Mailer Mattié
CEPRID
Nació Salvador de la Plaza en Caracas el día 1 de enero
de 1896. Transcurrió su juventud en esta ciudad, en plena dictadura del
general Juan Vicente Gómez. A los siete años muere su padre, un conocido
médico caraqueño. Cursa sus primeros estudios en el Colegio Católico
Alemán y en 1913 se matricula en la Escuela de Medicina, siendo Delegado
ante el Consejo de la Asociación General de Estudiantes de Venezuela.
Al poco tiempo, el dictador ordena el cierre de la Universidad. Salvador
de la Plaza se ve obligado a abandonar la carrera de Medicina y
comienza a estudiar Derecho, presentando los exámenes de las asignaturas
en el Ministerio de Instrucción Pública.
Fundador de la organización "Liceo de Ciencias Políticas", tras la
reapertura de la Universidad en 1918 pasa a formar parte del Consejo
Central de Estudiantes donde se agrupan muchos jóvenes que actúan
clandestinamente contra la dictadura. En 1919 Salvador de la Plaza forma
parte de una conspiración cívico-militar que fracasa en su intento de
derrocar el gobierno. Después de dos años en la cárcel, el 11 de abril
de 1921 es expulsado del país y viaja a Francia donde se reúne con otros
exiliados.
En París adquiere una formación política marxista y
termina sus estudios de Derecho en 1923. En Venezuela ha comenzado la
explotación petrolera y el dictador se convierte en aliado incondicional
de las compañías extranjeras. Salvador de la Plaza regresa a América,
consciente de que la lucha contra el régimen es ahora también parte de
la resistencia antiimperialista. En 1925 vive en La Habana, donde conoce
a Julio Antonio Mella, fundador del Partido Cominista de Cuba, y crea
allí la revista Venezuela Libre. En 1926 se instala en México, donde
organiza junto a otros exiliados el Partido Revolucionario Venezolano
(PRV), a la vez que edita el periódico Libertad. Realiza al mismo tiempo
una intensa labor política dentro del movimiento internacional
antiimperialista. Apoya en tal sentido la lucha del general Sandino para
expulsar a los marines estadounidenses de Nicaragua, trabajando en el
Comité Manos Fuera de Niracagua (MAFUENIC) encargado de ampliar las
redes de solidaridad. Conoce al pintor Diego Rivera, con quien colabora
en la Liga Antiimperialista de las Américas editando el periódico El
Libertador. Justamente en la edición de abril de 1926, publicó Salvador
de la Plaza su primer artículo conocido hasta ahora titulado "El pacto
de Gómez con Wall Street", denunciando la intervención del capital
petrolero en la soberanía de Venezuela. En noviembre de 1927 viaja como
periodista a Moscú a las celebraciones del X Aniversario de la
Revolución Bolchevique , con pasaporte panameño a nombre de Salustiano
Salustianovich Paredes.
Durante los años 1930 y 1933 reside en la ciudad de
Barranquilla, en el Caribe colombiano, participando en la organización
de actividades contra la dictadura. Junto a Gustavo Machado, interviene
también en la fundación del Partido Comunista de Venezuela (PCV).
Regresa a México y presencia los cambios sociales que
impulsa el Presidente Lázaro Cárdenas, fundamentalmente la Reforma
Agraria y la nacionalización petrolera que ejercen en su pensamiento una
influencia decisiva. Volverá a Venezuela en 1942, al iniciarse la
apertura democrática del Presidente Medina Angarita. En 1946 se
distancia del Partido Comunista; organiza en 1947 el Partido
Revolucionario del Proletariado (comunista) (PRP-C) y edita su
periódico. Defiende la política petrolera nacionalista del gobierno,
expresada en la Ley de Hidrocarburos de 1943, el aumento de impuestos a
las petroleras y el no otorgamiento de nuevas concesiones. En octubre de
1945, el Presidente Medina es derrocado por un golpe de Estado apoyado
por las petroleras. Tras un breve período de transición que incluyó el
gobierno de Rómulo Gallegos, en 1948 se instala la dictadura de Marcos
Pérez Jiménez y en 1954 Salvador de la Plaza regresa al exilio.
De nuevo en Francia, se dedica a estudiar Economía y problemas del
desarrollo. Derrocada la dictadura en 1958, regresa a Venezuela e inicia
a sus 62 años una intensa labor como profesor universitario, escritor y
conferencista. Dedica casi exclusivamente su trabajo a denunciar las
consecuencias políticas, económicas y sociales de la presencia en el
país de las compañías petroleras. Por su vida austera y solitaria y su
carácter reservado, los amigos le apodaban el "monje rojo". Murió a los
74 años el 29 de junio de 1970 de un infarto al corazón, mientras
trabajaba en su despacho de la Universidad Central de Venezuela.
Petróleo y soberanía nacional
Desde 1917 las compañías petroleras angloamericanas
intervinieron de una forma u otra en los asuntos nacionales,
favoreciendo sus propios intereses. Salvador de la Plaza dedicó gran
parte de su trabajo a demostrar el saqueo del petróleo venezolano y los
desequilibrios provocados en el desarrollo histórico del país.
Comprendió pronto que la posición internacional adquirida por Venezuela
debido a la importancia de su producción petrolera, sería el factor
fundamental en orientar los asuntos económicos y políticos de la
nación. Su obra, dispersa en decenas de artículos, ensayos y
conferencias, se encuentra recopilada en dos tomos publicados a finales
del siglo pasado por la Universidad de Los Andes en Mérida, cuya edición
tuve la responsabilidad de preparar bajo el título Petróleo y Soberanía
Nacional.
De su análisis destaca el énfasis por revelar los
vínculos entre el significado económico del petróleo y el resto de la
sociedad. En particular, revelar la invisibilidad y las consecuencias de
las redes que se tejían entre lo petrolero y lo político. En 1945,
cuando el partido Acción Democrática de Rómulo Betancourt pactó con las
petroleras el derrocamiento del Presidente Medina Angarita en represalia
por las reformas y la Ley de Hidrocarburos de 1943, Salvador de la
Plaza daba cuenta en diversos escritos del significado negativo que el
petróleo había adquirido en el transcurrir de la historia contemporánea
de Venezuela. Pensaba, por tanto, en la urgente necesidad de corregir
esos efectos.
Hay, de hecho, dos argumentos principales que subyacen a
lo largo de su obra. En primer término, consideraba que la riqueza
petrolera debía traducirse fundamentalmente en bienestar social para el
país, viendo en las compañías extranjeras el obstáculo central para
alcanzar ese objetivo. En segundo lugar, pensaba que la clase dirigente
estaba en la obligación de tener siempre presente el hecho de que se
trataba de la explotación de un recurso no renovable, extinguible. En
consecuencia, consideraba primordial no sólo limitar su explotación,
sino maximizar la inversión de los ingresos que percibía el Estado para
construir una sociedad cada vez menos dependiente de esa renta.
Construir, pues, una sociedad sin la presencia de las empresas
extranjeras, donde el Estado tomara las riendas de la industria de los
hidrocarburos. Pensaba que era ésta precisamente la vía para que el país
dejara de ser en el futuro una nación petrolera. "Tenemos que dejar de
ser un país petrolero, pero no en palabras y en declaraciones, sino en
hechos", escribió en 1960. Sus argumentos, sin embargo, jamás tuvieron
receptividad entre los sectores que dirigieron el país antes y después
de la nacionalización petrolera en 1976. Cuando el Estado tomó al final
el control de la industria, la ausencia de un proyecto nacional autónomo
a largo plazo derivó en la irresponsabilidad del despilfarro y la
corrupción generalizada. Aún más, paralelamente al aumento de los
precios del crudo en los mercados internacionales, la pobreza se
extendió inusitadamente entre la mayoría de la población.
Defendió Salvador de la Plaza igualmente las políticas de la OPEP desde
su fundación en 1960. La consideraba un instrumento de soberanía de los
países propietarios del tercer mundo. Un instrumento para arrebatar el
control de las compañías sobre la oferta y los precios del crudo a nivel
mundial. Una conquista en el plano del orden económico internacional
que podría permitir a los países miembros la posibilidad real de
garantizar el bienestar de sus ciudadanos.
Fue partidario asimismo de utilizar la riqueza petrolera
como mecanismo de solidaridad entre los pueblos. En 1960, por ejemplo,
defendió a través de su columna semanal en el diario El Nacional de
Caracas el proyecto de enviar petróleo a Cuba. "La forma de pago se
encuentra con solo quererla encontrar", escribió en uno de sus
artículos.
El énfasis de Salvador de la Plaza, por otra parte, en conservar un
recurso agotable, radicaba sin duda en su constante preocupación por las
generaciones futuras. Así, en la última década de su vida desarrolló
algunos planteamientos que hoy día pueden considerarse ecológicamente
notables. Un claro ejemplo fue su aguda crítica a los sistemas de
contabilidad nacional, insistiendo permanentemente para que fuera
incluida una partida que considerara como pérdida para la nación el
agotamiento de los yacimientos petroleros. Es decir, contabilizar los
límites del crecimiento económico generado por la producción petrolera.
Un planteamiento que políticos y economistas aún se niegan a aceptar.
Petróleo y revolución
La obra de Salvador de la Plaza pareciera estar ausente
en la elaboración de la base ideológica e histórica de la Revolución
Bolivariana. Su pensamiento, no obstante, impregna indudablemente la
política nacionalista del gobierno y el espíritu de soberanía de la
Constitución de 1999. Se refleja también en el esfuerzo que ha hecho
Venezuela para contribuir a la recuperación de la OPEP como cartel de
países propietarios. De la misma manera, está presente en la solidaridad
manifiesta con Cuba, los países latinoamericanos y las poblaciones de
Estados Unidos afectadas por los huracanes que reciben petróleo
venezolano en condiciones especiales.
En agosto de 2005, el Presidente Hugo Chávez anunció los
nuevos planes de inversión y desarrollo en la industria petrolera. El
ambicioso programa prevé, además de la consolidación de las empresas
regionales Petrocaribe, Petrosur y Petroandina, la inversión de capital
extranjero y nacional en la explotación de 500 mil Km.&Mac253; de la
plataforma marina y de 570 mil Km.&Mac253; en tierra firme.
Contempla asimismo la construcción de una gran refinería en Cabruta, el
uso intensivo del río Orinoco para el transporte petrolero, un complejo
gasífero en el Golfo de Paria, un gasoducto hasta Colombia para conectar
con el Pacífico, Centroamérica y los Estados Unidos y otro de unos 12
mil Km. que atravesaría la región de la Gran Sabana para adentrarse en
territorio brasileño.
Venezuela respondería de esa forma a las exigencias del
mercado petrolero internacional. La OPEP ha estimado que la demanda
crecerá hasta 17 millones de b/d entre los años 2010 y 2020. Según la
organización ecologista Oilwatch, sólo Estados Unidos aumentará su
consumo en 36% hasta el año 2025, importando el 65% del total. Si no hay
cambios en esta previsión, se estima que las reservas mundiales podrían
agotarse aproximadamente en el 2040. En este marco, el objetivo es
alcanzar en 2012 una producción petrolera nacional de 6 millones de b/d,
el doble de la actual. Los retos que supone este proyecto, sin
embargo, son enormes.
El petróleo ha significado históricamente para el país
desequilibrios de todo orden. El mayor riesgo es que la gran escala del
nuevo plan petrolero pueda crear otros en términos económicos,
políticos, sociales, culturales y ambientales. La explotación petrolera,
sin duda, ha causado importantes daños ecológicos en regiones como la
cuenca del Lago de Maracaibo. Ha sido fuente permanente de corrupción y
contribuyó a crear una economía altamente dependiente del exterior, en
detrimento de las economías y los recursos locales. Conformó, por así
decirlo, una ciudadanía rentista que redujo el ejercicio de sus derechos
a su participación en los beneficios petroleros distribuidos
arbitrariamente por el Estado. Cuando éstos se desviaron hacia el pago
de la deuda externa, la población quedó indefensa, a merced de las
políticas neoliberales que asumieron los gobiernos sin renunciar nunca a
la corrupción.
El nuevo proyecto, pues, deberá enfrentar muchos de los
viejos fantasmas del petróleo que, aunque debilitados algunos, se
resisten con fuerza a abandonar el escenario nacional. Deberá impedir
sobre todo su fortalecimiento y la aparición de otros, respetando y
ajustándose al plan a largo plazo contenido en la Constitución, no sólo
en términos de soberanía. También en relación a la construcción de una
nueva cultura ciudadana que amplíe el ejercicio de sus derechos y asuma
impostergables deberes colectivos, destruyendo sobre todo el tradicional
y nocivo vínculo petróleo/corrupción. Deberá garantizar, además, la
protección del territorio en términos ecológicos y el respeto a la
diversidad. Vastas regiones ambientalmente frágiles donde habitan
pueblos indígenas, por ejemplo, podrían verse seriamente afectadas,
incluyendo el Parque Nacional Canaima, la Reserva Forestal de Imataca,
la Gran Sabana , el curso del río Orinoco y la Cuenca del río Caroní.
La visión del proyecto, en suma, es impensable que pueda reducirse a sus
aspectos económicos.
Venezuela tiene hoy día la gran oportunidad histórica en
la que pensaba Salvador de la Plaza para crear instrumentos, políticas e
instituciones capaces de construir la transición hacia una sociedad
real postpetrolera. Un serio y elevado debate nacional, comprometido con
las generaciones futuras, debe incluir respuestas alternativas a los
problemas nacionales, pero también al orden económico mundial que
amenaza con expulsar a la especie humana del planeta. Es éste, sin duda,
el enorme reto de la Revolución Bolivariana.
Mailer Mattié es Economista venezolana.
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