Mil Vírgenes.
A
unas 70 leguas al sur de la isla que tenía minas de oro había tierra firme,
según la supuesta confesión del piloto. Sería la costa actual de Venezuela. Le
dijo que habían visto un inmenso golfo en aquella zona, que no sería otro que
el actual Golfo de Paria.
Con
esos datos, según se nos dice, Colón se hizo un pequeño, o monumental, lío.
En
primer lugar, al parecer confundió la isla de las minas de oro con Japón, el
Cipango del que hablaba Toscanelli, de modo que creyó que la tierra que había
más al oeste, que no era otra que Cuba, pertenecía a Cathay, o sea, China.
Echando
mano de la Biblia, el Almirante concluyó que aquellas ricas minas de oro que
había en la isla de marras no podían ser otras que las mismas que enriquecieron
al rey Salomón. La región aurífera del sur, la de los misteriosos pozos,
tendría que ser, se dijo, la mítica Ofir bíblica. Y también añadió de su cosecha,
según se ve, que la actual isla de Jamaica era la isla de Saba, afirmando que
de allí había salido uno de los reyes magos para adorar al Niño Jesús.
Finalmente, en su desatino al parecer creyó ver el Paraíso Terrenal en la
tierra firme de Venezuela.
Sin
embargo, mejor será que vayamos descubriendo todas estas aventuras a bordo de
la Santa María; les prometo que será cosa de un par de capítulos. No obstante,
espero que se me permita esta licencia: ¿cómo es que se atrevió a tomar
posesión de aquellas tierras el Almirante en nombre de los Reyes Católicos si
estaba tan convencido de estar a las puertas del reino del Gran Khan, señor de
muchas riquezas y general de muchos ejércitos? Recuérdese lo escrito en el
Diario el día 11 de Octubre de 1492:
“…y
dijo que le diesen por fe y testimonio como él por ante todos tomaba, como de
hecho tomó, posesión de la dicha Isla por el Rey y por la Reyna sus
señores”COLON, El Almirante sin Rostro de Mariano Fernández Urresti, editorial
EDAF
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