Ponencia presentada en el VI Encuentro de
Investigadores de arqueología y Etnohistoria. Organizado por el Instituto de
Cultura Puertorriqueña. Marzo 2005.
Las mujeres artesanas y la reproducción de la ideología tribal, de la etnicidad y de la identidad étnica a través de la alfarería
Las mujeres artesanas y la reproducción de la ideología tribal, de la etnicidad y de la identidad étnica a través de la alfarería
Iraida
Vargas Arenas
Universidad Central de Venezuela
Universidad Central de Venezuela
Resumen
Datos arqueológicos se utilizan en este trabajo para analizar con sentido histórico el papel que jugaron las artesanías –sobre todo las cerámicas-- producidas por las mujeres de las comunidades de la sociedad tribal que se manifestó en Venezuela a partir de 4000 a.p. En tal sentido, se examina cómo tales artesanías sirvieron para fortalecer las formas de organización social, la adscripción étnica y cultural de los individuos y cómo fueron expresiones de los conocimientos y saberes femeninos sobre el medio ambiente así como manifestaciones de su creatividad.
Introducción
La arqueología ha prestado una atención especial al estudio de las sociedades tribales a través de la alfarería, quizá porque en los sitios arqueológicos que testimonian la presencia de esas sociedades, la alfarería constituye el resto material más abundante. De hecho, la mayor parte de la arqueología funcionalista practicada mayoritariamente en Venezuela y el Caribe en general durante todo el siglo XX, se ha basado en la elaboración de tipologías cerámicas que han intentado reconstruir con ellas el “mental template”, vale decir, “las maneras correctas” de manufacturar esas artesanías siguiendo el “modelo mental que poseían los artesanos” (sic) (Mac Neish 1967. Traducción nuestra). Esa orientación teórica estaba basada en la difusión cultural como principio rector de la dinámica social, de manera que sus propulsores creían, siguiendo a Boas, que el aislamiento o el contacto entre grupos humanos eran factores importantes, ya que determinaban la formación tanto de centros culturales de desarrollo como de áreas marginales. Por todo lo anterior, el objetivo fundamental de las investigaciones arqueológicas dedicadas al estudio de las sociedades tribales debía consistir en hacer profusas descripciones de los materiales excavados, sobre todo de la alfarería, con el fin de poder realizar las comparaciones tipológicas con conjuntos de artefactos similares de otros lugares o países y, de esa manera, establecer los centros y rutas de difusión y los momentos cuando tal difusión tenía lugar. Simultáneamente, otras posiciones teóricas, influidas por las tesis de Leslie White (1949, 1959), usaron la cerámica para tratar de estudiar en el impacto del ambiente sobre la sociedad (Vargas, 1997).
En la llamada "arqueología histórica” el estudio de la alfarería fue abordado con las mismas herramientas conceptuales y metodológicas empleadas para el período precolonial, convirtiendo al complejo proceso social que se estaba gestando como consecuencia del inicio del capitalismo mercantil en Europa, en estilos y series, conceptos que tienen valor de nomenclatura para aspectos estéticos y formales de la mayólica o de las edificaciones (Vargas, 1998).
En este trabajo, a diferencia de lo anterior, estamos concibiendo la alfarería como manifestación de un proceso de trabajo que posibilita inferir tanto las relaciones del grupo social con el objeto de trabajo, como las relaciones sociales entre individuos que manifiestan sobre los procesos de trabajo necesarios para el equipamiento material para el trabajo, y que expresa simultáneamente códigos comunicacionales referentes de etnicidad. Esto último permite así mismo inferir las relaciones intercomunitarias. Nos centraremos básicamente en el papel de la alfarería en las relaciones sociales entre individuos, en especial el papel jugado por las mujeres tribales quienes fueron las encargadas de realizar esa artesanía, destacando, así mismo cómo estudiando los códigos comunicacionales que en ella se expresan mediante un análisis iconográfico, podemos acercarnos a los conocimientos y saberes que tenía la sociedad a la cual pertenecían esas mujeres.
La cerámica y el papel social de los géneros en las sociedades tribales
En una sociedad ágrafa, como sucede con las tribales, la socialización se realiza por vía oral y por vía práctica. Por la vía oral, se mantienen las tradiciones a través de mecanismos nemotécnicos o memorizados; por la vía práctica, se reproducen los conocimientos que están contenidos en las experiencias de las comunidades, los mecanismos cognoscitivos que suceden en el quehacer cotidiano; en este sentido, es posible concebir que cualquier individuo es un agente socializador. Sin embargo, existen diferencias en los papeles sociales de los géneros según sea la naturaleza de los conocimientos que se transmiten, vale decir, existe una especialización de funciones de los agentes socializadores dentro del cuerpo social. Aunque los mayores, los shamanes y los jefes o caciques son quienes ejercen el control, pues la sociedad tribal tiende a otorgarles la capacidad y a reconocerles como los únicos agentes que manejan aquellos conocimientos considerados fundamentales dentro del orden social: poder comunicarse con los/as dioses/as, dirigir en tiempos de crisis, etc., las mujeres en general garantizan la transmisión de los conocimientos cotidianos que aluden no solo a las “tareas propiamente femeninas”, sino que modelan también las conductas de los niños y niñas y, al reproducir la ideología, afectan las de todos los individuos que integran la sociedad.
Como veremos, las mujeres tribales del pasado usaron tanto la alfarería como
los textiles como mecanismo de socialización que les permitió reproducir el
modo de vida de sus sociedades, incluyendo la ideología y la estructura social.
En este sentido es bueno recordar que la aparición de la agricultura hizo
necesaria la elaboración de un instrumental más complejo del que poseían los/as
cazadores/as-recolectores/as para obtener y procesar los alimentos. Ello
planteó la necesidad de confeccionar todo un sistema de útiles destinado a la
conservación, cocción y consumo de los alimentos. Gracias a ello, surgen de
forma definitiva las alfareras. Las mujeres, dentro de los grupos tribales
agrarios, fueron las artesanas fundamentales, las encargadas de manufacturar,
precisamente, no sólo gran parte de los instrumentos de trabajo necesarios para
obtener los bienes naturales, sino también los utensilios para procesarlos y
convertirlos en alimentos a ser consumidos y almacenados.
El dominio de la alfarería por parte de las mujeres les permitió también reproducir
ideológicamente la sociedad, mediante la elaboración de figurinas, idolillos y
otras representaciones de deidades ligadas a la cosmogonía. La decoración de
los recipientes, por su parte, hizo posible que las mujeres no solamente
embellecieran sus superficies, sino que –fundamentalmente—pudieran representar
códigos simbólicos, es decir, aquellos signos cargados de un significado que
reforzaban la etnicidad y propiciaban la identidad étnica. La alfarería
constituyó, pues, un campo donde las artesanas prehispánicas conjugaron
distintos saberes: los referidos a su conocimiento del medio ambiente,
combinados con modelos estéticos y representaciones ideológicas. En ella, las
artesanas manifestaron sus conocimientos sobre elementos naturales, como son
los diversos tipos de arcillas, de antiplásticos y de pigmentos existentes en
sus entornos, y dominaron un conocimiento especializado sobre los procesos
físico químicos que debían llevar a cabo a fin de lograr la transformación de
una materia plástica en otra dura, rígida e impermeable.
Para lograr los modelos estéticos, las alfareras manejaron determinadas
nociones sobre volúmenes, siluetas, simetrías. contornos, equilibrio y colores,
así como sobre las técnicas, plásticas o pictóricas, necesarias para embellecer
las superficies de los recipientes, incluyendo un variado repertorio de
instrumentos para realizarlas. Dado que poseían bien internalizados los códigos
simbólicos, referentes de sus etnicidades, los cuales expresaron a través de
diseños integrados bien por elementos naturalistas, bien abstractos o
esquemáticos, la decoración alfarera llegó a constituir un medio de
comunicación, una especie de lenguaje étnico que propiciaba formas de
reconocimiento sobre la pertenencia a un determinado grupo socio-étnico. Mediante
ese lenguaje, las mujeres lograban socializar a los agentes sociales –sobre
todo a sus hijas-- y manifestar también, los elementos necesarios para
reproducir simbólicamente tanto la estructura de sus sociedades, sus
organizaciones sociales, como los papeles que tenían asignados los/as agentes
en la producción. Adicionalmente, la decoración alfarera les permitía que
pudieran reproducir la ideología existente en sus sociedades y, de manera
fundamental, las tendientes a garantizar la subordinación femenina.
La artesanía cerámica en las sociedades tribales venezolanas
En Venezuela, la arqueología nos informa que hace unos 4000 años, las mujeres
de la denominada Tradición Camay, estado Lara, elaboraron una alfarería
integrada por vasijas de pequeño formato, constituida por ollas, platos y
escudillas destinadas al procesamiento y consumo de alimentos por parte de
pequeños grupos sociales. En la elaboración de los códigos simbólicos, las
artesanas de Camay utilizaron pocos instrumentos: sus propias manos y buriles
de madera, los cuales aplicaron sobre las superficies de las vasijas de manera
de representar líneas múltiples de impresiones, incluyendo las de dedos y uñas,
dispuestas todas ellas de manera horizontal (Sanoja, 2001). A pesar de la poca
complejidad del instrumental empleado, la alfarería Camay no es simple; posee
una alta calidad técnica, expresada en la regularidad en las formas, dureza de
la cerámica, compactación de la pasta, control de las temperaturas de cocción,
etc., mostrando igualmente un patrón decorativo de tradición milenaria, a
juzgar por las similitudes estilísticas que éste presenta con la cerámica de
sitios formativos suramericanos. La decoración de la cerámica de Camay fue
concebida por las artesanas como manera de duplicar la existente en la
cestería: el tejido cruzado en diagonal abierto, técnica empleada hoy día para
la manufactura de cestas flexibles, con forma de botellas. Lo anterior denota
un dominio de dos tipos de materias primas: arcillas y fibras orgánicas y,
simultáneamente, refleja la internalización femenina de su identidad étnica,
expresada y reproducida mediante la elaboración de distintas artesanías.
Más tarde, para una fecha estimada en 1850
a.p., las artesanas de la denominada Tradición Cultural Tocuyano, la cual
sucede históricamente a la Tradición Camay en la región subandina venezolana,
elaboraron una hermosa alfarería integrada por urnas funerarias, vasijas
multípodas ceremoniales, así como ollas y escudillas para la vida cotidiana
(Sanoja, 2001). El patrón decorativo de la cerámica de Tocuyano, especialmente
de la ceremonial, está compuesto por motivos abstractos curvilíneos, pintados
de negro o marrón sobre blanco, combinados con motivos modelados naturalistas
que representan serpientes. Dicho estilo denota que las artesanas de esa
tradición cultural poseían un amplio dominio de los pigmentos y los volúmenes,
así como un conocimiento de los elementos faunísticos del entorno,
especialmente de los conexos con ritos de fertilidad, pues las serpientes eran
consideradas, generalmente, diosas de las aguas.
Las artesanas ceramistas, en general, representaron también su medio ambiente,
una manera de controlar simbólicamente los elementos del entorno, sobre todo
aquéllos objetos de apropiación o los relacionados directamente con ritos de
fertilidad o con los animales totémicos (Delgado, 1989). Aunque éste constituye
un elemento común a toda la alfarería prehispánica de Venezuela, podemos
mencionar, por ejemplo, las representaciones de ranas o de serpientes,
consideradas por los especialistas, con base a datos etnohistóricos y
etnográficos, como símbolos utilizados por estas poblaciones en ceremonias
propiciatorias de las lluvias.
Destacan en las sociedades prehispánicas
las elaboraciones artesanales de ranas o sapos hechas por las mujeres de la
Tradición Cultural Valencia (1000-1500 a. p.), por las de la Tradición
Boulevard, en el valle de Quíbor que incluyen también lagartijas (1800 a. p.
Ver, por ejemplo, Boulton, 1978: 132 y Vargas y otros/as, 1997:303) y por las
de la Tradición Guadalupe (850-1500 a.p. Ver Boulton, 1978:135), estas últimas
en el Edo. Lara. En todos estos casos se observa la utilización de la rana como
motivo decorativo en la alfarería, así como en los adornos corporales, donde se
encuentra representada en cuentas de collares, o como figurinas; estas últimas
generalmente de sapos. Asimismo, son hoy día muy conocidos y apreciados por su
valor estético los cuencos con base anular y soportes, decorados con figuras de
serpientes, manufacturados por las artesanas de la Tradición Tocuyano (1850
a.p. Ver Boulton, 1978: 144-145). En la cerámica del llamado Tocuyano temprano
(2230-40 a.p., Sanoja, 2001) existe la representación de la serpiente como
símbolo de la fertilidad y el agua, mientras que en el llamado Tocuyano Tardío
(1800-140 a.p., Sanoja, 2001), ésta es sustituida por la representación del
águila arpía, posiblemente un animal totémico.
Otras manifestaciones artesanales significativas de las representaciones del
entorno fueron las realizadas por las mujeres de los grupos tribales
igualitarios que ocuparon la porción sur del lago de Maracaibo para una fecha
de 800 años a.p. (Delgado, 1989). Ranas, lagartos, tortugas, babas (Caiman
cocodrilus) y otros animales cobran vida en la alfarería de El Danto (800 a.p.
Velásquez, 1974. Ver Sanoja y Vargas, 1999: 114), mientras que en la
proveniente de la región de Carache, estado Tujillo (siglos XIII y XIV, Wagner,
1967), las ceramistas representaron la fauna existente en el entorno; ejemplo
de ello es la representación de un hermoso cachicamo (Dasypus novencinstus)
(Boulton, 1978: 198-199).
En el sitio Barrancas, Bajo Orinoco, hace
3000 años, las artesanas elaboraron una de las cerámicas más complejas y
hermosas de las sociedades de la Venezuela prehispánica (Sanoja, 1979). La
alfarería de Barrancas constituye un caso singular para Venezuela en lo que
refiere a cómo las mujeres lograron expresar por ese medio los papeles sociales
de los géneros dentro de su sociedad, así como a una de las cosmogonías más
complejas conocidas. En la cerámica barranqueña, pesada, integrada por ollas de
gran formato y gruesas paredes, destinadas tanto al almacenamiento del agua
como de la chicha, bebida que era ingerida por la comunidad en ceremonias
colectivas, así como también ollas, platos, escudillas, boles, cuencos, jarras
y budares utilizados para preparar y consumir los alimentos, las artesanas
lograron manifestar --a través de la decoración-- la visión del mundo de su
sociedad, la cual expresaba una armonía entre lo humano y lo mítico, un mundo
que se desenvolvía entre la materia y el espíritu. Con un equilibrado manejo de
los volúmenes, y con el empleo de técnicas como el modelado y la incisión,
crearon recipientes cerámicos que pueden ser considerados cuasi esculturas.
El patrón decorativo de la cerámica barranqueña está integrado por motivos que
se entrecruzan unos con otros, figuras mitad humanas mitad animales en donde la
cara de una es la parte posterior o superior de la cabeza de otra,
representando el alter ego, enlazadas mediante protuberancias, puntos y líneas
incisas curvas que ilustran miembros humanos y garras de animales, en ocasiones
pintadas de rojo y/o negro. Ese patrón expresaba la concepción de la sociedad
de Barrancas sobre la unidad entre el mundo social y el mundo mítico, entre la
cotidianidad social y la excepcionalidad del mundo cosmogónico a través de la
representación de los animales totémicos, figuras ilustradas en recipientes de
uso culinario, demostrando la existencia de una religiosidad diaria reproducida
por las mujeres, ya que tales vasijas fueron localizadas en contextos
domésticos (Sanoja y Vargas, 1999b).
La utilización de la alfarería para representar tanto la organización social
como los papeles sociales de ambos géneros se ve atestiguada en la elaboración
de los budares, instrumento de trabajo muy importante en una sociedad como la
barranqueña cuya economía era fundamentalmente vegecultora, vale decir, basada
en el cultivo de plantas vegetativas como la yuca. Se observa la representación
en los budares de imágenes en parte humanos (hombres) y en parte animales
(jaguar u otro felino), muy naturalistas, elaboradas en un bajo relieve logrado
con base a una extraordinaria combinación de líneas curvas incisas, excisas,
botones modelados y puntos, asociados con los colores rojo y negro empleados
para destacar zonas específicas o como relleno de las incisiones que ilustraban
posiblemente la sangre circulando. Tales budares parecen haber estado
destinados a la elaboración de tortas de casabe a ser consumidas ritualmente
por individuos masculinos considerados importantes, como shamanes o caciques
(Sanoja y Vargas, 1999a).
Una de las alfarerías que presenta también un patrón decorativo extremadamente
complejo es la que realizaron las mujeres de la Tradición Cultural Saladero
Costera (2000-800 a.p.). La cerámica recuperada en las investigaciones
arqueológicas realizadas en los sitios Cuartel, Puerto Santo y Playa Grande,
área de Carúpano y Río Caribe, Edo. Sucre (Vargas, 1978, 1979, 1983) muestra
una decoración de extraordinario valor estético donde se mezclan elementos
esquemáticos, logrados a partir de la utilización de pigmentos minerales rojos
y blancos, combinados con grandes adornos biomorfos y zoomorfos modelados
incisos, algunos muy figurativos. La técnica pictórica empleada se conoce como
pintura negativa-positiva, usada para elaborar paneles con formas geométricas
como trapecios, rectángulos, óvalos, conos unidos por el vértice, etc.,
pintados totalmente de rojo y circundados por líneas blancas de las cuales, en
ocasiones, se desprenden espirales y ganchos grabados o dejados en negativo,
del color naranja de la superficie, que crean una ilusión de profundidad. Los
adornos modelados representan la fauna local, sobre todo aves como loros y
tucanes, y pequeños mamíferos y quelonios (Vargas, 1979 Lam. 20, 24, 30; GAN,
1999, figs. 12, 13), así como elementos biomorfos, mitad humanos, mitad
animales.
La alfarería de esta tradición, la cual se inicia –en términos históricos—entre
los grupos tribales vegecultores igualitarios que ocupaban para comienzos de la
era cristiana el Medio Orinoco, sitios La Gruta y Ronquín (Vargas, 1981),
parece ser testigo de la producción artesanal de mujeres arawakas. Estas
poblaciones, a juzgar por los datos arqueológicos, migraron de tierra firme
hacia las Pequeñas y las Grandes Antillas, Puerto Rico y la porción oriental de
República Dominicana. La internalización de los códigos simbólicos referentes
de la etnicidad por parte de las artesanas saladoreñas parece haber sido tal,
que los duplicaron en los espacios insulares.
En el caso venezolano, donde podemos inferir más claramente a partir de la
alfarería la que pudiera ser una ideología de la dominación masculina, es entre
las producciones artesanales de sociedades tribales jerárquicas, y ello ocurrió
porque los/as artesanos/as adquieren en los cacicazgos una connotación
fundamental, pues realizaban un trabajo especializado ya que su producción fue
destinada, a partir de ese momento, a justificar el sistema social desigual y,
en consecuencia, fue usada para expresar las diferencias sociales de manera de
consolidar las relaciones que se establecían para la apropiación diferencial de
los excedentes de la producción. Las artesanías pasaron a ser entonces, referentes
simbólicos de una ideología que legitimaba el poder de los estamentos
masculinos dominantes, permitiendo su reproducción, convirtiéndose, gracias a
la utilización de materias primas alóctonas o exóticas, en símbolos de
prestigio a ser usados por las elites. Para convencer a las mayorías de que
eran capaces de controlar la vida social toda, las elites gobernantes
necesitaron de una ideología que las legitimara. De allí la necesidad de
destacarse mediante el uso de elementos materiales que simbolizaban esas
supuestas capacidades únicas.
Es muy probable que las mujeres pertenecientes a los linajes dominantes
ocuparan también posiciones jerárquicas y, en consecuencia, gozaran de algunos
de los beneficios que poseía el resto de los miembros de la elite. En tal
sentido, Helms reporta reiteradamente la significación que tenían las mujeres
de los linajes dominantes en los cacicazgos panameños, y su importancia a
efectos de las líneas de sucesión (1979: 20 y sgts.). Sin embargo, ello no
impedía que fuesen usadas como mercancías o fuesen sacrificadas en actos
rituales cuando moría un cacique o principal (Salazar, 2002).
No es imposible, pues, que las mujeres, sobre todo las del común, hayan estado
implicadas en la abundante producción de bienes artesanales, relativamente
masificada y estandardizada que caracteriza a estas sociedades. Sus tareas
deben haber incluido –además de la producción alfarera-- la elaboración de
textiles, sobre todo la manufactura de mantas, hamacas y chinchorros, esteras y
cestos, así como la confección del conjunto de adornos corporales hechos en
piedra, resinas, cerámica, semillas o conchas de moluscos marinos para fines
rituales, la producción de sartas de cuentas (denominadas quiteros) empleadas
como mortajas, la manufactura de la cerámica ritual y doméstica, etc.
Los materiales recuperados en los contextos arqueológicos provenientes del
trabajo especializado en la producción artesanal reflejan que había un tiempo
de dedicación mayor por parte de los/as artesanos/as en la elaboración de los
objetos que eran utilizados por las elites en la vida diaria y para fines
rituales, especialización que era posible gracias a la producción excedentaria
de bienes primarios (Vargas y otros/as, 1997, Vargas, 1989); ésta estaba
destinada a mantener a los/as especialistas. En tal sentido, las
investigaciones arqueológicas realizadas en cementerios localizados en el valle
de Quíbor, del río Turbio, estado Lara, y en el área de Carora, cercana al
piedemonte del estado Trujillo (Gil, 2002; Vargas y otros/as, 1997; Sanoja y
Vargas, 1987; Toledo y Molina, 1987), fechados entre inicios de la era
cristiana y 1700 a.p., han permitido recuperar una alfarería producida por las
mujeres exclusivamente para el culto a los muertos, producto del trabajo
artesanal especializado o semi-especializado (Toledo, 1995) ya que esta
producción no era para el intercambio sino para el consumo interno, sobre todo
para la redistribución y para el culto.
Entre las sociedades cacicales eran comunes las representaciones artesanales de
la figura humana, destacando en ese sentido las elaboradas por alfareras de la
Tradición Cultural Valencia (1000-1500 a.p.) y las de las artesanas de los
grupos cacicales que ocuparon la región andina (siglos XI al XIV). Es de
señalar que en la región de Valencia aparece una gran profusión y variedad de
figuras humanas, casi todas del sexo femenino y algunas de ellas en estado de
gestación, aludiendo a la capacidad reproductora de las mujeres (Ver por
ejemplo, Boulton, 1978: 231).
Varios autores/as han interpretado de manera diferente a estas figurinas (v.g.
Frankel, 1997; McDermott, 1996; Cook, 1996; Gordones y Meneses, 2001). Bolger
(1997), por ejemplo, señala que poseían un mensaje subyacente que implicaba
cuál era la trayectoria que se esperaba siguieran las mujeres para poder ser
consideradas miembros plenos de la sociedad: matrimonio, embarazo, parto y
maternidad. McDermott (1996), por su parte, ha intentado demostrar mediante la
comparación de fotografías actuales de mujeres en estado de gestación tomadas
desde un ángulo sólo posible de lograr desde su propia visual, cómo existe una
correspondencia exacta con las figurinas femeninas del Paleolítico Superior
europeo. Concluye que éstas constituyeron en realidad autorretratos y propone
que, como tales, fueron manifestaciones artísticas que reflejaban el auto
control consciente de las mujeres sobre las condiciones materiales de sus vidas
reproductivas (1996: 227). Cook (1996), quien está de acuerdo con McDermott, se
niega a concebir las figurinas femeninas como símbolos de conceptos amplios, no
personales tales como fertilidad y maternidad, y piensa que fueron producidas
para ajustarse a convenciones estandardizadas (1996: 250). Gordones y Meneses
se oponen a las ideas de Bolger cuando señalan que esas representaciones
humanas han sido interpretadas erróneamente dentro del discurso ideológico
tradicional, al asociarlas a cultos de la fertilidad y al papel de la madre
reproductora, ideología que –apuntan— “... pretende estandardizar y dirigir la
participación de la mujer en la sociedad hacia la reproducción y cuidado de la
especie...” (2001: 99).
Podemos concluir en relación a este debate que fuesen las figurinas femeninas
autorretratos como propone Mc Dermott, o referentes ideológicos para la
naturalización de los papeles sociales que se espera jugaran las mujeres en la
reproducción social, constituyeron elementos de intermediación entre el mundo
real y el imaginario, con distintos contenidos simbólicos.
En la zona andina venezolana, las artesanas representaron también de manera
profusa la figura humana, en clara alusión al papel de los géneros en el
mantenimiento y reproducción de la estructura social asimétrica,
fundamentalmente a través de imágenes de hombres, de pié o sentados sobre duhos
(taburetes), que han sido interpretados como ilustrativos de shamanes en
actitud oferente (Delgado, 1989. Ver por ejemplo, Boulton, 1978: 155, 156 y
159). Las figuras masculinas están decoradas, muchas de ellas, con pinturas que
sugieren la presencia del vestido. Las representaciones de mujeres a través de
figurinas, ya sea de pié o sentadas, se presentan decoradas igualmente con
pintura roja y negra sobre un fondo blanco. En ambos casos, los pigmentos
fueron empleados para mostrar el vestido, los adornos corporales y las deformaciones
intencionales. Aparecen igualmente muchas figurinas, masculinas y femeninas,
sin ningún tipo de ornamentación.
Según Gordones y Meneses, las representaciones andinas, tanto las de hombres
como las de mujeres presentan características muy similares: posiciones,
adornos, vestidos por lo que, señalan, constituye un error asociar las
masculinas con shamanes (elite) y las femeninas con el papel de la mujer en la
reproducción (2001: 104) ya que ello tiende a fortalecer la separación de los
ámbitos de actuación de los géneros que ha acuñado la ideología patriarcal. En
realidad, dicen, la similitud en los rasgos que poseen las figurinas de ambos
sexos podría sugerir la realización de actividades y papeles comunes por ambos
géneros (2001: 102).
Las poblaciones que habitaron entre los siglos XI y XII la zona altoandina del
estado Mérida, y las del área Carache en el estado Trujillo (siglos XIII y XIV;
Wagner, 1988), utilizaron la arcilla, la piedra, el hueso y las conchas de
moluscos para elaborar figurinas antropomorfas empleadas, al parecer, en ritos
y ceremonias (Ver por ejemplo, Boulton, 1978: 204-205, 192, 193 y 194).
Pensamos que las representaciones de la figura humana entre estas poblaciones
permitían el fortalecimiento de la estructura social, al enfatizar, a través de
distintas ceremonias, el poder que tenían los shamanes (hombres) quienes, según
la ideología, eran los únicos capaces de comunicarse con los/as dioses/as;
señalaban asimismo, tanto el papel reproductor de las mujeres dentro de los linajes
dominantes como su propia posición jerárquica. Efectivamente, es posible
inferir de las deformaciones presentes en las figurinas femeninas, la
adscripción de las mujeres representadas a los linajes dominantes, ya que este
rasgo, las deformaciones, estaba reservado precisamente a sus miembros. Aunque
las pinturas corporales, tanto femeninas como masculinas eran usadas por casi
todos los grupos sociales pre contacto, parece haber existido en las sociedades
cacicales andinas un particular diseño, incluyendo trazados y colores, en
combinación con deformaciones corporales en miembros y cabezas, entre los
individuos de los linajes dominantes de los cacicazgos, ya fuesen hombres o
mujeres (Kidder II, 1944; Vargas, 1988, Vargas y otros/as, 1997).
Comentarios Finales
Como hemos resumido en páginas precedentes, los resultados de las
investigaciones arqueológicas en Venezuela nos permiten concluir que las
mujeres tribales fueron las artesanas de la cotidianidad; elaboraron adornos
corporales hechos con piedras, semillas, arcilla, huesos, cerámica, conchas de
moluscos y un sin número de materiales. Destacan en ese sentido los collares,
pulseras, tobilleras, pendientes, orejeras, aretes, tocados de plumas, peines y
otros artificios para el cuido del cabello, palitos para mutilaciones en los
labios (antecesores de los actuales piercing), cordones o cintas para deformar
las piernas, tablillas y cintas para la deformación craneal, pigmentos de uso
diario y ceremonial, suertes de bandanas, etc. También artesanalmente,
manufacturaron los múltiples enseres necesarios en la vida doméstica cotidiana:
chinchorros, cuerdas, costales y sacos, abanicos, esteras, mantas, mosquiteros,
cestas, telas para el vestido y otros usos, topias de arcilla para las cocinas,
recipientes de madera, de conchas de gasterópodos y de frutos para distintos
fines, morteros de madera y de piedra, vajillas culinarias y vajillas
ceremoniales en arcilla, etc.
Las artesanas tribales del oriente de Venezuela participaron en la elaboración,
además de vasijas cerámicas, de parte del complejo de útiles destinados a la
manufactura del casabe, en el cual se combinaban diversas materias primas:
cestas tejidas para la obtención de la harina de yuca, paletas “para levantar”
las tortas, hechas de totumas (Crescencia cujete) o de fragmentos de cerámica
(Sanoja, 1979: 81 y sgts.), topias o “estufas” para la cocción de los
alimentos, budares de arcilla para cocer las tortas, etc. En otras regiones del
país, como en Lara, Trujillo y Cojedes, aparecen manos de moler y metates de
piedra desde 2230 a.p. (Sanoja, 2001: 15-18; Meneses com. Pers. 2005), que
ilustran cómo, desde fechas tan tempranas, las mujeres de esa zona trabajaron
la piedra para manufacturar instrumentos de trabajo destinados a la molienda de
granos, nueces, semillas y pigmentos. Emplearon la piedra también, en la
fabricación de idolillos y cuentas de collares (Wagner, 1967; Vargas y
otros/as, 1997).
A partir de la colonia, las mujeres y los hombres esclavos de origen africano
intervinieron también en la elaboración de la cestería de tradición indígena
que persiste hasta nuestros días (Acosta, 1984: lam. 2).
A partir del siglo XVI, el trabajo artesanal de las mujeres en general continuó
confinado mayormente a la manufactura de los bienes de uso cotidiano, tal como
sucedía en las sociedades indígenas precoloniales. Las vasijas de barro: ollas,
platos, pimpinas, tazones, etc. que habían formado parte de la vajilla
culinaria doméstica, ingresaron en el circuito comercial de la sociedad
indohispana. La mujer artesana las vendía en los mercados directamente o bien
eran las artesanías eran distribuidas por los vendedores ambulantes, usualmente
hombres, a la par que ofertaban a los clientes gallinas, yerbas medicinales o
condimentos, cestas, etc. El registro arqueológico de las viviendas
indohispanas, incluyendo conventos como el de San Francisco o casas de familias
ricas (Sanoja y Vargas, 2002), indica el uso extensivo de la vajilla culinaria
de manufactura aborigen, incluyendo especies de grandes calderos cónicos
similares a los empleados actualmente para freir chicharrones y carne de cerdo
(Vargas et alíi, 1998; Sanoja y Vargas, 2002). La persistencia del oficio de
alfareras continúa a través de tradiciones bien conocidas como las loceras de
Yai, El Bigiadero y El Patriota, estado Lara, las de Lomas Bajas, Táchira o las
de El Cercado, Isla de Margarita, las cuales --hasta 1960-- tuvieron utilidad
culinaria en las comunidades vecinas a dichos centros de manufactura.
Simultáneamente, entraron también en los circuitos turísticos que comenzaron a
organizarse a partir de aquella fecha.
No es casual, entonces, que hoy día persistan algunas expresiones
contemporáneas de las antiguas manifestaciones artesanales de tradición
indígena o africana entre las mujeres de la sociedad criolla, como las
casaberas en los estados Sucre y Monagas, o las muñequeras en el estado Sucre,
o las cesteras en Nueva Esparta, o las loceras del estado Lara o del estado
Táchira. Por otro lado, aunque entre las etnias indígenas, sobrevivientes a la
conquista y colonización existen numerosas artesanías, éstas han perdido su
función social y han devenido mercancías con valor estético consumidas por los
sectores urbanos más privilegiados económicamente, ya sea en el ámbito nacional
como en el internacional. Al mismo tiempo, es conveniente señalar que las
artesanías en general, sean de tradición indígena, africana, hispana o criolla
productos de una síntesis cultural, tienden a desparecer del mapa venezolano
actual, aunque un “pequeño repertorio de útiles ha resistido”, no obstante a la
vorágine capitalista que las ha reducido a mercancías (Delgado, 1996).
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