Naciones Unidas, 28 oct (PL) Después que Argentina estalló en la crisis más profunda de su historia a finales de 2001 y el mundo político nacional no encontraba salida a la debacle, la figura de Néstor Kirchner emergió con inusitada fuerza para iniciar el camino hacia la salvación.
Lo conocí una noche de 2002 en la embajada de Cuba en Buenos Aires. Todavía era gobernador de la provincia de Santa Cruz y el país ardía en el fuego encendido en diciembre de 2001 por uno de los gobiernos más incapaces de la historia: el de Fernando de la Rúa.
La crisis había explotado y Argentina saltó por los aires. La comparsa de casi una decena de presidentes por la Casa Rosada en pocos días fue solo una de las tantas muestras de la real gravedad de la situación.
Corralito financiero, desempleo, pobreza a raudales, corrupción a manos llenas y el águila financiera internacional manchando el azul celeste del cielo argentino, el mismo color de los símbolos patrios, agudizaban la tragedia.
Una situación aprovechada por los mismos centros políticos y económicos que condujeron al país hacia el abismo para reactivar a una de las figuras más incondicionales del capitalismo salvaje: el ex presidente Carlos Menem.
La celebración de elecciones anticipadas colocó a ese personaje en la línea de partida de unos comicios en los que apareció, como digno contrincante, un espigado político del sur, apodado el pingüino y de ojos desalineados: Néstor Kirchner.
Pescando en río revuelto, el ex mandatario Menem consiguió el primer lugar en la primera vuelta, pero no en la magnitud suficiente para evitar una segunda frente a Kirchner, quien a la postre fue proclamado ganador tras la retirada de su adversario de la contienda.
Poco antes de esa cita en las urnas de abril de 2003 que llevaron al santacruceño a la Casa Rosada, Argentina modificó su voto a favor de Cuba en la entonces Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra.
Eduardo Duhalde era el presidente, pero Kirchner fue determinante en ese cambio, como más tarde se pudo confirmar en los círculos políticos porteños de aquellos días.
Se trató de un acontecimiento que puso en orden las relaciones entre Buenos Aires y La Habana, después de los huracanes provocados por las administraciones de Menem y De la Rúa.
Y fue un paso clave para concretar el viaje que realizó el jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro, en mayo de ese año para asistir a la toma de posesión de Kirchner, un acontecimiento que hizo historia en el país austral.
Luego vinieron las decisiones clave del primer momento: la recuperación de la memoria histórica, el procesamiento de los militares de la dictadura y de los violadores de los derechos humanos, la búsqueda y reivindicación de los desaparecidos.
Todo un abanico de acciones que otorgaron una enorme fuerza política al hombre que acaba de fallecer y al país que lo vio nacer.
"No llegué aquí para dejar mis convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno", había dicho en su discurso de asunción a la jefatura del Estado.
Y cumplió.
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