"ABYA YALA: TIERRA EN PLENA MADUREZ"

martes, 7 de septiembre de 2010

Bolívar y la Guerra Social. José Tomás Boves

La acción contra Monteverde comenzó el I9 de enero de 1813. Fuerzas venezolanas al mando de Santiago Marino atacaron por Oriente, desde el islote de Chacachacare, y tomaron el pequeño puerto de Guiria, donde no había guarnición realista. Algunos triunfos rápidos de Mariño en la zona determinaron el abandono de Maturín por los hombres de Monteverde, y como si sólo hubieran estado esperando un ataque republicano para desatar las iras contenidas, pequeños cabecillas de la región de Oriente comenzaron a actuar simultáneamente y empezaron, a cometer los crímenes de una guerra social hecha por el pueblo sin ningún concierto. Aparecieron nombres hasta entonces desconocidos que encabezaban partidas realistas dedicadas a degollar, desorejar, lancear a cuanto republicano caía en sus manos. En poco tiempo el terror hizo conocidos los nombres de los más crueles de esos cabecillas: Zuazola, Antoñanzas, Cervériz, Yanez, Pascual Martínez. Generalmente, los jefes de los españoles y los seguidores eran venezolanos.


La simultaneidad en la aparición de las partidas, la ferocidad pareja con que actuaban y la oportunidad en que surgieron parecen indicar que Monteverde tenía la guerra social contenida, si no concientemente, por lo menos de manera inconsciente. Tal vez las masas de la región oriental se sentían protegidas por las autoridades realistas y debido a ello no actuaban por su cuenta, pero una vez que se vieron enfrentadas a las pequeñas victorias de Mariño, decidieron actuar por su cuenta.

A mediados de abril, el gobernador de Barcelona fracasó en un ataque dirigido a reconquistar Maturín. En Mayo atacó el propio Monteverde y fue derrotado. Ya en ese mismo mes de Mayo, la guerra social se había extendido por todo el país y hasta en lugares tan alejados de Oriente como los Llanos de Barinas, se degollaba a los blancos criollos.

El día 23 de ese mes de mayo de 1813 entró en Venezuela por los Andes, y tomó Mérida, el futuro Libertador, Simón Bolívar. Al finalizar mayo, pues, Monteverde se hallaba atacado por los dos extremos oriental y occidental del país, y habiendo fracasado en el extremo oriental volvió a Caracas para desde allí tomar las medidas que aconsejaran las circunstancias.

Bolívar había salido de Caracas con pasaporte de Monteverde y se había refugiado en Curazao; desde Curazao pasó a Cartagena, donde consiguió que le dieran el mando de una guarnición de sesenta hombres situada a orillas del río Magdalena. Lo que hoy es Colombia era entonces el antiguo Virreinato de la Nueva Granada, que se había declarado independiente de España y se hallaba dividido en dos gobiernos, el centralista, con asiento en Bogotá, y el federalista, con asiento en Cartagena. Actuando en nombre del gobierno de Cartagena, Bolívar comenzó a tomar pueblos, villas y ciudades, y ya en marzo se encontraba en la frontera de Venezuela listo a cruzarla, y la cruzó tan pronto recibió permiso para hacerlo. El 10 de junio, una de sus columnas tomó Trujillo, ciudad donde entró Bolívar el día 14. El día 15, desde Trujillo, proclamó la guerra a muerte.

En la vida de Bolívar hay cuatro puntos muy debatidos: la prisión de Miranda, la proclamación de la guerra a muerte, los fusilamientos de La Guaira y el fusilamiento de Piar. Hemos tratado de explicar la prisión de Miranda a base de interpretación de la psiquis de Bolívar; en cuanto a los puntos restantes, creemos que el segundo y el cuarto —la proclamación de la guerra a muerte y el fusilamiento de Piar— obedecen al miedo de Bolívar a la guerra social; y creemos que en el tercero —los fusilamientos de La Guaira— están mezclados el miedo a la guerra social y el temor de que se repitiera en La Guaira la sublevación del castillo de San Felipe con resultados parecidos a los que sufrieron en aquellos días Bolívar y el país.

La proclamación de la guerra a muerte fue un esfuerzo del joven general para convertir la guerra social —la anarquía, como la llamaba él— en una guerra de independencia, en una lucha entre venezolanos de un lado y españoles del otro, si bien del lado de los primeros podía haber españoles republicanos. De acuerdo con la proclama, todo español que fuera cogido con las armas en la mano luchando contra la república, sería fusilado; en cambio, los venezolanos que estuvieran en los ejércitos realistas, serían perdonados. Si la proclama tenía buen éxito, los jefes españoles se quedarían sin soldados y sin oficiales, porque soldados y oficiales de las fuerzas realistas eran, casi en su totalidad, venezolanos.

La proclama de Trujillo no daría los frutos que esperaba Bolívar porque a mediados de junio de 1813, cuando fue lanzada en Trujillo, la guerra social estaba desatada en todo el país y había tomado ya tales proporciones que ningún poder era capaz de detenerla.

Preocupado por la presencia de Bolívar en los Andes, Monteverde estableció su cuartel general en Valencia, el punto de la llanura donde convergían los caminos de Barinas, de los Andes y de Maracaibo. Su flanco derecho estaba guarnecido por el castillo de Puerto Cabello y su retaguardia se apoyaba en Maracay y La Victoria. La posición militar de Monteverde era tan buena como había sido la de Miranda en 1812.

Pero la posición política del jefe español se parecía también a la de Miranda, aunque por otras razones. A Miranda no lo dejaron actuar los mantuanos y a Monteverde lo desbordó el pueblo. Ya el pueblo, las masas, no se conformaba, como se había conformado en 1812, con tener entrada en el palacio de Gobierno de Caracas, con los saqueos, con las apariencias de la victoria. En 1813, el pueblo quería la guerra social, y estaba haciéndola. El pueblo que había llevado a Monteverde de Coro a la Capital, lo había dejado solo frente a Marino en Maturín y lo dejaba solo frente a Bolívar en Valencia, porque Monteverde no satisfacía en 1813 las aspiraciones de la masa.

En siete semanas, Bolívar hizo la llamada Campaña Admirable, que lo llevó de Trujillo a Caracas, ciudad de la que tomó posesión el 7 de agosto, mientras Monteverde se encerraba en Puerto Cabello.

Sin duda que el joven caudillo caraqueño había demostrado poseer cualidades excepcionales de jefe militar, sobre todo si se toma en cuenta la escasa experiencia que había podido adquirir en el arte de la guerra. Pero no todo el buen éxito de la marcha hacia Caracas se explica con el genio y el arrojo militar de Bolívar y sus tenientes. La verdad es que ante el joven general, que aparecía de improviso como el astro solar de la historia americana, había un vacío político que él iba llenando. Ese vacío político rodeaba a Monteverde y lo asfixiaba. Lo singular del caso es que aunque Bolívar iba ocupando el vacío con sus escuadrones, y avanzaba a través de él hacia la capital, el vacío persistía en torno suyo con igual intensidad que en torno de Monteverde, pues las masas que abandonaron a Monteverde no corrieron a rodear a Bolívar. A quien las masas iban a rodear, a aclamar como jefe y a seguir ciegamente era a José Tomás Boves, que por esos días de agosto de 1813 iba de retirada hacia La Guayana, en la columna realista que comandaba el general Juan Manuel Cajigal. Al entrar en Caracas, Bolívar quiso hacer buena su proclama de Trujillo por la cara española: los españoles y canarios que quisieran quedarse en el país podían hacerlo, y ser ciudadanos de la república, si ayudaban a la república; en cambio —y ésa era una demostración de que la guerra a muerte proclamada en Trujillo no había podido detener la guerra social brotada del seno de las masas—, visto que todavía había venezolanos que se esforzaban "en subvertir el orden, formando conventículos y protegiendo conmociones populares", ordenaba que fueran pasados por los armas los venezolanos que lucharan contra la república, y "para aquellos que antes han sido traidores a su patria y a sus conciudadanos, y reincidiesen en ello, bastarán sospechas vehementes para ser ejecutados".

Nada denuncia mejor el verdadero pensamiento de Bolívar —a veces cuidadosamente velado— que la lectura de sus cartas y proclamas. A pesar de su victoriosa Campaña Admirable, el joven general comprendía que las masas venezolanas no querían la libertad nacional sino la igualdad social, y como los Borbones de España habían favorecido la igualdad social, las masas de Venezuela peleaban bajo la bandera realista. Bolívar se empeñaba en convertir esta guerra social, a menudo también racial —"guerra de colores", la llamó él algunas veces—, en una guerra de independencia; pero las masas no respondían a sus deseos. .

La situación se había tornado tan peligrosa que el propio Bolívar se veía en el caso de ir igualando, en el sentido profundo de la acción. Desde su entrada en Caracas, según dice Juan Vicente González, "impuso un donativo voluntario al que siguió otro forzoso. Dio una ley después que obligaba a todos los que tuvieran una tienda, una labranza, una propiedad cualquiera a contribuir a la pre y paga del soldado, conminando con quinientos pesos de multa al infractor, y facultando a las autoridades militares para embargar y rematar los bienes de los morosos. Otra ley en noviembre del mismo año, para que sin perjuicio de la anterior los hacendados destinasen la tercera parte de sus esclavitudes a sembrar maíz, arroz y otros frutos menores, para que no faltasen víveres para la guerra. En enero del año 14 un decreto prohibiendo a todo ciudadano el uso de los pesos fuertes y ordenando presentarlos en la casa de moneda, para ser allí cambiados por macuquina o papel. El 25 de este mes y año Bolívar declara que toda propiedad pertenece al Estado".

No podía darse una legislación más revolucionaria e iguala dora. Ni siquiera Lenín, cien años después, se atrevió a declarar, al tomar el poder, que "toda propiedad pertenece al Estado". Pero ésa no era la revolución que querían las masas. Las masas querían igualdad de razas y condición social, cosa que Bolívar, un mantuano, no haría aunque lo deseara. Así, pues, Bolívar no conquistó las masas, y resulta que debido a su radicalismo en el aspecto económico perdió el apoyo de los mantuanos y de todo el que tenía alguna propiedad, algún negocio; y como ya había perdido el apoyo de los españoles y canarios realistas, se encontró al cabo sin respaldo de ninguna facción.

La intranquilidad se adueñó también de Caracas. De noche como de día, las comisiones políticas se presentaban en los hogares a hacer registros, a apresar ciudadanos; los piquetes de fusilamientos actuaban bajo órdenes que se daban sin mandamiento judicial, por "sospechas vehementes"; grupos de soldados entraban en los comercios para confiscar artículos; una mujer llegaba con los ojos llenos de lágrimas a dar la noticia de que acababan de fusilar a su marido; una joven corría en busca de ayuda para salvar la vida de su hermano; un anciano comerciante informaba a sus hijos que le habían multado con una suma tan alta que no podría pagarla nunca.

Cuando el año de 1813 se acercaba a su fin, Monteverde fue depuesto por su propia gente en Puerto Cabello, y el general Cajigal, el jefe de Boves, asumió el mando como capitán general de España en Venezuela. Pero Cajigal recibió la representación del gobierno español; no había recibido la adhesión de las masas realistas venezolanas. Esa adhesión la tenía el que hasta poco antes había sido su subalterno, el asturiano José Tomás Boves, el hombre que iba a darle al 1814 el nombre de Año Terrible de Venezuela con que ha sido bautizado por los historiadores del país.

En realidad, Boves no se llamaba Boves. Adoptó ese apellido por gratitud hacia una familia de Puerto Cabello que le había salvado la vida. En los primeros meses de 1812 quiso combatir en las filas republicanas, pero los rebeldes dudaron de él y estuvieron a punto de darle muerte. Se dedicó a realista, pues, porque los republicanos no le dieron acogida.

Ya en octubre de 1813, Boves operaba en los Llanos de Guárico, y al mediar diciembre lograba su primera victoria importante en el Paso de San Marcos. Hombre de prodigiosa actividad, al comenzar el año de 1814 tenía 7.000 llaneros bajo sus órdenes, de ellos 5.000 jinetes. Y había que saber qué clase de jinetes eran esos llaneros...

Desde fines del siglo anterior vagaban por los Llanos grupos de gente armada que no reconocía ley ni Dios. La mala situación económica de la provincia, debida sobre todo a las guerras de España en Europa, se sentía al finalizar el siglo XVIII más en los Llanos que en Caracas. El viajero Fernando de Pons dice:

"La falta de extracción y el régimen constantemente vicioso de las carnicerías hicieron insensiblemente perder desde1799, al ganado vacuno, todo su precio; y los cueros tomaron desde esa misma época un aumento que sólo dexó ver al hatero en las res el valor del cuero. Vino la res a no valer en hato más que dos pesos, y muchas veces costaba conducirla a las ciudades para conseguir tres pesos, que los gastos y eventos de la conducción reducían a uno."

De Pons se preguntaba, para contestarse a seguidas:

"¿Qué partido quedaba al hatero en medio de sus animales? Aquel que tomó. Pues no había sino los cueros que tuviesen algún valor asegurado, devia matar y desollar sus vacas para vender sus cueros
y su sebo.”

Según el viajero francés, la costumbre de matar animales a lanza "dio a unos facinerosos dedicados al vicio la idea de proporcionarse un oficio con la destrucción de las reses, al objeto de conseguir sus cueros. Los Llanos fueron luego infestados por aquellos hombres cuya vida es una plaga para la sociedad".

Esos bandoleros de Los Llanos fueron los soldados de Boves, armados de lanzas que hacían de los hierros que arrancaban a las rejas de las ventanas, y cuando no había hierro, con simples palos "de corazón" cuyas puntas afilaban hasta que fueran penetrantes como cuchillos. En cuanto a los caballos, en los Llanos no había problema para hacerse de ellos, pues abundaban las manadas salvajes, ni los había para conseguir carne —casi la única comida de los llaneros—, pues los hatos estaban repletos de reses.

Esos hombres odiaban naturalmente al blanco mantuano, y del odio a los mantuanos pasaban al odio a todos los blancos. Boves odiaba a los blancos tanto como el más sufrido de los esclavos negros. Según relata su capellán, el padre Ambrosio Llamozas, en memorial dirigido al rey en julio de 1815, Boves decía que "en los Llanos no debe quedar un blanco por dos razones: la primera, por tener destinado aquel territorio para los pardos, y la segunda, para asegurar su retirada en caso de una derrota, pues no se fiaba de los blancos, cuya compañía le desagradó siempre".

La guerra social iniciada por Monteverde y desatada por partidas sin coordinación, estaba esperando un jefe como Boves para convertirse en lo que fue: el espanto suelto sobre la tierra de Venezuela, una fuerza incontenible y cohesionada que destruía cuanto hallaba a su paso. Los hombres de Boves no esperaban, vivaqueando en los campamentos, la orden de atacar las posiciones enemigas, sino que se movían como legiones de demonios para cazar republicanos, sobre todo si eran blancos, para violar mujeres, degollar niños, quemar casas después de haberlas desvalijado. La horda de Boves no respetaba nada, pero el jefe, José Tomás Boves, era impasible; no se le conocían excesos ni en el fumar ni en el beber ni en el trato con mujeres; al morir no disponía sino de su caballo y de una acreencia de trescientos pesos sobre un amigo a quien le había prestado esa cantidad

La crueldad no era para Boves nada alarmante. A dos hermanos que se pasaron de las filas republicanas a las suyas, en el último sitio de Valencia, les hizo colocar cuernos en la frente para que parecieran toros y ordenó a su caballería llanera que corriera en círculo alrededor de ellos, que los lanceara y que arrastrara sus cuerpos amarrados a las colas de los caballos. Después de la toma de Valencia reunió en un baile a todas las damas de la ciudad j las hizo bailar la noche entera a fuerza de latigazos mientras los maridos eran muertos a lanza, "como toros", según dice el Regente Heredia, a poca distancia del lugar del baile.

Para Boves no había lugar sagrado. En más de una ocasión metió su caballo hasta el altar de una iglesia y allí mismo, frente a los ídolos, hizo matar gente. A la hora de degollar, le daba lo mismo la tierra pelada que el piso de mármol de los templos.

Hubo pueblos, como San Joaquín y Santa Ana, donde todos los habitantes murieron degollados por órdenes de Boves. En la capilla del Carmen, en Barcelona, y en presencia de Boves —sin que él demostrara la menor emoción—, uno de los oficiales llaneros despedazó a una señorita que se había refugiado en el altar. La misma noche de ese día, Boves hizo reunir en una fiesta a las mujeres distinguidas de Barcelona y a las que se habían refugiado allí y las hizo bailar con los llaneros, que tenían la ropa cubierta de la sangre de los maridos, hermanos, novios y hasta hijos de esas señoras. A lo largo del baile, los músicos iban siendo decapitados uno a uno, con intervalos para que la música no se acabara temprano; de manera que al amanecer sólo quedaba un violinista, entonando su propio funeral antes de morir. Las señoras fueron obligadas a presenciar ese frío, lento y masivo asesinato. Los músicos decapitados fueron treinta.

Sin embargo ese hombre era agradecido, y la gratitud es flor de virtudes que sólo se da donde hay otras virtudes. Al morir mandaba una horda de 19.000 llaneros, y todos lo respetaban y lo seguían ciegamente. De negros y zambos analfabetos hizo jefes. No toleraba la adulación ni la molicie. Uno de sus oficiales más distinguidos escribió de él que sus hombres "le adoraban y le temían, j entraban en las acciones con la confianza de que su valor y denuedo había de sacarlos victoriosos. Comía con ellos, dormía entre ellos y ellos eran toda su diversión y entretenimiento"
.

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