Es frecuente la expresión «civilización industrial»
para referirse al mundo contemporáneo. Sin
embargo, este es un término
un tanto vago y que pareciera querer calificar un sistema mundial
progresivamente más complejo y en el cual tiene una función principal la
industrialización.
El proceso de industrialización representa el aspecto
más dinámico del fenómeno del desarrollo. Es evidente que los países
que hoy se consideran desarrollados, han pasado por un proceso de
industrialización tal, que ha modificado la estructura de todo su
sistema. Por este carácter dinámico y la capacidad de transformación
estructural que le es inherente, los países en desarrollo ven en la
industrialización la piedra angular sobre la cual asentar su desarrollo
económico y social.
La expansión industrial ha alterado profundamente los
sistemas sociales, creando nuevos bienes, diversificando los patrones
de consumo, introduciendo nuevas necesidades, alterando las estructuras
económicas, sociales y políticas y, fundamentalmente, acelerando el
proceso de expansión económica a nivel mundial.
Como el proceso de industrialización permea a todas
las manifestaciones del sistema social, afectará al medio ambiente tanto
a través de su impacto directo como indirectamente, al provocar
alteraciones en la dinámica social.
El impacto directo de la industria sobre la
naturaleza se produce básicamente por la ocupación del espacio, la
utilización de los recursos naturales y la generación de residuos:
desechos y contaminantes. De estos impactos, la contaminación es el
aspecto que ha sido examinado más detalladamente, y no es raro encontrar
opiniones en el sentido de que sería la única forma de impacto de la
industria sobre el medio. Más aún, ciertos programas de industria y
medio ambiente se limitan exclusivamente a dicha manifestación.
Este enfoque prevalece en los países
industrializados, cuyos habitantes sufren los efectos de la
contaminación directamente, efecto en muchos casos inmediato. El hombre
común lo percibe en sus lugares de trabajo o en sus zonas de residencia.
Sin embargo, hay otro vínculo estrecho entre la
naturaleza y la actividad fabril, y es el que está constituido por la
utilización de los recursos naturales.
El impacto sobre el medio que provoca la extracción
de los recursos naturales generalmente no es perceptible por el hombre
común y, a veces, no lo es ni siquiera para aquel que lleva a cabo la
explotación de la naturaleza. Sin embargo, es obvio que tal extracción
altera al ecosistema natural, produciendo cambios en su estructura y
modificando su dinámica.
Por otro lado, los recursos naturales no son
inagotables. Al menos no lo son en la dimensión temporal humana. Así
pues, su utilización no puede llevar a cabo ad infinitum. El
agotamiento de un recurso natural tiene un impacto negativo sobre el
medio ambiente, pudiendo causar su colapso definitivo, que arrastraría
con él al sistema social que depende de él para su subsistencia. Pero
además tiene efectos graves sobre el proceso de desarrollo, al
comprometerlo en el largo plazo.
Una de las características de la industria moderna ha
sido su persistente tendencia al aumento de la escala de producción,
con lo cual los impactos ambientales que produce tienden también a ser
mayores.
Es difícil encontrar una concentración de recursos
naturales tal que permita el desarrollo de la industria en la escala de
la era moderna. Aun cuando los recursos provienen de diversas partes del
globo, se procesan en su gran mayoría en los establecimientos fabriles
ubicados en el centro del sistema mundial. De ahí la identificación de
países desarrollados con países industrializados. Son también estos
países los que consumen la mayor parte de los productos de la actividad
industrial. Por lo tanto, el impacto de la utilización de los recursos
naturales debido al desarrollo industrial se da fundamentalmente en los
países en desarrollo, que conforman la periferia del sistema mundial. En
consecuencia, serán estos países los primeros afectados por el
agotamiento o el uso irracional de los recursos naturales. La industria
--dentro de ciertos rangos y dependiendo del tipo de recurso requerido--
podrá encontrar siempre fuentes alternativas, tal vez de menor calidad o
ubicadas más desfavorablemente; pero estos factores en el corto y
mediano plazo se traducirían sólo en incremento de costos, fácilmente
trasladables a los precios. En cambio, el agotamiento del recurso
produce un impacto irreversible sobre el ecosistema local y
--dependiendo de su importancia relativa en el sistema económico-- puede
comprometer el proceso de desarrollo futuro del sistema social. Como
tal agotamiento no tiene expresión monetaria, se tiende a ignorarlo y no
se refleja explícitamente en el mercado.
La industria no requiere sólo recursos naturales,
sino también espacio. La forma en que se va ocupando el espacio tiene
efectos importantes en el sistema natural e, indirectamente, en el
sistema social, sobre todo cuando esa ocupación se lleva a cabo a
expensas de otros recursos y, muy en especial, de los terrenos
agrícolas. La ocupación del espacio agrícola por establecimientos
industriales significa no sólo un determinado impacto ambiental, sino
también la pérdida del recurso tierra para la producción de alimentos.
Por lo tanto, reduce las capacidades de sustentación del ecosistema
natural frente a una población creciente.
La forma en que la industria ha vinculado países
centrales con periféricos ha sido examinada extensamente en la
bibliografía de que disponemos. Sin embargo, parece conveniente hacer un
breve resumen del fenómeno destacando aquellos aspectos de directa
incidencia en la relación entre sistemas sociales y medio ambiente.1
La declaración y el programa aprobado en Lima en la
segunda conferencia de UNIDO, las discusiones sobre el nuevo orden
económico internacional, reconocen explícitamente que el modelo de
industrialización adoptado por los países en vías de desarrollo no ha
logrado los objetivos que se esperaban. En efecto, las condiciones de
miseria y desigualdad no han sido superadas, y en más de un país se han
acentuado las rupturas internas del sistema, revelando en toda su
magnitud cierto carácter asimétrico de los efectos de la
industrialización. Mientras dinamiza, por un lado, una parte del
sistema, acentúa, por otro, las desigualdades dentro del mismo.
Esta característica asimétrica del proceso de
industrialización se manifiesta en el plano internacional y es el
reflejo de la estructuración del sistema sobre la base de una división
internacional de trabajo que responde a la dinámica del modelo de
desarrollo de las formaciones sociales dominantes del sistema mundial.
Tal modelo de desarrollo ha llevado a una creciente interdependencia en
un sistema mundial en que algunas formaciones socioeconómicas asumen un
carácter dominante, constituyéndose en el centro del sistema, mientras
que las restantes se integran a él como periferia. La dinámica de esa
periferia está supeditada a la de la estructura dominante a cuyo proceso
de acumulación sirve.
Para entender el proceso de industrialización que se
lleva a cabo en la periferia es necesario lograr una compresión adecuada
de los mecanismos y la forma en que dicho proceso se inserta en una
dinámica mucho más amplia: la del sistema capitalista mundial. Centro y
periferia constituyen parte de un sistema integral y no se puede
entender el funcionamiento de una de ellas sino en función del papel que
desempeña en la dinámica del sistema global.
Las fases depresivas del sistema mundial se han
traducido históricamente en adaptaciones del sistema productivo de la
periferia. ésta mantiene su función generadora de excedentes en
beneficios del centro, a través de la alteración de su especialización
productiva en el plano internacional. La industrialización de la
periferia no se impone a través de un proceso espontáneo, autónomo y
autosustentado de la misma, sino que nace, crece y se consolida
estimulada por las rupturas del esquema de una división internacional
del trabajo cuyas características se modifican mediante un proceso de
relocalización industrial y de la actividad económica a nivel mundial.
La dinámica mundial, que en último término define la
especialización de la periferia, ha sido por regla general escasamente
considerada en el análisis del proceso de industrialización de los
países periféricos. Este último tiende a ser examinado como un esfuerzo
interno, que se materializa a consecuencia de estrangulamientos del
sector externo. Tales estrangulamientos son la manifestación en los
países periféricos de la crisis del sistema mundial y de su centro
hegemónico. Es decir, el examen se centra en la respuesta al estímulo
--crisis del sector externo--, sin examinar en profundidad las causas de
ese estímulo y sus características, que son las que en último término
orientan y, en cierta medida, condicionan la respuesta.
La periferia se industrializa por diversificación de
su estructura productiva para adaptarse a un mercado de consumo
comparativamente más diversificado y que --hasta el momento de la
crisis-- había sido abastecido desde el exterior. Es un modelo de
industrialización orientado y definido por el patrón gasto-demanda
preexistente, que imita patrones de consumo de la economía central. Tal
imitación se hace posible y está a su vez condicionada por la
distribución del ingreso. El sector industrial que así se desarrolla
desempeña un papel complementario del sector exportador, ya que es éste
el que sigue generando los excedentes necesarios para desarrollar la
estructura productiva interna y, al mismo tiempo, es el que permite
diversificar la estructura de la demanda.
Ese proceso de industrialización diversifica la
estructura productiva en función de una demanda interna preexistente, y
no altera, por lo tanto, la estructura de las exportaciones, que es la
que sigue proporcionando los excedentes necesarios para el desarrollo
del país.
El modelo de industrialización de la periferia, en
particular en Latinoamérica, ha sido modelo sustitutivo. Reemplaza una
oferta externa por una producción interna cuando estrangulamientos
externos imposibilitan la satisfacción de la demanda interna.
De acuerdo con las características de los productos
sustituidos, se van definiendo nuevos requerimientos a satisfacer desde
el exterior en forma de equipos, materiales e insumos imprescindibles
para la industria naciente. Ello se manifiesta en un aumento y una
diversificación creciente de la estructura de las importaciones, que se
va haciendo menos flexible y presiona cada vez más sobre la capacidad de
importar del país. La importación pasa así a constituirse en elemento
estratégico de la oferta global, confiriendo a la actividad económica
interna una extrema vulnerabilidad frente a las fluctuaciones del
mercado internacional, y perpetuando, y aun acentuando, una situación de
dependencia.
Se acostumbra señalar diferentes fases de este
proceso de industrialización que se iniciaría con la sustitución de
bienes de consumo no duraderos, siguiendo con la industria liviana, para
llegar en algunos casos a la industria pesada y a la sustitución de
bienes intermedios de consumo duradero y de capital. El paso de una fase
a otra vendría determinado, en parte, por el agotamiento de la fase
anterior y, en parte, por las posibilidades reales de cada país de pasar
a la fase siguiente.
Los productos de la primera fase sustitutiva de
importaciones, aun cuando responden a una estructura de demanda
determinada por la distribución del ingreso, son manufacturas más bien
simples, de uso común y precios relativamente bajos; es decir, son
bienes ya populares en las economías centrales (textiles, calzado,
vestuario, etc.). De tal modo --y aún cuando es bajo el ingreso medio de
país periférico--, con políticas adecuadas (sistemas de crédito,
incremento de la ocupación terciaria, monetarización de la economía de
subsistencia etc.) es posible incorporar al consumo de estos productos
una cierta parte de la población.
Esta capacidad de ampliación del mercado local va
disminuyendo a medida que se avanza en el proceso de sustitución de
bienes de consumo duraderos, generalmente con precios más elevados y,
por lo tanto, más alejados de las posibilidades de los ingresos locales.
Característica importante de dicho proceso es su
expresión espacial. Orientado este proceso por la estructura de consumo
existente y, por lo tanto, encaminado a satisfacer las demandas de los
estratos sociales de mayores ingresos, las industrias tenderán a
localizarse próximas al mercado consumidor. Así pues, no es una
industrialización que responda a la utilización de una constelación dada
de recursos naturales o el aprovechamiento pleno del potencial
económico del país. El mayor o menor grado de dependencia de equipos e
insumos importados acentuará dicho proceso de localización, cuya
consecuencia inmediata e inevitable es la concentración de la actividad
económica en los centros urbanos más importantes. Ello agrava la
desintegración y los desequilibrios internos sociales y regionales de
los países periféricos, así como sus problemas ambientales.
Por otro lado, las economías centrales emplean
tecnologías desarrolladas de acuerdo con la constelación de sus recursos
productivos, que tienden a ahorrar trabajo y se basa en la utilización
de ecosistemas de clima templado, mientras que la periferia se encuentra
en zonas tropicales y subtropicales.
El proceso de industrialización de América Latina se
basa en tecnologías importadas intensivas en capital, con lo cual sus
efectos, desde el punto de vista de la ocupación, son relativamente
débiles y no solucionan los problemas de empleo ni aquellos derivados de
los desequilibrios sectoriales y regionales, sino que tienden a
acentuarlos. A ello se suman todos los problemas de una creciente
dependencia tecnológica.
La industrialización por sustitución de importaciones
no responde a una estrategia claramente definida ni a la superación de
contradicciones internas. Es resultado de intentos sucesivos para
defender una serie de situaciones adquiridas --niveles de ingresos,
empleo, consumo, etc.--, que se ven amenazadas por las repercusiones en
la periferia de las crisis de acumulación en las economías centrales.
éstas son, en definitiva, las que determinan la crisis del sistema
mundial como un todo.
Por otra parte, la superación de la crisis del centro
hegemónico y del sistema en su conjunto, supone una readaptación de
cada una de las partes que pasan a desempeñar las funciones concretas
requeridas por la dinámica del sistema mundial.
En cada fase expansiva del sistema capitalista
mundial, le ha tocado a la industria desempeñar un papel importante,
siendo un tipo específico y perfectamente determinado de actividad
fabril el que asume el papel dinámico e innovador del sistema. Así, la
revolución industrial vio en la industria textil su actividad motora. Su
expansión contribuyó en gran medida a modificar la estructura agraria,
pues obligó a incrementar las tierras dedicadas al pastoreo, lo que se
tradujo en la destrucción de sistemas tradicionales de uso y tenencia de
la tierra, en el desplazamiento de la población rural y en la
introducción de nuevas técnicas de cultivo, sin contar otros efectos
sobre la estructura social institucional y política existente. Por otro
lado, estimuló la creación de telares mecánicos, el uso de energía a
vapor y el desenvolvimiento de un determinado sistema de organización
fabril.
El desarrollo de la siderurgia y, en general, de la
metalurgia señala una fase en que la nueva industria dinámica vuelve a
modificar la estructura del sistema productivo, alterando las
estructuras de consumo y afectando profundamente las estructuras
sociopolíticas e institucionales.
Posteriormente, son los grandes complejos
metalúrgicos y la industria de bienes duraderos de consumo --cuya
expansión se ve favorecida por el desarrollo siderometalúrgico-- los que
reemplazan esta última actividad como motor del sistema.
A cada uno de estos periodos le corresponden fases de
innovación científica y tecnológica que van determinando la estructura
tecnológico-productiva del sistema, condicionando, al mismo tiempo, el
proceso de desarrollo y definiendo una forma concreta de utilización del
medio ambiente.
El marco adecuado para analizar el proceso de
industrialización en los países periféricos está dado por el mecanismo
de desarrollo del sistema capitalista mundial y su industrialización,
que supone una clara distribución de funciones entre centro y periferia.
Las funciones que dentro de este proceso han sido históricamente
asignadas a la periferia son básicamente dos: a) creación de una gran
oferta mundial, a precios bajos, de productos requeridos por la economía
central en su proceso de diversificación, y b) contribución al proceso
de acumulación de la economía central.
La importancia relativa y las características
cuantitativas y cualitativas de ambas funciones varían de acuerdo con el
desarrollo del sistema capitalista mundial y las características de su
centro hegemónico. El desarrollo industrial está supeditado a un proceso
de expansión y diversificación en el cual desempeña un papel importante
la innovación tecnológica que se concreta en un determinado tipo de
industria y desarrolla una función dinamizadora. Con el avance del
proceso, dicho papel dinámico lo ejercen distintas actividades fabriles.
Durante la Revolución industrial era la actividad textil la que
desempeñaba tal papel, estimulando y permitiendo la materialización
directa o indirecta de la innovación tecnológica.
A medida que estas industrias --en virtud de la
dinámica propia del sistema-- pierden importancia relativa, dejan de ser
el elemento motor e incluso pueden constituirse en un freno a la
expansión del sistema mismo.
Por otro lado, las crecientes diversificación y
especialización requieren recursos productivos que las economías
centrales, en sus primeras fases, sustraen a actividades primarias. Así,
en Gran Bretaña los recursos humanos y agrícolas tuvieron que dedicarse
al desarrollo industrial incipiente, en la forma de proveedores de
materias primas y mano de obra barata. Esta reasignación de recursos
suponía que los bienes alimenticios, que permitían mantener el
funcionamiento del sistema, tenían que provenir --a un bajo costo,
compatible con los salarios obreros-- de otra fuente. La necesidad de
diversificación fue definiendo una de las funciones esenciales de la
periferia en el capitalismo industrial que se iba consolidando: proveer a
la economía central de alimentos baratos.
La Revolución industrial requería que la tierra se
destinara fundamentalmente a la producción de las materias primas
exigidas por el desarrollo fabril, en sus primeros periodos la industria
textil. La alteración de los sistemas de producción agrícola necesaria
para el proceso liberaba al mismo tiempo mano de obra a un ritmo que
permitía mantener bajos los salarios. Dentro de este esquema, a la
periferia le correspondía producir los alimentos que la economía central
dejara de producir, pero que necesitaba en volúmenes crecientes y a
bajo costo, dando el crecimiento urbano y el bajo nivel de ingreso la
nueva masa obrera en aumento.
La producción de alimentos a precios muy bajos por
parte de los países periféricos se traduce en una reducción del valor
real de la fuerza de trabajo en los países centrales. Por lo tanto, es
un mecanismo complementario para mantener baja la tasa de salarios y
combatir en la industria una prematura caída de la tasa de ganancias.
Esta especialización de la periferia se revela en algunos hechos
concretos muy ilustrativos. Por ejemplo, entre 1865 y 1914 casi 70% de
la inversión de Gran Bretaña en el extranjero se orientó a países de
clima templado en los que había una dotación de recursos favorables al
cultivo de los alimentos requeridos por la expansión industrial europea.
Estas regiones estaban escasamente pobladas, tenían una productividad
elevada y permitían aumentos rápidos de producción.
A medida que la economía central diversificaba su
consumo, ampliaba su mercado consumidor y se hacía cada vez más
compleja, la especialización de la periferia se iba redefiniendo. El
primer paso en este proceso fue la incorporación de materias primas
baratas a los alimentos que ya exportaba.
El desarrollo industrial es, pues, el que va sentando
las bases y definiendo las características de la división internacional
del trabajo. El actual centro hegemónico no necesita que la periferia
lo abastezca de alimentos, con lo cual esta función de la periferia del
sistema capitalista mundial pierde importancia relativa con respecto a
las otras.
En vísperas de la segunda guerra mundial, los
suministros alimenticios de Gran Bretaña estaban constituidos en 75% por
importaciones, mientras que en Estados Unidos esa participación
alcanzaba sólo 5%. Al mismo tiempo, los países periféricos --en especial
los de América Latina y, dentro de ella, Argentina-- eran, junto con
Estados Unidos y Canadá, los grandes productores de cereales del mundo,
siendo las exportaciones netas de cereales latinoamericanos muy
superiores a las de Norteamérica. A consecuencia de la conjunción de
factores diversos, América Latina es hoy importador neto de alimentos,
mientras que Estados Unidos y Canadá aportan las tres cuartas partes de
la exportación mundial de trigo, cereales y forraje.
El hecho de que una industria deje de desempeñar el
papel de liderazgo en el proceso lleva implícitos, entre otros, los
siguientes fenómenos:
- Su proceso de innovación tecnológica se hace más lento y es cualitativamente diferente.
- Sus productos se popularizan.
- Su tasa de ganancia tiende a reducirse.
Por oposición, la industria que tiende a asumir el
papel dinámico se caracteriza por responder a un rápido proceso de
innovación tecnológica y a una elevada tasa de beneficio.
La consolidación del capitalismo monopolico en el
centro hegemónico acelera el crecimiento de salarios, llevando
consecuentemente a una disminución rápida de la tasa de ganancia,
contradicción que puede ser superada en la medida en que la periferia
asuma funciones específicas.
La localización en la periferia de aquellas
industrias que han dejado de ser dinámicas en el centro permite liberar
recursos en la economía central y asignarlos a industrias más dinámicas.
La economía central deja de exportar hacia la periferia bienes de
consumo no duraderos y productos de la industria liviana, en los cuales
la innovación tecnológica se hace lenta y la tasa de ganancia disminuye.
Se inicia entonces la exportación de bienes intermedios y equipos que
requiere el proceso de industrialización sustitutivo de importaciones de
la periferia. Es decir, a las funciones que ésta desempeñaba se agrega
ahora la de liberar a la economía central de su obligación de
proporcionarle ciertos productos manufacturados de consumo no duradero,
lo que permite la reasignación de recursos en la economía central en
favor de industrias más dinámicas y con tasas de ganancia más elevadas.
Contribuye asimismo a la expansión del mercado para bienes intermedios y
de equipo que produce la economía central.
Simultáneamente, se intensifica la función proveedora
de materias primas de uso industrial y energía a precios bajos. La
expansión del sistema industrial de la economía central requiere grandes
cantidades de esos productos, de los cuales es deficitaria o cuyos
costos de producción son elevados. La producción de esos recursos
básicos puede efectuarse en la periferia relativamente bien dotada con
importación de tecnología moderna de elevada productividad, y al mismo
tiempo se beneficia de bajas tasas de salarios, lo cual facilita el
proceso de acumulación en beneficio del centro. Se redefinen entonces
nuevamente las funciones de la periferia y se vuelve a alterar el
carácter de la especialización internacional del trabajo, en función
siempre de las necesidades de crecimiento del centro.
Lo que importa destacar en este proceso es que las
industrias que se transfieren producen bienes cuyos precios experimentan
bajas. A través de tales bajas se masifica el consumo de esos
productos, masificación requerida por la expansión del sistema. Así,
dentro de este proceso, la periferia siempre tiende a especializarse en
bienes cuyos precios tienden a descender.
Asimismo, es preciso tener en cuenta que la industria
transferida --aun cuando se caracteriza por un proceso de innovación
tecnológica en vías de agotamiento, o más lento-- es siempre una
actividad productiva estructurada sobre un desarrollo tecnológico
concordante con la dotación de recursos y los requerimientos del mercado
de la economía central; es decir, es una tecnología ahorradora de mano
de obra que ocasiona desempleo. Esto contribuirá a mantener bajos los
salarios, siendo garantía de la tasa de ganancia elevada en términos
absolutos que requiere el centro.
La utilización de dicha tecnología en los países
periféricos cumple las exigencias del sistema: creación del mercado
necesario para ese tipo de bienes producidos por la economía central, y
mecanismo creador de oferta creciente de mano de obra que permita la
fijación de la tasa de salarios al más bajo nivel. Esta oferta responde a
la dinámica del sistema y a las exigencias de la economía central y no a
una característica inherente a la llamada economía subdesarrollada que
--de acuerdo con el planteamiento ya clásico de Lewis-- enfrentaría una
oferta ilimitada de mano de obra.
El análisis anterior contribuye a explicar por qué el
proceso de industrialización de América Latina no le ha permitido
superar su situación de subdesarrollo. La industria que incorpora la
periferia es la que ha dejado de ser dinámica, y su ciclo de innovación
tecnológica tiende a agotarse.
La industrialización periférica tiene un carácter
diferente a la de la economía central. En esta última el proceso va
creando al obrero, pero también al consumidor, y para crecer está
obligada a ampliar su propio mercado. En último término, debe masificar y
popularizar los bienes que produce. La industria periférica nace como
respuesta a una estructura de consumo ya creada. El carácter limitado
del mercado y la política proteccionista van perfilando una estructura
monopólica, protegida de la competencia externa, y --en virtud de una
sobreexplotación del trabajo-- obtiene tales tasas de beneficios, que no
incentivan una ampliación del mercado. Por otro lado, la
industrialización sustitutiva de importaciones es un proceso por etapas:
primero un cierto tipo de industrias y después otras. En cambio, en la
economía central la industrialización se ha expandido en distintos
frentes desarrollando casi simultáneamente la producción de equipos y
bienes de capital y la de bienes de consumo. En la Revolución
industrial, la expansión de la industria textil se manifestaba también
en un desarrollo de la industria productora de telares y la ligada al
mejoramiento de la máquina de vapor.
La industrialización de la periferia no logró crear
internamente su centro dinámico propio. Internalizó ciertas variables
dinámicas, pero éstas siguieron dependiendo de las leyes que rigen el
proceso de acumulación del sistema capitalista a nivel mundial. Es
decir, el crecimiento de la economía periférica sigue supeditado a la
dinámica de la economía central, a sus contradicciones y crisis. La
industria que desarrolla es la que ha perdido dinamismo en el proceso de
industrialización del centro.
En lo anterior subyace en gran medida la razón de que
el proceso de industrialización sustitutiva de importaciones no logra
transformar realmente la economía periférica, es incapaz de darle
dinámica propia y no contribuye a su self reliance. Obsérvese un
aspecto importante de tal proceso: por un lado, debe proporcionar a
precios bajos los recursos requeridos por la economía central; por otro,
recibe industrias que allí dejaron de ser dinámicas y cuyos productos
se han «popularizado». Sus precios, por lo tanto, tienden a la baja.
Así, la periferia se especializa en la producción de bienes que tienen
una desfavorable tendencia de precios.
Mirando el problema desde otro punto de vista, se
aprecia que una de las condiciones para que la industria se transfiera a
la periferia es que ésta disponga de mano de obra barata que contribuya
a contrarrestar la tendencía a la caída de la tasa de beneficio. A su
vez, los bajos salarios es un factor que permite la exportación al
centro de recursos de bajos precios.
La especialización de la periferia viene determinada,
por un lado, por el proceso de industrialización del centro, y por
otro, por la existencia de una baja tasa de salarios, y no sólo por su
disponibilidad de recursos naturales. No se debe únicamente a
condiciones naturales y diversidad de recursos que se traducen en
ventajas comparativas, sino también a diferencias salariales.
De hecho, los enfoques teóricos explicativos de la
división internacional del trabajo se traducen en esfuerzos de
legitimación de una situación cuando ésta ya se ha producido, y ha
respondido generalmente a un proceso intelectual que se ha desarrollado
en los países centrales.
El más claro ejemplo de lo anterior es la «ley de las
ventajas comparativas», que tiene tal vez una de sus expresiones más
acabadas en el teorema de Hecksher-Ohlin. Sus premisas fundamentales son
que la especialización internacional, basada sobre las ventajas
comparativas de cada país, crea las mismas posibilidades de desarrollo
merced a la igualación de los precios de los factores. Las ventajas
comparativas de cada país son función de las dotaciones naturales de
factores productivos.
Este planteamiento es la base de muchas teorías
posteriores, que han impregnado el pensamiento vigente sobre el comercio
internacional. Centrando el análisis en variables aisladas, logra
interpretaciones del proceso de especialización internacional del
trabajo, que tiende a la justificación de la estructura predominante.
Por lo demás, tal interpretación es ahistórica, ya
que parte de la diferencia de dotación de recursos debida a hechos
naturales. La especialización de la periferia es explicada, entre otras
cosas, por la abundancia de mano de obra; pero se ha visto que no es
simplemente dicha abundancia la que define cierta especialización, sino
el hecho de que esta mano de obra está disponible a una tasa de salarios
extremadamente baja. Esto a su vez se explica no por hechos naturales,
sino por factores históricos, entre los cuales desempeñan un papel
importante los mecanismos del sistema que permiten la generación del
excedente de mano de obra en la periferia.
El planteamiento tradicional ignora por completo la
dinámica del proceso de industrialización. Más aún, es un análisis
estático que parte de la dotación natural de recursos en un momento
dado. Los recursos naturales, en sí mismos, no definen ventaja alguna.
En efecto, su utilización está determinada por los conocimientos
tecnológicos y su posibilidad de aprovechamiento y por las necesidades
de la sociedad de dichos recursos, que es definida por la dinámica del
proceso de industrialización. De tal manera, la ventaja lo es en función
de los requerimientos del centro dinámico en un momento histórico dado,
y es el centro el que se beneficia de su utilización a bajo costo.
En tal sentido, se podría aun afirmar que la
diferente dotación de recursos naturales, al ser utilizada en función de
la dinámica de la economía central, tiene un efecto contrario al
postulado por Hecksher-Ohlin, tendiendo no a la igualación de los
precios de los factores, sino a acentuar sus diferencias entre países
centrales y países periféricos.
La transferencia de industrias es una exigencia de la
dinámica del sistema. Uno de los elementos elegidos en este intento de
legitimización es la transferencia de industrias por razones
ambientales.
Dentro de la indiscutible validez y gravedad del
problema ambiental, y de la necesidad apremiante de enfrentarlo, es
preciso individualizar aquellos elementos utilizados como instrumentos
de racionalización de procesos cuya causal dinámica es otra.
Las industrias en proceso de transferencia son
aquellas que han perdido su papel dinámico, básicamente relacionadas con
la industria siderúrgica, la petroquímica, y las de bienes de consumo
duradero. Son estas mismas industrias las que tienen un alto impacto
sobre el medio ambiente, ya sea por sus exigencias de recursos naturales
y energía, por sus requerimientos de espacios o por sus efectos
contaminantes.
El espacio es un factor cada vez más escaso en la
economía central. Lo mismo sucede con la energía, cuyo aumento de precio
encarece el transporte de las materias primas y su utilización. Por
otro lado, las políticas de control del medio ambiente se traducen en
nuevas inversiones e incrementos en la estructura de costos, afectando
así a la tasa de ganancia. Simultáneamente, las exigencias en cuanto a
calidad del medio ambiente en estos países impone nuevos costos y
limitaciones a su ocupación, que acentúan, por lo tanto, su pérdida de
dinamismo.
Se habla así de las ventajas comparativas de ciertos
países en virtud de sus mayores disponibilidades de espacio y mayor
capacidad de carga ambiental, características que se dan en los países
en vías de desarrollo que, en muchos casos, disponen además de recursos
naturales y energéticos.
El medio ambiente está siendo considerado como un
factor natural, que define una ventaja comparativa más en el análisis
tradicional. Está siendo utilizado para «explicar» la relocalización
industrial a nivel internacional y legitimar dicho proceso desde un
particular punto de vista. El medio ambiente, así como todo factor
natural, no define por sí solo ventaja alguna para un país si éste está
supeditado a la dinámica del centro, que es el que se aprovechará en
definitiva de la misma.
Autores como D’Arge señalan que uno de los recursos
naturales clave es la capacidad de absorción del medio ambiente, es
decir, la capacidad de la naturaleza para absorber y neutralizar flujos
de desechos incluyendo entre estos últimos la contaminación. Si se
acepta esta situación --argumenta D’Arge-- debería producirse un
movimiento importante y un proceso de relocalización hacia países con
normas ambientales menos restrictivas. Este planteamiento contiene dos
falacias fundamentales. Primero, ¿cómo se determina y calcula la
capacidad del medio ambiente para absorber desechos? Segundo, es claro
que se está confundiendo una ventaja natural con una ventaja que se
podría calificar de institucional: una norma ambiental menos rígida.
Así, ante la imposibilidad de cuantificar una aparente ventaja, se le
asimila a la norma, que es el resultado de una decisión del grupo social
en función de la forma en que se percibe el problema y del proceso de
negociación interno en el sistema socioeconómico y político. La norma,
evidentemente, es resultado de un acuerdo entre los que contaminan, los
que consumen y sufren la contaminación, y el nivel político. Los efectos
ambientales deben ser considerados como parte del proceso de
planificación industrial, pero lo importante es que sean introducidos en
la toma de decisiones como una dimensión más, que tiene su propia razón
de ser dentro del proceso de desarrollo, y no como un impuesto más, un
costo monetario a ser considerado en la estructura de costos.
Las normas sólo constituyen un complemento para
fiscalizar y controlar, pero por sí solas son insuficientes para
incorporar el factor ambiental en el proceso de planificación. La
implantación de normas ambientales en los países en desarrollo se está
llevando a cabo por simple reproducción de normas ambientales imperantes
en los países industrializados, es decir, normas adoptadas en función
de las características naturales de esos países que son diferentes de
las de la periferia. La contaminación no es simplemente emisión de
contaminantes, sino producto de la emisión de esos contaminantes en su
interacción con el medio. El deterioro de la naturaleza está determinado
por esta mutua interacción y, por lo tanto, las normas deben ser
establecidas en función de las características de cada medio ambiente.
Entre otros, son los aspectos anteriores los que dan a
la industrialización ese carácter integrador que llega a definir la
civilización contemporánea como civilización industrial. Indudablemente
el mundo de hoy es mucho más integrado que el de cualquier otra época
histórica de la humanidad, y es claro que el desarrollo industrial ha
desempeñado un papel fundamental en este proceso de integración. Sin
embargo, si la industria tiene un carácter internacional, en su
desarrollo han de tomarse en cuenta las características de cada sistema
natural y la interrelación entre éste y el sistema social. Dentro de
esta dinámica debe ser estimulada y promovida la industrialización como
factor de crecimiento y desarrollo orientado a la satisfacción de las
grandes masas de población. Y en ese contexto debe examinarse su
capacidad de creación de excedentes.
Es evidente que en el origen de la creación del
excedente y del proceso de acumulación se encuentra la búsqueda en las
diferentes culturas de una forma de seguridad frente a eventuales
adversidades futuras, y más adelante como elemento básico en el proceso
de crecimiento. Sin embargo, ese carácter social de la acumulación deja
de percibirse como tal por el individuo de la civilización industrial.
La acumulación tiene así un carácter hedonista de acopio de bienes
materiales para la satisfacción de necesidades individuales, muchas
veces superfluas. El esfuerzo de acumulación adquiere características
diferentes desligadas de su primitivo papel social, pasando a ser un
elemento perturbador que crea tensiones dentro del sistema social y
entre éste y el sistema natural. En este contexto, la civilización
industrial pareciera ver al medio ambiente cada vez más como una esfera
susceptible de explotación, apropiación e instrumento de acumulación
individual, y cada vez menos como la base sobre la cual se sustentan el
grupo social y el proceso de desarrollo.
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